lunes, 19 de noviembre de 2018

David Roas. La casa ciega. Lima: Trascender, 2018. 141 p.




David Roas. La casa ciega. Lima: Trascender, 2018. 141 p.



La casa ciega es la selección de cuentos hechas por el propio David (Barcelona, 1965)  para la editorial Trascender, sobre la base de tres libros de relatos: Horrores cotidianos (2007), Distorsiones (2010) y Bienvenidos a Incaland© (2014). Estos tres libros ya han sido revisados en su integridad en anteriores comentarios. La casa ciega se ha dividido en tres secciones.

En la primera sección encontramos una estructura iterativa: un personaje (de tipo paranoico) quien percibe la realidad, distorsionándola. Incluso, un rasgo transversal al personaje es la locura o insanía, frente a la regularidad, lo cotidiano o lo que se considera como “normal” o habitual, dentro de una realidad estable. Como todo (o casi todo) ocurre en la mente del personaje, es posible asumir que nos encontramos frente a un fantástico de percepción (ya que no hay una “segunda consciencia” que pueda confirmar el hecho anómalo que aparentemente está ocurriendo), aunque de los tres cuentos, solo “Tránsito” cumple con ciertos códigos y temáticas fantásticas (la presencia del muerto, del fantasma), mientras que “Palabras” y “La realidad está ahí afuera”, se enmarcan más dentro de lo extraño. Por ejemplo, en “Palabras”, el personaje asume con cinismo y cierta insensibilidad el misterioso suicidio de su amigo (un escritor llamado David, una especie de alter-ego del autor real, recurso que aparece frecuentemente en otros textos), quien pierde la confianza frente a la referencialidad de las palabras, lo que lo lleva a perder progresivamente la fe en estas, o en su defecto, se fragmenta y escinde (todo esto es atendido por el narrador-personaje), para concluir que “Las palabras no funcionan”. Se trata más de una crisis posmoderna del propio lenguaje.

En “La realidad está ahí afuera” otro personaje paranoico (en este caso hiper-maníaco de la higiene) desde la cárcel, recuerda los hechos que lo llevan a esta situación. Es el único capaz de percibir (y oler) una hediondez que emana del guía del museo. Una peste que es hiperbólica, que solo es percibida por este asesino accidental, cuya nariz pareciera que cobrara vida propia. Y aquí nuevamente nos encontramos frente a lo extraño, ya que todo ocurre “en” el sujeto que percibe. Accidentalmente empuja al guía y este muere desnucado. Tras ser condenado, el personaje se consuela e incluso gusta de su vida carcelaria, sosteniendo que “esto casi parece un hogar” (37). Esta idea del hogar invita a pensar en lo que representa la vida matrimonial “real”, ya que al inicio alude a la “convivencia”, lo cual implica habituarse a la presencia del otro y también a sus posibles efluvios. Así que puede considerarse este cuento en clave realista: el matrimonio como cárcel, los singulares olores naturales de la pareja, y su aceptación final, etc.

“Tránsito”, al igual que los textos anteriores presenta un personaje paranoico que ve muertos en la vía pública, como en Sexto sentido. Si bien no hay otra conciencia que permita verificar que esto ocurre (y por ello hay también cierto nivel inquietante), lo raro no está en ver al fantasma sino en habituarse a su presencia (como en Cortázar) y sentir “miedo ante la imposibilidad de dejar de verlo”. La figura del fantasma corresponde a uno de los tópicos clásicos del fantástico del XIX, aquí resemantizado.



La segunda sección “Distorsiones” encontramos dos cuentos extraños “Das Kapital” y “La casa ciega” y tres posiblemente fantásticos “Duplicados”, “El sobrino del diablo” y “Excepciones”. En “Das Kapital”, un pasajero del sector económico es trasladado a primera clase y es allí desde donde se produce una fractura, que al igual que en los cuentos iniciales, no sabemos si realmente ocurre o de si solo es la fantasía paranoica del personaje. Una visión que propone el caos para el sector popular frente a la estabilidad y confort para los del sector A-1. Lo interesante es que si bien el final es irónico (el personaje concluye: “finjo que pienso en la revolución”), el trasfondo es mayor, pues refiere a la intelectualidad de la izquierda “caviar” y arribista que mantiene un discurso popular (pero que en fondo resulta ser un discurso vacío) pues solo buscan su propio beneficio y mejorar su estatus económico, lo que no es otra cosa que el deseo de pertenecer al sector poderoso, que aparentemente rechazan y condenan. En “La casa ciega” un viajero en tren se obsesiona con una misteriosa casa abandonada y tapiada, que él imagina habitada. Incluso intenta captar esa “realidad” mediante una cámara (al modo de Blow up de Antonioni), pero en el fondo no hay nada anómalo. Al igual que en “Tránsito” el personaje se ha habituado a la presencia de la casa. Pero ¿Por qué el alter-ego prefiere la casa fantasmal a la acaso real en la que habita, con personas reales? ¿Por qué esa evasión o distorsión?

En la línea de lo fantástico destacan “Duplicados”, que sobre la base de llevar a cabo la especulación teórica del físico Schrödinger, produce una ruptura en la línea espacio-tiempo, creando por un fragmento una dislocación del mundo en dos; “El sobrino del diablo” sobre la presencia real de este agente del imaginario popular (aunque de menor rango); y “Excepciones”, sobre un sujeto que no puede entrar a su casa (nuevamente, nos lleva a pensar en la dramática relación sujeto-casa-hogar, a la que no se quiere ni puede entrar, pero se debe, y que podría extenderse en sus sentidos más dramáticos).



Y la última sección “Bienvenidos a Incaland©” presentan al Perú como espacios laberinticos, sea Miraflores en “Universos paralelos” o Cuzco, en “Zona de penumbra”.



En conclusión, los personajes de “La casa ciega” muestran un nivel de paranoia, lo que les permite distorsionar la realidad, y a la vez manifiestan conflictos de identidad, metaforizados a través de las dislocaciones espacio-temporales o duplicaciones que sufren y padecen, siendo esta una estrategia ficcional y la vez una estructura iterativa que forman parte del estilo de los textos de Roas.

Elton Honores