miércoles, 27 de octubre de 2021

Víctor M. Lozada Andrade. Discerpo. Lima: Animal de invierno, 2021. 138 p.

 

ctor M. Lozada Andrade. Discerpo. Lima: Animal de invierno, 2021. 138 p.

 

               En esta segunda novela de Víctor M. Lozada Andrade (Arequipa, 1983) se plantea un escenario distópico provocado por un extraño virus que ataca los procesos psicológicos e impide la formación de sentimientos y emociones. Una de las distopías claves acerca de la anulación de los sentimientos es 1984 de Orwell, cuyo Ministerio del Amor solo tolera el amor hacia el Gran Hermano y al Partido, pero no entre sus miembros. Si bien la novela de Lozada se orienta más hacia la exploración de las implicancias filosóficas y humanas de la pérdida de las emociones (que sería aquello que nos haría humanos, a diferencia de las máquinas), hay dos películas con las que dialoga la novela: Equals (2015) y The purge (2013).

               En el caso de Equals, película distópica que presenta una sociedad en la cual los sentimientos han sido controlados y eliminados por la medicina para hacer de la sociedad mucho más productiva y eficiente, y en la que la expresión de emociones es tratada como el rebrote de una enfermedad del pasado que debe de controlarse, es claro que Discerpo podría leerse como una lejana precuela de Equals. En cuanto a The purge, la exacerbación de la violencia urbana y el descontrol por parte de grupos ultra-agresivos tiene conexiones con la parte final de la novela de Lozada. Estas conexiones pueden ser casuales, pero en el horizonte de lo contemporáneo, el cine en una referencia casi inevitable.

               Sobre la novela en sí, lo más interesante no es tanto el paralelo entre ese mundo representado distópico y su parecido con la realidad del covid 19, sino su intento por explorar el lado más humano a partir de los supuestos efectos del virus “discerpo”. En una primera parte la línea narrativa trata de reflexionar acerca de la finalidad, objetivo, o sentido de la vida en los humanos (de la que carecen los que padecen “discerpo”, que se asemejan a las personas con depresión y sin sentido positivo de la vida). Pero cuando trata -por momentos- de vincularlo a la filosofía oriental como solución alterna, es cuando se pierde la densidad psicológica y el conflicto.

               Dado que el personaje ya está infectado al inicio de la novela -y todo lo que está en medio no es más que un recuento de ese pasado reciente-, la voz narrativa construida por Lozada cuenta la historia sin afectos o sentimientos. Esto hace que la novela pueda entenderse como fría y ascéptica y hasta muy racional. Discerpo recoge otros elementos ya codificados de las distopías como los prejuicios contra los que padecen el virus, el aislamiento por parte del gobierno (al modo de guetos), y la ola de violencia urbana, y cuyo Estado es incapaz de poner orden. Pero más terrible que perder los afectos amorosos sería la perdida de la misericordia o compasión frente al otro doliente.

               En el cine las historias distópicas se centran en sujetos individuales que tratan de sobrevivir y de enfrentarse a la amenaza, pero nunca hay planes colectivos ni la lucha por la aparición de un nuevo orden social (más justo y solidario). El capitalismo – a través del imaginario del cine distópico- nos impide ver más allá. Discerpo se inserta en esta última línea, distópica y pesimista. Sobrevivir o morir: esa es la cuestión.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

martes, 19 de octubre de 2021

Miguel Sánchez Flores. Secta Pancho Fierro. Lima: Planeta, 2017. 166 p.

 

Miguel Sánchez Flores. Secta Pancho Fierro. Lima: Planeta, 2017. 166 p.

 

               Con Secta Pancho Fierro, Miguel Sánchez Flores (La Plata, 1979) obtuvo el VIII Premio de Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro. En 2016 publicó el libro de relatos Ciudades vencidas y en 2020 fue editor de Mitologías velasquistas. Con formación en periodismo, estudios de Literatura y una maestría en Historia del Arte en la PUCP, el autor propone en la novela una premisa sugerente: hay en el campo de la Historia del arte peruano una secta: “Empresarios, políticos, artistas, coleccionistas. Su principal función es escribir una historia del arte peruano elitista y excluyente. Les disgusta el arte popular, la artesanía y se alaban solo entre ellos. Basta mirar los pocos espacios culturales en diarios y revistas para darte cuenta que siempre son los mismos […]” (52).

               A partir de esta idea, el autor propone un juego al lector: hay una secta (no dice “mafia” que inclinaría las acciones hacia lo criminal, ni “argolla” ligada más al “compadrazgo” del que hablaba Luchting en los años 60 para referirse a la narrativa del boom latinoamericano), es decir, una comunidad cerrada y de tintes conservadores. Esta secta excluye toda forma de arte que no se ajusta a sus propios cánones de belleza o de artisticidad. Esto nos lleva a preguntar ¿Hasta qué punto la “argolla” cultural es un delito establecido en la ley? Curiosamente no son los licenciados con formación en Historia del arte (demás está decir que la única escuela en el nivel de pregrado y doctorado que existe en el Perú se encuentra en San Marcos), sino como dice el narrador “Empresarios, políticos, artistas, coleccionistas”, es decir, gente más vinculada al mercado del arte, a otras disciplinas, y a las clases dominantes, los que se encargan de escribir esta historia. Asimismo, la canonización se da a través de los medios de prensa, antes que por las investigaciones universitarias de circulación restringida.

               Es claro que la idea de una “secta” (“argolla” o “mafia”) no es nueva dentro del campo cultural limeño, pero Sánchez Flores es el primero en darle una forma ficcional. Si bien el tema puede ser muy marginal (en el sentido de que la cultura en general es como se dice popularmente “la última rueda del coche”, cuya problemática a nadie le importa, salvo a los que están inmersos en ella, que son la minoría del país), el autor logra crear -bajo los códigos de la novela policial- un texto de interés para el lector ajeno.

               La idea de la secta está diseminada a lo largo de la novela, pero la línea narrativa central se concentra en las diversas aventuras amorosas del narrador-personaje, matizadas con las pesquisas sobre las estampas apócrifas de Pancho Fierro. Esta búsqueda tiene por momentos, ecos lejanos a La última puerta (1999) de Roman Polanski y The Pledge (2001) de Sean Penn, aunque es claro que la referencia directa sea también El código Da Vinci (2003) de Dan Brown, pero sin insistir en la parte iconográfica. Así, la figura de este artista es más un pretexto, ya que el misterio no se devela con claridad. O mejor dicho, hay un juego entre realidad y ficción que propone el narrador por el cual, la premisa inicial (la existencia de la secta en sí) sería más una fantasía del personaje, antes que una realidad tangible, y en las últimas líneas, otra vez ambigua. Como dice el narrador: “Durante esa época me arrepentí de haber llevado la maestría de Historia del Arte, sobre todo en la Católica donde también había estudiado el pregrado en literatura y además enseñaba. No solo me hastiaba la educación marcadamente formalista sino además lo cerrado y egoísta de la institución artística peruana. Cada vez que, por culpa de las clases, visitaba la inauguración de una muestra sufría con los disfuerzos de los asistentes y de los artistas. Desde la sensación del fastidio, se me ocurrió la idea de una secta tan asesina como secreta […]” (152).

               Secta Pancho Fierro es una novela que entretiene, pero también invita a reflexionar sobre estos temas marginales de la cultura. Si la “secta” es real y existe, quedan solo dos caminos posibles: o me uno a ellos y a sus ideas (y paso por el “rito de iniciación”) o construyo un contradiscurso coherente. Usted, lector culto, decide.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos