Emilio del Carril. En el reino de la garúa. Puerto Rico:
Editorial Pasadizo, 2014. [s.p.]
Con una estructura y propuesta
original, Emilio del Carril (Puerto Rico, 1959) ha escrito uno de los libros más importantes
del microrrelato latinoamericano contemporáneo: En el reino de la garúa. El autor utiliza el recurso del clásico
relato oriental de Las mil y una noches,
para contar la historia del fabuloso reino de la Garúa, un reino acéfalo (en su
defecto, gobernado temporalmente por el niño príncipe) que otorgará el gobierno
a quien sea capaz de contar de modo ininterrumpido 1001 relatos. Así que el
lector asiste a los últimos 101 relatos del “cuenteador”. Se trata de
microrrelatos que recogen tanto la tradición latinoamericana (Borges, García
Márquez y su “realismo mágico”, Cortázar) como la occidental (Lewis Carroll,
Tolkien) e incluso, la oriental.
Zoé Jiménez Corretjer, ha dicho del
libro que es un “texto de lo maravilloso donde se funden la realidad con el
sueño sin llegar al espanto. Lo psicológico obra sin el fenómeno del uncanny
freudiano, dando paso al absurdo como objeto estético de reconstrucción formal.
En este plano, la irrealidad se asienta en los parámetros de lo ilógico y se
acepta. Se funden lo irracional con la realidad para emparejar situaciones,
personajes, espacios que parodian la existencia misma” (Jiménez Corretjer 2013).
José Borges sostiene que los ejes del libro “abarcan la cultura popular, las
tradiciones, los mitos judeocristianos, los cuentos de hadas y el canon
literario” (Borges 2013). Luis Felipe Díaz añade sobre el libro que “El juego
con lo espejístico, la capacidad de verse a sí mismo en la "otredad"
oculta del lenguaje, resulta imprescindible en la lectura de estos relatos”
(Díaz 2013).
El universo mágico-maravilloso será
dominante en la mayoría de textos, en el que se narran el “origen” de nuevos
mitos, con referencias al panteísmo; así mismo las referencias al mundo bíblico-religioso,
y la cultura pop (popular-nativo y global como los comics); la presencia de
seres fantásticos (monstruos) y reflexiones sobre la condición del artista.
Pero también hay algunos otros en clave política. Por ejemplo, “Manual de
sombras” (915) alude a los campos de exterminio de judíos en Auschwitz; o “Lo
que pensó un hombre que se tiró desde el piso cien de un rascacielos cuando
pasó a toda velocidad por el piso cincuenta” (959), que afirma: “Hasta aquí,
todo va bien”, que podría sugerir el arrojo voluntario de las víctimas del
11-S.
La
principal estrategia para crear el efecto fantástico (humorístico, en otros) es la “vuelta de tuerca” (el “golpe”) al final
de cada texto. Por ejemplo, en “Un castillo especial” (954) se cuenta: “Érase
una vez un hada que tenía un castillo construido con los primeros dientes de
los niños. Como tuvo problemas con algunas paredes que se debilitaron con
caries, emitió un decreto para prohibir
los dulces a los niños de la comarca” (énfasis míos). Lo lógico sería
prohibir la construcción del castillo con ese material, sin embargo la decisión
es distinta, ilógica desde nuestro punto de vista, pero no para los habitantes-lectores
del reino de la garúa.
Sin
duda, En el reino de la garúa es un
estupendo libro de microrrelatos que demuestra que la ficción hiperbreve puede
ser expresión de un proyecto literario mayor y ambicioso (como los casos de
Shua, Jiménez Emán, Avilés Fabila o Iwasaki), y no un mero juego efímero e
imitativo.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos