Isabel Sabogal. Un universo dividido. Lima: Altazor, 2016. 214 p.
Hasta la fecha, Isabel Sabogal (Lima, 1958), es autora
de una única novela, publicada inicialmente en 1989, y reeditada ahora por
Altazor, con el nombre final de Un
universo dividido. Rossella di Paolo decía sobre esta, que presentaba “espacios
arquetípicos (cielo/ infierno) y […] nos pone en contacto con símbolos
universales (occidentales) y con los temores y sueños que alguna vez poblaron
nuestra infancia […] [además de establecer un] juego de oposiciones mágicas: el
dragón y la princesa, el ángel y el demonio, la cotidianeidad y el infinito” (La tortuga. Revista alternativa de
actualidad, N°31).
La novela explora el
mundo infantil, en especial el mundo femenino (por lo que puede leerse como una
novela “feminista”) sobre la base de dos ejes: la casa y la mujer. Ambas forman
un díptico inseparable en términos simbólicos y estereotípicos (casa-mujer). La
novela narra la construcción de la identidad de la mujer, su aprendizaje y
ubicación en la sociedad.
Denominamos como “mujer”
al personaje central porque no tiene nombre (sí un deseo de llamarse Cristina).
Esta es un ser híbrido ya que posee tres naturalezas: humana, celestial y
demoníaca. Lo humano remite a ciertos afectos y emociones; lo celestial, a la
pureza y bondad; y lo demoníaco, a la rebeldía, al mal y a la sexualidad, que
será una pulsión constante a lo lago de la novela.
Este ser “híbrido” es “raptado”
por los demonios. El personaje transitará como Dante en la Comedia, por distintos espacios: el infierno, el cielo y la tierra.
La autora se apoya en la estética bíblico-religiosa para darle “verosimilitud”
a las aventuras del personaje central, es decir, se apoya en la memoria social e
imaginario popular. Además de Dante, podemos encontrar ecos del mundo
maravilloso de Tolkien –y quizás de Neil Gaiman, en cuanto al tratamiento del
universo infantil.
En términos ideológicos
o sociales, la mujer es un ser rebelde, semejante a Lucifer, el ángel caído,
expulsado del Paraíso; pero la mujer es también el objeto de deseo inocente,
siempre llamada a caer en la tentación de la carne, es decir, de orden sexual.
La mujer vive amenazada constantemente por estas presencias. Si a ello
agregamos la casa como espacio represor, vemos que la autora refracta problemas
reales y de actualidad, apoyándose en la estética bíblico-religiosa, maravillosa
y con ecos góticos.
El final de la novela
se revela como “romántico”, pues busca generar una ambigüedad sobre la narración
principal. Esta no es obra del sueño, ni alucinógenos, sino como un producto de
la demencia de una anciana que ha narrado su pasado. La novela se revela como
un artificio, por ello, se puede notar cierta tensión por orientarse hacia el
realismo “dominante” de los años 80s.
No hay, eso sí,
momentos de humor, sino que el tono es grave y serio. Quizás los años del
terror de los años 80s hayan calado en ese tono y búsqueda existencial sobre la
condición de la mujer y su identidad. Un
mundo dividido parte del imaginario maravilloso para mostrar un modo de “leer”
la realidad, como una lucha eterna entre el Bien y el Mal, entre el Cielo y el
Infierno, en un espacio en el que el ser humano es solo un ángel caído. Mención
aparte merecen las ilustraciones del libro hechas por José Gabriel Alegría
Sabogal, con claras influencias de Durero y William Blake.
Elton Honores
Universidad Nacional
Mayor de San Marcos