Helen Garnica Brocos (Comp.).
Contigüidad de los cadáveres. Lima: Pandemonium, 2023. 178 p.
Helen
Garnica Brocos (¿1991?) es una de las investigadoras más rigurosas de su
generación. En este libro, de título cortazariano, que más que una compilación literal
es una investigación sobre la base de fuentes primarias, la autora propone una
entrada al modernismo decadentista peruano. Como rescate de textos, el
resultado es notable, dado que amplia la visión de esta variante del
modernismo, enfatizando su carácter mórbido, raro y extraño. A pesar de su carácter
periférico o marginal, este tipo de producciones también ocuparon un lugar en
el imaginario de la época. La lectura social que se hace de los textos
demuestra que estos no eran mero divertimento, ni un eco romántico, sino que
-como todo artefacto artístico- establecían un diálogo con su contexto, en este
caso el desastre de la Guerra con Chile, principalmente. Es decir, lo fantasmático
y lo cadavérico de los textos apuntan más hacia las ansiedades y temores
provocados por la guerra, y menos hacia un ejercicio de pura imaginación. Es así
que predomina un nivel alegórico en la selección (en otro trabajo hemos
estudiado, en esa línea de interpretación, textos de Hildebrando Fuentes,
Clorinda Matto de Turner, María Negrón Ugarte, Lastenia Larriva de Llona,
además de Clemente Palma o José Antonio Román, que figuran en el libro, cfr. Honores,
2023).
El
estudio introductorio presenta un contexto para comprender estas producciones
decadentistas. Quisiera enfatizar algunos aspectos generales. Apoyándose en
Bourdieu, la autora nos recuerda que el principio heterónimo hace que los
artistas acepten o se subordinen a las leyes del mercado o esferas de poder;
mientras que el principio de autonomía promueve que los artistas se resistan o
rechacen esos principios dominantes o hegemónicos (23). Queda claro que el
paradigma romántico aún era residual a fines del XIX, y que el modernismo de
corte “rimbombante” era la expresión más popular del movimiento. En ese
sentido, el decadentismo “mórbido” termina por ser una variante marginal,
incomprendida e impopular para las instituciones oficiales. Estas tensiones
dentro del campo artístico siguen vigentes el día de hoy, dominado por una
estética mimético-verosímil o realista, y que dentro de ese corpus, el mercado (sus
agentes como las grandes editoriales, los críticos y las instituciones
oficiales) se encarga de depurar, promover y privilegiar solo algunos de esos
productos que se ajustan a ciertos cánones. Este decadentismo era percibido
como enfermizo, extraño o raro, y dado que la base filosófica de la literatura
era su utilidad (“servir para…”), es decir, “educar”, es claro que esta
producción fue prácticamente desterrada (y Mariátegui y sus acólitos se encargaron
de clausurar todo discurso disidente al
realismo social a rajatabla). Asimismo, sobre el “campo literario” finisecular
la autora sostiene la ausencia de un mecenazgo, la no profesionalización y un público
limitado (23-24). Tres puntos polémicos, siendo el primero el mayor. En una
nota a pie de página se menciona el alegato de Carlos Prince sobre la ausencia
de apoyo estatal para la promoción del libro. Entonces, el tema de fondo es:
¿es rol del Estado “financiar” la cultura?
El modelo del mecenazgo fue propio
del Renacimiento y hacia la segunda mitad del siglo XIX era ya residual en
Europa. Pero, a pesar de la falta de apoyo “estatal”, el arte, la cultura, la
literatura siguieron existiendo. En el siglo XX, ese modelo estatista del
México posrevolucionario tuvo en el “muralismo mexicano” su principal expresión.
Lo mismo ocurrió con el sistema de propaganda del SINAMOS durante la época del
velascato (1968-1975) y los afiches de Ruiz Durand. Pero estas son formas artísticas
oficiales, promovidas desde el poder estatal, al servicio de una “idea”. Haciendo
uso de la imaginación, ¿podrían haber sido Hojas de mi álbum (1903) de
José Antonio Román o Cuentos malévolos (1904) de Clemente Palma, libros
oficiales, promovidos por el gobierno de turno?,¿Eso hubiese sido bueno malo?,¿hubiera
habido oposición, denuncias, protestas en contra (o marchas a favor de…)? Lo que
intento decir es que el modernismo decadentista era lo que estaba más abajo de toda
esa producción (no por ser peor, o mal escrita, sino por ser comprendida a cabalidad
por muy pocos). Hay que agregar que la crítica literaria estaba en formación y
carecía de una teoría para leer de manera adecuada esta producción. Si hubiera
existido algún tipo de financiamiento estatal quizás tendríamos otras versiones
de los libros de Palma o de Román, o simplemente no las tendríamos. Palma era
profesor de estética en San Marcos, Román ejercía la abogacía, ambos tenían sus
necesidades económicas resueltas; y su literatura era, en ese sentido, marginal,
extravagancias, lo cual no implica un descuido como proyecto estético. Incluso diríamos
que esa situación del escritor contemporáneo no ha cambiado mucho: nadie vive
solo o exclusivamente de la escritura (salvo excepciones). La otra alternativa
es que el Estado financie esos “proyectos de vida” con los impuestos de los
contribuyentes.
Volviendo al libro, la selección
demuestra que el modernismo no fue uniforme ni en sus figuras o en sus formas
de representación, es decir, ofrece una versión parcializada del modernismo que
tiene en el cuerpo, a su principal eje discursivo. Se trata, sin duda, de un
libro estimulante para comprender este periodo y seguir la ruta a nuevos
autores.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San
Marcos
Referencia
Honores, E. (2023) “Literatura
fantástica en el Perú (1821-1944)”. En: Roas, D. (dir.) Historia de lo
fantástico en las narrativas latinoamericanas I (1830-1940). Madrid: Iberoamericana
/ Vervuert. Madrid, 309-335