lunes, 21 de diciembre de 2015

Charles Huamaní. Historias de guerrillaZ. Lima: Altazor, 2014. 94 pp.




Charles Huamaní. Historias de guerrillaZ. Lima: Altazor, 2014. 94 pp.

            Médico cirujano de profesión, Charles Huamaní (Lima, 1984) incursiona en la narrativa zombi. Sobre la base de Guerra Mundial Z de Max Brooks, Huamaní construye un relato que es una historia oral de voces subalternas o marginales a la gran historia oficial sobre el desastre Z. El subtítulo de “Relatos de la resistencia contra los zombis en el Perú” enmarca las acciones en esta narrativa popular.

            En este futuro distópico apenas aparece diseñado el mundo, es más bien aludido por breves referencias (se ha organizado una nueva ONU, por ejemplo) y centra sus acciones en Perú, nación periférica que supo resistir el apocalipsis zombi gracias a una suerte de guerrillas populares. Lima no es el centro de las acciones, se alude a su condición de ciudad ya desparecida reiteradamente. Esta fantasía de ver destruida Lima, como centro del poder hegemónico, en el contexto de la novela, supone una reivindicación de lo regional, espacios históricamente olvidados por la política oficial.

            Las fuerzas militares intentan mantener el orden y liderar la lucha contra los zombis pero es inútil. Al contrario, los propios soldados terminan por cometer abuso de autoridad, como robo, asesinato y violaciones. Así, hay una guerra civil oculta. Por un lado es una reminiscencia a lo que fue la lucha del Estado contra las fuerzas terroristas durante el Conflicto Armado Interno; pero por otro, nos hacen preguntar en el presente de la narración ¿quiénes son los zombis? ¿Los ahora monstruos que han perdido su condición de humano o los soldados que siguen órdenes de un superior sin vacilación?

            La capital del Perú es ahora Jauja, la Universidad de San Marcos funciona en Huánuco. La resistencia en Perú es un modelo clandestino para la resistencia global, pero ello no implicará superar los conflictos culturales, estos se mantienen latentes. También hay un retorno a técnicas ancestrales para curar.

En la narración se usa la estrategia del falso documental que permite oír una serie de voces subalternas. A ello se agregan unas notas a pie de página para “explicar” palabras que han perdido su referencia en ese futuro inmediato, pero muchas de estas no funcionan o en su defecto, no aportan a la narración. Los dos elementos que sí suponen un avance en el diseño y representación de este ciclo son: al ámbito político que subyace en el texto y la especulación científica que se permite el autor para explicar el hipotético apocalipsis zombi (lo que le da un mayor realismo a la novela).

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Ficciones fantásticas del 2015

Ficciones fantásticas del 2015

Sin duda este 2015 ha sido un gran año para la literatura fantástica criolla. No solo por la cantidad de publicaciones que siguen manteniendo una constante, sino por la notable calidad de algunos trabajos de autores que ya se distinguen con mayor claridad dentro del grupo.
 

Este 2015 ha sido se han publicado más novelas. Es oportuno empezar con la reedición histórica de El hijo del doctor Wolffan. Un hombre artificial (Madrid, 1917) de Manuel A. Bedoya y El castillo de los bankheil (Buenos Aires, 1944) de Alejandro de la Jara, reeditados por Agalma y Altazor, respectivamente. Ambas constituyen piezas fundacionales de géneros poco apreciados en esos años como son la CF y el terror gótico. A ello se suman la reedición de Los viejos salvajes de Carlos de la Torre, novela ya comentada en dos post anteriores, así como la continuación de Campos de batalla: Cuando la sangre importa; Apokhalipzis de Jim Rodríguez, con clara influencia de Star Wars, al igual que La galaxia escarlata de Carlos Echevarría; Planetas perdidos de Alfredo Dammert, Y Deus Dijo de Tomás Bejar, Ikitos de J.C.Luc4as y La selva de los tunches de Fernando Vicuña Aranda. La mejor novela es Los caprichos de la razón de José Güich. La sorpresa ha sido Las bestias del abismo de Jorge Ureta. En la novela domina el género de CF.

 
En el caso del cuento, los libros adscritos a lo fantástico ha sido una producción breve, pero contundente: la edición reloaded de Harry Belevan y su clásico Escuchando tras la puerta, Siete paseos por la niebla de Yeniva Fernández, Shogun inflamable de Salvador Luis  y la reedición de Playas de Carlos Calderón Fajardo, que nos dejó lamentablemente este año (los libros de la editorial Caramanduca de Piura, siguen siendo un misterio). También está disponible en internet, el tomo I de los cuentos completos de José B. Adolph.

 
Por revisar, está pendiente la novela El Último espermatozoide de Quimicón en busca del óvulo escondido de Alex Llanos, Las bestias ridículas de Lucho Freire y Entre vivos y muertos de Beto Benza. Otro elemento que llama la atención es la incursión de autores del mainstream local en los campos de lo fantástico como Antonio vuelve a casa de Iván Thays o KimoKawaii de Enrique Planas, esta última novela juega con una serie de referencias a la cultura de masas japonesa de CF.

 
En cuanto a las antologías se publicaron la imperdible Se vende marcianos. Muestra de relatos de ciencia ficción peruana de José Donayre y la coyuntural ¡Marty llega! Cuentos peruanos sobre viajes en el tiempo de Germán Atoche, a propósito de la celebración del film Volver al futuro.

 
La editorial que más ha apoyado la publicación de este género es Altazor, junto con otras editoriales independientes como Animal de Invierno. A ellos hay que agregar el trabajo de difusión de Santuario, con ediciones limeñas de autores del Río de la Plata como Enríquez, Schweblin o Mella, que trabajan el terror y lo fantástico desde ángulos singulares.

 
Se anuncia para el 2016 la novela gótica El sueño de las estirpes de Raúl Quiroz, y la misteriosa La muerte no tiene ojos de Miguel Ángel Vallejo, la nueva entrega del investigador Teruel de José Güich, así como la continuación de Réquiem por Lima de Hans Rothgiesser, que amenaza convertirse en nuevo éxito de ventas. Así mismo, esperamos que novela apocalíptica de Pedro Novoa, finalista del último COPÉ, pueda encontrar interés en alguna editorial.

 



También están pendientes la publicación en papel de Mi robot depresivo y otros cuentos, además de la segunda parte de La paradoja Cane, ambas de Carlos Vera Scamarone. Hay en suma, mucho material por exhumar y por publicar.


Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Se vende marcianos. Muestra de relatos de ciencia ficción peruana. Lima. Altazor, 2015. 443 pp. Selección y prólogo de José Donayre.




Se vende marcianos. Muestra de relatos de ciencia ficción peruana. Lima. Altazor, 2015. 443 pp. Selección y prólogo de José Donayre.

 

            A diferencia de una antología (que supone cuentos paradigmáticos de un género o temática) una muestra es una suerte de “estado de la cuestión”, una fotografía de un momento de creación literaria de la narrativa peruana contemporánea. Se vende marcianos de José Donayre (Lima, 1966) cumple la función de comprobar, en este caso, el registro de CF practicado por una serie de autores locales, el interés por el género; a la vez que muestra tanto la madurez de algunos de sus exponentes, con un estilo personal, y otros aún en construcción de ese estilo. En este sentido el trabajo de recopilación y selección de Donayre es ejemplar.

            La temática del libro aborda básicamente dos ejes dominantes: a) los viajes espaciales y el encuentro con el otro alienígena (y su otra civilización) y b) la CF esotérica influenciada por autores como Erich von Däniken. De lo primero se desprende el énfasis racialista en muchos de los relatos, con influencia del cine norteamericano de los años 50s. En este caso la “raza distinta” sí es posible de verificación. De lo segundo, asistimos a la idea eurocéntrica de que las culturas prehispánicas no pudieron producir tecnología propia sino por medio de ayuda extraterrestre. Un elemento adicional eventual es la presencia de los poderes telepáticos de comunicación.

            El prólogo de Donayre, polémico, sin duda, da muestra del cambio del registro realista hacia lo fantástico que ha experimentado la narrativa peruana en los últimos años, apoyados tanto por el medio editorial independiente como por el ámbito académico. Afirma Donayre que: “La pretendida hegemonía del realismo no es otra cosa que una combinación de intereses políticos, desconocimiento de lo literario y manipulación del mercado por medio de las llamadas estrategias de marketing, sobre todo en estos tiempos, en los que hay menos lectores y más consumidores de libros (16).

            Los cuentos incluidos en Se vende marcianos cumple con los marcos generales de la CF. De ellos destacan los trabajos de Beto Benza, Lucho Freire, José Güich, Carlos Saldívar y Lucho Zúñiga. Ellos logran articular un registro personal, un estilo propio ya sea a través del humor (Freire), la experimentación (Zúñiga) o la rearticulación con la tradición (Benza, Güich, Saldívar). Otros están aún en la consolidación de su sello personal como Antoanette Alza, Jorge Ureta, Carlos Vera Scamarone y Luis T. Moy. A ellos se suman autores del género como José B. Adolph, Juan Rivera Saavedra, Adriana Alarco, Carlos Herrera, Tanya Tynjälä o Daniel Salvo. Hay que indicar que en algunos casos se trata de novelistas que incursionan en el cuento o de autores de lo fantástico que practican la CF, por lo que hay cierta irregularidad en el conjunto. De otro lado más de la mitad de los 32 antologados nacieron a partir de los años 70s lo cual puede ser un indicador generacional que se identifica con lo fantástico o en defecto no tiene prejuicios al abordar estos registros.

            Lo que sí llama la atención es el trabajo con el lenguaje. Aunque no es una obligación la experimentación formal en la CF, tratándose de la representación del futuro, quizás sí sea válido hacerlo –un ejemplo será Iris de Edmundo Paz Soldán-. Los que acercan a esta representación son Arbaiza y Zúñiga, con singulares resultados.

            De Donayre se esperan aún las antologías Arriba las manos (sobre el policial para el 2016) y Sexo al cubo (sobre el erotismo, en 2017). Este programa antológico múltiple ayudará a ampliar aún más el espectro de posibilidades literarias con las que cuentan los narradores peruanos del siglo XXI. Y sobre todo los lectores.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

martes, 15 de diciembre de 2015

Hans Rothgiesser. Réquiem por Lima. Lima: Altazor, 2014. 174 pp.




Hans Rothgiesser. Réquiem por Lima. Lima: Altazor, 2014. 174 pp.

            Con un tiraje de 2,000 ejemplares agotados (comunicación personal con el autor), Requiem por Lima ha sido la gran sorpresa de Hans Rothgiesser (Lima, 1975), autor de El heraldo en el muelle (2009), El heraldo en la barca (2010) y Albatros (2013), novelas que se insertan dentro del fantasy. El autor sostiene que: “Escribir una historia de zombis que transcurre en Lima es fácil, porque Lima ya es una ciudad que está a un paso del escenario post apocalíptico […]”. Con un estilo descriptivo, lenguaje sencillo (no metafórico o poético) y de fácil lectura, la novela utiliza un futuro distópico para aludir a los grandes problemas que atraviesa la nación y la sociedad contemporánea, que han pasado desapercibidos en los pocos comentarios anteriores sobre el libro.

            La novela se sustenta en dos ejes: la aventura y lo posmoderno. Sobre lo primero queda claro que la narración tiende a poner énfasis en los enfrentamientos con los zombis, la lucha, su aniquilación y el escape de la amenaza. Sobre lo segundo, el futuro que plantea Rothgiesser propone un marco ético en el que se privilegia el individualismo y el egoísmo, pues el personaje central, tras la muerte de su familia confiesa que “Desde ese momento entendí que para sobrevivir en este nuevo mundo cada quien tiene que velar por sí mismo” (59, énfasis míos). Asistimos a la muerte y desestructuración de la familia –como ocurre en el registro realista de la novela peruana del siglo XXI. Al individualismo se suma el poco afecto hacia lo humano: “[…] desde entonces no he tenido la capacidad de sentir apego por otro ser humano” (60). Pero en ese futuro todavía hay personas que han perdido a su familia y quieren volver a fundar una, más por nostalgia ya que no se sustenta en un parentesco de sangre. De igual modo un personaje secundario luego del apocalipsis logra hacer realidad sus fantasías: vivir en un lujoso penthouse (85). Aún en el desastre las fantasías existen. Incluso hay un deseo del personaje central de “venir y enfrentarme a estas situaciones, estar cerca de la muerte” (138). Ser un “caminante” es vivir al extremo, tener una pulsión de muerte permanente.

            Lima ha sido infectada por zombis (no se explica la causa), muchos han podido escapar, mientras la ciudad es patrullada por las fuerzas militares, a quienes constantemente se les critica. Una fuerza armada que es capaz de destruir la Huaca Puccllana con la idea de matar más zombis, esconde una acción: los militares son capaces de destruir y acabar con el pasado en aras de un bien colectivo futuro de una nación que no existe. En un momento el personaje observa “[…] casas improvisadas hechas con madera o con esteras. Incluso hay banderas del Perú. No sabía que aún había gente que consideraba a esta nación como algo válido. Después de todo, apenas comenzó la plaga el gobierno colapsó y lo único que quedó del régimen fue el Ejército […] Pero no sabía que hubieran supervivientes en Lima que aún pensasen en que había una nación de la que éramos parte. Me sorprende” (89). ¿Cómo entender estas menciones?, ¿Alguna vez existió el Perú?, ¿Acaso sea difícil aceptar que en el rincón más mísero de la nación exista orgullo por el Perú, mientras una clase social privilegiada reniega del país y busca vivir en el extranjero? ¿Es el futuro o el presente del que habla Rothgiesser?

            Tras el apocalipsis zombi los nativos, es decir, los que quedan aún en Lima son “[…] una maraña de tribus y de grupos que viven desperdigados por lo que alguna vez había sido la ciudad” (78). En ese marco surge una sociedad paralela a las fuerzas militares: los “halcones”, que viven en las ruinas de la modernidad: el tren eléctrico. La figura del “caminante” supone la existencia de un nuevo sistema económico, él obtiene “cosas” (medicinas, tecnología) que otros, fuera de Lima, sí pueden pagar, ya sean por necesidad o por simple nostalgia. En parte es una economía que no produce sino que “roba” lo ya producido para el goce de unos pocos. Lima (Perú) como un gran almacén de materias que cobran utilidad en otro grupo social. El “caminante” recibe una paga por ello. Nuevamente ¿se habla del futuro o del presente?

            La novela de Rothgiesser recoge las ansiedades y fantasías de un sector social. La fantasía de ver destruida Miraflores (como centro del poder económico peruano), tomada por los zombis (¿el pueblo?) nos hace pensar que si Miraflores se destruye, a la vez se destruiría el Perú, porque ¿Qué ocurre en este futuro apocalíptico con otros distritos hoy emergentes? Aunque en Réquiem por Lima se justifica el escenario elegido (Miraflores), por su cercanía al mar, creemos que también es posible la lectura anterior.

Con todas sus particularidades, la novela Réquiem por Lima no es solo un gran avance en el trabajo de Rothgiesser, por su ambientación limeña, sino que además, la novela será referente obligado para las narrativas de temática zombi. Un modelo posible (junto con Historias de guerrillaz de Charles Huamaní) que demuestra el carácter político del género de CF. Una novela se hace popular por los lectores (o medios masivos), pero no por los críticos literarios. Así que la anunciada segunda parte, Réquiem por la Costa Verde, tiene todos los elementos para cosechar el éxito comercial de esta primera entrega.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

sábado, 12 de diciembre de 2015

José Güich. Los caprichos de la razón. Lima: Altazor, 2015. 246 pp.




José Güich. Los caprichos de la razón. Lima: Altazor, 2015. 246 pp.


            José Güich (Lima, 1963) con Los caprichos de la razón, ha escrito, sin duda, su novela más ambiciosa en varios sentidos. Es una novela compleja en su estructura, en la que convergen varios planos temporales, cuyos personajes insólitos entrecruzan. A la vez es una novela histórica, pero alterada en su sentido de pretensión objetiva y más interesada en la potencia en sí de lo ficcional y en la introducción de elementos no-históricos, o fantásticos (lo que denominé anteriormente como “neohistoricismo fantástico”, cfr., “Ortodoxos y heterodoxos…”, 2011). Como en otras narraciones posmodernas juega con los géneros como el relato de aventuras en clave de CF, el relato policial de persecución (que recuerda a Richard Kimble de El fugitivo), con escenas propias del surrealismo y una atmósfera cercana por momentos a The Twilight Zone de Rod Serling. La novela de Güich es esto y más.

            En cuanto a la vinculación con la CF, la línea narrativa principal refiere la persecución del enigmático X, quien haciendo caso omiso a las directivas del Consejo, ha decidido trasladarse a los pueblos bárbaros para verificar su hipótesis: ellos tuvieron antepasados violentos. Se desprende que esos seres del futuro (humanos o alienígenas) viven en una “utopía” que niega la posibilidad de un pasado común violento, lo que iría en contra de su propia historia oficial. El disidente X se traslada al Perú de 1824, próximos a clausurar la independencia definitiva con España. En este punto Güich reconstruye la historia oficial pero añade un elemento extraño: la persecución, pero esto sirve para reflexionar sobre la podredumbre política peruana postindependentista y peor aún, lo que ha significado llegar a la etapa republicana. Es decir, se revisa la historia para cuestionar sus sentidos y su impacto en el presente.

            Por ello, la búsqueda del individuo X, es superficial, porque la verdadera búsqueda es la revisión del pasado. De la novela se desprende que hemos vivido una historia permanente de violencia en nombre de la razón. Así, el futuro (nuestro presente real) se ve desmitificado: llegar a la república no ha sido mejor que el régimen colonial, y tampoco se augura una mejora en algún sistema político. Güich, anticlerical y antimonárquico, es altamente subversivo, pues los grandes ideales libertarios están condenados al fracaso, al ejercer violencia desmedida en un círculo perpetuo de destrucción. Los desastres de la guerra no tienen espacio ni tiempo en la historia universal de la humanidad. Sea en las luchas independentistas del XIX, sea en el marco de los años 80s del siglo XX, la guerra ha estado presente y su presencia será persistente. Como sostiene el perseguidor: “Fuimos bárbaros en tiempos olvidados, lejanos, él aseguraba haber visto las pruebas indiscutibles de las atrocidades, las guerras intestinas, las colonizaciones de pueblos, la esclavitud, los campos de exterminio, la eliminación de poblaciones enteras, la utilización de nuestros semejantes como conejillos de indios para horribles experimentos” (168). Güich no ofrece una alternativa política al caos, muestra la violencia como lo hizo Kubrick o Adolph.

De otro lado, el narrador muestra un rechazo inconsciente permanente a la centralidad histórica del poder limeño, políticos acusados de lisonja, arribismo, traición (17), anarquía, pillaje (19). La miseria del Perú actual puede explicarse por las pésimas conductas de los políticos a lo largo de su historia republicana. Lima es la ciudad del horror, improductiva, una ciudad y sobre todo un poder limeño oficial que no sirve para nada. En este punto la novela es altamente realista y pesimista. Por momentos, parece haber sido escrita con odio supremo.

Con todo ello, y por las características antes señaladas, la novela de Güich corre el riesgo de ser impopular, por la complejidad y orientación política. La aceptación del relato social es cada vez más difícil,  por un lector que niega lo político, cuando el verdadero monstruo (el poder de la violencia o la violencia del poder) está siempre ahí, al acecho, esperando despertar, en cada uno de nosotros. Los caprichos de la razón supone un avance más que significativo en la trayectoria del autor y de la CF peruana. Es el ejemplo de la madurez que ha alcanzado el género y que lleva varios años-luz de ventaja sobre algunas otras tendencias. No solo es alta literatura de entretenimiento sino, además, de reflexión sobre lo humano y sobre nuestra propia historia.

 
Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

viernes, 11 de diciembre de 2015

Francisco Ángeles. Austin, Texas, 1979. Lima: Animal de invierno, 2014. 141 pp.




Francisco Ángeles. Austin, Texas, 1979. Lima: Animal de invierno, 2014. 141 pp.

Francisco Ángeles (Lima, 1977), plantea en esta novela dos momentos en la existencia singular del hombre burgués: aceptar las reglas morales que impone la sociedad o subvertirlas y autodeterminarse por el puro individualismo. En ambos casos, la novela muestra que el hombre fracasa. El padre del personaje respecto de la posibilidad de romper su matrimonio para iniciar el romance con una de sus alumnas  a quien desea (un amor “idealizado” y de la que finalmente huye), confiesa a su propio hijo: “Fui correcto o fui sensato o fui cobarde o todo al mismo tiempo, pero a larga, con los años, igual uno se vuelve viejo, igual todo se va a la mierda” (123). En cuanto a la relación del hijo –Pablo, personaje central- con Adriana, la hija del psiquiatra a quien acude tras su ruptura matrimonial con Emilia (Adriana busca vengarse del padre sobre la base del sexo son sus pacientes) aquel piensa que “No tenía por qué seguir viendo a esa mujer con la que me había sentido muy bien, pero que podía resultar definitivamente peligrosa […]” (130, énfasis míos). Adriana es el fantasma que llena el vacío sexual del personaje central, es la fantasía sexual masculina hecha real, el puro goce, pero a la vez resulta una amenaza.

Podemos sostener que el personaje atraviesa por una crisis emocional, de inmadurez e incluso sexual. El sexo está allí, pero no es suficiente. La novela trata así de un drama en el que el personaje con algunos rasgos del síndrome de Peter Pan, busca su lugar en el mundo y sobre todo su felicidad. En este punto, la novela de Ángeles coincide con una tendencia de la narrativa limeña contemporánea de refractar la crisis de la familia como institución avalada por el Estado-nación, a la vez que explora los mundos privados, y las crisis existenciales de los atormentados sujetos de la burguesía limeña. Lo político está prácticamente diluido. No parece ser una opción vigente.

Sin duda la novela está bien narrada y bien construida, fenómeno frecuente dentro de las sociedades industrializadas. Quizás lo mejor sea la metáfora del conejo, metáfora que se vincula tanto a la potencia sexual (Aura de Carlos Fuentes) como a la figura del hijo ausente no-nacido o presencia siniestra  (Eraserhead de David Lynch). En esta lectura, la vida del conejo corresponde a la vida matrimonial con Emilia, que no provoca abundancia afectiva sino ruptura, soledad, insatisfacción; a la vez, el matrimonio no logra concretarse objetivamente con un hijo. Al dar muerte al conejo se acaba tanto con la posibilidad de generar descendencia, a la vez corta con las pulsiones sexuales. De alguna manera es una derrota –al igual que en la fantasía del padre-.

La novela también destaca en cuanto al tratamiento de las escenas erótico-sexuales, pero a diferencia de lo que ocurre en relatos como Crash de Cronenberg –basado en la novela de Ballard- o en las novelas de Henry Miller, en donde sí tienen justificación dentro de la trama; aquí asistimos a escenas visuales que están hechas más para la fantasía masculina, digresiones que se desvían de la narración principal de la novela (la crisis existencial, matrimonial, etc.). Con todo, Austin, Texas 1979 de Ángeles, reafirma una tendencia que no sabemos aún si será eventual o permanente (la denominada “autoficción”), pero que presenta a uno de sus cultivadores.


Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

jueves, 10 de diciembre de 2015

Jorge Ureta. Las bestias del abismo. Lima: Altazor, 2015. 117 pp.




Jorge Ureta. Las bestias del abismo. Lima: Altazor, 2015. 117 pp.

            Jorge Ureta (Lima, 1990) es autor de las novelas El caballero Tetrapaq y de Las bestias del abismo. Como todo autor nacido a fines del milenio pasado está influenciado por la cultura de masas, y en particular, del cine y la televisión. En esta última novela las influencias son la canadiense Cube (1997) de Vincenzo Natali, The Truman Show (1998) de Peter Weir, Donnie Darko (2001) de Richard Kelly en incluso de la televisiva Wayward Pines de la cadena FOX. Sobre la primera ejerce influencia en la novela el espacio cerrado imposible (en este caso, una casa en medio de las nubes a la que deben recluirse mediante la violencia), la atmósfera que provoca angustia por sentirse encarcelado, así como la necesidad de trabajar en equipo para salir del encierro o explicarlo. De Truman, la posibilidad de ser observados por un reality show –aunque es posible encontrar otro parecido con Los juegos del hambre-; de Donnie Darko, la imagen siniestra del conejo parlante (aquí se trata de un hombre disfrazado de pollo que los amenaza con un arma). En todas las referencias está presente la paranoia y la teoría de la conspiración. De Wayward Pines, la misteriosa muralla que encierra a los personajes

            Dividida en cuatro partes, la novela de Ureta propone una situación fantástica, posapocalíptica en la que Lima ha desparecido y Arequipa es la capital (de ser cierta esta premisa la novela juega con la CF). Los personajes se encuentran en un espacio imposible intemporal, un laberinto rodeado de abismos y una casa en la que cada quien busca su refugio para salvaguardar su existencia sobre el otro. Quizás aquí encontremos una refracción de las familias disfuncionales que son más frecuentes en el siglo XXI y que disuelven la idea de la “familia” como institución fundamental del Estado-nación. Lo que domina es lo contrario, la singularidad y el egoísmo, el interés particular y el individualismo.

            Conforme avanza la novela las pistas falsas iniciales se disuelven y el dato escondido se revela mediante flashbacks. Observamos la familia disfuncional de Jonás, personaje principal de la novela, enfermizo, que ve a su propia madre suicidarse, mientras él –Ezequiel- y su hermano convulsionan, no queda claro si producto de la enfermedad o de si ambos han sido envenenados por la madre antes del suicidio debido al abandono paterno y la enfermiza condición de los hijos (como de modo frecuente ocurre en las noticias de crónica policial limeña). Lo cierto es que al “despertar”, el personaje central aparece en un universo físico más cercano al limbo, o acaso purgatorio (alguno de los personajes afirma que están en el infierno). Esta otra lectura permite hacer más verosímil la existencia de los personajes: lo que hemos visto es solo una imagen del infierno. El Jonás de Las bestias del abismo se revela al final de la novela como Ezequiel, es decir, ha habido una suerte de duplicación o fractura del sujeto que ha asumido la imagen del otro.

            Lo mejor de la novela radica en la construcción de la atmósfera, enrarecida por el acecho de monstruos sobre la casa que cobra diversas formas, así como una suerte de pequeños hechos imposibles que ocurren en la novela lo que invita al lector a una mayor atención del detalle. Estamos frente a un narrador que busca inscribir su novela dentro de referentes locales, y que posee a la vez cierta originalidad que le permite reescribir las fuentes, los modelos, las influencias. Quizás el hecho de explicar la estancia como una forma de infierno haga que la novela se vuelva conservadora en términos ideológicos (y pierda fuerza), pero con todo sigue siendo original pues se trata de un infierno televisado para las bestias, que disfrutan el show humano postmortem, mientras el sujeto sigue tratando de responder a las eternas preguntas: ¿De dónde vengo?, ¿A dónde voy?

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

viernes, 27 de noviembre de 2015

Selección peruana 2000-2015. Lima: Estruendomudo, 268 pp. Dirección técnica: Ricardo Sumalavia.




Selección peruana 2000-2015. Lima: Estruendomudo, 268 pp. Dirección técnica: Ricardo Sumalavia.

            En una reseña anterior (vid. El fin de algo) sosteníamos que “Toda antología responde a la sensibilidad del antologador que escoge de entre una serie de libros o autores, los cuentos más significativos o modélicos, no solo desde el punto de vista estético-ideológico sino que reafirmen su hipótesis de trabajo”. A ello agregamos también que toda antología suele ser en la práctica, una selección arbitraria basada en criterios personales. La antología preparada por Ricardo Sumalavia no escapa a ambos principios. La selección se restringe a 11 autores (al modo de un equipo de fútbol). Los resultados son más bien discretos. Sumalavia parte del carácter lúdico de la propuesta (7) que busca una armonía entre sí (7), en estos dos puntos estamos de acuerdo: los autores elegidos conforman un todo casi compacto. Pone como fecha arbitraria de nacimiento, el de 1975, en adelante, aunque reconoce la valía de otros autores no incluidos y que bien podrían haber formado parte de esta selección, pero no explica el porqué de su exclusión (11 en realidad es un número muy exigente ante el gran número de autores de calidad que escriben en la actualidad), objeción observada por José Carlos Yrigoyen y Jorge Valenzuela.

            Sumalavia establece una relación contexto-texto para explicar la producción de esta nueva generación (por criterios didácticos los denominaré así): la recuperación de la clase media, el crecimiento editorial, diversas propuestas temáticas, uso de redes sociales (9). Esto es solo la parte superficial. Los temas que los autores seleccionados trabajan son el exilio, metáforas de la violencia, las relaciones entre padres e hijos y la “autoficción” (10-11). Añade que “éste no es un libro que pretenda ser canónico” (11) y sobre los autores refiere que cada autor establece su propio canon literario lo que es una muestra de diversidad (13). Hay un error en la interpretación de la encuesta final, porque sí están nombrados tres de los principales autores del “boom”: García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar; dentro del espectro de influencias –en el mismo valor- aunque tienden más hacia la dispersión. Como bien señala, hay una preferencia por autores extranjeros anglosajones, pero son los latinoamericanos los que encabezan la lista (Bolaño, Felisberto Hernández, García Márquez y Cortázar) en igualdad con otros. Este punto es importante así como también la preferencia por los autores de su propia generación, por ejemplo, Daniel Alarcón aparece con 3 menciones, frente a una mención de Ciro Alegría. Entonces, se puede interpretar que hay una emergencia de un nuevo canon, es decir, ¿realmente la encuesta sí nos dice algo nuevo, al menos dentro del imaginario de los propios autores?, ¿o no se puede llegar a esta conclusión radical, por la sencilla razón de que la parte (la muestra en sí misma) no hace al todo? Al igual que en El fin de algo, hay una continuidad con la tradición urbano-limeña, heredera de la narrativa de los años 50s.

            Sobre la selección sí destacan algunos autores dentro del grupo: Carlos Yushimito, Daniel Alarcón, Gabriela Wiener, Pedro Llosa Vélez y Francisco Ángeles. Y en conjunto, los autores seleccionados muestran dos cosas: un manejo de las estructuras y técnicas narrativas (por herencia del “boom”), es decir, han asimilado la forma. De eso no hay dudas. De otro lado, en cuanto al contenido, se trata de una narrativa moderna en cuanto a la mirada y espíritu con que ha sido escrita, es decir, es una narrativa escrita desde el siglo XXI, que ha asimilado tanto la tecnología de uso cotidiano, la cultura de masas, así como los efectos de la posmodernidad (el mundo de lo privado ahora ficcionalizado). Sin embargo no es suficiente. Y no lo es por la sencilla razón que esto da cuenta de una crisis del realismo tradicional que deriva en una narrativa sentimental (y de conflictos familiares, o de las responsabilidades del ser adulto) pensada más para el entretenimiento de un sector social específico. Se trata de escribir sobre las crisis de la clase media, en el que lo político ni siquiera está diluido: simplemente no aparece, ha sido borrado. Y con ello gran parte de nuestra historia reciente.

Sobre la exploración de lo íntimo, del mundo familiar, de los afectos privados, reiteramos lo señalado en la reseña sobre El fin de algo y cito: “Un factor que aglutina a gran parte de los autores es la temática ligada a la familia, al espacio de lo íntimo y en algunos casos la autorreferencialidad. La reiteración a la exploración de los lazos familiares, los afectos, o la disfuncionalidad de las relaciones humanas más que un nuevo interés (un tema “nuevo”) suponen la refracción de su crisis en la sociedad moderna. Es decir, si en el siglo XIX la imposibilidad de la unión matrimonial entre los jóvenes amantes aludía a la dificultad de las recientes naciones para configurarse como tal (como sostiene Doris Sommer en Ficciones fundacionales), en el siglo XXI asistimos a su crisis: la nación ha sido “demócrata”, pero es una institución que no funciona, por ello los ideales colectivos (la justicia social) han decaído para dar paso a los deseos individuales y al hedonismo. La familia es metonimia de la nación y su crisis “afectiva” solo devela la crisis por la que atraviesa el Estado-nación”.

            La literatura es un artefacto altamente político, como sostiene Jacques Rancière, por ello, a la luz del material publicado, no resulta extraño que lo político esté hoy en la narrativa fantástica y la CF, mientras que nuestra tradición realista sea ahora “evasiva” y ese factor político se diluya o tienda a evaporarse. Ya Fredric Jameson, en Arqueologías del futuro, ha escrito sobre el carácter político de toda CF –que se extiende a lo fantástico (cfr. Rosemary Jackson). Incluso –solo por citar casos notables en el registro de lo fantástico y la CF de autores nacidos hacia 1970- son los libros: Crónica de amores furtivos (2008) de Sandro Bossio (1970), Cuatro páginas en blanco (2011) de Lucho Zúñiga (1978), Cacería de espejismos (2013) de Pedro Novoa (1974), Todos los días son de ceniza (2013) de Fernando Sarmiento (1974), Shogun inflamable (2015) de Salvador Luis (1978) o Siete paseos por la niebla (2015) de Yeniva Fernández (1969) (o los que nacieron durante los años 60s como Prochazka, Iwasaki, Herrera, Güich, Donayre –el propio Sumalavia- o Salvo), aunque algunos no cumplan el criterio de selección, por haber nacido antes de 1975.

Nos encontramos en un punto de inflexión: o el realismo dominante que se practicaba ha cambiado a otra cosa y solo queda ver ese pasado con nostalgia (y aceptar el cambio), o esta percepción se debe a que los autores elegidos responden a estos criterios estético-ideológicos. En este punto, la antología de Sumalavia cumple con mostrar al lector limeño qué es lo que hay (esta focalización también ha sido observada por Javier Ágreda: se restringe a autores vinculados en su mayoría a Lima frente a los de provincias). Sumalavia ha tenido el rol (él le denomina “tarea gratamente difícil”, 8) de haber develado parte de lo “nuevo” en los últimos quince años, en este punto la antología cumple en el sentido de mostrar, al modo de los Tableaux vivant o cuadros vivientes, una “escena”, un “momento”. Lo único cierto es que será el tiempo y la distancia las que permitan una mejor comprensión de la narrativa peruana “penúltima”.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

domingo, 22 de noviembre de 2015

Los atacantes. Alberto Chimal. Madrid: Páginas de Espuma, 2015. 113 pp.





Los atacantes. Alberto Chimal. Madrid: Páginas de Espuma, 2015. 113 pp.

En Rashomon (1950) de Akira Kurosawa, uno de los personajes expresa que “El horror está de moda”, quizás nada más cercano a la realidad que vivimos el día de hoy, al horror político, a la amenaza de una Tercera Guerra Mundial. Alberto Chimal (México, 1970) prefiere, en cambio, situar los textos de Los atacantes dentro de un mundo privado amenazado por el poder tecnológico, pues ese es el eje que estructura el libro: el poder que lo devora todo, que convierte al agente amenazante en un ser omnisciente y omnipotente, gracias a la tecnología (principalmente) y al dinero. Esto configura un mundo representado lleno de monstruos humanos tecnologizados que en este mismo momento nos están grabando y suben a la red imágenes privadas; así, nos acosan, nos atacan en las redes sociales, correos electrónicos, pueden obtener datos privados, porque mucha de esta información está ya expuesta en internet. En este punto, no se trata de monstruos clásicos sobrenaturales (vampiros, hombres-lobo, autómatas o momias) sino naturales, uno de ellos es el serial-killer o asesino en serie, como ocurre en “Tú sabes quién eres” y “Aquí se entiendo todo”.

“Tú sabes quién eres” refiere desde la voz masculina del acosador (o atacante) hacia una mujer que termina siendo su víctima. De la acción de stalkear (espiar y perseguir) pasamos al acto final. Ninguna acción es suficiente para escapar de los ojos del acosador. Todos de algún modo somos ya víctimas tanto de la violencia como de la tecnología. La tecnología permite eso. En otro texto “Aquí se entiendo todo” se busca una explicación racional a una imágenes perversas de un payaso asesino con reminiscencias a It de Stephen King (se duda de su autenticidad por comodidad), convertido en una leyenda urbana. No hay límites entre lo real y lo virtual. Asistimos de nuevo al secuestro y tortura provocados no por agentes irreales sino reales (humanos de carne y hueso). El mal es gratuito, cotidiano, y no está justificado. Vivimos en un mundo en el que no hay sentido, cualquiera puede desaparecer, ser una estadística. “[…] los monstruos gustan no solo porque entretienen sino también porque en el fondo son un consuelo” (72), se afirma en el texto. La víctima es siempre el otro, no uno mismo. El monstruo puede ser cualquiera ya que ni siquiera tiene el aspecto de “[…] un payaso, un demonio, un ser inhumanamente alto, un monstruo tentaculado del espacio ni un criminal peligroso” (72-73). El monstruo puede ser (y es) tu vecino, tu amigo, tu jefe o tu editor. Además, “nadie es tan importante como para que lo echen de menos o investiguen su paradero” (74). Y estas historias se alimentan del propio internet, las leyendas urbanas del mundo virtual o “creepypasta” funcionan para un lector habituado a los medios digitales. A ello se agrega que el horror televisivo permite dejar con vida a quienes ayudan a crear la ambigüedad (como los periodistas) al modo de Asesinos por naturaleza de Oliver Stone.

            Otro tipo de monstruos que construye Chimal son aquellos que tienen poder económico, lo que le permite transgredir la condición humana de los otros como ocurre en “Los salvajes” y “La gente buena”. En “Los salvajes” el hijo de capo de un cartel de la mafia decide hacerse literato y dedicar su vida a esta. Para ello no se le ocurre mejor idea que revivir a Roberto Bolaño para escribir de primera fuente, y hacer una tesis sobre la novela 2666. El poder económico y político puede generar una tecnología para tal fin. El problema se revela cuando Bolaño regresa al mundo de los vivos como lo que es: un salvaje, o mejor dicho un zombi salvaje. En “La buena gente” se observa la relación de amo-esclavo en pleno siglo XXI. Estas relaciones de poder implica la sumisión asumida por los súbditos como feliz. De otro lado se metaforiza la imagen del futuro de la nación mediante los niños recién nacidos que son sacrificados para elaborar una extrañas pastillas de colores (que nos recuerda desde los campos de exterminio en Auschwitz hasta The Matrix), que es consumida solo por los que tienen el poder económico. Se trata de una alegoría sobre la violencia que azota a Ciudad Juárez en México, pero también refracta los círculos de poder más extremos cercanos al poder político oficial. Necropolítica pura desde un marco del realismo costumbrista.

            Otros dos textos reescriben la tradición fantástica y de CF como ocurre en “Él escribe su nombre” y “Connie Mulligan”, respectivamente. En “Él escribe su nombre” asistimos a una suerte de posesión temporal de dos amantes violentos muertos sobre los cuerpos del personaje central y de su pareja. La identidad está en juego, al asumir las actitudes y conductas de otro. Hay un guiño a El resplandor de Stephen King en cuanto al personaje que asume otra identidad al entrar en otro espacio (en otra dimensión que carga un pasado negativo) y cuyo final visibiliza la imposibilidad de definir los límites entre realidad y ficción, entre el azar o la casualidad. “Connie Mulligan” juega, en cambio, con las teorías de la conspiración, el new age y la posibilidad que los alienígenas hayan concebido un hijo con una mujer humana, en este caso Connie Mulligan (una digresión: A veces la realidad supera la ficción por eso tenemos ya un candidato presidencial que es de una “raza distinta” -no humana posiblemente- que amenaza con expandir su imperio y poder). Chimal se acerca a la ficción paranoica pues el personaje-editor cree haber sido hackeado en su información íntima frente a una madre y su supuesta hija alienígena, a quienes no puede rechazar porque se trata de personas muy influyentes en las más altas esferas del poder. En un momento se afirma que a los locos con poder “les dan cartas de recomendación, les dan permisos, mandan que otros los atiendan y los sirvan” (53). El licenciado Miguel Florencia y editor en mención, finalmente debe aceptar lo imposible: la posibilidad del fruto alienígena y quizás su nuevo rol de padre frente a la cosa siniestra.

Finalmente, un texto solitario “Arte” se revela como una suerte de arte poética sobre lo fantástico. Es el texto más conceptual que toma como pretexto el fin del mundo, cuya imagen ha sido reproducida al infinito por las producciones norteamericanas. La fantasía apocalíptica sirve para pensar en el fin del arte, sí su finalidad es entretener o simplemente como en Mullholland Drive, “no hay banda, n[i] hay orquesta”, es decir, no hay sentido, no hay nada más allá de los significantes. Solo sabemos que el fin del mundo ocurre a cada minuto cuando uno cierra los ojos y sueña, pudiendo atraparnos en la situación más anodina, común y menos heroica. La gente muere no al modo de los films, sino de un modo quizás más humillante y solitario.

En cuanto al recurso del humor, este se destaca sobre todo en “Los salvajes” y “Connie Mulligan”. En ambos casos el humor mengua, disminuye el horror en sí de las situaciones y muestra lo absurdo de las situaciones. Por ello no es gratuito pensar en los universos de Chimal como kafkianos. Son cuentos de horror con humor o de humor con horror, todo depende de qué tipo de atacante sea usted, amable lector (otra digresión, en Brasil han creado un término: “terrir”, mezcla de terror y risa-humor, para diferenciarlo del terror puro). La incredulidad de los personajes ayuda a hacer creíbles las historias. Chimal potencia el terror contemporáneo y lleva al lector hacia su propio mundo: un mundo de derrotas y paradojas, en el que sufren los que están al medio, mientras los de arriba ejercen su poder, un mundo que ha borrado ya las fronteras entre lo público y lo privado. En ese sentido son historias de la vida diaria en el que los rumores perversos de las leyendas urbanas cobran vida desde la voz singular del atacante número uno de Tolima, Chetumal y del D. F.: Alberto Chimal.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

viernes, 6 de noviembre de 2015

Rafael Ángel Herra. Lo monstruoso y lo bello. San José de Costa Rica: Editorial UCR, 2015. 157 pp.




 
Rafael Ángel Herra. Lo monstruoso y lo bello. San José de Costa Rica: Editorial UCR, 2015. 157 pp.

            Rafael Ángel Herra (Costa Rica, 1943) escritor y filósofo de profesión, posee una bibliografía extensa tanto en el campo de la ficción (narrativa, poesía) como en el ensayo. Lo monstruoso y lo bello (1ra edición 1988, reimpresión 1999, 2da edición 2015) es un trabajo ensayístico muy sugerente sobre la figura del monstruo. El autor se ampara en el aparato psicoanalítico  freudiano para dar cuenta del monstruo como fenómeno, como objeto percibido. No es su finalidad el presentar alguna taxonomía sino reflexionar de modo bastante agudo, sobre la base de la descripción y la presunción (p. 44, nota 5). El autor usa, además, un estilo metafórico comprensible. El libro se divide en tres grandes secciones: a) análisis de lo monstruoso en la cultura (incluye la literatura); b) estudio de lo bello en relación a lo monstruoso; c) análisis sobre temas vinculados a los dos anteriores (Kafka, entre otros).

            Como sostiene en el prólogo Néstor Braunstein, el monstruo es una proyección del interior del ser humano. Este “objeto fóbico” tiene una finalidad: proteger al sujeto, pues el miedo encarnado/materializado en este “objeto” se hace controlable. Así Herra sostiene que el monstruo “[…] crea espacios de asco, desmesura, imprevisión y desorden. Es muerte, ausencia de simetría, sinrazón, ruptura del yo” (3). El ser humano expulsa el mal fuera de sí (7), por ello, el monstruo da forma al mal, que se ha proyectado como fuera del sujeto, pero que en verdad surge de él mismo. El monstruo es una especie de doble humano que lo encarna y es su revés.

Una digresión, en otro texto, “El deseo llega con ropaje de monstruo” (2014) (no incluido en este libro), Herra sostiene que: “Igual que el sueño, el monstruo es irreal, pero finge realidad: como aquel, en las pesadillas amenaza destruirnos o, al menos, poner en cuestión nuestra estabilidad en el mundo — inestable a pesar nuestro— en donde me constituyo día a día”. El monstruo queda adscrito a lo onírico, como una extensión del yo. El monstruo borra fronteras entre la vigilia y el acto de dormir, se mueve en un espacio intermedio, fronterizo entre lo real e irreal.

