Jeremías Gamboa. Punto de fuga.
Lima: Alfaguara, 2013. 169 p.
Esta es la opera prima de
Jeremías Gamboa (Lima, 1975) publicada originalmente en 2007. El título hace
alusión a un término referido a la perspectiva, a la representación del espacio,
mejor dicho, de un plano infinito en el que convergen la proyección de dos
líneas. En el libro, un punto de fuga puede ser cualquier lugar, pero es
sintomático que sea Miraflores el “punto de fuga” del narrador, quien se
encarga de remarcar que no pertenece de modo “natural” a ese espacio, sino que
es más un transeúnte, un intruso, alguien ajeno. Y también a la inversa, para
el miraflorino, el punto de fuga sería el espacio de los conos, tal como ocurre
en “Tierra prometida”.
En general, la literatura peruana
adolece de un rasgo dominante: su carácter mimético, es decir, la intención (o
necesidad imperativa) de ser copia fiel de la realidad. Ejemplos hay muchos. Es
claro que el nobel Mario Vargas Llosa fue un modelo permanente, que convirtió su
vida personal, sus recuerdos, en materia ficcional y, finalmente, literaria. Porque
hay muchas cosas escritas que son ficción, pero no todo alcanza a ser
literatura. Es claro que este recurso de apelar a los propios recuerdos, a las
propias experiencias está bastante extendido entre los escritores realistas,
dejando poco a la invención genuina. En algunos casos la escritura se torna
liberadora, catártica, es más un ejercicio de terapia psicológica para
liberarse de los traumas, los miedos personales, familiares. Y es seguro que
existan lectores que se identifican con esos mismos “traumas”, o que han pasado
por situaciones similares o parecidas. Sigo siendo lector de literatura
fantástica, pero en general, me considero más lector de literatura. La invención
tiene un lugar y un valor artístico, ya sea controlada y racional, o surreal y
delirante. Supongo que -a la inversa- hay lectores que consideran inverosímiles
los monstruos tentaculares y dioses primordiales de la mitología
lovecraftniana, por poner un caso gráfico (que no ocurre en la realidad fáctica),
así como lectores de literatura fantástica que no logran conectar con un tipo
de realismo urbano insustancial. La calidad artística no depende nunca del
género, puede haber cosas sobresalientes en lo fantástico o el realismo, así
como obras regulares o malas.
Punto de fuga incluye ocho
relatos. Están bien escritos como ficción, los diálogos funcionan. Sus personajes
sueles ser jóvenes urbanos -en especial, la figura del periodista exitoso
proveniente de un sector popular- moviéndose en Miraflores, que no es el Perú. Recoge
un imaginario sobre ese espacio idealizado desde un sector clasemediero o
aspiracional. Supone orden, limpieza, buenas costumbres y “gente decente”. Al menos,
así funciona en el imaginario. Es por ello que el conflicto del primer relato, “El
edificio de la calle Los Pinos”, es que Miraflores sea un espacio inseguro que
provoca terror en uno de sus huéspedes. Eso va en contra de lo establecido en
el imaginario. No se trata de presencias sobrenaturales cortazarianas o
góticas, ni nada por el estilo, sino de un modo de refracción del aumento de los
niveles de inseguridad y de la acción criminal en Miraflores, lo que produce un
personaje medio paranoico con esa situación frente a su desconocido vecino, de
esos que cada vez más “asustan” a sus pobladores nativos, sobre todo cuando se
anuncian los Proyectos de vivienda de “interés social”. Como dice ese mismo
personaje sobre el porqué eligió su departamento: “Es como vivir en otro país,
como no estar en el Perú” (25-26). Esta es una clave del libro, y será un deseo
permanente.
Otros dos relatos tienen al arte como tema. “Evening interior”, es una
viñeta digna de los cuadros de Edward Hopper, quien se encargó de mostrar la
soledad y el vacío en el escenario de la vida moderna norteamericana. “Un
responso por el cine Colon” parte de una anécdota insólita, pero creíble (el
cuasi levantamiento del público en una sala de cine porno), pero a su vez es
una reflexión sobre lo que se espera del arte, sobre los gustos populares,
sobre las obras que defraudan por estar mal hechas de acuerdo a las
expectativas de un grupo. Quizás ambos sean los mejores relatos del libro.
“Tierra prometida” es el cuento que mejor expresa la ideología del narrador
(que no necesariamente es el autor real). Un par de jóvenes “decentes” tratan
de divertirse un fin de semana, bajo las melodías de “I'm So Bored with the
U.S.A.”, “Janie Jones” de The Clash que suena en el BMW. Su primer punto es la
Barranco hípster. Allí se encuentran con “[…] chicas estudiantes de arte, de
comunicaciones […]”, que resultan ser “unas cojudas”, unas “estúpidas niñas ‘artis’”
(125). Uno de ellos sugiere hacer algo diferente: ir al cono norte, Los olivos,
la “tierra prometida”, para las aventuras sexuales, para ir a “ruquear”, ósea,
de putas. Es curioso que en el imaginario de este narrador, las chicas pitucas
de Barranco son intocables (¿inalcanzables?), mientras que las de los conos son
“facilonas”. Con unas se pueden unir en matrimonio, con otras, solo sirven para
los encuentros carnales. Para uno de los personajes estas chicas, por ir
vestidas de un modo particular, son “hua-cha-fi-tas” (128). Ya en el local, uno
de ellos piensa “en ese sitio los dos resultan atractivos […]” (128) ¿Son más “blanquitos”,
más “pituquitos”? Sus primeros escarceos no tienen resultados efectivos. Uno de
ellos expresa que está cansado “[…] de todas esas chicas pacharacas, ¿qué
chucha les pasa?, ¿qué chucha se creen esas cojudas?, mostras de mierda […] No
tengo que arrastrarme por cualquier cojuda” (132). Uno de ellos decide llamar a
una antigua “amiga”, Meche, “[…] una zamba rica, graciosa, estúpida como una
tapia, solo sabe escuchar radio, participar en todos los sorteos de canastas
con productos de belleza […]” (133), con su amiga Liliana quien es “cholona y
de cara medio malcriada, sí, pero tiene un par de tetas bastante considerables
y lo más extraño de una tetona, tiene culo” (133). Es curioso que se enfatice más
su “etnia”, su “raza”. Luego de unos “agarres” superficiales con ambas, como último
viaje llegan hasta un prostíbulo en Comas, en donde terminan la juerga semanal.
Es claro que es un relato clasista y racista que recoge un punto de vista aún extendido
en ciertos sectores altos, de donde provienen ambos personajes.
Punto de fuga es un
caso de literatura sentimental, en el sentido de mostrar claros estados de
inferioridad emocional de los personajes frente al entorno, a los objetos de
deseo. Quizás el conflicto central sea el deseo de “encajar”, de encontrar su lugar
en el moderno y próspero espacio miraflorino. Es decir, no se trata solo de
vivir allí, sino sobre todo de alcanzar un estatus económico que permita vivir
con comodidad física, y con la “natural” condición mental de clase.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos