Noé,
el humano.
Julio Isla Jíménez. El sueño de Noé. Alastor Editores, 2015.
En nuestro país, el género dramático no
ha sido explorado de manera adecuada hasta el momento, pese a que existen
varios autores del canon peruano que han sabido compartir su escritura en
diferentes manifestaciones literarias; verbigracia, tenemos a Vallejo,
Valdelomar, Salazar Bondy, Vargas Llosa, entre otros. No obstante, frente a
esta práctica que parece desarrollarse de manera sinuosa, marginal, existen
escritores que optan por crear mundos a través de los diálogos y las
descripciones, pues el teatro sigue siendo la literatura en carne viva, es
decir, la que cobra vida a través de sus actores, en el que la objetividad y la
subjetividad se entremezclan para brindarnos un panorama de drama, tragedia, y
comedia en cada acto que se produce en las páginas y en el escenario. Por ello,
es saludable que para inaugurar su sello, Alastor Editores, publique una obra
teatral, pues abre una brecha atosigada en el mercado editorial de novela,
cuento y poesía. Y este debut ha sido auspicioso, ya que El sueño de Noé, de Julio Isla Jiménez, representa la calidad de
los textos que piensan publicar.
Ahora
bien, al leer El sueño de Noé nos
hallamos ante una obra dramática que nos presenta el mito bíblico del diluvio
universal y la construcción del arca por parte de Noé para su salvación. La
referencia es muy tangible a la narración que nos brinda el Génesis sobre la destrucción del mundo
por parte de Yavé, el dios judío, debido a la perdición de la humanidad. Sin
embargo, lo que nos brinda Isla Jiménez no solo es una relectura de este pasaje
bíblico, sino un cuestionamiento sobre la creencia y obediencia de Noé
respectos a los designios divinos. A través de una prosa espléndidamente
cuidada, con las formas de hablar y conjugación de los verbos de manera
castiza, sin caer, por supuesto, en los anacronismos lingüísticos, el lector no
revive un episodio antiguo con personajes anquilosados en la memoria, sino que
asiste ante la modernidad de sus pensamientos, el drama vivencial, el conflicto
de cumplir el deber o no de la misión sagrada, y, sobre todo, la humanidad
impregnada en Noé, así como la de algunos hombres escépticos que cuestionan su
labor de construir la embarcación en una época en el que la Palabra era
autoridad y la sumisión, irresistible.
Asimismo,
lo que ha logrado Julio Isla en su obra dramática es desmitificar esa
somnolencia y panorama litúrgico mediante un humor fino y sutil; por ejemplo,
cuando dialogan los hijos de Noé, Jafet y Cam, respecto a lo que hace su
hermano Sem y su esposa en uno de los compartimentos del arca:
Jafet: (…) ¿Y Sem?
Cam: Con su mujer, asegurando la continuidad del
género humano.
Jafet: ¿Con estos ruidos horribles?
Cam: Peores harán ellos. Gracias a él no nos
extinguimos (46-47).
Notamos la ironía, también, en estos parlamentos,
pues lo que el dramaturgo trata de hacer es soterrar el aspecto mítico del
diluvio universal mostrando la humanidad de los personajes, pues ellos también
piensan, gozan, comen, critican, etc. Incluso, la aparición de “otra arca” en
medio de las aguas revierte el mito fundamental, así como otorga la explicación
del surgimiento del mal luego de la erradicación de la perfidia, idolatría y
perdición en el mundo:
Voz de Yavé: Mientras la tierra se inundaba y el
espectáculo de tanta desolación me había persuadido de hacer descender al fin
la marea, ¡no vais a creer, Noé, lo que mi ángel encontró flotando sobre las
aguas! Un arca, un arca tan grande como la vuestra, repleta de hombres, mujeres
y niños. ¿Increible, no es así? (60)
Sin embargo, la historia no acabará aquí su
explicación sobre la aparición de la maldad nuevamente, sino que aparecerán
tres escenas siguientes que sorprenderán al lector al sumergirlo en la ironía y
omnipotencia de un Dios sabelotodo como es presentado Yavé. Con ello, se logra
la anagnórisis no solo en los personajes como Noé y sus hijos, sino en el mismo
Receptor, pues termina escéptico de lo que realmente ocurrió en los hechos
bíblicos; o sea, si solo fue un sueño, como el mismo título del drama lo dice,
o si efectivamente ocurrió como afirma la tradición judaica.
Entonces,
lo que ha logrado el autor es presentar de manera arriesgada, pero con acierto,
un episodio conocido, aunque no cerrado, para las interpretaciones y narraciones
posteriores del mismo tópico, pues con ello nos está diciendo que cualquier
historia es una obra abierta, con lo cual, las diferentes versiones apócrifas
no solo amplían el conocimiento que tenemos de este Noé judío, sino que nos
permite ver otra versión más humana de él, de carne y hueso, dudas y
traiciones, escepticismo y pecado, elementos propios de una modernidad que ya
se encontraba en ciernes en el nuevo Adán, como se expresa en el texto.
De
este modo, El sueño de Noé, de Julio Isla
Jiménez, se presenta como una obra promisoria que muestra mucho oficio de crear
un mundo dialogante con la tradición, pero con una mirada renovada y perspicaz
que hacen de su primer libro una piedra de toque en el mundo editorial, así como
del teatro en nuestro canon contemporáneo.
Jhonny Pacheco
Universidad Nacional Mayor de San Marcos