jueves, 7 de septiembre de 2017

Miguel Ángel Torres Vitolas. Algunas muertes. Lima: Campo letrado, 2017. 176 pp.








Miguel Ángel Torres Vitolas. Algunas muertes. Lima: Campo letrado, 2017. 176 pp.

            En una escena de El retorno del Rey de Peter Jackson, basado en obra de Tolkien, uno de los personajes, el mago Gandalf comenta algo así como: “La muerte no es el final, es solo otro camino que todos debemos recorrer”. Esto puede servir como motivo y pretetxo para iniciar el comentario al libro de Miguel Ángel Torres Vitolas (Cuzco, 1977) titulado Algunas muertes. ¿Qué es la muerte?, ¿Qué representa? ¿Cuál es su sentido? Y sobre todo ¿Qué hacer cuando los muertos retornan?
            Torres Vitolas elige un registro realista para contar esta historia de un crimen pasional. En la narrativa peruana contemporánea, la muerte como tema ha sido tratada en el ciclo de la violencia política, desde lo paródico-humorístico y desde lo mítico y trágico. Los referentes que están presentes son Adiós, Ayacucho de Julio Ortega, en el que el muerto transita desde la sierra hasta Lima en el reclamo simbólico-alegórico de sus propios huesos, no sin antes ser reducido a un objeto sin identidad, o Rosa Cuchillo de Colchado con sus diferentes niveles alegóricos. En la novela latinoamericana sobresale Pedro Páramo de Juan Rulfo, una historia de fantasmas en el que Juan Preciado va hacia un pueblo fantasma en busca de su padre. Aunque también debemos reconocer que en la tradición oral andina es frecuente las historias de aparecidos y fantasmas.
            El autor elige el registro realista y el tono trágico. No hay humor en la novela (no podría haberlo pues se trata de la muerte). Si cabe la comparación sería una especie de documental sin música, grave y serio. Esto envuelve al lector progresivamente en una atmósfera particular y va construyendo un verosímil (sobre eso volveremos al final) que en principio hace creíble el retorno del muerto a la vida, porque el hecho se narra, sin música, con la gravedad y la tragedia que implica, más aún si ha sido asesinado. ¿Los muertos retornan? Si alguien hubiese imaginado en 1968 que Kuczynski sería presidente del país, o en 1990 que García volvería ser reelegido, habría sido tomado por “loco”. Los muertos-vivos entonces sí retornan, solo que nadie parece darse cuenta.
            Se afirma que es muy doloroso cuando fallece alguien querido, pero es más terrorífico que este retorne a la vida a seguir viviendo. Lo primero es lo regular y normal; lo segundo es lo anormal y siniestro, imposible y fantástico. Y sin embargo, ocurre. El muerto ha regresado a la vida. Pero no se trata de un fantasma, que en imaginario popular sería una especie de ser evanescente, invisible; ni tampoco de un zombi que quiere comer tu cerebro; sino de un muerto que en el fondo piensa como un humano vivo, tiene impulsos sexuales con su esposa y desea vengarse, cuando descubre el crimen de su propia muerte. Es un ser corpóreo (no fantasmal), que razona. Esta presencia trasgrede las convenciones del género en el que vivos y muertos no coexisten en un mismo plano temporal, salvo que entremos en el terreno de lo maravilloso o del realismo mágico, a lo que la novela no apunta. Porque a su modo, es también una novela política.
            Y esto se debe a que el personaje muere cuando un desconocido Fujimori tienta la presidencia y retorna a la vida once años después, cuando el mismo personaje intenta su re-reelección. Como para decir que nada ha cambiado en este país, y las cosas siguen igual (corrupción el caos, la informalidad, el abuso, la injusticia, la pobreza, la ineficacia de los servicios médicos y una largo etcétera que obvio para no deprimirlos). La idea de morir y retornar al mundo solo para leer los diarios y ver cómo está se parece a la fantasía buñueliana que propone casi al final de Mi último suspiro. Qué no daría cada uno de nosotros si hipotéticamente, después de morir pudiéramos regresar a la vida, no morir, ser inmortales. Aunque claro, ya José B. Adolph ha demostrado lo insoportable que sería llegar a ser inmortal.
            Isidro, personaje central es un ser sin memoria, lo cual funciona como un juego de espejos con esa realidad fujimorista que ha sido “borrada” de él, ya que nunca la vivió. No recordar lo que fue el fujimorismo es similar a ser un muerto viviente, para decirnos Torres Vitolas. También está su constante rechazo –no diremos odio- hacia Lima, capital de la nación, centro político, que aparece como violenta y presumida con todo aquello que está en los extramuros o fuera de ella.
            Volviendo a la noción de lo verosímil, Isidro es un muerto que retorna a la vida, no sabe cómo, está bien, pero ¿el olor? No sé si esto pudiera considerarse un error, pues la ficción no es la realidad, pero dado que parte de la realidad, o la imagina para volver a esta, pensemos más bien en otra singularidad al género. Isidro es un muerto (no llega a ser un zombi), pero es un muerto incómodo. Nadie acepta con entusiasmo su retorno. Así que lo peor no es que cobre venganza sobre su propio asesino, sino qué hacer después, cómo será castigado (si ya está muerto, no lo pueden matar dos veces) y qué tipo de justicia le espera (incluso si su venganza está justificada, porque dada su condición es un absurdo buscar venganza). Ese es el gran dilema moral y existencial de la novela, hacia el final: la vida humana no tiene sentido. Qué puede esperar un muerto si los vivos no lo quieren, es más, tampoco puede desear morir, porque tampoco se explica cómo, o qué medio hizo posible su regreso. Solo podemos concluir que Isidro es un ser que sufre en su existencia, que es una existencia distinta, otra, es la alteridad radical de cualquiera de nosotros. Y no nos alegramos de su estado, sino que nos provoca pena, congoja, es un muero pobre, un muerto sin olor. Quizás si sus deseos de éxito económico se hubiesen realizado sería un “muerto feliz”, con buena posición y futuro prometedor, pero no. La novela acaba en la incertidumbre de Isidro de no saber qué hacer, de no comprender cuál es su lugar en esa nueva nación, que tampoco sabemos hacia dónde se dirige. La sensación más justa sería la de un fantasma que alguna vez murió, porque no son todas las muertes, sino solo algunas muertes –de esa totalidad de muertes posibles- como señala el título del libro, porque hay muertes que son mucho peores, más brutales, terribles, injustas y obscenas.

Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos