lunes, 17 de noviembre de 2014

La civilización del horror. El relato de terror en el Perú por José Donayre



La civilización del horror. El relato de terror en el Perú*

José Donayre

 

Elton Honores ha vuelto a poner el dedo en la llaga con la aparición de La civilización del horror. El relato de terror en el Perú. Cada libro de este investigador forjado en las canteras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos aporta más a su misión de hacer visible lo que se ha pretendido esconder bajo la alfombra desde que se empezara a difundir con tendencioso empeño, pero sin sólidos argumentos, que la única posibilidad narrativa de un escritor serio es la producción de ficciones realistas, comprometidas con la realidad social peruana, es decir, aquellas que denuncian la injusticia, que enfrentan a los explotadores o que trasuntan anquilosadas páginas que promueven la revolución y la lucha armada. Como el mundo político o el del deporte, el medio académico está también atiborrado de doctos personajes que actúan con mezquindad e intereses fundados en un intercambio de favores. Es cierto que la cuestión ideológica resulta ser un factor clave para privilegiar un registro estético y sacar del mapa otro —que resulta incómodo, molesto o perturbador—, pero más pesa el poder que crece como hongo bajo la sombra de toda ideología.

Generalmente los fanáticos —los que convierten las ideas y los pensamientos coherentes en ideologías a la medida, en sistemas reduccionistas con función cortoplacista— son los que consiguen hacerse del poder, del teje y maneje, del pontificado, de escoger a los que se salvan para ponerlos a un lado porque hicieron bien la tarea que a ellos les parece correcta, según la consigna, y a defenestrar a los disidentes, a los condenados por no haber cumplido con el programa, con la receta, por haber seguido su instinto, llevando a cabo con honestidad lo que su necesidad de expresar reclamaba sin sumisión alguna. Lamentablemente los fanáticos, que pergeñan su trabajo con eficacia gracias a sus anteojeras ideológicas, son los que escriben la historia oficial. Generación tras generación repiten muletillas y acuñan vistosas verdades de pura cáscara, pues carecen de contenido y resultan insostenibles cuando el discurso se amplía al establecer un correlato entre lo que se sabe y se conoce, se supone y se dice, y se tergiversa y se trasgrede.

Pero dejemos de lado a estos seres espantosos y hablemos de cosas mejores. Hablemos de Elton Honores y de su más reciente aporte: La civilización del horror. El relato de terror en el Perú. El principal logro del libro es su meridiana manera de ofrecer la información, a fin de que esta fluya sin tropiezos incluso para el lector desavisado. En efecto, Honores hace gala de una claridad, prescindiendo de rebusques, para llegar a explanadas discursivas donde es posible disfrutar ejemplos, comparaciones, contrastes y reflexiones. En este sentido, la obra presenta un ritmo sin monotonía. Honores dosifica la información para no verterla como un torrente, a fin de no apabullar ni ensombrecer lo que desea mostrar.

Dividido en tres partes, el texto presenta en la primera un sustancioso marco que busca brindar herramientas teóricas y conceptuales al lector. El terror, como tal, es dilucidado mediante un muy bien orquestado proceso de decantación, empleando para ello diferentes puntos de vista: H.P. Lovecraft y el miedo cósmico, Roger Caillois y el terror como mero artefacto verbal para el entretenimiento, Stephen King y la utilidad del terror para entrenarnos para asumir con conocimiento la muerte, Philippe Ariès y la interesante perspectiva de la muerte prohibida (como cosa algo obscena), Rafael Llopis y el miedo como cuestión numinosa (de numen: deidad dotada de un poder misterioso y fascinador), Juan y Constantino Bértolo Cárdenas y la atracción de lo terrorífico, C.E. Feiling y el olvido de lo verdaderamente natural mientras dura el relato de terror, Carlos Barceló y el anuncio de algo fuera de toda lógica, Jean Delumeau y la fabricación permanente del miedo para evitar una angustia morbosa que podría abolir el yo, Noël Carroll y la paradoja del terror al fascinar y subyugar, Zygmunt Bauman y el miedo producto de la incertidumbre, Lucía Reinaga y las dos principales estrategias del horror (el mecanismo del hueco y la desnaturalización del tiempo), Clive Barker y la explotación de zonas tabú, Sam Raimi y la profundidad del terror al pretender responder las preguntas definitivas, Wes Craven y el mal dentro de cada quien, y Jason Zinoman y la importancia del gusto personal para definir el miedo.

