jueves, 21 de enero de 2010

Entrevista a José Donayre Hoefken

“El amor tiene todos los síntomas de la enfermedad: la descomposición”*

Entrevista a José Donayre Hoefken


por Elton Honores



José Donayre (Lima, 1966) estudió Literatura y Lingüística en la PUCP. Ha publicado las novelas La fabulosa máquina del sueño (1999) y La trama de las Moiras (2003), el libro de cuentos Entre dos eclipses (2001, 2007), los libros de ficciones breves Horno de reverbero (2007) y Ars brevis (2008), y la narración haruhiko & ginebra –novela brevísima en doce partes- (2008, 2009). Ha participado en las antologías Maldito amor mío (2002), Nacimos para perder (2007), La estirpe del ensueño. Narrativa peruana de orientación fantástica o extraña (2007, 2008) y 17 fantásticos cuentos peruanos (2008), entre otras.


El origen de las tramas

Elton Honores Vásquez: Me decías que te resultaba igual estudiar en la Universidad Católica que en San Marcos, pero que el problema era lo de las huelgas…

José Donayre Hoefken: Sí, claro, lo de las huelgas era algo que me molestaba; ése era el detalle. En verdad, para mí era lo mismo. Hasta cierto punto de vista, para cualquier persona que quiera estudiar Literatura, le puede dar lo mismo hacerlo en San Marcos o en la Católica. No tenía nada que ver que una fuera mejor que la otra; en todo caso, cada una tiene otra manera de ver las cosas. Igual se compartía con algunas personas de San Marcos. Era gente que estudiaba, por ejemplo, Historia en la Católica, pero que seguía Literatura en San Marcos, como Juan Dejo. Estaban también Jorge Frisancho, Eduardo González y otros más. Se trataba de poetas y se respiraba lo mismo, pero ocurría que la segunda carrera era en San Marcos. Más en serio se tomaba los estudios de la Católica, allí sabías cuándo acababas; en San Marcos no tenías idea de cuándo ibas a terminar. Además, algunos profesores tenían fama de ser faltones. Recuerdo que cuando quise llevar a cabo un proyecto de revista y busqué el apoyo de ciertos profesores de San Marcos, que eran más entradores, me daba con que no habían ido.

E.H.V.: ¿En qué años estuviste en la Universidad Católica?

J.D.H.: Ingresé en 1984. Hice los estudios en más años porque cambié de carrera varias veces. Incluso estuve un ciclo en Psicología, llevando pocos cursos. Además, llevé lógica por tercera vez y me obligaron a matricularme en menos cursos. Mis últimos cursos los llevé en 1991. Los últimos años llevaba pocas materias porque trabajaba y mi carga académica tuvo que disminuir.

E.H.V.: En esos años, ¿era propicio el ambiente de la Universidad Católica para trabajar el género de la ciencia ficción?

J.D.H.: No, para nada; era impensable. No se hablaba de eso. Era como admitir que uno era admirador de los cómics o de los grafitis. La ciencia ficción fue algo muy personal no de un grupo. De pronto empecé a leer ciencia ficción. Otros leían novelas negras. La tendencia era –saliéndose un poco de la línea de la literatura seria, lo cual es una arbitrariedad– la novela negra, que tenía y tiene todo un glamour.

E.H.V.: ¿Cómo surge tu interés por la ciencia ficción?

J.D.H.: Yo empiezo con la ciencia ficción porque un amigo me regala dos novelas de este género: Más que humano de Theodore Sturgeon y El día de los trífidos de John Wyndham. Ambas me gustaron mucho, pero encontré en Más que humano algo que me impresionó bastante. Hasta antes había consumido la ciencia ficción del cine, la televisión, que era más de entretenimiento, pero encuentro que en esta ciencia ficción se planteaban ideas, sobre todo en Más que humano. En la otra también había un concepto interesante, toda una aventura, pero en Más que humano advertí que era tan difícil escribir una buena “novela seria” como una buena novela de ciencia ficción.

E.H.V.: ¿No intentaste buscar a algunos referentes locales?

J.D.H.: No, porque no había o no sabía que había. Nunca fue algo muy consciente. Simplemente empecé a consumir mucha ciencia ficción. Como en ese entonces trabajaba en El Peruano, caminaba mucho por la avenida Grau, que era una librería de muchas cuadras. Compraba constantemente ciencia ficción, e iba a trabajar y ahí leía. Poco a poco empecé a descubrir que la ciencia ficción era más aceptada por más personas de las que podía imaginar acá en el Perú. En cada trabajo en el que estuve, intercambié libros de ciencia ficción, pero era como una vía paralela, te tenía que gustar otra cosa y, además, ese género.

E.H.V.: Hay algo muy extraño: los lectores de ciencia ficción son generalmente personas relacionadas con las ingenierías o, incluso, la filosofía…

J.D.H.: Claro, es verdad. La gente de Literatura no, pues. Se pueden dar el gusto de tener “el gusto”, pero no exclusivamente; aunque alguien de repente puede hacer una tesis sobre eso, pero en ese entonces, no, acá en el Perú ni hablar. Incluso en esa época escribir ficción fantástica era como “ah, ya, te dio tu época Borges” (risas), algo no muy serio. Digamos que la ficción fantástica tiene su categoría, su aceptación, quizá por Cortázar y, sobre todo, por Borges, sin duda. Es gracioso porque en un momento me planteé que tan interesante como puede ser la ficción fantástica es también la ciencia ficción, ¿por qué se le desprecia tanto? A mí me molestaba mucho eso. Es por ello empecé a escribir La fabulosa máquina del sueño, un poco sin ánimo de averiguar si en el Perú alguien había escrito anteriormente ciencia ficción… aunque sospechaba que casi nadie.

E.H.V.: Digamos que era un proyecto muy personal…

J.D.H.: Muy personal. En esa época era muy difícil conseguir información. Ahora tú entras a Internet y en un par de días puedes tener toda la bibliografía sobre un tema. En esa época, en la década de 1980, no había –o había, pero hablar de Internet era como hablar de naves espaciales–. Cuando empiezo a escribir la novela ya sabía algo de lo que era Internet, pero no me pareció una posibilidad, en realidad para nadie. Era como una especie de secreto de Estado.

E.H.V.: Por correo electrónico me comentabas que el cuento “El tiempo del agua”, incluido en Entre dos eclipses había sido muy redituable. ¿A qué te referías?

J.D.H.: Hay una versión en El Peruano. Cada texto de Entre dos eclipses cuenta con unas cuatro o cinco versiones. Han pasado por un proceso de transformación. Por ese texto en concreto cobré un buen dinero. Se publicó por partes y cada parte era una colaboración. Me pagaron algo así como serían actualmente 900 o 1,000 soles, nada mal para un cuento en nuestro mercado.

E.H.V.: En la década de 1990, en tus colaboraciones en El Peruano, usaste algunos seudónimos…

J.D.H.: Yo tuve un seudónimo que lo usé en una época como homenaje a J.D. Salinger porque da la coincidencia que si tomo las iniciales de mi primer nombre y primer apellido y mi apellido materno completo, que es alemán u holandés, no sé, obtenía el efecto de que podría ser un escritor como Salinger. Lo usé como un recurso en El Peruano. Ya trabajaba en planilla y podía firmar como José Donayre, pero no quería que mi nombre apareciera por aquí y por allá. Entonces tenía tres o cuatro seudónimos. Como J.D. Hoefken firmé textos de corte ligero. Tuve también una sección erótica en el suplemento, pero ese material nunca lo acopie ni lo reuní.

E.H.V.: ¿Era Juan de Fístole?

J.D.H.: No lo recuerdo. Había seudónimos que uno los heredaba por mantener la sección. Por ejemplo, Iván Thays creó las “Entrevistas Feéricas”, unos diálogos imaginarios con personajes de la realidad. Luego las dejó y las tomé con un estilo más claro porque Iván era muy intuitivo. Le di una estructura, una forma, un estilo más definido. Está firmada como el “Doctor Macedonio”. Algunas son mías. Iván hizo, digamos, unas diez, y yo quizás unas veinte o treinta. Eran muy divertidas. Me di el lujo de entrevistar a personajes a los que jamás iba a conocer. Era un ejercicio. La idea tampoco era original porque Iván tomó la fórmula de una revista extranjera. En esa época llamó mucha atención. La gente veía a la chica de la portada del suplemento, iba a la página central y luego a las “Entrevistas Feéricas”.

La fabulosa máquina del sueño (1999)

E.H.V.: ¿Cuál fue el tiraje de La fabulosa máquina del sueño?

J.D.H.: Fue de 500 ejemplares.

E.H.V.: ¿Hubo una suerte de recepción crítica?

J.D.H.: (Risas). No, no hubo. Incluso por esa novela perdí un trabajo. Yo me separé del mundo literario, de los amigos escritores. Desde que empecé a trabajar en una revista de negocios, me desvinculé mucho de los amigos escritores. De vez en cuando nos veíamos para un cumpleaños y otras reuniones sociales, pero mi único nexo con el quehacer literario era mi novela: la escribía, le reescribía, la corregía. En un momento fue una novela de ciencia ficción, pero dije “no, le puedo dar un giro”, y así lo hice. De modo que no es de ciencia ficción, aunque tiene ciertos elementos, pero se le puso la etiqueta de ese género. Es por eso que hubo personas que no terminaron de leerla y no se enteraron de que no era de ciencia ficción; fue un detalle que me pareció gracioso. Y a muchas personas que sabían que escribía mi novela, yo les decía “ya la acabé” y al poco tiempo “no, aún le falta”. Fue un proceso medio cíclico. Fueron ocho o nueve años. En 1999, conversando con mi jefe, que era mi amigo, el director de esta revista de negocios, me dice que estaba en el plan de la empresa expandir la marca en otro tipo de publicaciones y yo encajo ahí con mi libro. A él le gustaba como escribía los artículos. Me dice “yo te publico tu novela”. En esa época él había publicado otros libros de gente cercana a él.

E.H.V.: ¿Algún libro de literatura?

J.D.H.: Hasta ese momento no. Después de mi novela publicó un conjunto de cuentos bastante feos de Hernán Garrido-Lecca, por pura amistad; libro que yo me encargué de corregir y editar. La edición de La fabulosa máquina del sueño la pagó esta empresa, la casa editora de la revista de negocios. Hice un trato de lo más sencillo: de los 500 ejemplares, el 10% era para mí, y la empresa corría con todos los gastos de la presentación, el lanzamiento, etcétera. Incluso se me dio una página de publicidad en la revista de negocios. Me parecieron muy buenas condiciones porque sabía que en el Perú, para editar tu primer libro, debes juntar tus 500 o 600 dólares y estar en la mortificación de vender ejemplares para recuperar la inversión. Se me dio la oportunidad de tener a una editorial desconocida, pero interesada en el libro. Cometí el error de no reconocer la tradición del “mecenazgo”, es decir, no dediqué mi obra a mi patrocinador. Él se enteró de eso el mismo día de la presentación, que fue cuando llegó el lote de libros. Le dije “gracias”, pero él quería que las gracias no fueran verbales, sino que estuvieran escritas, “inmortalizadas”, tal como uno encuentra los nombres de los patrocinadores en los libros de hace siglos. Se molestó, y como es una persona muy directa y sensible, me dijo: “Muy mal. Pésimo. No voy a ir a tu presentación. Nuestra amistad se ha deteriorado”. En menos de un año me dijo que ya no podía seguir contando con mis servicios.

E.H.V.: ¿Esta novela se presentó?

J.D.H.: Sí. Siempre he intentado reflejar a los personajes en los presentadores. Esta novela fue apadrinada por Iván Thays, Ricardo Sumalavia y Pilar Garavito, que eran amigos de la universidad.

E.H.V.: ¿Formaste parte del grupo Centeno?

J.D.H.: No. Estuve relacionado, pero jamás pertenecí al grupo Centeno. Incluso se realizaron algunas reuniones en mi casa, pero yo no asistía. Conocía a casi todos los miembros.

E.H.V.: ¿Hubo alguna recepción crítica de La fabulosa máquina del sueño?

J.D.H.: Hubo algo. Recuerdo que tuve espacio en la revista de unas amigas, Amalia Cornejo y Talía Vargas, llamada Voces, que no fue una crítica, sino una entrevista. En el “gorro” se daba una cierta apreciación que me pareció interesante. Algo salió en la revista Flecha en el azul de Ceapaz. También en Gestión, entre diciembre de 1999 y enero de 2000.

E.H.V.: Me da la impresión de que esta novela pasó inadvertida cuando se publicó…

J.D.H.: Así es. Y me pareció injusto. Como se suscitó este problema con mi “mecenas”, la estrategia que se había diseñado se enfrió. Fue una alegría con sabor amargo. Me disgustó que mi editor se enojara y no comprendiera. Creo que incluso hasta le pedí disculpas públicas. Sí, traté de remediar mi ingratitud en un programa de televisión, en un canal que ahora no existe: ahí sí le agradecí. Lo mismo hice en un programa de radio. Incluso ahora le sigo agradeciendo “cachosamente” cuando tengo la oportunidad (¿lo puedo hacer ahora, verdad?). Lo cierto es que si no hubiese sido por él, ese libro jamás se hubiera publicado y yo sería posiblemente un escritor de guardar las cosas en el cajón, pues me negaba a pagar la edición.

E.H.V.: ¿Crees que La fabulosa máquina del sueño puede leerse también como una novela de amor?

J.D.H.: Sí, y de desamor, pues hablar de desamor es hablar de amor. Sin duda. Creo que hay otros temas que tienen más peso, como las relaciones de poder y el sometimiento, pues se trata de un amor sometido. Y hay otras cosas.

E.H.V.: ¿Y el amor como enfermedad?

J.D.H.: Claro, sin duda. Yo afirmo constantemente que el amor es una enfermedad, sin descalificarlo. Algunas personas explican incluso químicamente el porqué, lo cual no es malo, sino que es otra visión, otra perspectiva. He buscado otro ángulo que puede ser provocador, desmitificador, pero que es cierto, además tiene todos los síntomas de la enfermedad: la descomposición. Después lo que viene es una etapa más interesante que ya no es el deslumbramiento, sino el descreimiento, el dejar de creer, el dejar la parte idealista del asunto, ser más terrenal, bajar a esa persona de ese cielo y hacerla caminar en nuestro plano. Ésa es la etapa más duradera del amor y es ahí donde uno tiene que ser más creativo. Superar el día a día, que es más difícil.

E.H.V.: Esta idea del amor como enfermedad la asociaba con el cine de David Cronenberg. ¿Cronenberg ha influenciado en tu obra?

J.D.H.: Sé quien es, pero no soy un seguidor... El cine ya dejó de ser un referente para mí. Son las películas que me deslumbraron hace muchos años las que siguen siendo el eje de mi estética. Básicamente el cine de Buñuel, Bergman, que es un cine que he retomado en mi trabajo en Petroperú. Es una cuestión de gustos. Sé que hay otras posibilidades.

E.H.V.: El cine estéticamente te agrada...

J.D.H.: Sí, hay otros como David Lynch, pero soy bien ignorante en la materia. No sé de cine. Simplemente me gusta. Y de entre lo que me gusta, tengo a mis directores preferidos, como a Buñuel, que es una cosa aparte.

E.H.V.: En la década de 1990 hiciste algunos video-poemas…

J.D.H.: Sí, y he regresado, pero sin hacer mucha bulla, por una cuestión de gusto. En ese entonces, para editar, era muy complicado. No había recursos y uno se las ingeniaba para tener una buena isla de edición. Tuve suerte de tener los equipos de pre- y postproducción y sin pagar un centavo. Las locaciones eran como paseos entre amigos. Yo llevaba la cámara sin saber nada sobre cine o video y a partir de un guión rudimentario que lo hacíamos un día antes. Era muy divertido. Era un proyecto con algunos amigos, sobre todo con tres amigas poetisas: Grecia Cáceres, Verónica Álvarez y Josefina Barrón.

E.H.V.: No sé si te resultó un problema de cómo referir una violencia histórico-política concreta de las décadas de 1980 y 1990, ya que esta novela se puede insertar dentro del conflicto interno y tú usas formas no convencionales para ello…

J.D.H.: Eso alguna vez lo dije. Esa clave nadie la pescó y ello me molestó. Cuando se habla de la literatura de esa época, nadie ubica mi novela. Yo me he mantenido en silencio. Solo una vez cometí el error de decirlo en un programa de televisión hace poco, en un canal que nadie ve, quizá cien personas. Para mí, explicar que escribí una novela sobre la violencia era como matar el “chiste”. La gente se quedó mucho en la oscuridad superficial, pero nadie quiso prender la vela, porque piensan que es una novela difícil, nebulosa, densa. Para mí es bastante claro mi enfoque.

E.H.V.: Hay una imagen que es recurrente en esta novela: el encuentro clandestino entre los amantes. Además, el amor siempre se da en el pasado, como algo que se ha perdido. J.D.H.: Casi siempre escribo en pasado. Escribir en pasado es lo más común, es lo más efectivo. El presente histórico no lo siento muy verosímil. Lo uso como contrapunto y de eso fui más consciente en La trama de las Moiras –en esta novela recurro también a la historia paralela–. Es un contar presente y en blanco y negro, digamos... y hay otros elementos. En cambio en La fabulosa máquina del sueño son dos historias que transcurren en paralelo y una es el laberinto del minotauro, que es una imagen que me vino desde siempre.

E.H.V.: Hay muchos referentes griegos en tu obra…

J.D.H.: En lo que escribo en general. En La fabulosa máquina del sueño es más escondido. En La trama de las Moiras desde el título.

E.H.V.: Esta máquina puede leerse también como una suerte de “máquina surrealista”. Tú tienes una influencia muy marcada del surrealismo plástico.

J.D.H.: Plástico, cinematográfico y casi también literario. Aunque el surrealismo literario no es muy bueno. No ha dejado nada muy evidente... ciertos poemas... En todo caso la influencia del teatro del absurdo, lo que no es surrealismo, sino absurdo. El absurdo es parte del surrealismo, pero el absurdo es más amplio, Kafka, por ejemplo. Es toda una época...

E.H.V.: Que ya has dejado...

J.D.H.: Claro, es toda una época. Uno va cambiando sus referentes, pero hay algunas cosas que quedan. Es agradable para mí constatar de pronto que por más que diga racionalmente “debo alejarme, debo cambiar, empezar a escribir con la mano izquierda y no con lo fácil que es con la derecha”, de pronto, sale, y me doy cuenta de eso en una relectura. Si sale, lo dejo nomás. No puedo estar ocultando mis cicatrices de una manera tan descarada, tengo que aceptarlas.

E.H.V.: Por estas influencias de Buñuel y del surrealismo, de alguna manera este libro podría leerse como un libro casi vanguardista.

J.D.H.: También. La vanguardia es una época. Eso está claro. Pero también queda el término vanguardia como la postura de romper con lo establecido, con lo comercial y por eso creo que siempre habrá vanguardia. Desde la vanguardia hay quienes asumen la etiqueta para reanimar el término cíclicamente. Eso va a seguir ocurriendo. El término vanguardia es el nuevo nombre de una corriente que se da desde siempre, que es lo dionisíaco, lo oscuro, la visión nietzscheana del arte: lo apolíneo ante lo dionisíaco, que se emparenta con lo romántico, lo barroco y antes con lo gótico. A mí me gusta lo medieval, lo gótico, lo barroco –que además es muy simétrico–. Y lo romántico también. Ahora lo romántico se entiende como lo cursi o como igual a amor… y no es así, es algo mucho más complejo. Evito esa palabra. La uso con cierto cuidado, más bien en un contexto académico porque si digo “yo soy romántico”, no pues, no soy Luis Miguel, no tiene nada que ver con eso. Lo romántico popular es un seudogénero. Yo me circunscribo a la pasión, a una honestidad brutal y hasta torpe de volcarme. Por eso algunos pasajes de mis textos son producto de una escritura automática, que posteriormente trato de darle una unidad de estilo, pero básicamente queda ese flujo, esa marea verbal. La trato de respetar. Es una técnica, una posibilidad que me permite aflorar románticamente otras cosas. Son momentos. Un texto que sea solo escritura automática sería terrible. Trato de usarla por momentos en ciertas historias para darle fuerza.

E.H.V.: ¿Cómo insertar esta novela dentro de la tradición narrativa peruana? Salvo a Eielson, ¿qué otros referentes podrías mencionar?

J.D.H.: La casa de cartón, podría ser; y sobre todo El cuerpo de Giulia-no. Una novela extraordinaria y qué mal entendida. Incluso cuando esta novela se publica –se editó hace muchos años– quedó un lote escondido. Y ese lote se empezó a vender en San Marcos y la Católica, en la década de 1980. Recuerdo que me la vendió Lucho Chueca. Y hay pocos textos así en la literatura peruana... Y como referente extranjero está Sabato. Son esas dos. Aunque a Sabato lo arrastro hasta La trama de las Moiras.

E.H.V.: ¿Qué elementos de Sabato te interesan?

J.D.H.: Sabato ha sido surrealista. Es más, hombre de ciencia ganado por el surrealismo y ganado por la alquimia. Sabato escribe sobre el amor. La imagen de la mujer de Sabato la he asumido un poco. Si bien mis personajes femeninos no son los protagonistas, son muy importantes, están al mismo nivel del protagonista o del héroe.

E.H.V.: Tus personajes femeninos tienen mucha presencia, incluso se las puede ligar a la esfera de lo sagrado.

J.D.H.: Claro, como un ser divino, un objeto de adoración… y le confío un espacio sagrado. Lo que hace Sabato. Yo también lo he asumido como tal. Sabato lo hace a partir del mismo esquema que encontré también por mi cuenta, no la visión de Freud, sino la de Jung. Esa mujer con la categoría de mito o de ser mítico. En Sobre héroes y tumbas toda esa revelación, toda esa epifanía, esa manifestación, es Jung, y eso casi lo calco, lo copio, me lo apropio, lo reciclo.

E.H.V.: En la escena previa a la resolución, la del interrogatorio, es clave, pues pone en evidencia la crisis del logos y de la razón.

J.D.H.: La escena es un homenaje a El cuerpo de Guilia-no, pero es también el interrogatorio del Estado contra la subversión. Era sentar al subversivo y poner este cono de luz, y también es lo otro que dices y otras cosas. Es un interrogatorio no de amor, pero sí de seducción violenta, poética y absurda (risas).

E.H.V.: ¿Quién es el autor de la portada de La fabulosa máquina del sueño?

J.D.H.: Es Héctor Chinchayán, un artista plástico de Chimbote. Para mí es muy bueno, el problema que es muy poco profesional. Tiene el arte, maneja la técnica, pero si tú le pides una producción constante te va a fallar. Es una buena persona. Es como un niño viejo, un cuarentón que no se ha integrado al sistema, un rezagado, viviendo en su burbuja. Yo lo he animado para que haga algo. Tiene muchas posibilidades. Ojalá que algún día reaccione, pues tiene muchas condiciones.

Entre dos eclipses (2001)

E.H.V.: Entre dos eclipses es un libro que tampoco circuló.

J.D.H.: Entre dos eclipses fue un libro escrito anteriormente a La fabulosa máquina del sueño. Fue impreso por demanda y tuvo un tiraje de 30 o 40 ejemplares, de los cuales regalé unos tres o cuatro. Se lo di a dos o tres periodistas. Uno de ellos fue Iván Thays. Eso fue muy gracioso. Se dio en un contexto en el que Ricardo Sumalavia publicaba su colección de cuentos Retratos familiares. Ahí nos volvimos a ver Ricardo, Iván y yo –los tres al mismo tiempo– después de algunos años. Fui a casa de Ricardo e Iván fue porque creo que se enteró de que yo iba. Le di mi libro y surgió la posibilidad de salir ambos en Vano oficio. A Ricardo se le dio más espacio porque su libro se publicó en una editorial prestigiosa, caso diferente al mío. Uno de ellos me preguntó: “¿Y por qué sacarlo así?”. “Porque ya no creo en nada. Después de la experiencia anterior qué me queda a mí, porque ustedes están bien, están escribiendo dentro de un sistema, pero yo no”. Me identifico más con lo que hace Ricardo. Incluso lo de él ya tenía una muy interesante aceptación. Yo sabía que estaba condenándome con ese libro y además de esa manera, impresión por demanda, peor. Lo que me impresionó entonces fue cuando ellos tuvieron la idea de publicar cada ejemplar del libro con un final distinto. “Eso estoy haciendo”, les dije, porque iba publicando el libro a medida que había una demanda. Imprimía y luego iba corrigiendo. Lo de ellos era más malévolo, hacer cambios drásticos en los finales. Lo cual es un ejercicio que algún día quizá lleve a cabo, pero me parecía entonces muy engorroso. Un gran proyecto en el que cada ejemplar sea distinto, pero tendría que ser una novela porque no funcionaría muy bien con un libro de cuentos. Me pareció curioso como ellos entraban en el juego. Consideré gracioso que esta idea viniera de ellos que ya estaban enrumbados hacia algo muy claro.

E.H.V.: En muchos cuentos de este libro son marcados los finales abiertos...

J.D.H.: Últimamente estoy pensando mucho en ello a partir de un libro que voy a presentar... porque un final abierto en un libro de ficción fantástica (no de ciencia ficción) es la mejor manera de decir que el realismo, esta realidad apabullante reflejada en la literatura, está sujeta a una reescritura. No tengo por qué asumir la realidad como una realidad lógica. Tengo la posibilidad de la metáfora, de la ironía y de plantear un discurso dentro de un discurso. No tengo por qué ser un transcriptor de la realidad. Encuentro que tanto la ficción fantástica como, sobre todo, la ciencia ficción pueden ser más divertidas y pueden decir muchas más cosas que este realismo pedestre, chato, decimonónico con el cual el lector peruano se siente tan cómodo.

E.H.V.: Y el crítico...

J.D.H.: … y sobre todo el crítico: “Esto se sale... ¡No!... ¿Qué es esto?”, y te ponen un ladrillo encima.

E.H.V.: La realidad entonces, no es lógica...

J.D.H.: La realidad no es nada lógica desde el momento en que una ley se interpreta. Esto lo he discutido con muchos abogados. Yo puedo iniciar un proceso y ellos me han explicado: hay interpretaciones e “interpretaciones”. Te puedo decir que en cierto gobierno se hablaba de una “interpretación auténtica”. Eso lo puedes ver en todos los ámbitos y en todos los niveles y rincones. La realidad es tan subjetiva, depende tanto de cómo haya amanecido fulano, del humor de mengano. La realidad sobrepasa nuestra imaginación. Sin embargo, siempre nos empeñamos en construir una realidad lógica y pensamos que es lógica. Pretendemos ser tan cartesianos, euclidianos y nuestra realidad es más cuántica de lo que uno cree.

E.H.V.: Esta visión ilógica de la realidad explica la presencia de lo onírico y del azar…

J.D.H.: Claro que sí. Recuerda que la tercera parte de nuestra vida la pasamos durmiendo. Es decir, gobernados por nuestro inconsciente, y éste es un tiempo nada despreciable. Además, no toda la vigilia estamos conectados a la realidad, estamos, de pronto, con la mirada perdida, pensando, imaginando, elucubrando. Estamos despiertos y, a veces, nos encontramos en un estado de ensoñación. A esto súmale dos o tres horas, mientras viajas, caminas, te sientas en un paradero... Ésos son estados de subconciencia, preconciencia, inconsciencia, no sé, pero no de conciencia, no de conexión directa con la realidad. Algo similar sucede con las computadoras: de pronto te levantas, vas al baño, regresas y tu computadora está en un estado de letargo, de consumo mínimo de energía. Lo mismo ocurre con las personas, se desconectan y entran a un estado de no conciencia. Todo está ahí, pero en un caos, en un desorden. Yo lo veo como un flujo, como una producción de ideas. Eso es algo, tiene una importancia, no lo tapo con un dedo, existe, y tiene validez.

E.H.V.: ¿Cuántas portadas tuvo la primera edición de Entre dos eclipses?

J.D.H.: La edición de 2001 de Entre dos eclipse tuvo dos portadas. Cada ejemplar fue una edición porque le hacía cambios: no hay un ejemplar igual a otro. Unos cuatro o cinco ejemplares tuvieron una portada, y el resto, otra. La imagen que usé al comienzo era de un catálogo de fotografía. Eran copias para mí o para regalar. Ante la posibilidad de que llegara a algún medio de comunicación, preferí generar una imagen para la portada: una piedra que evoca un eclipse.

La trama de las Moiras (2003)

E.H.V.: Luego de Entre dos eclipses aparece tu tercer libro, La trama de las Moiras, que sí ha sido publicado por un sello prestigioso…

J.D.H.: Que es un libro vergonzoso (risas). En verdad no sé por qué lo publiqué. En cierta medida creo que me traicioné, por el sello, por cómo lo escribí, por cómo lo publiqué, por cómo lo trabajé posteriormente. Me traicioné en mi capricho de mantenerme un poco radical, soñador. Mi opción fue –y sigue siendo– producir con un perfil relativamente bajo. Fue algo muy extraño: me demoré ocho o nueve años en escribir La fabulosa máquina del sueño y La trama de las Moiras la escribí en un mes. Me dediqué exclusivamente a escribirla. Hacía mucho tiempo que no trabajaba de esa manera. Con mi primer proyecto literario ambicioso –en 1987– me sentía muy profesional: escribía de noche y dormía de día. Aproveché unas vacaciones entre dos ciclos de la universidad. Mis padres y hermanos me apoyaron, me dieron el espacio, me permitieron dormir en las mañanas. Es algo burguésmente incorrecto, pareces un alcohólico, un drogadicto que duerme en el día y en las noches sale a vagar, pero yo me dediqué a escribir en el silencio de la noche. Ese ritmo sólo lo pude lograr en diciembre de 2001 porque tenía un trabajo a medio tiempo, vivía solo, y tuve ciertas condiciones narrativas y toda una carga emocional. Había muchas cosas que decir: tenía la historia. Tenía la frase de arranque y fue suficiente; la escribí en un papel, llegué a mi casa, prendí la computadora, y le dediqué entre ocho y nueve horas diarias al proyecto. En mi trabajo, una agencia de publicidad, estaba dos o tres horas, y fue genial porque me pagaba lo suficiente para cubrir mis necesidades. La escribí en diciembre; tenía claro que debía acabarla antes de que terminara el año. Fue como una lucha conmigo mismo porque empecé a fumar más. Sentía que la vida se me acababa. A los pocos días que empecé a escribirla, me invadió una idea (entre sospecha y certeza) que se hizo muy persistente: quién acabará primero… la novela o yo. Recuerdo que el final es un poco precipitado, no la he vuelto a leer desde que la publiqué... Algunas personas repararon en ello antes de que la imprimiera. Pude estirarla un poco, pero la historia no daba para más. Me gusta. Es comercial, pero tiene al menos lo más típico de mí y eso es suficiente. Además, el sello que la publicó fue interesante, al igual que el pago por derechos de autor.

E.H.V.: Esta novela se plantea como un viaje, pero es un viaje sin retorno. ¿Por qué ese final?

J.D.H.: Yo sabía en qué iba a acabar. A partir de la mitad lo tuve claro en mi esquema. Y empecé a tejer todo en función de ese final. Empecé a mover los tentáculos hacia ese remate para trenzarlo con precisión. Una historia que empieza de esa manera tenía que acabar así, porque el personaje no podía recobrar su nombre, que es lo que al final te humaniza. El personaje estaba deshumanizado, en un proceso de deshumanización constante.

E.H.V.: Esto se puede ligar con el problema de la identidad. La identidad del personaje está dada por los otros y en este caso por las otras.

J.D.H.: Por las otras en un tiempo preciso, puntual, calendario, y también en un tiempo mítico y de eterno presente. Porque finalmente las Moiras pueden ser los personaje femeninos que están alrededor del protagonista o las ancianas tejedoras de Chinchero o las de la mitología, las que finalmente tejen y cortan el hilo de la vida.

E.H.V.: En esta novela aparecen los personajes de tu primera novela y obviamente se pueden establecer lazos…

J.D.H.: Humanizo a Leonardo, a Gala y a Aldo. Le doy una dimensión ridícula, estúpida, torpe. Los personajes serios, evanescentes de La fabulosa máquina del sueño, aquí los ubico en una situación absurda y delincuencial, en cierto contexto surrealista, en un momento disparatado. Los pongo como simples bandidos.

E.H.V.: ¿Estas dos novelas son parte de un proyecto más amplio?

J.D.H.: Sí, una trilogía que la tengo concluida. La tercera parte la tengo escrita hace dos o tres años.

E.H.V.: ¿Cuál es el título?

J.D.H.: El título es una apropiación que tiene mucho de simbólico. Esta novela trata de un tema muy particular que es el de las deudas monetarias y las literarias. Tú como deudor estás dentro de una cadena. Desde la perspectiva del mercado significa que alguien te debe a ti y tú le debes a alguien. Desde el momento en que alguien no te paga, no honra su deuda, es porque a él no le han pagado. Hay un arrastre que te acarrea una culpa. En un momento albergué en mi casa a varias personas que tenían que pagarme por estar ahí y nunca lo hicieron, generándome una deuda que mi presupuesto no podía cubrir. Uno de ellos era un escritor trujillano muy particular. Una persona muy culta y anormal –fuera de lo normal–. Uno lo ve pasar y no es una persona que encaje. Es un disfuncional, una persona burguésmente incapaz de ser productiva. Le conseguí trabajo. Le ayudaba a que me pagara y se sintiera útil y no se deprimiera y no me generara gastos, a fin de romper el círculo vicioso. Él me decía que estaba escribiendo una novela y me enseñaba fragmentos. El título era La descarnación del verbo. Finalmente se fue y no regresó. Me quedé con sus fragmentos. También otras personas que estuvieron ahí y me generaron gastos. Entonces lo que hago es recrear, al estilo de las comedias norteamericanas tipo Friends, cómo cuatro o cinco treintones comparten un espacio... Además, hubo chicas. Uno llevó a su enamorada, que la dejó por otra en circunstancias bastante oscuras, finalmente se fue de viaje y nos dejo a esta nueva enamorada para que se la cuidáramos. Uno era escritor, el otro un pintor que me debía pagar con pinturas... Situaciones absurdas que viví y las vuelco en la novela. Más allá de la anécdota curiosa, es una novela fallida. Es una novela de corte epistolar: mensajes electrónicos que van y vienen a partir de comunicaciones reales que mantuve con estas personas, sobre todo con el escritor trujillano. Él tenía una posición muy crítica respecto a mi primera novela: sus errores, sus fallas. Lo que hago en esta tercera novela es plantear una exégesis de La fabulosa máquina del sueño. Ahí entra la clave del terror, de la violencia, de la anarquía, de la carencia de poder efectivo y real. La voy a reescribir porque hay cosas muy interesantes. De modo que tendría una propuesta dantesca: el infierno, el purgatorio y el paraíso.

Horno de reverbero (2007)

E.H.V.: Luego viene Horno de reverbero. ¿Te parece que este libro no ha sido aún bien comprendido?

J.D.H.: Me parece que cuando lo saqué salieron cosas muy interesantes y la distracción te difumina... Hace cuatro o cinco años era más fácil llamar la atención porque no había tanta producción como ahora. Este libro lo he publicado bajo el sello de Mundo Ajeno, una editorial nueva, emergente, pujante que me gusta mucho. Hace algunos años el cuidado por la portada, el papel, la edición, solo se encontraba en las editoriales grandes; las editoriales pequeñas eran un riesgo, pero ahora no. Vemos que las editoriales chicas se desempeñan muy profesionalmente, al igual que las editoriales grandes. Hay más competencia. El libro está muy bien, sin embargo, tanto mi editor como yo fallamos. Hicimos algunas cosas, trazamos algunas estrategias, pero ambos tenemos nuestros trabajos y no pudimos dedicarnos mucho. Pero tampoco me arrepiento, pues hasta qué punto tanto marketing es válido: un libro se presenta, se acepta, y aparecen las críticas y reseñas. Pero el libro sigue, puede ser retomado, de pronto. Lo más interesante no tiene que darse necesariamente en los tres o cuatro primeros meses; tiene toda una vida. Es en esta proyección donde se aprecia el valor de una obra.

Otras dimensiones, otros ámbitos, otros universos

E.H.V.: Haciendo un balance de tus cuatro libros publicados, noto que hay en tu escritura una suerte de búsqueda. Cada libro es diferente.

J.D.H.: Claro, pero manteniendo una línea. Es algo que me parece muy importante. No sé hasta qué punto eso deba tener un grado de conciencia. Un libro supone cerrar un capítulo y entrar a otra cosa. Mantener lo mismo denota falta de crecimiento, y eso se suele dar cuando uno alcanza la fama y el éxito. Tienes un público lector que te exige ciertas cosas. En la medida de que –no sé si para bien o para mal– yo no me he vuelto famoso ni nada parecido, tengo la oportunidad de seguir indagando, apostando todo en otras dimensiones, otros ámbitos, otros universos, y eso es toda una ventaja. Puedo escribir con más libertad, arriesgando todo. Además no tengo una editorial que me tenga agarrado y con condiciones. Tengo un agente literario que es completamente flexible y no hay problema. Cuando uno empieza a ser una máquina de producir y el mercado te absorbe como eso, ya estás ensartado. Lo cierto es que debes pagar tu derecho de piso durante unas dos o tres publicaciones, para luego tener el suficiente peso y decir yo escribo como me da la gana. Por ahí sacas tus libros personales. Yo, por falta de fama, puedo aún darme el lujo de escribir como me da la gana y seguir hurgando y explorando y quedando insatisfecho. Y ése es el punto: quedar siempre insatisfecho. La cosa es ser honesto y en esa insatisfacción seguir hurgando, y no estirando como chicle la misma fórmula, el mismo título con una segunda, tercera o cuarta parte.

E.H.V.: ¿Qué otros proyectos además de esta tercera parte (La descarnación del verbo)?

J.D.H.: Son proyectos más pequeños. De hecho que antes de publicar la tercera parte de esta trilogía tendría que tener una cuarta novela, que sería otra cosa. No publicaré la tercera hasta no tener la cuarta. Además, hay otros libros. Tengo el proyecto para 2009 de reeditar La fabulosa maquina del sueño con algunas correcciones, pero cosas muy formales, de gramática, dejar el libro tal cual, nada de reescribirlo. Quizá para 2009 este libro podría tener una situación distinta, pero significaría entrar en la competencia y distraer otros proyectos que tengo. No me deja de parecer interesante.

E.H.V.: ¿Qué hay de tu producción poética?

J.D.H.: Esa producción la he consolidado en un solo libro, pero lo he destinado a concursos hasta que le toque la suerte de que les guste a las tres o cuatro personas que deben leerlo, por una cuestión de estrategia. Si saco un poemario ahora me dirán “decídete, empezaste como poeta, te pasaste a la narrativa y ahora regresaste a la poesía”. En la medida que mi narrativa no está consolida, sería una torpeza distraerme en mi faceta de poeta. Además, no me siento tan poeta. Si gano un concurso sería problema del concurso y del jurado... Involucrarme en la publicación de ese poemario, que es voluminoso, entorpecería mi desarrollo como narrador. El título no te lo puedo decir porque está concursando y no es obviamente en la Bienal de Poesía de Copé.

E.H.V.: En la solapa de La fabulosa máquina del sueño se menciona el libro Cuarto menguante. ¿Existe aún?

J.D.H.: Cuarto menguante fue expurgado. Este libro tenía unos treinta textos. De esos me quedé con diez, los replanteé y están en Horno de reverbero, libro que tiene sesenta y nueve textos. Algunos los publiqué en Internet. De modo que Cuarto menguante se fue al cuerno. Nunca lo publicaré como tal.

E.H.V.: ¿Y el libro Sexo en público?

J.D.H.: Lo sigo trabajando. Está en proceso. Si en algún momento estuvo listo... luego ya no. Ese libro va a ser muy complicado porque es una obra de sexo muy explícito, pero que no cae en lo pornográfico.

E.H.V.: ¿Por qué esa recurrencia en tocar estos temas escabrosos para las sensibilidades puritanas?

J.D.H.: Me gustan las propuestas aparentemente pornográficas, son trabajos con un sentido muy interesante. Se exploran otros niveles, pero no te puedes quedar en lo obvio. Tiene que haber un valor agregado y eso es justamente lo que estoy trabajando, para no incurrir en la torpeza de que se convierta en lo que supuestamente quiero que la gente no se queje, pornografía. Quiero vender la idea de que es pornografía, pero con una lectura atenta te das cuenta de que no.

E.H.V.: Es un poco difícil conseguir eso.

J.D.H.: Sí, pero en La fabulosa máquina del sueño hay partes que son muy explícitas y que si las extraes son pornográficas, es decir, están en un contexto.

Carlos Calderón Fajardo o la figura del padre

E.H.V.: ¿Dónde te podríamos ubicar dentro de la tradición narrativa peruana?

J.D.H.: Ese es un problema de los taxonomistas (risas).

E.H.V.: ¿Acaso como un escritor de narrativa fantástica?

J.D.H.: Un escritor de narrativa fantástica es José Güich. Tengo textos de ficción fantástica, de ciencia ficción, algunos son realistas, porque tampoco le huyo al realismo. Quizás el término podría ser lo insólito, pero tampoco. Además lo insólito es el resquicio que queda entre la ficción realista y la fantástica.

E.H.V.: ¿Entonces te sientes heredero solo de Martín Adán y de Eielson dentro de la narrativa peruana?

J.D.H.: Sí, pero también de Calderón Fajardo, aunque él es, sobre todo, un escritor, digamos, realista. En un sentido más emocional lo tengo como una especie de modelo, como un escritor que, no obstante el “ninguneo”, se ha mantenido ahí. Y espero que ya despegue. Él está en eso. Y me siento deudor de él no tanto por compartir estéticas. Antes de que publicara Horno de reverbero a mí me disgustó mucho cuando estábamos tomando un café, y él me hablaba de una de sus novelas inéditas, y de pronto le digo “mira, éste es mi nuevo libro, lo voy a publicar en unas semanas”. Él toma el libro, apenas lo hojea, y me dice, palabras más, palabras menos: “Escribimos tan distinto. Yo escribo cosas voluminosas y esto es tan breve”. Era como si mi papá me negara el apellido. Me molestó que me excluyera de esa manera. Lo cierto es que yo no lo tengo como modelo de escritura sino como modelo de escritor.

E.H.V.: Es una línea narrativa bastante marginal: Adán, Eielson, Calderón Fajardo...

J.D.H.: Calderón Fajardo, al margen del género o tipo de ficción, tiene textos que son densos, exigentes. En todo caso cuando me pongo reflexivo, denso, ahí está la influencia de Calderón Fajardo, pero no es el único. Y que esa posibilidad pueda emplearla en una ficción fantástica, ficción insólita, de ciencia ficción o realista, eso no es algo que tenga que ver con el género sino con el estilo. Me interesa como modelo de escritor, en cuanto que no es mediático. Aunque Carlos creo que se cansó de eso y ahora reclama espacios. Le está yendo bien. El hecho de haber quedado finalista del Tusquets sin padrinos denota su calidad, pero ahí falló la editorial. Ésta pudo aprovechar la mística de Calderón Fajardo. En una época, cuando tenía poco más de 20 años, lo sentí como una especie de padre literario, y ahora vuelve a asumir este rol con una nueva hornada de escritores. Me parece genial y ojalá que despegue. Sé que va a ser publicado por una editorial argentina que se dedica a escritores con su particular perfil y creo que con esto estaría consolidándose. Es un autor que ha sabido producir auténtica y honestamente, y eso es lo más importante.

*La entrevista se realizó el sábado 17 de noviembre de 2007 en Chorrillos.