jueves, 10 de diciembre de 2015

Jorge Ureta. Las bestias del abismo. Lima: Altazor, 2015. 117 pp.




Jorge Ureta. Las bestias del abismo. Lima: Altazor, 2015. 117 pp.

            Jorge Ureta (Lima, 1990) es autor de las novelas El caballero Tetrapaq y de Las bestias del abismo. Como todo autor nacido a fines del milenio pasado está influenciado por la cultura de masas, y en particular, del cine y la televisión. En esta última novela las influencias son la canadiense Cube (1997) de Vincenzo Natali, The Truman Show (1998) de Peter Weir, Donnie Darko (2001) de Richard Kelly en incluso de la televisiva Wayward Pines de la cadena FOX. Sobre la primera ejerce influencia en la novela el espacio cerrado imposible (en este caso, una casa en medio de las nubes a la que deben recluirse mediante la violencia), la atmósfera que provoca angustia por sentirse encarcelado, así como la necesidad de trabajar en equipo para salir del encierro o explicarlo. De Truman, la posibilidad de ser observados por un reality show –aunque es posible encontrar otro parecido con Los juegos del hambre-; de Donnie Darko, la imagen siniestra del conejo parlante (aquí se trata de un hombre disfrazado de pollo que los amenaza con un arma). En todas las referencias está presente la paranoia y la teoría de la conspiración. De Wayward Pines, la misteriosa muralla que encierra a los personajes

            Dividida en cuatro partes, la novela de Ureta propone una situación fantástica, posapocalíptica en la que Lima ha desparecido y Arequipa es la capital (de ser cierta esta premisa la novela juega con la CF). Los personajes se encuentran en un espacio imposible intemporal, un laberinto rodeado de abismos y una casa en la que cada quien busca su refugio para salvaguardar su existencia sobre el otro. Quizás aquí encontremos una refracción de las familias disfuncionales que son más frecuentes en el siglo XXI y que disuelven la idea de la “familia” como institución fundamental del Estado-nación. Lo que domina es lo contrario, la singularidad y el egoísmo, el interés particular y el individualismo.

            Conforme avanza la novela las pistas falsas iniciales se disuelven y el dato escondido se revela mediante flashbacks. Observamos la familia disfuncional de Jonás, personaje principal de la novela, enfermizo, que ve a su propia madre suicidarse, mientras él –Ezequiel- y su hermano convulsionan, no queda claro si producto de la enfermedad o de si ambos han sido envenenados por la madre antes del suicidio debido al abandono paterno y la enfermiza condición de los hijos (como de modo frecuente ocurre en las noticias de crónica policial limeña). Lo cierto es que al “despertar”, el personaje central aparece en un universo físico más cercano al limbo, o acaso purgatorio (alguno de los personajes afirma que están en el infierno). Esta otra lectura permite hacer más verosímil la existencia de los personajes: lo que hemos visto es solo una imagen del infierno. El Jonás de Las bestias del abismo se revela al final de la novela como Ezequiel, es decir, ha habido una suerte de duplicación o fractura del sujeto que ha asumido la imagen del otro.

            Lo mejor de la novela radica en la construcción de la atmósfera, enrarecida por el acecho de monstruos sobre la casa que cobra diversas formas, así como una suerte de pequeños hechos imposibles que ocurren en la novela lo que invita al lector a una mayor atención del detalle. Estamos frente a un narrador que busca inscribir su novela dentro de referentes locales, y que posee a la vez cierta originalidad que le permite reescribir las fuentes, los modelos, las influencias. Quizás el hecho de explicar la estancia como una forma de infierno haga que la novela se vuelva conservadora en términos ideológicos (y pierda fuerza), pero con todo sigue siendo original pues se trata de un infierno televisado para las bestias, que disfrutan el show humano postmortem, mientras el sujeto sigue tratando de responder a las eternas preguntas: ¿De dónde vengo?, ¿A dónde voy?

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos