miércoles, 29 de abril de 2020

Entrevista a José Güich, por Sixto Sarmiento, del diario Expreso.




Entrevista de Sixto Sarmiento, del diario Expreso.
JOSÉ GÜICH RODRÍGUEZ
Escritor y periodista. Autor de libros de relatos como El mascarón de proa, Control terrestre y El sol infante,  y novelas como Los caprichos de la razón.
Sobre la leyenda del AveFénix




1.    Las plagas que han azotado a la humanidad se han expresado en periodos homogéneos. ¿Estamos ante una de ellas?

Es evidente que sí. Y han acompañado a la humanidad -y la han diezmado- por milenios. Solo habría que realizar un recorrido a través del arte y la literatura, por ejemplo, para hacernos una idea cabal de cuánto terror generó una epidemia como la del siglo XIV, la peste negra europea, cuando la ciencia o lo que se aproximaba a ella no era capaz de dar explicaciones ni de paliar los efectos devastadores. La actual pandemia de coronavirus es una de tantas, pero ha adquirido rasgos especiales que no se presentaron en otras etapas de la historia. Por primera vez afecta al planeta entero. Es una suerte de horror globalizado, brutal, revelador de las miserias de un modelo económico que falló, a pesar de sus defensores a ultranza. Nos domina un sentimiento del fin del mundo que no se había experimentado antes en esta magnitud, pese a conocer el origen del mal y tener las herramientas para combatirlo y muy a duras penas. Sobre las consecuencias culturales, sociales y sicológicas mucho se dirá en el futuro próximo y remoto.

 LA PLAGA DE LOS ZOMBIS Y OTRAS HISTORIAS DE MUERTOS VIVIENTES ...

2.    Según la Leyenda del Ave Fénix, la sagrada ave alzaba vuelo para quemarse y renacer al día siguiente cada 500 años.  ¿Alguna asociación misteriosa?

Se trata de uno de los mitos más hermosos de la Antigüedad, presente en una serie de tradiciones y cargado de imágenes poéticas. Tiene una filiación griega, pero pueblos diversos lo han reinterpretado a través de relatos de innegable hondura que remiten a lo cíclico, al eterno retorno que sigue a una destrucción del cosmos, a una búsqueda de orden después del quiebre. Esto ha fascinado y aterrorizado a los seres humanos siempre. La observación de la naturaleza y lo implacable de las energías que esta desata, incontenible, como la erupción de un volcán o una enfermedad que mata a cientos de miles, deben de haber sido el insumo sustancial para el mito. También se reflejará en cultos iniciáticos o herméticos, luego articulados en religiones, incluido el cristianismo.

3.    Esta pandemia parece que tiende a dejarnos en cenizas. ¿Cómo ve el panorama?

Por un lado,  desalentador. La pandemia ha sacado a luz el desajuste estructural de colectivos como el nuestro, pauperizado, informal y oculto debajo de una capa de bienestar y comodidades que alcanzan solo a un sector minoritario de la ciudadanía. No hay mejor reflejo de esas cenizas que en los protocolos para el manejo de los cuerpos: los muertos deben ser incinerados, reducidos a partículas luego de la combustión. O enterrados en fosas comunes, anónimas. Es imposible no pensar  en el Holocausto cuando nos hallamos inmersos en este contexto: las finalidades son diferentes, claro está, y los tiempos son distintos. Por otro lado, pienso que sí extraeremos algunas lecciones. No puede ser una especie tan estúpida la nuestra; tenemos que aprender solidaridad, respeto, conciencia del otro y de la igualdad en todas sus implicancias. No arrasar con los productos en los supermercados, como el papel higiénico, sino pensar. Sanear el cerebro. En eso, soy franco y directo. Me temo que eso tardará: el desorden, el irrespeto por la norma y el hedonismo consumista sobrevendrán luego de ese momento, cuando las medidas de control sanitario extremas se hagan más flexibles.

4.     En las dificultades afloran los antivalores. ¿Es el complemento que acompaña a toda desgracia?

Así es. Esta crisis genera especulación financiera, acaparamiento y mezquindad por parte de quienes suponen que pueden medrar a sus anchas  en perjuicio del otro. Desde el propietario de la pequeña bodega, el dueño de una cadena de farmacias, hasta quien maneja millones en la bolsa de valores: todos van en contra de principios fundamentales de consideración al “prójimo”, es decir, “el próximo”. Contra eso debemos combatir también. El cálculo de utilidades es tan destructivo como el virus. No generalizo, por supuesto: hay seres extraordinarios que redimen a esa parte cancerosa y egoísta, con sus actos de sacrificio y de nobleza, casi inexplicables, extraños, en un mundo que había hecho de la ceguera indolente su principal divisa.


5.    ¿Después de esta pandemia tendremos fuerzas para resurgir como el Ave Fénix?

Yo espero que sí, aunque no puedo negar mi pesimismo y desconfianza en torno de que esta sea una oportunidad para un cambio histórico en nuestros modos de comportamiento y en el progreso de nuestra escala de valores. La pandemia no nos extinguirá. Dejará heridas profundas. Sobreviviremos. Tampoco el sapiens estará aquí eternamente. Si no es el corona virus, será otra catástrofe planetaria la que nos elimine: un meteorito, por ejemplo, o el calentamiento global. Vivimos con el “tiempo prestado”, como sugirió Arthur C Clarke en los primeros pasajes de su novela 2001. Una Odisea espacial. El lapso que nos quede sobre el planeta debería ser aprovechado para un intento de escalar a otro plano de conciencia, más humana por cierto. Fuerzas habrá, y al mismo tiempo, necedad, soberbia y el olvido, que son también  enemigos implacables.

6.    ¿Estamos preparados para ser una sociedad con  personas resilientes?

No estoy tan seguro de eso. Es posible “renacer” de una desgracia, adaptarnos a la idea de que no ya no hay retroceso frente a una pérdida o al fin de una Era que creíamos segura, confortable y sin mayores cambios en el horizonte. Creo que es una sociedad con pocas o nulas capacidades para eso. El encierro en las casas produjo una modificación en los hábitos; eso no puede discutirse. ¿Implicará eso un cambio en las sensibilidades, otra espiritualidad basada en la necesidad de fortalecer la democracia? El nuestro es un país muy atrasado en varios aspectos. Y uno de ellos es que no aprendemos del pasado. Lo replicamos, igual que el virus en su avance mortífero. Para mí, la resiliencia, un vocablo tan “vendido” como producto de ayuda emocional, también debería suponer una capacidad no solo para superar las crisis y las sacudidas de esta índole, sino para conservar en la memoria las huellas de lo ocurrido y proseguir el camino con la convicción de que no deberíamos cometer los mismos y crueles errores.




7.    Un mensaje final para los lectores.

La naturaleza es un organismo gigantesco. Gracias a la cuarentena, hemos observado un cielo estrellado en Lima; Venus luce en el firmamento, esplendoroso; las gaviotas han recuperado sus hábitats originales; oímos el canto de aves que pasaban desapercibidas por causa del ruido infernal y el miedo a los bípedos. Este organismo no castiga: solo toma las previsiones necesarias, porque es un sistema complejo que se defiende cuando se siente amenazado.  Los virus son formas primordiales de existencia. Mutan. No son buenos ni malos.  Nos antecedieron por millones de años y seguirán aquí mucho después de que el ser humano, si no ha tomado las decisiones adecuadas, haya desaparecido por completo y solo deje ruinas de su paso breve por la Tierra. Creo que es necesario replantear los vínculos, urgentemente.