Los
atacantes. Alberto Chimal. Madrid: Páginas de Espuma, 2015. 113 pp.
En Rashomon (1950) de Akira Kurosawa, uno
de los personajes expresa que “El horror está de moda”, quizás nada más cercano
a la realidad que vivimos el día de hoy, al horror político, a la amenaza de
una Tercera Guerra Mundial. Alberto Chimal (México, 1970) prefiere, en cambio,
situar los textos de Los atacantes dentro de un mundo privado amenazado por el poder tecnológico,
pues ese es el eje que estructura el libro: el poder que lo devora todo, que
convierte al agente amenazante en un ser omnisciente y omnipotente, gracias a
la tecnología (principalmente) y al dinero. Esto configura un mundo representado
lleno de monstruos humanos tecnologizados que en este mismo momento nos están
grabando y suben a la red imágenes privadas; así, nos acosan, nos atacan en las
redes sociales, correos electrónicos, pueden obtener datos privados, porque
mucha de esta información está ya expuesta en internet. En este punto, no se
trata de monstruos clásicos sobrenaturales (vampiros, hombres-lobo, autómatas o
momias) sino naturales, uno de ellos es el serial-killer
o asesino en serie, como ocurre en “Tú sabes quién eres” y “Aquí se entiendo
todo”.
“Tú
sabes quién eres” refiere desde la voz masculina del acosador (o atacante)
hacia una mujer que termina siendo su víctima. De la acción de stalkear (espiar y perseguir) pasamos al
acto final. Ninguna acción es suficiente para escapar de los ojos del acosador.
Todos de algún modo somos ya víctimas tanto de la violencia como de la
tecnología. La tecnología permite eso. En otro texto “Aquí se entiendo todo” se
busca una explicación racional a una imágenes perversas de un payaso asesino
con reminiscencias a It de Stephen
King (se duda de su autenticidad por comodidad), convertido en una leyenda
urbana. No hay límites entre lo real y lo virtual. Asistimos de nuevo al
secuestro y tortura provocados no por agentes irreales sino reales (humanos de
carne y hueso). El mal es gratuito, cotidiano, y no está justificado. Vivimos
en un mundo en el que no hay sentido, cualquiera puede desaparecer, ser una
estadística. “[…] los monstruos gustan no solo porque entretienen sino también
porque en el fondo son un consuelo” (72), se afirma en el texto. La víctima es
siempre el otro, no uno mismo. El monstruo puede ser cualquiera ya que ni
siquiera tiene el aspecto de “[…] un payaso, un demonio, un ser inhumanamente
alto, un monstruo tentaculado del espacio ni un criminal peligroso” (72-73). El
monstruo puede ser (y es) tu vecino, tu amigo, tu jefe o tu editor. Además,
“nadie es tan importante como para que lo echen de menos o investiguen su
paradero” (74). Y estas historias se alimentan del propio internet, las
leyendas urbanas del mundo virtual o “creepypasta” funcionan para un lector
habituado a los medios digitales. A ello se agrega que el horror televisivo
permite dejar con vida a quienes ayudan a crear la ambigüedad (como los
periodistas) al modo de Asesinos por naturaleza
de Oliver Stone.
Otro tipo de monstruos que construye Chimal son aquellos
que tienen poder económico, lo que le permite transgredir la condición humana
de los otros como ocurre en “Los salvajes” y “La gente buena”. En “Los
salvajes” el hijo de capo de un cartel de la mafia decide hacerse literato y
dedicar su vida a esta. Para ello no se le ocurre mejor idea que revivir a
Roberto Bolaño para escribir de primera fuente, y hacer una tesis sobre la
novela 2666. El poder económico y
político puede generar una tecnología para tal fin. El problema se revela
cuando Bolaño regresa al mundo de los vivos como lo que es: un salvaje, o mejor
dicho un zombi salvaje. En “La buena gente” se observa la relación de
amo-esclavo en pleno siglo XXI. Estas relaciones de poder implica la sumisión
asumida por los súbditos como feliz. De otro lado se metaforiza la imagen del
futuro de la nación mediante los niños recién nacidos que son sacrificados para
elaborar una extrañas pastillas de colores (que nos recuerda desde los campos
de exterminio en Auschwitz hasta The
Matrix), que es consumida solo por los que tienen el poder económico. Se
trata de una alegoría sobre la violencia que azota a Ciudad Juárez en México,
pero también refracta los círculos de poder más extremos cercanos al poder
político oficial. Necropolítica pura desde un marco del realismo costumbrista.
Otros dos textos reescriben la tradición fantástica y de
CF como ocurre en “Él escribe su nombre” y “Connie Mulligan”, respectivamente.
En “Él escribe su nombre” asistimos a una suerte de posesión temporal de dos
amantes violentos muertos sobre los cuerpos del personaje central y de su
pareja. La identidad está en juego, al asumir las actitudes y conductas de
otro. Hay un guiño a El resplandor de
Stephen King en cuanto al personaje que asume otra identidad al entrar en otro
espacio (en otra dimensión que carga un pasado negativo) y cuyo final visibiliza
la imposibilidad de definir los límites entre realidad y ficción, entre el azar
o la casualidad. “Connie Mulligan” juega, en cambio, con las teorías de la
conspiración, el new age y la
posibilidad que los alienígenas hayan concebido un hijo con una mujer humana,
en este caso Connie Mulligan (una digresión: A veces la realidad supera la
ficción por eso tenemos ya un candidato presidencial que es de una “raza
distinta” -no humana posiblemente- que amenaza con expandir su imperio y
poder). Chimal se acerca a la ficción paranoica pues el personaje-editor cree
haber sido hackeado en su información
íntima frente a una madre y su supuesta hija alienígena, a quienes no puede
rechazar porque se trata de personas muy influyentes en las más altas esferas
del poder. En un momento se afirma que a los locos con poder “les dan cartas de
recomendación, les dan permisos, mandan que otros los atiendan y los sirvan”
(53). El licenciado Miguel Florencia y editor en mención, finalmente debe
aceptar lo imposible: la posibilidad del fruto alienígena y quizás su nuevo rol
de padre frente a la cosa siniestra.
Finalmente,
un texto solitario “Arte” se revela como una suerte de arte poética sobre lo
fantástico. Es el texto más conceptual que toma como pretexto el fin del mundo,
cuya imagen ha sido reproducida al infinito por las producciones
norteamericanas. La fantasía apocalíptica sirve para pensar en el fin del arte,
sí su finalidad es entretener o simplemente como en Mullholland Drive, “no hay banda, n[i] hay orquesta”, es decir, no
hay sentido, no hay nada más allá de los significantes. Solo sabemos que el fin
del mundo ocurre a cada minuto cuando uno cierra los ojos y sueña, pudiendo
atraparnos en la situación más anodina, común y menos heroica. La gente muere
no al modo de los films, sino de un modo quizás más humillante y solitario.
En
cuanto al recurso del humor, este se destaca sobre todo en “Los salvajes” y
“Connie Mulligan”. En ambos casos el humor mengua, disminuye el horror en sí de
las situaciones y muestra lo absurdo de las situaciones. Por ello no es
gratuito pensar en los universos de Chimal como kafkianos. Son cuentos de
horror con humor o de humor con horror, todo depende de qué tipo de atacante
sea usted, amable lector (otra digresión, en Brasil han creado un término: “terrir”,
mezcla de terror y risa-humor, para diferenciarlo del terror puro). La
incredulidad de los personajes ayuda a hacer creíbles las historias. Chimal potencia
el terror contemporáneo y lleva al lector hacia su propio mundo: un mundo de
derrotas y paradojas, en el que sufren los que están al medio, mientras los de
arriba ejercen su poder, un mundo que ha borrado ya las fronteras entre lo público
y lo privado. En ese sentido son historias de la vida diaria en el que los
rumores perversos de las leyendas urbanas cobran vida desde la voz singular del
atacante número uno de Tolima, Chetumal y del D. F.: Alberto Chimal.
Elton
Honores
Universidad
Nacional Mayor de San Marcos