Hans Rothgiesser. Zomos Zombis. Cartografía de una infección a escala
nacional. Lima: Altazor, 2020. 238
p. Ilustración de portada: Stalin Alva
El escritor Hans Rothgiesser (Lima, 1975) es el compilador de este nuevo libro de zombis peruanos. La figura de este monstruo contemporáneo fue cobrando mayor presencia en los narradores de su generación, nacidos desde los años 70, como fecha aproximativa. Es claro que Rothgiesser ha sido uno de los principales impulsores de esta tendencia con una obra en la que el zombi es constante, con una trilogía iniciada con Requiem por Lima publicada en 2014. En esa línea hay que agregar que desde el año 2009 pueden ubicarse referencias al zombi como el proyecto Valhalla (en el que participó el propio Rothgiesser) y la novela de Rafael E. González-Otoya. Asimismo, se publicaron luego algunas novelas como las de Gonzalo del Rosario, Charles Huamaní o Luis Apolin, además de algunos cuentos en antologías (cfr. Honores, La división del laberinto, 2017, p. 121-140). La popularidad global del zombi encontró su punto de auge en la serie The Walking Dead estrenada en 2010 y basada en el popular comic de Kirkman.
La compilación incluye 26 cuentos (uno por cada departamento del país, más la base en la Antártida) más una breve nota introductoria y notas biográficas al final -en todo lúdico- acerca de cómo fueron “capturados” los autores-zombis del libro. Se trata de un esfuerzo no solo editorial sino además creativo, ya que como se ha vuelto habitual, muchas de las compilaciones y antologías el día de hoy son de escritura por encargo, es decir, no son textos escritos previamente con libertad y publicados (o incluso inéditos), sino a pedido. Sin duda, este tipo de publicaciones tienen sus riesgos: que todos los cuentos no sean excelentes; más aún porque el compilador nunca tendrá control total sobre lo producido, a menos que realice la función de editor.
Es claro que todos los autores del libro tienen oficio en la escritura, pero hay líneas reiterativas sobre el zombi que quisiera comentar. Desde la breve introducción, el compilador sostiene algunas ideas para el diálogo. Sostiene que “una de las razones por las cuales el género del terror producido en el Perú no está tan divulgado, es porque hay pocas iniciativas de colaboración entre los que están produciendo terror” (9). En este punto (y siguiendo a Juan Acha) hay que proponer un matiz: el sistema literario supone tres cosas: producción, distribución y consumo. Hace unas décadas se afirmaba de manera gratuita que no existía lo fantástico porque no había escritores que transitara por estos géneros (terror, horror, CF). El día de hoy es claro que lo fantástico es lo dominante, hay muchos autores en Lima y en regiones que escriben y publican. Primera conclusión: hay escritores de literatura fantástica en todo el Perú. Incluso podemos agregar que el despunte de lo fantástico se grafica en las editoriales especializadas como Pandemonium, Cthulhu, Torre de Papel, Pez del abismo y todas las editoriales independientes -como Altazor, Animal de invierno, Maquinaciones, Campo Letrado, Estruendomudo, entre otras- que sin excepción tienen en sus catálogos títulos vinculados a lo fantástico.
Sobre el segundo punto (la distribución) es claro que no existen aún canales adecuados, la librería limeña sigue siendo un espacio rígido que solo da cabida y visibilidad a la producción extranjera, marginando a los autores locales, con excepción de aquellos que publican en Penguin Random House o Planeta (aunque esto tampoco es garantía para el éxito de un libro, ya que se ha visto que buenos libros publicados en estas transnacionales terminan en los saldos o remates meses después de la publicación). Segunda conclusión: solo la producción foránea se hace visibles para el lector “distraído”.
En cuanto al consumo, es asunto es más complejo porque supone determinar los hábitos de lectura tanto del público en general como del especializado (dividido a su vez en la periodística y la académica). En líneas generales, así como se afirmaba de modo gratuito que no existía literatura fantástica en Perú; también se repite hoy que no existe crítica literaria en general. Y es que la crítica es un ejercicio permanente cuyo interés es lo contemporáneo. Supone dos cosas fundamentales: una práctica permanente y regular en algún espacio físico (impreso) o virtual, y el tratamiento de lo actual. La crítica entendida como la emisión de un juicio de valor a partir del gusto podemos encontrarla hoy en los booktubers o en plataformas video-digitales de literatura, podcast, o blogs. Es decir, existe. Que esta sea diferente a la del siglo XX, o que no sean necesariamente “especialistas”, sino lectores que comparten sus experiencias de lectura con otros como ellos, es otro tema. También tenemos la crítica periodística, que en muchos casos ofrecen sinopsis, todo con el fin de que los libros se compren; previamente los libros deben de estar disponibles en librerías porque sino, no tendría sentido promocionar un libro que nadie va a poder conseguir (ver el círculo vicioso del segundo punto). De otro lado, hace buen tiempo pienso que ser comentado o reseñado de modo positivo tenga necesariamente alguna implicancia inmediata en el consumo. Y en cuanto a la crítica académica, hace años que ha sido desplazada en su poder por la periodística y el marketing (un poder bastante falaz por cierto) o ha desaparecido, o mejor dicho, sigue en su propio gueto, sin salir de los muros de sus claustros. No todos los autores llegan en vida, a gozar de la “fortuna crítica” académica en su momento (el caso de Adolph es sintomático). Nuestro sistema es el “boca a boca”: somos aún orales. Tercera conclusión: los lectores no hacen caso a la crítica académica a la hora de comprar un libro, pero puede ser seducida por la periodística (no estamos hablando de sus valores estéticos implícitos en el texto, sino de su consumo y recepción).
Luego de esta digresión y volviendo a la premisa de la introducción, la colaboración de los autores no es la solución para la divulgación del terror (y de lo fantástico en general). La divulgación se da a través de la distribución y circulación (hay que agregar el rol de las Ferias de Libro, que bien organizadas pueden ayudar a visibilizar esta narrativa), no en la producción. La segunda premisa es que el libro contiene los cuentos de “varios de los mejores escritores peruanos del género que han explorado el monstruo zombi en algún momento” (9). Esta afirmación supone dos cosas: a) que los autores incluidos tienen trabajos anteriores sobre el zombi; y b) que hay como mínimo 26 buenos autores (número bastante alto para un corpus de autores mucho más amplio, que con facilidad supera los cien).
Para lograr que sea el mismo universo ficcional compartido, se pidió a los autores que trabajen a los zombis clásicos, con características comunes: “lentitud, falta de pensamiento, contagio a un ser viviente a través de la mordedura, y que solo coman carne de ser humano vivo” (9). Estas premisas se ajustan al primer modelo romeriano del zombi. Concluye con otra idea de coyuntura: considera que el Perú manejó del peor modo la pandemia del covid-19, y añade que “Y le podemos echar la culpa de eso al capitalismo, a la pobre gestión pública, al presidente o a algún gremio empresarial. La verdad de fondo es que la culpa es nuestra y nada más que nuestra” (10, énfasis mío). Ese “nosotros” es bastante engañoso porque nos hace culpables directos de que el sistema funcione mal (tampoco sé si hay alguna connotación religiosa sobre la culpa y el pecado). Pero puede referirse también a que somos culpables porque elegimos mal a nuestros gobernantes y autoridades, entonces el autor se inclinaría por una reforma del sistema democrático, entendido como el mejor de los mundos posibles, ya que el capitalismo funcionaría bien.
En cuanto a los textos seleccionados hay tres situaciones de acción recurrentes que pueden sintetizarse en este esquema: 1) amenaza zombi; 2) enfrentamiento (muerte); 3) escape (¿?). En líneas generales la estética del videojuego (en el que solo se sabe matar) se mantiene aunque ha menguado considerablemente y se ha reemplazado por referencias turísticas y gastronómicas de algunas zonas, como un modo de graficar el espacio regional. El cronotopo frecuente es la sobrevivencia, pero no del colectivo sino del sujeto solitario e individual (esto no es otra cosa que un efecto directo del capitalismo). Son cuentos de acción (con imágenes sobre lo físico, en algunos casos bastante descriptiva) antes que de reflexión, en el que está ausente el conflicto dramático. La principal perspectiva o punto de vista es la de los humanos. Si bien la premisa de Rothgiesser era el zombi clásico que no piensa, hay algunos que ofrecen la perspectiva del zombi (como en los cuentos de Gonzalo Del Rosario o el de Rubén Mesias); pero no hay ninguna del ejército, la comunidad científica o del Estado en general, que deberían de hacerse cargo (como si estas instituciones se hubieran quebrado o disuelto tras la pandemia zombi). En la narrativa popular lo más interesante es el subtexto, pero en muchos casos ello está ausente por privilegiar más la acción.
De los cuentos incluidos hay cinco que sobresalen del grupo: dos vinculados al entorno de la familia en crisis (Luis Apolin y Marco Antonio Yauri); uno con ecos lovecraftinianos (Liliana Flores), otro de resonancias filosóficas (Luis Arbaiza); y otro de estética gore y homoerótica (Carlos Carrillo). Apolín aprovecha la idea del espacio cerrado para referir la pérdida de lo ético entre los propios humanos que llegan al paroxismo de la violencia a través de la venganza; Yauri también usa el espacio cerrado, pero en este caso se trata del propio sacrificio que realiza la madre como último acto humano antes de convertirse en zombi. En el caso de Flores aprovecha muy bien las referencias prehispánicas y la arqueología para articular un relato que funciona muy bien con la temática zombi. El texto de Arbaiza encubre bajo el diálogo filosófico (intercalado en algunos momentos) una realidad sobre Lima y sus ciudadanos, en una clave política y dialéctica muy potente. Carrillo, autor de culto, nos lleva a escenarios impensados desde la regularidad y ofrece imágenes gore no aptas para todo el publico (sobre todo para aquellos que toman la ficción como sinónimo de la realidad) y transgreden lo ético y lo humano es un escenario apocalíptico. Textos complejos que exigen un mayor análisis.
El humor está casi ausente (excepto en Del Rosario, Dammert, Neyra -o el propio Carrillo, que puede leerse en esa clave-). En general los cuentos están escritos con corrección. Tampoco hay muchas alusiones a la tecnología. La estructura mental de los personajes se ubica en un espacio-tiempo sin internet ni redes, ni TV. En suma, Zomos Zombis. Cartografía de una infección a escala nacional ofrece un derrotero sobre este monstruo global en un país en ruinas, con nula (o casi) tecnología, ciencia e incluso fuerza militar-policial, sin comunidad científica. Lo único que importa es no morir.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos