lunes, 28 de octubre de 2024

Daniel Mogollón Alegría. El laberinto. Lima: Ambar, 2018. 99 p.

 

 


Daniel Mogollón Alegría. El laberinto. Lima: Ambar, 2018. 99 p.

          Con varias ediciones independientes, El laberinto, opera prima y sobresaliente novela de Daniel Mogollón Alegría (Piura, 1981) no recibió la atención que ameritaba dentro de la literatura juvenil. La novela está marcada por dos claves: la aventura y la acción, así como una dimensión mítica-maravillosa que la emparienta con obras audiovisuales como Labyrinth (1986), la versión fílmica de El Señor de los Anillos: la Comunidad del Anillo (2001), y ciertos rasgos del personaje femenino de Sarah Connor en Terminator 2 (1991); e incluso con el mito griego del minotauro. Obviamente, estas intertextualidades con lo audiovisual no suponen un demérito, sino que en la narrativa contemporánea son más bien una norma.

Ahora bien, la historia tiene un substrato maravilloso que se asienta en la existencia de seres mágicos como los duendes, pero que son figuras más bien malignas (bien justificadas y que reciben su sanción final) que amenazan a la comunidad y al personaje central. El inicio de la novela es notable justamente por esta dimensión legendaria y mítica. Luego pasamos a un tiempo presente, con un inicio en el que se presenta al personaje central, y que como historia sigue el “camino del héroe” y que tendrá una clara transformación: abandona su casa, debe superar pruebas, y al final es una persona diferente a la del inicio. Mogollón se las ingenia para introducir escenas tópicas, pero que adquieren originalidad dentro de la propia narración central.

          La literatura regional cuenta con una nula o inexistente difusión en Lima. El caso de Mogollón es solo un ejemplo de este centralismo que, muchas veces, sigue  solo modas dentro de un género aún marginal como el fantástico. Su segundo libro Relatos de noche (2023), salvo la sinopsis de la BNP, tampoco tiene una reseña crítica.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Antonio Zeta. Colpawálac. Lima: Altazor, 2019. 78 p.

 

Antonio Zeta. Colpawálac. Lima: Altazor, 2019. 78 p.

          Antonio Zeta (Piura, 1986) nos entrega Colpawálac, novela que fue finalista del concurso de novela infantil del año 2018 convocado por la editorial Altazor. La buena literatura no tiene edad. La categoría “infantil” me resulta enormemente problemática, creo que responde más a criterios editoriales, a un nicho inventado por la industria (en el otro extremo, el borgiano Un único desierto de Prochazka había sido considerada por una librería como literatura infantil). Lo primero es pensar en el tipo de personajes (es decir, su edad), o en el carácter moral o educativo de la historia. Así, las historias diseñadas con estos fines tienen una “camisa de fuerza” medianamente limitada: no hay lugar para el horror, salvo que sea amable o edulcorado, con el clásico “final feliz”. Esto no ocurre del todo con Colpawálac, novela breve que está pensada para un lector a secas (no necesariamente en el rango de lo que considera como lector juvenil). Es por ello que Zeta agrega algunas escenas realistas que niegan ese carácter evasivo o de puro entretenimiento educativo. Por ejemplo, el poner cartones en la ventana de vidrio de la nueva casa nos habla de la intemperie, de la pobreza, de la materialidad de las cosas del mundo. O el hecho que uno de los miembros de la pandilla venda flores en el cementerio, alude a la condición social del grupo. No son detalles menores.

El propio Zeta aclara que «Con Colpawálac me permití regresar a mi niñez. Hasta los 7 años vivíamos en Castilla. Cruzar el puente era entonces toda una aventura, como ir a un lugar lejano. Luego nos mudamos a Ignacio Merino frente al Cementerio Metropolitano. Este lugar me produjo miedo y fascinación. Ver el interior del cementerio desde el segundo piso de mi casa era bastante extraño. En Castilla, el patio de mi casa me parecía infinito. En el cementerio había una grieta que permitía el ingreso de los niños pero también personas de mal vivir, provenientes de zonas aledañas. En la calle jugábamos a la botella borracha. Uno de los castigos era entrar de noche al cementerio y gritar cualquier cosa, una experiencia horrible para cualquiera. Debíamos gritar entre los muertos, los murciélagos y las lechuzas» (Tertulia Cero, 2019). Si bien algunas escenas pueden estar tomadas de la realidad, estas han sido ficcionalizadas en función a la historia central.

          La historia cuenta la historia de un vampiro legendario de nombre Colpawálac y el asedio hacia un grupo de niños, una pandilla adolescente, muy en la línea de The Monster Squad (Una pandilla adolescente, 1987) que enfrentan a los monstruos clásicos del cine de terror norteamericano. El personaje central es el nuevo del barrio y debe de pasar la prueba de iniciación de “la liga de las tumbas”, vinculada al cementerio local. Esta idea también se encuentra en las tradiciones de Ricardo Palma. Tras el encuentro con el vampiro, los sueños aciagos empiezan a atormentar al personaje mientras su hermano sufre una suerte de parálisis del sueño, producto del poder del vampiro. El hermano del personaje parece haberse desdoblado, duplicado y asumiendo otra identidad mediante una máscara logrará vencer al viejo vampiro, para luego regresar al mundo de los vivos. Entonces, la brevedad de la novela no es impedimento para desarrollar una historia original y con ambientación local.

          Otro aspecto al margen son las ilustraciones a color realizadas por Edwin Flores. Justamente, el registro que elige es más bien cómico o caricaturesco que puede ser correcto, pero la historia al tener estos tintes realistas, en diálogo con las imágenes le resta potencia al horror que contiene. En el fondo, es una historia de personajes que se desplazan de un lugar a otro en búsqueda de mejores oportunidades y que deben superar las viejas tradiciones (en este caso, la amenaza del vampiro).

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

sábado, 26 de octubre de 2024

Ricardo Virhuez. El dios araña. Lima: Ambar, 2018. 92 p.

 

Ricardo Virhuez. El dios araña. Lima: Ambar, 2018. 92 p.

          Ricardo Virhuez (Lima, 1964) publicó en 2010 El dios araña, reeditado años después por la editorial Ambar.  Javier Ágreda (2010) vinculaba esta novela con el “boom” de la novela juvenil de la segunda mitad del siglo XX. Destacaba el uso del lenguaje coloquial y criticaba el hecho que haya “[…] demasiada sangre y crímenes, y en cambio falte un poco de profundización en las emociones y forma de pensar de los adolescentes”. En una entrevista de 2011 Virhuez comentaba el origen de la historia: “Es una novela cuya historia se originó en un taller de novela que dicté en la Universidad Nacional de Trujillo. En ese momento, inventé la trama y los estudiantes participaron dando ideas, afinando personajes y sugiriendo desenlaces. La idea me siguió dando vueltas, hasta que al fin me animé a escribirla” (eldiosarana, 2011).

          La novela se lee de un tirón, tiene un buen ritmo y mantiene una fluidez tanto en la historia como en el uso del lenguaje coloquial, la jerga juvenil de un grupo de estudiantes de arqueología que se ve envuelta en una trama detectivesca y cuasi policial, de misterio e intriga acerca de una antigua divinidad moche que otorga la juventud eterna a cambio de sacrificios humanos, hecho que se devela al final de la novela. La historia está matizada con el romance juvenil entre el personaje central y el misterio que envuelve a la ciudad con las extrañas muertes. Si tuviésemos que buscar un antecedente sería Bajo la piel (1996) de Francisco Lombardi.

En Lombardi la trama es realista y hace referencia a la violencia residual del terrorismo en los años 90, o del fanatismo de un profesor de historia que viene cometiendo estos crímenes para reivindicar ese pasado prehispánico. En Virhuez la trama roza lo fantástico y el terror al darle esa ambientación, pero termina por imponerse los códigos realistas y la trama amorosa.

Esta novela se escribió en 2010 cuando -grosso modo- los narradores fantásticos no incorporaban necesariamente referencias locales o alusiones a la mitología local, que puede ser una alternativa a un fantástico más globalizado o internacional. En ese punto El dios araña es pionera y amerita una reedición, quizás acompañada con otras notables ilustraciones de Josse Sivana, quien realiza la portada de esta edición.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos