Lenin Solano Ambía. El asesino de Notre Dame. Lima:
Altazor, 2016. 190 pp.
En toda novela policial tradicional
son necesarios el crimen y el agente que investiga. En este punto la novela de
Lenin Solano (Lima, 1983) se inserta en esta tradición narrativa que no ha sido
estudiada de modo sistemático, a pesar que contamos con singulares exponentes.
El autor sitúa las acciones de su novela en París, pero no la ciudad de los
atentados de Charlie Hebdo o Le Bataclan, sino en una urbe intemporal,
reconocible en este caso por uno de sus íconos culturales: Notre Dame. La
novela es una continuación de la primera entrega (aún pendiente de lectura),
pero queda claro su contenido y secuencia. La lectura es ágil, aunque uno de
sus principales defectos es crear situaciones en serie, con crímenes
“misteriosos” y monstruos “espeluznantes”. Las notas periodísticas que se
intercalan en la novela ayudan a sintetizar la trama.
Quisiera comentar dos escenas en las
que lo verosímil, o “efecto de realidad” según Barthes, son discutibles. En el
capítulo “Amando hasta la muerte”, una estudiante polaca que hace una maestría
en La Sorbona se ve en la necesidad de tener vistas de la Catedral de Notre
Dame (cerrada para los turistas por los extraños crímenes antes mencionados).
El guardián es de origen turco. Ella afirma que haría cualquier cosa,
refiriéndose a tener sexo. Si bien en Europa puede haber una mayor libertad
sexual, dejan dudas cuando más adelante ella agrega que: “No soy ninguna puta.
Jamás le había propuesto tener sexo a algún desconocido y si estoy dispuesta a
hacerlo contigo es por agradecimiento” (141). Entonces tenemos que: a) para
conseguir material de tesis una persona puede tener sexo con un desconocido, lo
cual es una hipérbole o un absurdo; b) el acto sexual es similar a un saludo
(dar la mano, por ejemplo), carece de esa sacralidad atribuida por Bataille o
Fuentes, es más bien un acto pragmático. O podríamos pensar en que si ella dice
la verdad, el lector asiste al primer ejercicio, la primera entrega sexual de
la estudiante a un desconocido (la cual se realiza sin pudor); en cambio, si
ella miente, entonces sí está acostumbrada a obtener “cosas” con los favores de
su cuerpo, lo cual es más verosímil que todo lo antes expuesto. Pero esto contradice
a la vez el pacto de lectura y el pacto de verdad. O simplemente se trata más
de una fantasía masculina: tener encuentros sexuales fortuitos. Sobre actos sexuales en escenarios sacros
(cementerios) son sin duda transgresores y ameritan un castigo (la muerte). La
idea funciona si la ideología es conservadora (como en mucha narrativa de
terror), pero en la novela de Solano, el espacio sacro es referido con una
distancia clara del ser racional, por lo que puede resultar algo gratuito.
En la escena final, el ex
investigador Chacaliasa, a pesar de ser inocente (al menos hasta donde se deja
entender la novela), decide asumir la culpa de los crímenes que no ha cometido.
Esto resulta inverosímil si la comparamos con la decisión de Batman en The Dark Knight, cuando debe asumir los
crímenes de Harvey Dent por un ideal superior: Dent encarna valores como la
justicia y la esperanza de Ciudad Gótica. En cuanto a la motivación del “monstruo”,
esta no se menciona, ni se sugiere. No hay causa-efecto. Es la misma sensación
que tuvo Roger Ebert al reseñar el filme Carretera
al infierno (The Hitcher). Quizás
en la tercera entrega pueda explicarse este punto, pero acá, la dimensión
sobrenatural no se devela. Las escenas de horror están bien descritas, es más,
distan de ese tono “realista” de gran parte de la novela. Quizás ese sea un
camino estético posible.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos