martes, 10 de mayo de 2016

El hijo del doctor Wolffan: un hijo del 900. Por Grobert Anderson




El hijo del doctor Wolffan: un hijo del 900
 
Grobert Anderson
 

Me parece muy injusto someter las constituciones y costumbres públicas e inmóviles a la inestabilidad de una fantasía privada –la razón privada posee solo una jurisdicción privada–, e intentar con las leyes divinas lo que ningún estado soportaría que se hiciera con las civiles.

Michel de Montaigne

 

Hace dos semanas, en una ávida calle del Centro Histórico, furtivamente, recibí a El hijo del doctor Wolffan (un hombre artificial) de manos de los editores. Estos factótums se han encargado de “traer de vuelta a la vida” a esta novela peruana que hasta el momento había permanecido inédita en nuestro medio. Los cinco fragmentos siguientes se ocupan de diversos aspectos con relación a ella: en el primer punto, reflexiono el porqué del éxito de la novela en España; en el segundo, pretendo explicar la naturaleza y finalidad del género utilizado por el autor; en el tercer punto, argumento por qué la novela de Bedoya supondría una interpretación latinoamericana de la Primera Guerra Mundial; en el cuarto punto, discuto acerca de la originalidad de la trama; finalmente, en el quinto punto, brindo una sugerencia a la Editorial Agalma.

1. En 1917, Manuel A. Bedoya publica El hijo del doctor Wolffan (un hombre artificial) en Madrid. Esta novela critica al nacionalismo imperialista de Austria y la deshumanización de la ciencia durante la Gran Guerra. Su autor radicaba en España desde 1908 y ejerció el periodismo incluso durante los terribles años de 1914-1919 y la posguerra consecuente hasta 1923. Sin embargo, no fue un testigo privilegiado de la Primera Guerra Mundial y, en su novela, tampoco pretendió serlo. Parece haber trabajado con el material que los diarios de la época le proporcionaban: escribe a partir de las noticias que lee o le cuentan; verbi gratia, en su relato, se hace mención de personajes históricos y topónimos exactos de la Europa germana, pero se extraña las descripciones meticulosas de los combates. De ahí que en su relato tampoco predomine la construcción de la atmosfera: el autor cuando quiere infundir la impresión bélica recurre a registrar los zumbidos de las balas o algunos estruendos lejanos y prioriza el registro a vuelapluma de los cadáveres y las ruinas. Asimismo, se otorga sumo protagonismo a los espacios cerrados en los que ocurre lo más importante de las acciones. Esto quiere decir que la guerra no es su objetivo, no estamos frente a una Ilíada. Esto quizá se debió a que a pesar de su proximidad con los países beligerantes, España no participó en la guerra; pero sí sucumbió ante sus miedos. Cada noticia generaba expectación en el lector español: las fuerzas incontrolables de la guerra habían sido desatadas. Con verdadero espíritu folletinesco España se lanzaba a la lectura de las nuevas de la guerra. He ahí la importancia de la intriga y el suspenso en esta novela de ciencia ficción y su éxito.

2. Manuel A. Bedoya trabajó con géneros populares del siglo XIX europeo y no pretendió ser original en la trama, pero está seguro de a dónde quiere llegar: pretende bridar los elementos necesarios para que pueda aparecer un juicio sobre la ciencia. Por esta razón, se ha preocupado por la elección del género literario y los personajes. Con respecto a al género, El hijo del doctor Wolfang (un hombre artificial) es, principalmente, una novela de ciencia ficción ya que el autor deja de lado el desarrollo del género policial pues no lleva hasta las últimas consecuencias la investigación acerca de la muerte del coronel Kleichz. El autor no quiere perderse en especulaciones: sabemos desde el principio quien es el asesino, solo desconocemos sus motivaciones. De ahí la importancia que se otorga al mundo interior de los personajes principales, el emperador Francisco José de Austria y el biólogo Fritz Wolffan. Es así que la narración se centra sobre sus ambiciones y la consecuencia de sus fantasías privadas: el emperador ansía la victoria para sojuzgar sobre toda la humanidad; mientras que el biólogo, ser un creador de vida para superar a Dios. Ambos ocasionan la destrucción total del mundo: la prolongación de la guerra y el nacimiento del hombre artificial. ¿Cuál de los dos apetitos causa mayores estragos?... A esta reflexión nos dirige Bedoya al final de la novela. Yo saqué mis propias conclusiones e invito a los lectores a hacer lo propio.

