José Vásquez Peña. Antología del cuento fantástico iqueño. Ica: El conde plebeyo, 2019. 254 p.
José Vásquez Peña (Ica, 1946) es escritor y ensayista. Tiene una amplia producción narrativa que abarca libros como La soledad del viejo huarango (1988) a Mundo mago (2019), además de su obra ensayística Las huellas del Hipocampo de Oro. Nueva travesía por los predios de la literatura iqueña (2016) y varias obras de ficción aún inéditas. En Ica es referente cultural, además de representante de lo fantástico, y ha desarrollado durante varias décadas un trabajo sostenido dentro del estudio de la narrativa en Ica. En un acto de por sí insólito o maravilloso para los ojos limeños, acaba de publicar con la editorial El conde Plebeyo (dirigida por el escritor y editor iqueño César Panduro Astorga y Alberto Benavidez Ganoza) un florilegio titulado Antología del cuento fantástico iqueño.
Lo primero que llama la atención es el título. Queda claro que su trabajo está en la línea del libro pionero de Harry Belevan Antología del cuento fantástico peruano de 1977, editado por la UNMSM. Lo segundo es el acto de remarcar su carácter de regional, lo que puede leerse de dos maneras: como una ola (o desborde) de un género que siempre estuvo allí como práctica escritural de los narradores y que gozó de gran aceptación entre lectores (tal como ocurre actualmente en otras latitudes del país como Arequipa, Cusco, Piura, o la región amazónica); y de otro lado, como reclamo indirecto a una tradición centralista y colonial de la cultura, que solo existe a partir de Lima. Es también un acto subversivo, en el sentido que vuelve a desestabilizar el panorama limeño tan cómodo y aburguesado en traumas con el padre, o conflictos de familia o el feminismo virulento de la “dictadura del pensamiento único”. Vásquez Peña lo hace ahora desde una producción acaso casi desconocida y desatendida por la crítica. Si nuestro sistema literario artesanal impide muchas veces la circulación de obras de editoriales independientes producidas en Lima –más allá del registro literario o generacional-, menos fortuna tienen las obras editadas en las regiones. Por ello, se hace necesario impulsar lo regional para tener un mejor panorama de lo que está ocurriendo en la narrativa peruana contemporánea. Aunque también es probable que el interés de los académicos sea acaso mínimo, ya que es más cómodo estudiar lo ya asentado dentro de la historia y que prácticamente se cierra con la obra de nuestro premio Nobel y lo que gira alrededor de este como satélites.
El libro de Vásquez Peña tiene un prólogo titulado “El otro rostro de la narrativa iqueña”, en el que el autor se apoya en la teoría clásica de lo fantástico –desde Tzvetan Todorov, a Roger Caillois, pasando por Julio Cortázar, Alejo Carpentier y Harry Belevan- para establecer qué se debe de entender por fantástico. Si bien las ideas expuestas son correctas, el sentido que le da el antologador a lo fantástico es mucho más amplio y general –apoyándose en esta noción de lo fantástico como “síntoma”, propuesto por Belevan. Así, hay varios cuentos incluidos que pueden considerarse como realistas o extraños (es decir, de apariencia fantástica o sobrenatural, pero con una explicación razonable al final del relato) y que pueden ser motivo de discusión –desde el punto de vista teórico u ontológico sobre qué es lo fantástico.
El libro inicia con cuentos de Abraham Valdelomar –autor del canon nacional- y se cierra con Leydy Loayza, representante de la nueva hornada de autores iqueños contemporáneos. Hay elementos transversales que recorren la mayoría de los cuentos. En primer lugar la presencia de lo demoníaco, a través de figuras malignas del panteón infernal, con sus aquelarres o de ambiente brujeril. En ese caso la mujer es representada como agente del mal (una ayudante del diablo), lo que remarca una visión tradicional de la mujer dentro de estos mundos representados. Lo demoníaco es un síntoma de que el mal existe; pero a la vez, el reverso del bien, por lo que puede entenderse que al referir directamente al mal, se alude de modo implícito a la existencia del bien. Es decir, hay un trasfondo ideológico cristiano que da sentido a varios de los textos. En segundo lugar, hay un trabajo con la oralidad, a partir del recurso del relato enmarcado (una historia contada por otro y asumida como verdadera o cierta) que grafica el recurso de la oralidad puesta al servicio de la reconstrucción no solo del habla popular, sino también de la activación de una memoria social compartida que hace posible y verosímil aquello que transgrede las nociones de lo real, estable o lo cotidiano. Finalmente, el paisaje iqueño que es más que un marco, o una ambientación, es un locus, un lugar de ensueño, de maravilla, en el que lo real-maravilloso es cosa común.
Sobre los autores antologados quisiera destacar –además de Abraham Valdelomar- los casos de Luis Enrique Moreno Thellesen y Anaximandro Lucero. Moreno Thellesen murió en 1929 sin ver la luz su anunciado libro El jardín de las lámparas con prólogo de Clemente Palma, que nosotros logramos rescatar, reconstruir y publicar en 2017 (con la agencia de José Donayre y la editorial Altazor de Willy del Pozo) a partir del prólogo del autor de Cuentos malévolos más algunos otros posteriores a la fecha de publicación fallida –sobre a cual no hay mayor registro. Moreno Thellesen demuestra en sus cuentos una madurez al transitar por lo fantástico, el relato policial y atisbos a la ciencia ficción, con un manejo del lenguaje de herencia modernista, pero también con ficciones autónomas de gran imaginación. El otro caso es el de Anaximandro Lucero, que amerita una revisión de su libro de 1923 titulado El dolor de los otros, del que se extraen dos cuentos “La leyenda del esqueleto” y “El misterio de la bodega vieja”, de ambiente musical, con ecos góticos a los aquelarres y al mundo de la brujería.
La aparición de un libro es ya un motivo celebratorio. La antología de José Vásquez propone un corpus de textos vinculados a la tradición fantástica que escapan de la territorialidad limeña para adentrarse en lo regional, un ejercicio que esperamos pueda tener continuadores en otras regiones del país, porque los caminos se bifurcan hacia nuevos horizontes. En un tiempo de permanente alienación cultural es saludable regresar a las raíces, a lo propio, en suma, regresar al Perú.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos