Saldívar, Carlos. Historias de ciencia ficción. Lima: edición del autor, 2008. 92 pp.
Desde hace ya algunos años, la ciencia ficción ha venido constituyéndose en otro registro ficcional para los narradores peruanos y consolidándose como propuesta estética; bastaría recordar algunos textos publicados en los últimos diez años: La fabulosa máquina del sueño (1999) de José Donayre Hoefken, Casa (2004) de Enrique Prochazka, las ediciones venales de El narrador de historias (2008) y 999 palabras para el planeta tierra (2008) de Enrique Congrains –narrador de los años cincuenta-; o los textos de José Güich, Daniel Salvo, Pablo Nicoli Segura, Giancarlo Stagnaro, Pedro Félix Novoa, entre otros, publicados sobre todo en medios virtuales, a los que se suma la figura del recientemente fallecido José B. Adolph (1933-2008), como exponente de una narrativa de ciencia ficción peruana y cuya obra completa aún no ha sido del todo estudiada.
A este grupo de escritores de cf se une Carlos Saldívar (Lima, 1982), director de Argonautas, Revista de fantasía, misterio y ciencia ficción; quien acaba de publicar su opera prima Historias de ciencia ficción, cuyos relatos, desde el título, se filian al género de la cf y la fantasía. En el prólogo, José Güich señala que la perspectiva del autor “está teñida de cierto fatalismo y desesperanza sobre el destino de la especie humana (...)procura que el tono profético se mantenga en una línea ecuánime, sin derivar hacia moralejas catastrofistas o lecciones de ética” (12).
El libro consta de 12 cuentos escritos entre noviembre del 2003 y enero del 2008. En la dedicatoria, el autor rinde homenaje, además de su padre, a José B. Adolph y Arthur C. Clarke como motores de inspiración; a ellos se agregan dos epígrafes: uno del poeta Adalberto Varallanos y otro de Harry Beleván, que inciden en la imaginación como capacidad del ser humano.
A nivel temático, los cuentos tienen tres ejes: un discurso que incide en la destrucción de la humanidad (“Mensajero del Apocalipsis”, “Reubicación”, “El llanto celeste”, “Pena”, “Y todo final es un nuevo principio”); otros, en la soledad, ya sea como experiencia humana (“El problema del amor”), o provocada por la inminente destrucción (“La casa nave”, “El sedimento”); y en la presencia alienígena en la tierra (“No de esta tierra original”, “Visiones en conjunto”, “Lejana distancia”). A estos ejes se suma “Volar como los pájaros”, quizás, el mejor texto del libro.
Veamos algunos de ellos. En “El problema del amor” se propone un mundo en donde las mujeres se han extinguido, siendo reemplazadas por robots. La imposibilidad de reemplazar la presencia de la figura femenina dentro de la relación amorosa, pues la robot resulta fría, mecanizada, autómata, carente de sentido humano (de capacidad crítica), resulta insatisfactoria para el personaje, a pesar de que ésta le da la razón en todo, siempre, ya que está programada para ello. El deseo del hombre de tener a una mujer para moldearla según sus fantasías (motivo que desarrolla de manera magistral Julio Medem en La ardilla roja), en este cuento se restringe a lo sexual, manifestando así una abierta deshumanización.
“Volar como los pájaros”, se constituye en el mejor texto del libro por el elemento alegórico. La libertad del ser humano para volar como un pájaro (motivo que se encuentra ya en Alsino del chileno Pedro Prado), invita a pensar no solo en la libertad para crear, inventar otros mundos ficcionales, en suma, en la capacidad para imaginar, sino también en la condición del artista marginal, que es rechazado, excluido del sistema oficial, de la sociedad oficial. La tensión se da a partir de la dicotomía humano/ inhumano. El personaje rechaza la ciudad, la civilización, su tecnología implícita y prefiere vivir en la naturaleza, lo cual tiene una cierta clave romántica. Libertad y ley (prohibición) están presentes en la conciencia del personaje, que transgrede la ley en beneficio de un ideal supremo, con el riesgo de poner en peligro su propia vida.
“Mensajero del Apocalipsis” destaca por su discurso ecológico y su crítica a la sociedad. Ante la inminente destrucción del mundo se anuncia un refugio en un planeta llamado Thar (¿acaso con alguna reminiscencia -en el nombre- al mundo de Fando y lis de Jodorowski?). También en “El llanto celeste” se promueve un discurso ecológico frente al cuestionamiento de “lo humano”, dentro de una mirada panteísta de la naturaleza –como la madre tierra- y su tono religioso. En “Reubicación”, surge nuevamente la crítica a la sociedad, y se utiliza la vieja metáfora del niño como signo de inocencia, pureza, bondad, y el bien.
“No es de esta tierra original” es el texto más ambicioso, por ser el más extenso del libro. Con cierto tono humorístico, el texto propone una visión ahistórica del pasado inca: la posibilidad de que éste tenga su origen en lo alienígena, lo cual podría provocar algún tipo de conmoción en los sujetos y sus creencias. Aquello que resulta innombrable para el narrador, que proviene del espacio exterior –que nos recuerda por momentos a Lovecraft- resulta ser el oro, el metal más preciado en la tierra, al que se le intenta desacralizar. En este texto hay un intento de darle mayor verosimilitud a lo narrado a partir de fragmentos de discursos oficial públicos del narrador-personaje o apuntes de su diario personal. El final, de corte irónico, se asemeja a algunos textos de Clemente Palma, el de Cuentos malévolos.
Un elemento, nos llama la atención: la ubicación y el rol de las mujeres en estos mundos futuristas propuestos por el autor, pues resultan extremadamente estereotipados ya que remarcan un rol pasivo y promueven un discurso bastante conservador, si se compara estos textos con una narrativa de ciencia ficción más antiestablishment, o con los avances de los movimientos feministas en el mundo. Quizás se deba a que el autor pertenezca a una sociedad latinoamericana, en donde se mantienen aún roles definidos para la mujer y éstos son representados así en sus textos, por ello, no serían más que sus proyecciones.
Así tenemos que “El problema del amor”, la mujer del futuro (la robot) es una “esclava” sexual del hombre, complaciente en todo, subordinada totalmente, cuyo espacio es la casa, el hogar (lejos del poder) y que está programada para aceptar su propio final. En el mismo texto se agrega que una “escultural androide”(15) sirve refrescos a los inventores de tan noble res; en “No es de esta tierra original” (aunque ambientado en los años ochenta), Marcia, profesora de geografía, es esposa del profesor Héctor Garcés, científico peruano, que vive enloquecida por las joyas (61), “es tan superficial, siempre pendiente de las compras, las tarjetas de crédito, el auto nuevo para ella, las comodidades, la casa nueva...” (61), reforzando y retroalimentando la imagen de la mujer como ser frívolo; además de cocinera, pues le prepara su plato favorito: Pollo a la naranja, a lo que el personaje responde: “Delicioso, al menos ya sabes cocinar”(62) (¿?); infiel (63), y algo estúpida: “(...)ha tardado en llegar a su mente, pero ya ha captado el mensaje” (63); o incluso en “Pena”, en donde se propone una suerte de pareja fundadora de una nueva civilización, en donde nuevamente se ve como ella es débil y necesita el apoyo del hombre, quien es fuerte: “(...)ella (...)apoyó su cabeza plateada al hombro de su acompañante y acomodó su gélido cuerpo a las duras formas que le sostenían”(78). Este elemento señalado desmerece en algo esta obra inicial, pues, podría ser manifestación -a todas luces- de un discurso de retaguardia, frente a la condición de la mujer en la sociedad actual.
De otro lado, la ciudad de Lima, o el Perú apenas si aparece mencionado o sugerido en estos relatos, pues en muchos casos se trata de espacios indeterminados, con lo cual le resta presencia, para integrar y consolidar una narrativa de ciencia ficción peruana. En varios relatos, el narrador privilegia el monólogo interior para darle una mayor carga subjetiva, que tiene buenos momentos, sobre todo en los relatos cuyo eje es la destrucción del mundo, que le da un cierto tono poético, con la intención de insertarse dentro de la tradición de la poesía maldita simbolista francesa; esto promueve también una acción lenta o mínima de la narración. Cuando utiliza la figura del narrador omnisciente, éste se inmiscuye en el relato, toma partido, emite juicios, realiza digresiones, por lo cual, puede leerse en ellos un sentido político. Otro elemento que destaca es la propuesta de un tiempo cíclico; y la conciencia que tiene el autor, del libro como artefacto, estructurado también de forma cíclica: el primer cuento se inicia con la desaparición de las mujeres –destrucción implícita del orden natural-, en el último se da origen nuevamente al mundo –retorno al tiempo adánico-. En medio de ambos textos solo anida el carácter destructor del hombre, la soledad y la infelicidad, como elementos de un futuro (presente) sombrío.
Como señala Güich, Saldívar “impone un sello personal”(12) a sus textos, lo cual es algo atípico, en un medio donde usualmente los jóvenes narradores prefieren la imitación, antes que la diferencia. Esto es un buen motivo para leer este libro, pues en Historias de ciencia ficción, Saldívar demuestra sus dotes de narrador en potencia, sobre todo cuando hilvana relatos de largo aliento. A ello se agrega que esta publicación, invita a celebrar también la presencia de un género que parecía nunca haber existido para un sector de la crítica literaria peruana y que busca un espacio propio dentro de la narrativa peruana última.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Universidad San Ignacio de Loyola