Hans Rothgiesser. Réquiem por San Borja. Lima:
Altazor, 2016. 174 pp.
Réquiem
por San Borja de Hans Rothgiesser (Lima, 1975) es la continuación de Requiem por Lima. La novela inicial tiene
varios elementos interesantes para el análisis de la sociedad peruana, pues potencia
al zombi como discurso social, al modo de los films de Romero (ya comentados en un post anterior); en esta
segunda entrega, el autor opta por la novela de acción –con escenas de violencia
que se reiteran a lo largo del texto. Es decir, Réquiem por San Borja es una novela de supervivencia en sí misma,
por lo que hay poco espacio para la reflexión social.
En cuanto a las escenas de violencia
llama la atención la imagen reiterada del héroe que atraviesa el ojo del zombi.
Las implicancias de esta imagen es la destrucción del monstruo en dos niveles: cognitivo
(ser localizado por este) y sexual (ser devorado), esto último, como lo sugiere
Ignacio Padilla en El legado de los monstruos.
El personaje central, que quedó varado
–en Réquiem por Lima- en medio de las
costas, es retornado a la ciudad (por una coyuntura que se explica en la
novela), pero esto no hace sino alargar la trama de la primera entrega. Solo se
agregan dos elementos adicionales: la presencia de niños y el “pentagonito”. Sobre lo primero, y siguiendo lo propuesto por
Juan Carlos Ubilluz (2012), para ciertas películas apocalípticas (La guerra de los mundos, Presagio, Señales, Impacto profundo)
se produce la reinstalación de la figura del padre, en este caso, el héroe
solitario debe asumir la responsabilidad de salvarlos, con la esperanza de que
aquellos funden una nueva sociedad, ya que los adultos solo optaron por
sobrevivir. En cuanto a lo segundo, el espacio del poder militar local se
convierte más en un decorado en donde transcurren parte de las acciones
narradas por el héroe, quien confiesa abiertamente su odio hacia los militares (18).
El narrador establece jerarquías en
este mundo postapocaliptico, pues cito: “El zombi que se nos acerca no está
vestido igual que los otros tres. Además, por más asquerosos que me parezcan
los muertos reanimados, los tres que eliminé tenían un grado de limpieza. El que se nos acerca, en cambio, está
más cerca del típico cadáver andante con
el que me suelo encontrar en mis visitas a Lima. Parece haber sido un obrero, pues lleva blue jeans, un polo viejo
y un chaleco anaranjado con franjas amarillas […] (36, énfasis míos)”. Es decir,
habrían zombis limpios (no obreros) y zombis asquerosos (obreros). Otro aspecto
es que una de las búsquedas es “ropa” para los niños rescatados. Si bien la
trama se desvía un poco de la sobrevivencia que experimentan frente a la amenaza
zombi, me pregunto qué tan prioritario sería esta búsqueda en una situación real.
La novela se cierra con la muerte
del héroe en el momento del umbral (mientras es devorado por los zombis), así que,
no sabemos si se clausura el ciclo o si se apelará al “universo expandido”, que
permitirá nuevas aventuras, con nuevos personajes, en una ciudad, que como
afirma el narrador “nunca me terminó de gustar” (173).
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos