“Presentación
de La división del laberinto”. 24 de febrero, 4:00, Casa de la Literatura Peruana.
José
Güich Rodríguez
Le
agradezco a mi gran amigo Elton Honores su honrosa invitación para presentar
hoy, junto al Maestro y también muy admirado amigo Harry Belevan, el libro La división del laberinto. Estudios sobre la narrativa fantástica
peruana contemporánea (2000-2015). También quiero renovarle mis
felicitaciones por su persistencia en la organización de este ya institucionalizado
“Congreso de verano”, que cada vez cuenta con mayor repercusión en los medios y
congrega a autores, investigadores y público lector. Es una clara muestra de
cuánto ha cambiado el escenario de la literatura en el Perú, a despecho de los pocos operadores culturales
que aún se resisten a aceptar una realidad innegable. Y también insistir en la
gratitud personal por su interés generoso en nuestro trabajo.
En
esta ocasión, el encuentro coincide con los diez años de la partida de José B.
Adolph, el entrañable e inolvidable escritor que desde su primer libro,
aparecido hace 50 años, El retorno de
Aladino, inició un proceso que no se ha detenido y no se detendrá,
felizmente. La contribución de Elton a estas recomposiciones del sistema
literario peruano es invalorable, y no solo por su saludable terquedad en la
organización de estas citas, en franca alianza hoy con el Instituto Raúl Porras
Barrenechea, y en octubre, con el Instituto de Estudios Literarios Antonio
Cornejo Polar.
Su
aporte es realmente sustancial en el sentido de que ha permitido, con rigor
crítico, información actualizada y visión totalizadora, el diseño de un mapa de
lo que está ocurriendo en el Perú con las hasta no hace mucho poco apreciadas
“escrituras no realistas o miméticas”, que hoy experimentan, en varios frentes
de batalla, una visibilidad llamativa, enriquecedora. Es cierto que aún queda
mucho camino por recorrer, pero yo soy uno de los que consideran que el avance
de lo fantástico y de la ciencia ficción en el país es positivo y firme,
gracias a Elton, a escritores e impulsores como Daniel Salvo, José Donayre
Hoefken o Víctor Ruiz Velazco y a editoriales independientes como Altazor,
liderada por Willy del Pozo.
Como
sé que hay muchos amigos entre los asistentes, me daré el lujo de ser sincero -para lo que
ello importe-. Estoy desencantado o desilusionado con muchos aspectos de la
vida social y política peruana, con tendencia cada vez más acentuada a la
condición de ermitaño o anacoreta levantisco -me encanta decirlo una vez más-, pero
eso se acaba cuando comienzan las clases y hay que acudir a al centro laboral
para cumplir con nuestra misión docente.
También
esa sensación del desencanto aplastante se acaba, al menos por unas horas.
cuando acudo a estas celebraciones en tono de la imaginación y de sus inmensas
posibilidades como respuesta a la medianía del entorno, peligrosa y con alto
riesgo de contagio si no estamos con las barreras defensivas bien afianzadas.
Ya habrá tiempo para seguir cultivando el desánimo frente a las dificultades de
convertirnos en esa “República Superior” que debimos ser y no este yermo, más
parecido al siglo XIX que al XXI.
Hoy,
lo importante es el libro que tenemos entre nuestras manos: un conjunto de
trabajos académicos que Elton Honores ha
elaborado con brillo a lo largo de varios años de dedicación y cuyas premisas
centrales suscribo una por una, desde el texto notable que abre el libro,
“Narrativas del caos: un ensayo sobre la narrativa de lo imposible en el Perú
contemporáneo” que, considero, es el eje alimentador de la propuesta que
Honores defiende. En este excelente trabajo, el crítico e investigador pone en
la picota la idea del realismo como la única alternativa válida para expresar
una visión problemática o crítica acerca de un estado de cosas.
En
consonancia con sus observaciones y asertos, yo afirmaría que la narrativa
fantástica peruana, hasta hace poco invisible y marginalizada frente a las
teorías y praxis del realismo -que alcanzaron su máxima plenitud y hegemonía
con Ciro Alegría, José María Arguedas y Mario Vargas Llosa, en el siglo pasado-
ha asomado una vez más. Ha logrado superar las trabas impuestas por un discurso
académico bastante limitado (salvo grandes excepciones, como Elton Honores, por
supuesto), y el control ejercido por los poderes fácticos de la prensa
cultural, generalmente pobre en sus alcances.
Las escrituras de orientación no realista han
llegado para quedarse. Autores nacidos a
partir de 1960 (Herrera, Prochazka, Iwasaki, Donayre Hoefken, Sumalavia, Salvo
o Yeniva Fernández, entre otras voces importantes) dialogan ahora con sus
precedentes modernistas, vanguardistas y los de la Generación de los 50, 60 y
70. Sobre los nacidos a partir de la década siguiente, aún es prematuro forjar
apreciaciones sobre qué nombres pasarán a un canon libre de imposturas. Es un
visado para el futuro que seguirá, con probabilidad, su propio derrotero y
contará con sus intérpretes.
En
diversos soportes académicos y divulgativos, la narrativa fantástica peruana
ocupa ahora un lugar más cercano al centro, sin que ello suponga alcanzar un
protagonismo semejante al de los lanzamientos de los sellos multinacionales. Es
sabido que estos influyen, como industria, en el gusto y en la manera de
recibir y entender el ejercicio creador por parte del público no iniciado.
Incluso, las pocas páginas que los medios tradicionales dedican a los libros ya
dan cuenta del fenómeno, aunque con sesgos y manipulaciones naturales en
quiénes dirigen las líneas editoriales y ven peligrar su posición de control protagónico.
El
contrapeso lo han establecido las múltiples opciones que hoy ofrece el mundo
virtual, a través de las redes sociales,
youtube y los blogs, sin cuya
emergencia no habría sido posible esta suerte de “primavera de lo fantástico y
de la CF”, es decir, el auge de géneros que en tiempos no muy lejanos
provocaban el mohín escéptico o burlón de quien todavía es presa de la
ignorancia o ese hábito tan nacional llamado “ninguneo”.
Hoy,
el autor peruano que ha decidido construir su identidad artística dentro de estos
usos ya cuenta con mecanismos que le permiten proyectar sus trabajos a un
dominio público, creando así corrientes de opinión e intercambio, más allá,
incluso, del libro en formato clásico, que parece atravesar hoy una fase de
tránsito dramático pero inevitable al llamado e-book o el kindle.
Y
sobre todo, un cultor nativo ya puede reclamar para sí una tradición propia,
dialogar con ella o, si se quiere, refutarla con conocimiento de causa. En este
canon, que inevitablemente deberá experimentar transformaciones y
replanteamientos -nada es estático-, son
piezas sólidas y quizás ya inamovibles C. Palma, Valdelomar, Vallejo, Ribeyro,
Loayza, Durand, Mejía Valera, Adolph, Belevan o Calderón Fajardo. Son
referencias locales que en su momento contribuyeron a un constructio periférico que sobrevivió a pesar de las exigencias de
realidad cruda y de urgente compromiso político, en boga sobre todo partir de
la Revolución Cubana y la subsecuente toma de posición frente a una verdadera
partición de las aguas en la historia ideológica del continente.
Pero
lo que muchos estudiosos y autores no supieron entender, en su momento, es que
toda escritura de raigambre fantástica es un poderoso instrumento de
desestabilización y de cuestionamiento al orden imperante. Supone una crítica
desde el lenguaje a las imposiciones de las élites sobre las certezas que estas
pretenden imponer a las sociedades a través de agentes enquistados en el plano
de la inteligencia y de la cultura, que buscan perpetuar una visión del mundo
monolítica o uniforme.
Hoffmann,
Mary Shelley, Poe, Le Fanu, Bierce, Stoker, Lovecraft, Borges, Arreola,
Monterroso y Cortázar han perpetrado, cada uno de acuerdo con el marco de
producción en el que se inscribieron, severos cuestionamientos a la
“domesticación” o el “apaciguamiento” de conciencias que diversas
representaciones de lo real -no estrictamente ficcionales- en torno de la vida
humana se generaron con el advenimiento de la Ilustración, a lo que la prédica
romántica supo responder con imaginación, delirio y vuelo provocador.
Así,
todas las grandes figuras de la narrativa fantástica han sido elementos
altamente subversivos y disociadores, porque se
han enfrascado en organizar mundos alternativos cuya lógica coloca en
jaque a las verdades oficiales que quieren garantizarle al sujeto social una
estabilidad a cambio de un manso acatamiento de todo aquello relacionado con el
orden inamovible y sin fisuras dentro de lo privado y lo público.
Para
terminar, solo he intentado, espero que con cierto grado de ecuanimidad,
destacar algunas de la ideas ampliamente desarrolladas en todos los estudios
que forman este libro. Se convierte así en una referencia inmediata para los
jóvenes investigadores. El título polivalente del volumen invita desde ya a
ingresar a ese dominio entre bélico y de partición de aguas.
Me
quedo con el primero y desde un sentido metafórico: un ejército de escritores,
una “quinta columna” que con solo un arma, el lenguaje, la palabra, desbarata
las certezas sobre una sola forma de construir realidades ficticias e implanta
el caos desestabilizador y transgresor que lo fantástico siempre conllevará.
Muchas
gracias.