Carlos Esquivel Roca. El bar de las
almas perdidas. Lima: Maquinaciones, 2025. 393 p.
Esta
es la opera prima de Carlos Esquivel Roca (Lima, 1981). Quisiera empezar
felicitando al autor por haber culminado este su primer proyecto novelístico. Son
muchas más las personas que piensan y hablan sobre la novela que escribirán en
el futuro, con amigos en cafés y bares, que aquellos pocos que realmente lo consiguen.
Es un camino largo (lleno de trabajo y esfuerzo) y probablemente el autor, si
elige los códigos y convenciones del realismo, vea (o crea ver) parte de su
propia historia de vida “reflejada” en la novela.
Esto nos
lleva al segundo punto: la autonomía de la ficción. No tengo el gusto de
conocer al autor, su vida pasada, desde su infancia, adolescencia, juventud o
adultez -en realidad de ninguno-, así que no interesa si lo que se cuenta “es”
o no la vida real acontecida del autor, sino su capacidad de subyugar, de
convencer, de ser verosímil. Creo que Mario Vargas Llosa es el mejor ejemplo,
partió de sus propias experiencias para ficcionalizarlas, distorsionarlas, o expandirlas,
creando un universo autónomo e independiente de la vida real que pudo tener. Incluso
El pez en el agua, su libro de memorias, que se supone mucho más real,
sigue siendo ficción, quizás mucho más que sus propias novelas.
Hecha esta breve
distinción quisiera comentar algunos puntos de El bar de las almas perdidas.
Esta novela (cuyo título recuerda al clásico noir de 1947 El callejón
de las almas perdidas) cuenta dos historias. La primera es la de un peruano
migrante marginal en Italia; la segunda, es la historia del mismo peruano
aspirante a convertirse en escritor. Dividida en 34 capítulos, la novela puede
considerarse como una novela de aprendizaje, en la que el protagonista envuelto
en cierta mística del escritor maldito, aspira a conseguir escribir un libro. Nunca
se explica el porqué de esta motivación, es algo mucho más intuitivo, una necesidad
cuasi visceral y acaso experiencia sagrada. Puede ser un deseo oculto o solo una
fantasía humana.
Si bien el
personaje central vive al inicio en la mendicidad y luego, por la fortuna, sobrevive
regentando un bar a donde llegan los seres más abyectos de la sociedad, como criminales,
mafiosos, prostitutas, transexuales, etc., es decir, una serie de personajes
marginales que viven fuera de la ley. Este espacio sirve no solo como punto de
encuentro y desfogue del hampa romano y sudaca asentado en esa ciudad, sino
como locus en donde el protagonista se nutre de historias criminales,
muchas de contenido sexual o de violencia extrema o gráfica, que se presentan luego
ficcionalizadas en primera persona como experiencias personales del
protagonista. Hay una femme fatale que lleva al protagonista a la
decadencia moral y crisis existencial, y un brujo que escribe el destino del
protagonista. De alguna manera, la presencia del brujo articula la novela, pero
es más un personaje figurante. Por ello, la novela es predominantemente
mimética, que usa por momentos códigos del “realismo sucio” bukowskiano; y por
otro, hay varias reflexiones sobre el proceso creativo. A inicios de los
dosmiles hubo en Lima cierta distinción y lucha entre los escritores vitalistas
(encarnados en Bukowski y Oswaldo Reynoso) y los metaliterarios (Borges,
Cortázar y compañía). 25 años después, en esta novela -de algún modo- convergen
ambas posiciones sin conflicto.
Durante los
capítulos 1 al 27 el lector asiste a ver las vicisitudes del protagonista. Y es
que como sello de toda novela, al lector no le interesa las cosas buenas que
puede tener un personaje o su camino hacia el éxito, es decir, el lector se identifica
más con el sufrimiento, el dolor, el padecimiento, en suma, con el drama
(pensemos en las canciones de amor: todas o casi todas hablan del desamor, de
la soledad, de la traición y del engaño; y más bien muy pocas del amor pleno y
feliz). Probablemente pocas personas encontrarían interesante a un personaje
que le va todo bien en la vida y lo consigue todo en su camino al éxito; al
contrario, llama más la atención aquellos que sufren, que logran el efecto de
empatía en algún tipo de nivel emocional.
En la
novela se intercalan cuentos eróticos que son parte del libro de ficción que
escribe el personaje y corrige otro, su aparente mejor amigo. Pero, personalmente,
creo que a partir del capítulo 28 es cuando empieza la verdadera historia, el
verdadero conflicto, porque, todo ese proyecto de ficción le es robado por
quien cree que es su mejor amigo, quien, además, mantiene una relación con su musa,
la femme fatale antes mencionada. La intensidad en ese último tramo es
pareja y sostenida hacia un único punto: la venganza.
En cuanto a
la construcción de personajes, es claro que el protagonista tiene un complejo
de subordinación frente a la mujer. Es decir, las mujeres de su vida resultan
mucho más dominantes, son una figura de autoridad, desde la dueña del bar, o
Andrea, y varias otras. Hasta cierto punto sus mujeres son también sádicas que
le ordenan lo que debe de hacer para satisfacerlas. De allí se explique el gusto
del personaje central por las mujeres mayores o con mayor “experiencia”.
En cuanto a
la poética, por momentos es irónico o posmoderno. Luego de una paliza el
personaje recala con un grupo de vagabundos, y se le acerca un fotógrafo. Dice
el narrador:
“El tipo me
vio hecho una mierda y le pareció una toma de impacto. Llevaba un poco de
sangre fresca en el cuello y un polo amarrado a la cabeza, fumando a esa hora
[de madrugada] rodeado de vagabundos y borrachos, significaba arte para él. Me dio
gracia” (125). Así, la vida miserable se convierte en material artístico. Pero conociendo
mejor los antecedentes reales diríamos que vivir como mendigo en Europa es más
una elección, una decisión (de allí que sí se cumpla la sentencia que “el pobre
es pobre porque quiere”). Entonces, depende de quién mire o de cómo se capte
esa realidad. Lo importante de la literatura son las imágenes que produce.
En otro
momento refiriéndose al acto escritural dice el narrador: “Siento que necesito
sufrir mucho para lograrlo” (195). Y es que su poética es un realismo que busca
o aspira a representar un grado de humanidad basado no en la alegría o el goce
sino en el dolor. Es una mirada acaso muy peruana o latinoamericana: la vida es
solo dolor. Más adelante, sobre el reescribir la propia existencia concluye que
“Inventar a partir de lo vivido me resultaría mejor” (284). Luego de ello
decide dejarse llevar: “[…] lo único que me quedaba era escribir sobre mí,
aunque con la impronta de desfigurar la realidad […] (286). Acá “lo vivido” es
también una experiencia muy subjetiva, difícil de comprobar, que solo gracias
al “pacto de ficción” se acepta como real.
En el último
tramo llega a tener la claridad de su proyecto narrativo: “El dolor, solo el
dolor más brutal te hace fuerte y solo los fuertes escriben historia con tinta
humana, con pasos y golpes, con fracasos y decepciones. Un escritor no se hace
en un escritorio, un escritor sangra en la tierra y arriesga la vida para
lograr la historia más alta. Esa era mi verdad detrás de esta novela” (366). Esta
es la poética de Esquivel Roca, y a la vez es también una clara hipérbole dado
que la mejor historia literaria también podría ser la del peor bandido de toda
la humanidad.
El lector
puede leer entre líneas una historia de vida, una historia personal. Muchos dicen
que todas las historias son historias de amor. Esta también lo es, aunque la
traición esté de por medio. Es el recuerdo de un amor sin futuro, decadente, un
amor tóxico y violento que sale de las convenciones y normas tradicionales. Quizás
como sostiene Marco García Falcón, el personaje central de la novela, alter-ego
de Carlos Esquivel, “intenta comprenderse a través de la escritura”. En ese
caso, la escritura es también catarsis y liberación.
Como se
suele decir en los talleres de escritura: no hay vida aburrida, sino mal
contada. El bar de las almas perdidas es una historia de
autoconocimiento y de aprendizaje, de caída y de redención, no importa qué tan
real o fiel sea a la realidad, porque, a veces, la realidad es también una simulación,
y la vida, una ficción.
Elton Honores
Universidad
Nacional Mayor de San Marcos