Los puentes argumentales que erige Honores entre un autor y otro dan suficiente seguridad para que el lector cruce abismos y se atreva incluso a asomarse vertiginosamente hacia los vacíos propios de una ruta escarpada y de alto riesgo. De hecho, la voz de Honores cobra notoriedad cuando el desarrollo mismo de la disquisición lo exige, es decir, interviene sin dilaciones y ajusta criterios cuando la fuente citada ha propuesto un límite forzado antes de tiempo. La indagación de Honores entre especialistas de diversas procedencias y de creadores de registros ajenos al de la ficción literaria enriquece la perspectiva teórica que se va abriendo. La diversidad de posturas y especialidades permiten un horizonte muy rico en texturas y contraposiciones. Así, la idea de terror y la estela que esta perturbadora palabra genera queda definida desde muchos frentes, niveles y percepciones, y es en este cúmulo de conceptos, que Honores se propone ahondar en matices que pasan inadvertidos en el discurso cotidiano o no especializado.

Para adentrarse en las tinieblas del relato de terror en el Perú, Honores estable coordenadas muy puntuales. Tras un interesante sustento basado tanto en Stephen King como en David Pringle, propone tres niveles en el marco de la narrativa de espanto: 1) el miedo o terror, 2) el horror, y 3) lo grotesco. Tanto el miedo como el terror (el miedo intenso) son una suerte de preámbulo. Se trata principalmente de una emoción, por tanto es una cuestión de orden psicológica. El horror, para Honores, es la experimentación de lo que se sospechaba. Se trata de una respuesta física, somática, por tanto, es lo que paraliza al sujeto. Lo grotesco no sería otra cosa que la exacerbación visual de lo monstruoso, a partir de lo corporal y todo aquello que lo implique.

Con las cosas así de claras y definidas, Honores encara diacrónica y temáticamente diversos aspectos relacionados fundamentalmente con el terror y horror en diversos registros peruanos. Efectúa un paseo rápido, pero nada superficial que sirven a manera de introducción para entender más plenamente las dinámicas de los dos siguientes capítulos de La civilización del horror. El relato de terror en el Perú: Formas temáticas locales del imaginario popular y Tópicos del terror. En estas secciones, Honores analiza los textos de dieciséis autores peruanos, estableciendo diversos vínculos entre estos y su tiempo. Cabe precisar, que muchos de estos autores bajo la lupa de Honores no han recibido la debida atención de la crítica y sus libros no han sido reeditados. En estos capítulos, el investigador también ostenta un certero olfato para establecer relaciones que suelen pasar inadvertidas al lector común, gracias a que sopesa con inteligencia, sensibilidad, conocimiento y pasión los pliegues más fantásticos del quehacer narrativo peruano.

Al seguir la producción investigativa de Elton Honores, digamos que el momento de la validación de la ficción fantástica en la tradición literaria peruana ha llegado. La aparición de La civilización del horror. El relato de terror en el Perú es una cuestión realmente emblemática, sobre todo porque se trata de una labor lenta, de hormiga, pero que está abriendo puertas que se pensaban inexistentes. Su trabajo es, en realidad, de arqueología literaria, de difusión performática, de crítica angelética y de investigación cuántica.

 

*Texto de presentación. Viernes 31 de octubre de 2014. Instituto Raúl Porras Barrenechea.