3. Ahora, en el 2016, nosotros, los lectores y escritores peruanos del siglo XXI valoramos a esta novela por su atrevimiento a incursionar en géneros poco atractivos a principios del siglo XX. Sin embargo, debemos reconocer que Bedoya quizá no tenía la intención de abrir esos derroteros en el círculo literario peruano cuando la sacó a la luz. Considero que dialogaba profundamente con el pensamiento de su época. Si se revisa el capítulo VIII, el que describe las aventuras del científico griego Efialtes Zambris, se percibirá la naturaleza económica-cultural de su reflexión: este científico viaja a Sudamérica, específicamente al Perú y al Brasil, y observa que predominan en ella la selva y las tribus. Además, en su recorrido encuentra las siguientes materias primas: el oro, el caucho y el Koholkach (materia de la vida). Con respecto al oro, Zambris se lamenta de que no se pueda explotar este mineral de manera industrial debido al nulo desarrollo de la infraestructura (carreteras y puertos). En cuanto al caucho, él describe con afición el proceso de su extracción y exportación. Pero cuando observa las propiedades del Koholkach, Zambris decide robarlo a sangre y fuego a los aborígenes, esto último, en complicidad con un español. (No olvidemos que gracias al Koholkach Fritz Wolffan podrá crear al hombre artificial de nefastas consecuencias[1]). En este episodio, se perfila una censura velada a la civilización cuando esta abandona sus aspiraciones espirituales y morales y se aúna a un imperio materialista. Esta crítica está claramente influenciada por el Ariel (1900) de José Enrique Rodó, cuyo magisterio fue fundamental para formación de la sensibilidad e ideología de la Generación del 900 a la que pertenecen tanto José de la Riva Agüero como Manuel A. Bedoya. En conclusión, El hijo del doctor Wolfang (un hombre artificial) es una novela que reinterpreta de la Primera Guerra Mundial, ¡la realidad!, desde un punto de vista de la tradición del pensamiento crítico latinoamericano.

4. Desde el Fausto (1°en 1808; 2° en 1832) de Goethe, la reflexión alrededor de la modernidad reconcentra su análisis en las relaciones recíprocas entre Fausto y Mefistófeles, es decir, entre la ciencia y el poder (Consúltese: Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la Modernidad de Marshall Berman). Circunscrita a este ámbito, la novela de Manuel A. Bedoya no contribuye significativamente al debate, pues en ella se reproduce la misma tesis del Fausto: la tragedia del científico que no puede controlar las fuerzas que despierta y que muere en un arrebato de agotamiento debido a los esfuerzos desplegados para desarrollar el mundo. Es el caso del relato de Bedoya: el biólogo Wolffan, quien representa a la ciencia, roba el dinero del emperador Francisco José, quien representa el poder. Gracias a este impulso económico preservará su creación (el hombre artificial) que desatará el caos al no poder ser controlado y precipitará así la muerte de su creador[2].

5. Hubiera preferido como carátula la ilustración de un áspero y vacío caparazón de tortuga del cual brotara viscosamente el Koholkach.

 


 



[1] En la novela, se retrata a la naturaleza americana como en estado primitivo. Este carácter primigenio se extendería al Koholkach pues este es un producto de esta región. Lo que explicaría los reflejos “caníbales”, bárbaros, salvajes e incontrolables del hombre artificial.
[2] Una pregunta que contradeciría mi juicio es la siguiente: ¿Qué papel cumpliría el Koholkach y, por extensión, Latinoamérica en la modernidad? El tercer mundo ocuparía un lugar periférico en la economía, la ciencia y la cultura: fuente de materia prima, dominio de la naturaleza, cubil de la barbarie. En este sentido, se aparta de la visión de Goethe porque el dramaturgo alemán no pretende realizar una reflexión acerca de Latinoamérica.