            Un ensayo particular que destaca de Lo monstruoso y lo bello es “El hecho espectacular”, que si bien trata sobre el fenómeno teatral y la relación entre sujeto y representación, sus características bien pueden extrapolarse a una hermenéutica del texto en el que confluyen factores como: a) el sujeto inconforme con el desenlace de lo narrado; b) el sujeto que acepta como hecho externo la resolución del final; c) el sujeto que proyecta, visiona el desenlace (coopera con el final), mezcla de a y b; d) la experiencia previa del espectador/lector; e) la disposición del espectador/lector para la comprensión de la obra; f) el descubrimiento por parte del espectador/lector de significados no previstos por el autor.

            La figura del monstruo y de lo monstruoso ha sido poco abordado desde el ámbito teórico latinoamericano. Lo monstruoso y lo bello cumple con llenar ese vacío, además de ser un magnífico ensayo filosófico-literario que ameritaría una mayor difusión en estas latitudes fantásticas.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

sábado, 26 de septiembre de 2015

Paul Guillén. Poesía y psicoanálisis. Falo/Escritura en Enrique Verástegui. Lima: Perro de ambiente, 2015. 118 pp.




Paul Guillén. Poesía y psicoanálisis. Falo/Escritura en Enrique Verástegui. Lima: Perro de ambiente, 2015. 118 pp.

            Paul Guillén (Ica, 1976) poeta y crítico literario es autor de Poesía y psicoanálisis. Falo/Escritura en Enrique Verástegui. El libro es su tesis de licenciatura adaptada al formato libro, que no deja de lado el aparato teórico, en este caso el psicoanálisis lacaniano. En el prólogo se sostiene la poesía de E. Verástegui (Cañete, 1950) “es una forma de lucha contra el capitalismo alienante que comprime y enajena al ser humano” (10), de ello se desprende el lado político de Verástegui que se apropia de los propios conceptos y valores de la sociedad capitalista para rearticular un programa poético en el que se inscriben diversos registros formales y temáticos. Guillén es consciente también que existe una problemática sobre la posibilidad del abordaje de textos poéticos por el psicoanálisis (12-13).

            El capítulo I se concentra en la recepción crítica de la poesía del autor de En los extramuros del mundo. La principal crítica que hace Guillén al estado de la cuestión crítica es el carácter sociológico que ha dominado la lectura de la poesía peruana, que condiciona el texto al contexto de modo mecánico y torpe, para dejar de lado realidades metafísicas o líricas (17) que se potencian en los textos de ficción. Así mismo rechaza el privilegiar lo dominante (la narrativismo) y dejar de lado otros elementos por considerarlos marginales dentro de la poesía de los años 70 (el surrealismo, el simbolismo). En cuanto a la noción del “poema integral” de Hora Zero que estudia el autor, nosotros agregamos que conecta también con el peso del “boom” y su propuesta de la “novela total”.

            El capítulo II analiza la idea de poesía de Verástegui y se sostiene que “cualquier texto produce estructuras sociales sea llamado fantástico, metaliterario o neorrealista […] todo texto al ser parte de la sociedad no puede escapar de ser un elemento cultural y político […]” (51). Todo esto para defender una lectura que privilegia la obra más como un fenómeno artístico que como mero fenómeno social. Guillén hace un recorrido de las influencias de Verástegui desde un punto de vista técnico-poético que se refractan en sus poemas. El capítulo III estudia en concreto el libro Monte de goce, al que se le atribuye un carácter posmoderno y se lee desde la teoría lacaniana.

El libro es un trabajo teórico y hermenéutico importante, sobre todo para el análisis poético. De otro lado, aborda a un poeta clave de la lírica peruana de la segunda mitad del siglo XX, aún vigente como modelo. Si bien el “circuito” de libros de crítica literaria es muy reducido o nulo respecto del “mercado” de la ficción (narrativa y poesía) que sigue siendo aún artesanal o premoderno, en los términos de Cornejo Polar, esperamos que este trabajo concite la atención no solo de los lectores de poesía sino de aquellos interesados en explorar desde una lectura académica la obra de Verástegui.


Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Rodolfo Ybarra. Secreto de Estado. Lima: Arteidea, 2012. 100 pp.


Rodolfo Ybarra. Secreto de Estado. Lima: Arteidea, 2012. 100 pp.

Rodolfo Ybarra (Lima, 1969) es quizás el secreto mejor guardado de la narrativa peruana contemporánea. Ybarra está sumergido en la contracultura limeña, la estética punk y en el activismo político. Si bien posee una larga labor poética desde los años 90 en adelante, el paso de la poesía a la narrativa ha dado frutos notables: la novela Matagente, texto paródico sobre un asesino en serie, además de colaboraciones en antologías en los que sus textos destacaban del conjunto respectivo. Secreto de Estado es una novela breve o “nouvelle” en la que vuelve a sorprender. Y llama la atención por la casi nula recepción.

La novela se inserta dentro del ciclo de la “violencia política”. Ybarra construye la voz artificial de un ex miembro de las fuerzas armadas que da testimonio a un periodista extranjero sobre los horrores de la “guerra” y sus métodos de tortura. Este punto es clave por cuanto Ybarra propone una mezcla entre la novela política y el relato de horror, que apela a referentes de la cultura pop. Es decir, por un lado, cuestiona el accionar militar; por otro, desvirtúa o mengua el horror a través de estas menciones.

Si el horror es irrepresentable y obsceno, Ybarra se vale del “falso testimonio” para dar cuenta del horror en su dimensión física. Pero no crea el lector que la novela es cómoda por este artificio, pues al final se incluye un apartado titulado “Off the record” en el que se incluyen fragmentos “reales” sobre el caso. Así, realidad y ficción quedan imbricados en un diálogo eterno por cuanto no puede saberse con certeza qué es verdadero y qué es falso.

La teoría de la conspiración, la necrofilia, son también parte de esta trama, con un final teatral, en el que la voz asesina controla totalmente el escenario. Secreto de Estado es una novela que enriquece el ciclo narrativo de la “violencia política” y pone en cuestionamiento la “mimesis” con la cual se ha tratado el tema desde la literatura, pues potencia la ficción sobre la realidad, sin dejar de aludirla.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos