domingo, 25 de julio de 2021

Reflexiones a propósito de un manuscrito

 

Reflexiones a propósito de un manuscrito

 

https://larepublica.pe/cultural/1318692-universos-expansion-jose-guich/

 

Hace ya casi una década en un trabajo del año 2011 proponía dos líneas que en ese momento despuntaban dentro de la novela fantástica y de CF peruana: la “fantasía atemporal” (vinculada al fantasy y a modelos de la cultura de masas como Star Wars, el cine, el anime japonés); y otra nominada como el “neohistoricismo fantástico”, aludiendo a la reconstrucción histórica para reflexionar sobre el presente, en el que se mezclaba tanto el referente histórico como lo fantástico. Autores como Fernando Iwasaki, Carlos Herrera, José Güich, Sandro Bossio, junto a figuras de otras generaciones anteriores como Nilo Espinoza Haro, Luis Enrique Tord, Lucho Freire o José Antonio Bravo, entre otros eran exponentes de esta tendencia.

Guardando las distancias, ese mismo año, Elsa Drucaroff, en el libro Los prisioneros de la torre (2011), establecía la ruta de lectura para la denominada Nueva narrativa argentina (NNA) para aludir a la producción de la generación de la postdictadura, autores que nacieron después de 1960 y que empiezan a publicar hacia los años 90. Mientras que la noción de generación de postdictadura pone mayor énfasis en el trauma “de un pasado negado y doloroso” (17).

Si trazamos un paralelo, nuestro trauma no sería tanto la Junta Militar (1968-1980) sobre la que se ha publicado algunas novelas, sino el ciclo la violencia política (1980-2000). Es decir, todo lo publicado en el siglo XXI sería pues la nueva narrativa peruana (NNP) asumiendo que la generación de la postviolencia discurre -en su gran mayoría- en un discurso fantástico o de CF, pero sin referencialidad directa o indirecta al conflicto (¿acaso no hubo trauma? ¿o hay un proceso más bien de evasión de la historia reciente?) Esto es apenas un esbozo.

Pero ¿Dónde estaría lo nuevo? ¿En los nombres que antes no aparecían y que surgen cada dos o tres años según el gusto del antologador? ¿O en el tratamiento novedoso de una realidad compleja como la nuestra? ¿Se trata de una estrategia de marketing -como sostiene Hernaiz (cit. por Drucaroff)- o realmente asistimos a un cambio en el registro del autor, de su sensibilidad, de su punto de vista? ¿O son simplemente escritores globales que buscan insertarse en una corriente de narrativa transnacional?

Desde hace ya varios años es claro que es posible hablar de un desborde de lo fantástico (tanto en Lima como en regiones), un fenómeno que aún no es atendido en su totalidad desde el ámbito universitario, y menos aún en la crítica local. A diferencia del caso argentino, en el que percibo una mayor cohesión entre nuevos autores y un aparato teórico-crítico universitario, es decir, una renovación de la crítica literaria -y sus agentes- que acompaña el devenir de los nuevos narradores (independiente de la edad), acá la tendencia es seguir creyendo que -sin negar sus aportes- la obra de Mario Vargas Llosa es la literatura peruana contemporánea.

Este manuscrito de José Güich (Lima, 1963) -titulado “Sepan cuantos”- que esperemos vea la luz pronto, se inserta dentro de la línea mencionada líneas arriba: el neohistoricismo fantástico. Y lo hace dentro del marco del Bicentenario (en esta línea hay diversas antologías publicadas en 2021, cuyos contenidos proponen un ejercicio revisionista de la historia del Perú, aunque intuyo más en clave lúdica -antes que política-). Si algo es característico del fantástico en Latinoamérica es el factor político. Aquí, sin embargo, lo político ha sido excluido no solo del debate (que no existe), si no que es más un elemento prohibido, vedado, que provoca repulsión o rechazo en la NNP -salvo excepciones. La inscripción en lo político -per se- tampoco hace notable un texto de ficción o lo valida dentro de la institución literaria, pero no deja de ser sintomático este alejamiento de lo político y la historia en la NNP.

Este manuscrito güicheano parte de un componente ucrónico: la figura de Bernardo Próspero Ortiz y Bustamante, un apócrifo protector del país que funge de presidente luego de la independencia en 1821. Este personaje que tiene claro su programa republicano -alejado del modelo hispano-, además de poseer conocimientos científicos, que lo emparientan con Víctor Frankenstein (incluso logrará revivir a la esposa muerta por unos segundos a través de experimentos al modo de su modelo inglés), sirve al narrador para presentar los diversos discursos que cohabitan en este espacio-tiempo: desde el discurso ilustrado racional-científico, pasando por el romántico pasional, el anti-hispanista, y obviamente el pro-hispano, aunque siempre en las sombras o referenciado de modo indirecto. Los españoles que aún se mantienen en ese Perú son apenas un grupo de bandoleros, o de traidores a la causa como María de los Ángeles Velasco, a quien Ortiz usará todo su paroxismo verbal contra ella cuando es capturada.

Ese Perú post-republicano está marcado por el dialogo cortesano. Parece que la acción narrativa no avanza, pero es en apariencia, ya que sirve para dar luces acerca de la psicología de los personajes y sus motivaciones. A estas escenas de corte, se suma el revisionismo histórico y las escenas escatológicas (un discurso acerca de lo excrementicio y la política, es lo mejor de la novela, muy potente en términos metafóricos), así como una extraña expedición romántica a un paraje (en la línea de los relatos de expedición y de aventuras, con ciertos toques a lo Rod Serling) habitada por “humanos honorarios” (robots) que habitan esa misteriosa isla. Pero la novela sugiere más de lo que refiere.

En un momento clave de la novela se afirma que “los peruanos no se hallaban preparados para nada relacionado con el orden, la paz y el triunfo de la razón que ellos encarnaban. Era un país hostil; una tierra de violentos, corruptos y ambiciosos, incapaces de no hacer otra cosa que fragmentarse en mil facciones, pelear y esquilmarse entre ellos todo el tiempo, y, luego, que todo el peso de sus bajezas recayera en el pueblo” (156). ¿Cuánto de actualidad tiene esta locución ficticia ubicada en la naciente República? ¿Somos ahora una República? Como en otras ucronías güicheanas, el autor apela no al éxito sino al fracaso (muy ribeyriano, por cierto), en el sentido de que el apócrifo protector será olvidado y borrado de las páginas de la historia oficial. Un final bastante lógico, ya que en el Perú los malos terminan por imponer su poder sobre los buenos, que se pierden sobre la bruma y la niebla, entre el anonimato y los reflectores apagados.

Que este no sea el caso de José Güich, así como el de otros notables narradores de su generación, que por no ser jóvenes de edad, se les cierre las puertas del parnaso de la NNP.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos