Antonio Zeta. Colpawálac. Lima: Altazor, 2019. 78
p.
Antonio
Zeta (Piura, 1986) nos entrega Colpawálac, novela que fue finalista del
concurso de novela infantil del año 2018 convocado por la editorial Altazor. La
buena literatura no tiene edad. La categoría “infantil” me resulta enormemente
problemática, creo que responde más a criterios editoriales, a un nicho
inventado por la industria (en el otro extremo, el borgiano Un único
desierto de Prochazka había sido considerada por una librería como literatura
infantil). Lo primero es pensar en el tipo de personajes (es decir, su edad), o
en el carácter moral o educativo de la historia. Así, las historias diseñadas
con estos fines tienen una “camisa de fuerza” medianamente limitada: no hay
lugar para el horror, salvo que sea amable o edulcorado, con el clásico “final
feliz”. Esto no ocurre del todo con Colpawálac, novela breve que está pensada
para un lector a secas (no necesariamente en el rango de lo que considera como
lector juvenil). Es por ello que Zeta agrega algunas escenas realistas que
niegan ese carácter evasivo o de puro entretenimiento educativo. Por
ejemplo, el poner cartones en la ventana de vidrio de la nueva casa nos habla de
la intemperie, de la pobreza, de la materialidad de las cosas del mundo. O el
hecho que uno de los miembros de la pandilla venda flores en el cementerio,
alude a la condición social del grupo. No son detalles menores.
El propio
Zeta aclara que «Con Colpawálac me permití regresar a mi niñez. Hasta los 7
años vivíamos en Castilla. Cruzar el puente era entonces toda una aventura,
como ir a un lugar lejano. Luego nos mudamos a Ignacio Merino frente al
Cementerio Metropolitano. Este lugar me produjo miedo y fascinación. Ver el
interior del cementerio desde el segundo piso de mi casa era bastante extraño.
En Castilla, el patio de mi casa me parecía infinito. En el cementerio había
una grieta que permitía el ingreso de los niños pero también personas de mal
vivir, provenientes de zonas aledañas. En la calle jugábamos a la botella borracha.
Uno de los castigos era entrar de noche al cementerio y gritar cualquier cosa,
una experiencia horrible para cualquiera. Debíamos gritar entre los muertos,
los murciélagos y las lechuzas» (Tertulia Cero, 2019). Si bien algunas
escenas pueden estar tomadas de la realidad, estas han sido ficcionalizadas en
función a la historia central.
La
historia cuenta la historia de un vampiro legendario de nombre Colpawálac y el
asedio hacia un grupo de niños, una pandilla adolescente, muy en la línea de The
Monster Squad (Una pandilla adolescente, 1987) que enfrentan a los monstruos
clásicos del cine de terror norteamericano. El personaje central es el nuevo
del barrio y debe de pasar la prueba de iniciación de “la liga de las tumbas”, vinculada
al cementerio local. Esta idea también se encuentra en las tradiciones de Ricardo
Palma. Tras el encuentro con el vampiro, los sueños aciagos empiezan a
atormentar al personaje mientras su hermano sufre una suerte de parálisis del
sueño, producto del poder del vampiro. El hermano del personaje parece haberse desdoblado,
duplicado y asumiendo otra identidad mediante una máscara logrará vencer al
viejo vampiro, para luego regresar al mundo de los vivos. Entonces, la brevedad
de la novela no es impedimento para desarrollar una historia original y con ambientación
local.
Otro
aspecto al margen son las ilustraciones a color realizadas por Edwin Flores. Justamente,
el registro que elige es más bien cómico o caricaturesco que puede ser correcto,
pero la historia al tener estos tintes realistas, en diálogo con las imágenes
le resta potencia al horror que contiene. En el fondo, es una historia de
personajes que se desplazan de un lugar a otro en búsqueda de mejores
oportunidades y que deben superar las viejas tradiciones (en este caso, la
amenaza del vampiro).
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de
San Marcos