La
civilización del horror. El relato de terror en el Perú*
José
Donayre
Elton Honores ha vuelto a poner el
dedo en la llaga con la aparición de La
civilización del horror. El relato de terror en el Perú. Cada libro de este
investigador forjado en las canteras de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos aporta más a su misión de hacer visible lo que se ha pretendido esconder
bajo la alfombra desde que se empezara a difundir con tendencioso empeño, pero
sin sólidos argumentos, que la única posibilidad narrativa de un escritor serio
es la producción de ficciones realistas, comprometidas con la realidad social
peruana, es decir, aquellas que denuncian la injusticia, que enfrentan a los
explotadores o que trasuntan anquilosadas páginas que promueven la revolución y
la lucha armada. Como el mundo político o el del deporte, el medio académico
está también atiborrado de doctos personajes que actúan con mezquindad e
intereses fundados en un intercambio de favores. Es cierto que la cuestión
ideológica resulta ser un factor clave para privilegiar un registro estético y sacar
del mapa otro —que resulta incómodo, molesto o perturbador—, pero más pesa el
poder que crece como hongo bajo la sombra de toda ideología.
Generalmente los fanáticos —los que
convierten las ideas y los pensamientos coherentes en ideologías a la medida,
en sistemas reduccionistas con función cortoplacista— son los que consiguen
hacerse del poder, del teje y maneje, del pontificado, de escoger a los que se
salvan para ponerlos a un lado porque hicieron bien la tarea que a ellos les
parece correcta, según la consigna, y a defenestrar a los disidentes, a los condenados
por no haber cumplido con el programa, con la receta, por haber seguido su
instinto, llevando a cabo con honestidad lo que su necesidad de expresar
reclamaba sin sumisión alguna. Lamentablemente los fanáticos, que pergeñan su
trabajo con eficacia gracias a sus anteojeras ideológicas, son los que escriben
la historia oficial. Generación tras generación repiten muletillas y acuñan vistosas
verdades de pura cáscara, pues carecen de contenido y resultan insostenibles
cuando el discurso se amplía al establecer un correlato entre lo que se sabe y
se conoce, se supone y se dice, y se tergiversa y se trasgrede.
Pero dejemos de lado a estos seres
espantosos y hablemos de cosas mejores. Hablemos de Elton Honores y de su más
reciente aporte: La civilización del
horror. El relato de terror en el Perú. El principal logro del libro es su
meridiana manera de ofrecer la información, a fin de que esta fluya sin
tropiezos incluso para el lector desavisado. En efecto, Honores hace gala de
una claridad, prescindiendo de rebusques, para llegar a explanadas discursivas
donde es posible disfrutar ejemplos, comparaciones, contrastes y reflexiones.
En este sentido, la obra presenta un ritmo sin monotonía. Honores dosifica la
información para no verterla como un torrente, a fin de no apabullar ni
ensombrecer lo que desea mostrar.
Dividido en tres partes, el texto
presenta en la primera un sustancioso marco que busca brindar herramientas teóricas
y conceptuales al lector. El terror, como tal, es dilucidado mediante un muy
bien orquestado proceso de decantación, empleando para ello diferentes puntos
de vista: H.P. Lovecraft y el miedo cósmico, Roger Caillois y el terror como
mero artefacto verbal para el entretenimiento, Stephen King y la utilidad del
terror para entrenarnos para asumir con conocimiento la muerte, Philippe Ariès
y la interesante perspectiva de la muerte prohibida (como cosa algo obscena),
Rafael Llopis y el miedo como cuestión numinosa (de numen: deidad dotada de un poder misterioso y fascinador), Juan y
Constantino Bértolo Cárdenas y la atracción de lo terrorífico, C.E. Feiling y
el olvido de lo verdaderamente natural mientras dura el relato de terror, Carlos
Barceló y el anuncio de algo fuera de toda lógica, Jean Delumeau y la
fabricación permanente del miedo para evitar una angustia morbosa que podría
abolir el yo, Noël Carroll y la paradoja del terror al fascinar y subyugar,
Zygmunt Bauman y el miedo producto de la incertidumbre, Lucía Reinaga y las dos
principales estrategias del horror (el mecanismo del hueco y la
desnaturalización del tiempo), Clive Barker y la explotación de zonas tabú, Sam
Raimi y la profundidad del terror al pretender responder las preguntas
definitivas, Wes Craven y el mal dentro de cada quien, y Jason Zinoman y la
importancia del gusto personal para definir el miedo.
Los puentes argumentales que erige
Honores entre un autor y otro dan suficiente seguridad para que el lector cruce
abismos y se atreva incluso a asomarse vertiginosamente hacia los vacíos
propios de una ruta escarpada y de alto riesgo. De hecho, la voz de Honores
cobra notoriedad cuando el desarrollo mismo de la disquisición lo exige, es
decir, interviene sin dilaciones y ajusta criterios cuando la fuente citada ha
propuesto un límite forzado antes de tiempo. La indagación de Honores entre
especialistas de diversas procedencias y de creadores de registros ajenos al de
la ficción literaria enriquece la perspectiva teórica que se va abriendo. La diversidad
de posturas y especialidades permiten un horizonte muy rico en texturas y
contraposiciones. Así, la idea de terror y la estela que esta perturbadora
palabra genera queda definida desde muchos frentes, niveles y percepciones, y
es en este cúmulo de conceptos, que Honores se propone ahondar en matices que
pasan inadvertidos en el discurso cotidiano o no especializado.
Para adentrarse en las tinieblas del
relato de terror en el Perú, Honores estable coordenadas muy puntuales. Tras un
interesante sustento basado tanto en Stephen King como en David Pringle,
propone tres niveles en el marco de la narrativa de espanto: 1) el miedo o
terror, 2) el horror, y 3) lo grotesco. Tanto el miedo como el terror (el miedo
intenso) son una suerte de preámbulo. Se trata principalmente de una emoción,
por tanto es una cuestión de orden psicológica. El horror, para Honores, es la
experimentación de lo que se sospechaba. Se trata de una respuesta física,
somática, por tanto, es lo que paraliza al sujeto. Lo grotesco no sería otra
cosa que la exacerbación visual de lo monstruoso, a partir de lo corporal y
todo aquello que lo implique.
Con las cosas así de claras y
definidas, Honores encara diacrónica y temáticamente diversos aspectos
relacionados fundamentalmente con el terror y horror en diversos registros
peruanos. Efectúa un paseo rápido, pero nada superficial que sirven a manera de
introducción para entender más plenamente las dinámicas de los dos siguientes
capítulos de La civilización del horror.
El relato de terror en el Perú: Formas temáticas locales del imaginario
popular y Tópicos del terror. En estas secciones, Honores analiza los textos de
dieciséis autores peruanos, estableciendo diversos vínculos entre estos y su
tiempo. Cabe precisar, que muchos de estos autores bajo la lupa de Honores no
han recibido la debida atención de la crítica y sus libros no han sido
reeditados. En estos capítulos, el investigador también ostenta un certero
olfato para establecer relaciones que suelen pasar inadvertidas al lector común,
gracias a que sopesa con inteligencia, sensibilidad, conocimiento y pasión los
pliegues más fantásticos del quehacer narrativo peruano.
Al seguir la producción investigativa
de Elton Honores, digamos que el momento de la validación de la ficción
fantástica en la tradición literaria peruana ha llegado. La aparición de La civilización del horror. El relato de
terror en el Perú es una cuestión realmente emblemática, sobre todo porque
se trata de una labor lenta, de hormiga, pero que está abriendo puertas que se
pensaban inexistentes. Su trabajo es, en realidad, de arqueología literaria, de
difusión performática, de crítica angelética y de investigación cuántica.
*Texto de presentación. Viernes 31 de
octubre de 2014. Instituto Raúl Porras Barrenechea.