viernes, 19 de diciembre de 2025

Carlos Esquivel Roca. El bar de las almas perdidas. Lima: Maquinaciones, 2025. 393 p.

 


Carlos Esquivel Roca. El bar de las almas perdidas. Lima: Maquinaciones, 2025. 393 p.

              Esta es la opera prima de Carlos Esquivel Roca (Lima, 1981). Quisiera empezar felicitando al autor por haber culminado este su primer proyecto novelístico. Son muchas más las personas que piensan y hablan sobre la novela que escribirán en el futuro, con amigos en cafés y bares, que aquellos pocos que realmente lo consiguen. Es un camino largo (lleno de trabajo y esfuerzo) y probablemente el autor, si elige los códigos y convenciones del realismo, vea (o crea ver) parte de su propia historia de vida “reflejada” en la novela.

Esto nos lleva al segundo punto: la autonomía de la ficción. No tengo el gusto de conocer al autor, su vida pasada, desde su infancia, adolescencia, juventud o adultez -en realidad de ninguno-, así que no interesa si lo que se cuenta “es” o no la vida real acontecida del autor, sino su capacidad de subyugar, de convencer, de ser verosímil. Creo que Mario Vargas Llosa es el mejor ejemplo, partió de sus propias experiencias para ficcionalizarlas, distorsionarlas, o expandirlas, creando un universo autónomo e independiente de la vida real que pudo tener. Incluso El pez en el agua, su libro de memorias, que se supone mucho más real, sigue siendo ficción, quizás mucho más que sus propias novelas.

Hecha esta breve distinción quisiera comentar algunos puntos de El bar de las almas perdidas. Esta novela (cuyo título recuerda al clásico noir de 1947 El callejón de las almas perdidas) cuenta dos historias. La primera es la de un peruano migrante marginal en Italia; la segunda, es la historia del mismo peruano aspirante a convertirse en escritor. Dividida en 34 capítulos, la novela puede considerarse como una novela de aprendizaje, en la que el protagonista envuelto en cierta mística del escritor maldito, aspira a conseguir escribir un libro. Nunca se explica el porqué de esta motivación, es algo mucho más intuitivo, una necesidad cuasi visceral y acaso experiencia sagrada. Puede ser un deseo oculto o solo una fantasía humana.

Si bien el personaje central vive al inicio en la mendicidad y luego, por la fortuna, sobrevive regentando un bar a donde llegan los seres más abyectos de la sociedad, como criminales, mafiosos, prostitutas, transexuales, etc., es decir, una serie de personajes marginales que viven fuera de la ley. Este espacio sirve no solo como punto de encuentro y desfogue del hampa romano y sudaca asentado en esa ciudad, sino como locus en donde el protagonista se nutre de historias criminales, muchas de contenido sexual o de violencia extrema o gráfica, que se presentan luego ficcionalizadas en primera persona como experiencias personales del protagonista. Hay una femme fatale que lleva al protagonista a la decadencia moral y crisis existencial, y un brujo que escribe el destino del protagonista. De alguna manera, la presencia del brujo articula la novela, pero es más un personaje figurante. Por ello, la novela es predominantemente mimética, que usa por momentos códigos del “realismo sucio” bukowskiano; y por otro, hay varias reflexiones sobre el proceso creativo. A inicios de los dosmiles hubo en Lima cierta distinción y lucha entre los escritores vitalistas (encarnados en Bukowski y Oswaldo Reynoso) y los metaliterarios (Borges, Cortázar y compañía). 25 años después, en esta novela -de algún modo- convergen ambas posiciones sin conflicto.

Durante los capítulos 1 al 27 el lector asiste a ver las vicisitudes del protagonista. Y es que como sello de toda novela, al lector no le interesa las cosas buenas que puede tener un personaje o su camino hacia el éxito, es decir, el lector se identifica más con el sufrimiento, el dolor, el padecimiento, en suma, con el drama (pensemos en las canciones de amor: todas o casi todas hablan del desamor, de la soledad, de la traición y del engaño; y más bien muy pocas del amor pleno y feliz). Probablemente pocas personas encontrarían interesante a un personaje que le va todo bien en la vida y lo consigue todo en su camino al éxito; al contrario, llama más la atención aquellos que sufren, que logran el efecto de empatía en algún tipo de nivel emocional.

En la novela se intercalan cuentos eróticos que son parte del libro de ficción que escribe el personaje y corrige otro, su aparente mejor amigo. Pero, personalmente, creo que a partir del capítulo 28 es cuando empieza la verdadera historia, el verdadero conflicto, porque, todo ese proyecto de ficción le es robado por quien cree que es su mejor amigo, quien, además, mantiene una relación con su musa, la femme fatale antes mencionada. La intensidad en ese último tramo es pareja y sostenida hacia un único punto: la venganza.

En cuanto a la construcción de personajes, es claro que el protagonista tiene un complejo de subordinación frente a la mujer. Es decir, las mujeres de su vida resultan mucho más dominantes, son una figura de autoridad, desde la dueña del bar, o Andrea, y varias otras. Hasta cierto punto sus mujeres son también sádicas que le ordenan lo que debe de hacer para satisfacerlas. De allí se explique el gusto del personaje central por las mujeres mayores o con mayor “experiencia”.

En cuanto a la poética, por momentos es irónico o posmoderno. Luego de una paliza el personaje recala con un grupo de vagabundos, y se le acerca un fotógrafo. Dice el narrador:

“El tipo me vio hecho una mierda y le pareció una toma de impacto. Llevaba un poco de sangre fresca en el cuello y un polo amarrado a la cabeza, fumando a esa hora [de madrugada] rodeado de vagabundos y borrachos, significaba arte para él. Me dio gracia” (125). Así, la vida miserable se convierte en material artístico. Pero conociendo mejor los antecedentes reales diríamos que vivir como mendigo en Europa es más una elección, una decisión (de allí que sí se cumpla la sentencia que “el pobre es pobre porque quiere”). Entonces, depende de quién mire o de cómo se capte esa realidad. Lo importante de la literatura son las imágenes que produce.

En otro momento refiriéndose al acto escritural dice el narrador: “Siento que necesito sufrir mucho para lograrlo” (195). Y es que su poética es un realismo que busca o aspira a representar un grado de humanidad basado no en la alegría o el goce sino en el dolor. Es una mirada acaso muy peruana o latinoamericana: la vida es solo dolor. Más adelante, sobre el reescribir la propia existencia concluye que “Inventar a partir de lo vivido me resultaría mejor” (284). Luego de ello decide dejarse llevar: “[…] lo único que me quedaba era escribir sobre mí, aunque con la impronta de desfigurar la realidad […] (286). Acá “lo vivido” es también una experiencia muy subjetiva, difícil de comprobar, que solo gracias al “pacto de ficción” se acepta como real.

En el último tramo llega a tener la claridad de su proyecto narrativo: “El dolor, solo el dolor más brutal te hace fuerte y solo los fuertes escriben historia con tinta humana, con pasos y golpes, con fracasos y decepciones. Un escritor no se hace en un escritorio, un escritor sangra en la tierra y arriesga la vida para lograr la historia más alta. Esa era mi verdad detrás de esta novela” (366). Esta es la poética de Esquivel Roca, y a la vez es también una clara hipérbole dado que la mejor historia literaria también podría ser la del peor bandido de toda la humanidad.

El lector puede leer entre líneas una historia de vida, una historia personal. Muchos dicen que todas las historias son historias de amor. Esta también lo es, aunque la traición esté de por medio. Es el recuerdo de un amor sin futuro, decadente, un amor tóxico y violento que sale de las convenciones y normas tradicionales. Quizás como sostiene Marco García Falcón, el personaje central de la novela, alter-ego de Carlos Esquivel, “intenta comprenderse a través de la escritura”. En ese caso, la escritura es también catarsis y liberación.

Como se suele decir en los talleres de escritura: no hay vida aburrida, sino mal contada. El bar de las almas perdidas es una historia de autoconocimiento y de aprendizaje, de caída y de redención, no importa qué tan real o fiel sea a la realidad, porque, a veces, la realidad es también una simulación, y la vida, una ficción.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos