La civilización del horror. El
relato de terror en el Perú*
José Güich Rodríguez.
Buenas
noches. Quiero agradecer a Elton Honores su gentil invitación a que yo diga
unas palabras hoy, en la presentación de
La civilización del horror. La literatura
de terror en el Perú, en compañía de dos destacadísimas figuras de nuestras
letras, como son José Donayre Hoefken y Carlos Calderón Fajardo. Ellos mismos
son en gran parte responsables de que hoy sea posible hablar del
posicionamiento fructífero de la literatura fantástica de hechura nacional y
del terror como una fuerza emergente a la cual ya será muy difícil silenciar.
Y nada mejor que reunirnos esta noche,
habitada por temores atávicos y miedos que han impregnado por milenios al ser
humano. Una vez más, Elton desbroza, con mano firme, un territorio hasta hace
un tiempo invisible o poco frecuentado. Lo ha hecho ya otros volúmenes, igualmente caracterizados por
su rigor en el manejo de las fuentes y en lo innovador de sus planteamientos.
Bien sabemos que nuestro sistema cultural (o por lo menos, cierto sector
todavía renuente y conservador) tiende aún a usar cierto tono exótico, cuando
no mezquino, para atender a estas prácticas narrativas (aunque, por cierto, hay
que reconocer un cambio, alimentado no solo por creadores, sino también por los
sellos independientes que le han dado fuerte impulso a esta literatura de la
transgresión permanente y de la rebeldía frente a las ataduras de la razón).
Gracias
al tenaz empeño de Elton por ir contra los usos imperantes en la crítica
nacional, hoy contamos con un riguroso estudio en torno de temas, tratamientos
y autores que se aglutinan en torno de un eje común. No es fácil, en pocos
minutos, dar cuenta de la riqueza e importancia de este libro no solo para el
reconocimiento pleno de un campo literario en plena actividad y ebullición,
sino para las vías que tomarán los investigadores del futuro a partir de la
obligada lectura de La civilización del
horror.
Ya
mis compañeros y el propio autor podrán despejar, mejor que yo, los
planteamientos esenciales. Yo quisiera destacar su capacidad para establecer
taxonomías o clasificaciones, no basadas en la intuición o en el mero
entusiasmo, sino en un adecuado manejo de las fuentes primarias y secundarias.
De
este modo, aparecen dos corrientes diferenciadas pero no por eso antagónicas:
una nutrida del imaginario tradicional y popular, o bien a las construcciones
sicológicas en torno del pasado colonial.
Ahí
campean autores como Ricardo Palma, Juana Manuela Gorriti, Catalina Recavarren,
Clemente Palma (hijo del tradicionista, sometido a un olvido y silenciamiento
por parte de las huestes progresistas, para gozar hoy de una oportuna
reivindicación como fundador de la narrativa fantástica peruana), Francisco
Izquierdo Ríos, pionero de la literatura amazónica, y Sandro Bossio. Así mismo,
se producen rescates, como los de Guillermo Thorndike, Francisco Ibañez o
Antenor Samaniego, algunos bastante conocidos pero a los que no se asociaba a
tales temáticas o inquietudes.
En
la orilla cercana, Honores identifica escritores que reelaboran “tópicos
clásicos del terror” que no son necesariamente más librescos o culturalistas,
sino que responden a una asimilación de influencias externas sin que ello
signifique prescindir de una filiación local: desfilan así, boyantes, la mujer
muerta, el demonio o los monstruos, que reclaman su arraigo a través del propio
Clemente Palma, en otro de sus registros o el rescatado Eduardo Ribeyro, así
como Pablo Nicoli. Se articula así el cuadro hasta ahora más completo del
terror como un apartado con historia en nuestra narrativa y no como el
advenedizo que inesperadamente reclama una posición que no merece.
Ya
es casi un lugar común decir que en el Perú, Kafka sería costumbrista. No es
para menos: con los gobiernos de pesadilla que hemos sufrido o los monstruos
que habitan desde siempre en los pasillos y sumideros de los poderes públicos y
privados, la frase alcanza cierta coherencia. No obstante, la literatura
siempre va a contracorriente: son engendros demasiado anodinos para regodearse
con ellos; por lo tanto, nuestros escritores han decidido trasvasarlo todo a la
órbita de la ficción y fabricar sus
alucinaciones a medida. Y lo que ha empezado a arrastrarse desde ese dominio
tiene “de inga y de mandinga”: es terror en el peruano modo y, al mismo tiempo,
cada de pérfidas resonancias que atañen a la universalidad. Elton Honores ha
sabido unirlos en un todo armónico y duradero para aquellos que deseen iniciar,
sin prejuicios o anteojeras, su viaje por esas parcelas de la imaginación.
Bienvenidos sean todos. Muchas gracias.
*Texto
de presentación. Viernes 31 de octubre de 2014. Instituto Raúl Porras
Barrenechea.