sábado, 29 de octubre de 2016

Moisés Sánchez Franco. Los condenados. Lima: Agalma, 2016. 139 pp.




Moisés Sánchez Franco. Los condenados. Lima: Agalma, 2016. 139 pp.

Con un estilo que rinde homenaje a la mejor literatura finisecular anglosajona y una estética anti-victoriana, Moisés Sánchez Franco (Callao, 1975) presenta su opera prima oficial: Los condenados, un conjunto de 9 cuentos en el que predomina lo fantástico y lo extraño, lo decadente y lo gótico. El autor construye un universo ficcional que va a la contra de lo producción local, pues ambienta sus historias no en el mundo contemporáneo, sino que prefiere de modo dominante, un marco contextual –llamémosle- pre-informático (fines del XIX y antes de la llegada del hombre a la luna en 1969) –siendo la excepción “Las cartas de navidad”. Por ello, la extrañeza en sus cuentos, cautivan.

Si bien hay un interés en no anclar sus historias en un marco de referencia conocido o nativo, “Cartas de navidad”, el único ambientado en el siglo XXI, (por la alusión a “internet”) transcurre en Perú por la mención a un producto de nombre local: “Frugos”, de la Corporación Lindley. Pero no se trata de la conocida “publicidad encubierta” frecuente en el mundo audiovisual como una manera de costear los gastos de producción, sino que sirve para crear ese efecto de “realidad”.

La escritura en sí misma se convierte en un agente (personaje) de sus textos: lo “epistolar” adquiere mayor valor. Se trata de un mundo “romántico” ahora ya perdido por la modernidad, por ello, esta operación puede interpretarse como un rechazo a la cultura de la imagen (pero esto es solo en apariencia). De otro lado, se apropia y se reconoce como parte de una tradición escritural de lo fantástico clásico, que va desde Poe a Lovecraft, pasando por Clemente Palma y Borges.

En cuanto a esta “aparente” ausencia de lo audiovisual (dominante en autores más jóvenes), no lo es tanto si pensamos que algunos cuentos de Sánchez Franco tienen conexiones con films como The lake house (en “Las cartas de navidad”, por las extrañas misivas de un hombre muerto que aparecen en diferentes parte de la casa, avejentadas pero con fechas recientes), The Incredible Shrinking Man (en “El hombre que debió vivir en una botella” por la reducción del hombre en un homúnculo),  Somewhere in Time /The Purple Rose of Cairo (en “Niebla de invierno”, por la alusión al cine en el que se producen juegos de entre realidad y ficción, además de la obsesión por una mujer del pasado), o The birds / Psicosis/ U Turn (“Los cuervos”, por la alusión hitchconiana  a los pájaros que atacan a los humanos o las cuencas vacías de la madre de Bates y la escena final del film de Oliver Stone). E incluso a la imagen fundacional de Un perro andaluz en “Niebla de invierno” cuando menciona que el personaje “deja[rá] resbalar sus ojos por el filo del cuchillo” (74) o en “El hombre que debía vivir en una botella” cuando el narrador sostiene que “[…] la luna, […] esa noche parecía asemejarse a una enorme córnea sangrienta” (30).

Así como el autor prefiere ubicar sus acciones en un marco temporal específico (el ya mencionado “pre-informático”), también la idea de un Dios castigador está vigente, es decir, se trata de mundos en los cuales, a nivel ideológico, Dios existe. Esto permite una lógica: las acciones negativas (el mal) serán castigadas por una fuerza superior. De ahí el título del libro. Los condenados lo son porque han cometido acciones no aceptadas por la moral social, y son actos reprobables, cargan una culpa que los vuelve malditos. Por ello es que, a pesar los textos que tratan sobre el mal, suponen la existencia del bien, que finalmente termina haciendo algún tipo de justicia sobre las acciones de los personajes.

El libro de Sánchez Franco demuestra madurez y conciencia del género fantástico clásico (algo de lo que suelen adolecer las operas primas) y aparece como un fantasma en un excelente momento de recepción de lo fantástico. Los condenados puede ser un libro insular, pero está magníficamente escrito, lo que enriquece y consolida la tradición fantástica peruana del siglo XXI. El autor tiene la ventaja de conocer muy bien la tradición literaria clásica, pero además la audiovisual (cosa que no tuvieron los escritores finiseculares). Su terror es más psicológico, elegante y sutil. Su estética “retro” demuestra que las formas clásicas pueden ser también actuales. El autor se suma así s una generación de autores con diverso registro, hermanados por lo fantástico, como Alexis Iparraguirre, Lucho Zúñiga, Carlos Yushimito, Salvador Luis, Alejandro Neyra, Carlos E. Freyre y Sandro Bossio, estos dos últimos con los que tiene mayores vínculos formales.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos