viernes, 17 de mayo de 2024

Helen Garnica Brocos (Comp.). Contigüidad de los cadáveres. Lima: Pandemonium, 2023. 178 p.

 

Helen Garnica Brocos (Comp.). Contigüidad de los cadáveres. Lima: Pandemonium, 2023. 178 p.

 


              Helen Garnica Brocos (¿1991?) es una de las investigadoras más rigurosas de su generación. En este libro, de título cortazariano, que más que una compilación literal es una investigación sobre la base de fuentes primarias, la autora propone una entrada al modernismo decadentista peruano. Como rescate de textos, el resultado es notable, dado que amplia la visión de esta variante del modernismo, enfatizando su carácter mórbido, raro y extraño. A pesar de su carácter periférico o marginal, este tipo de producciones también ocuparon un lugar en el imaginario de la época. La lectura social que se hace de los textos demuestra que estos no eran mero divertimento, ni un eco romántico, sino que -como todo artefacto artístico- establecían un diálogo con su contexto, en este caso el desastre de la Guerra con Chile, principalmente. Es decir, lo fantasmático y lo cadavérico de los textos apuntan más hacia las ansiedades y temores provocados por la guerra, y menos hacia un ejercicio de pura imaginación. Es así que predomina un nivel alegórico en la selección (en otro trabajo hemos estudiado, en esa línea de interpretación, textos de Hildebrando Fuentes, Clorinda Matto de Turner, María Negrón Ugarte, Lastenia Larriva de Llona, además de Clemente Palma o José Antonio Román, que figuran en el libro, cfr. Honores, 2023).

              El estudio introductorio presenta un contexto para comprender estas producciones decadentistas. Quisiera enfatizar algunos aspectos generales. Apoyándose en Bourdieu, la autora nos recuerda que el principio heterónimo hace que los artistas acepten o se subordinen a las leyes del mercado o esferas de poder; mientras que el principio de autonomía promueve que los artistas se resistan o rechacen esos principios dominantes o hegemónicos (23). Queda claro que el paradigma romántico aún era residual a fines del XIX, y que el modernismo de corte “rimbombante” era la expresión más popular del movimiento. En ese sentido, el decadentismo “mórbido” termina por ser una variante marginal, incomprendida e impopular para las instituciones oficiales. Estas tensiones dentro del campo artístico siguen vigentes el día de hoy, dominado por una estética mimético-verosímil o realista, y que dentro de ese corpus, el mercado (sus agentes como las grandes editoriales, los críticos y las instituciones oficiales) se encarga de depurar, promover y privilegiar solo algunos de esos productos que se ajustan a ciertos cánones. Este decadentismo era percibido como enfermizo, extraño o raro, y dado que la base filosófica de la literatura era su utilidad (“servir para…”), es decir, “educar”, es claro que esta producción fue prácticamente desterrada (y Mariátegui y sus acólitos se encargaron de clausurar todo  discurso disidente al realismo social a rajatabla). Asimismo, sobre el “campo literario” finisecular la autora sostiene la ausencia de un mecenazgo, la no profesionalización y un público limitado (23-24). Tres puntos polémicos, siendo el primero el mayor. En una nota a pie de página se menciona el alegato de Carlos Prince sobre la ausencia de apoyo estatal para la promoción del libro. Entonces, el tema de fondo es: ¿es rol del Estado “financiar” la cultura?

          El modelo del mecenazgo fue propio del Renacimiento y hacia la segunda mitad del siglo XIX era ya residual en Europa. Pero, a pesar de la falta de apoyo “estatal”, el arte, la cultura, la literatura siguieron existiendo. En el siglo XX, ese modelo estatista del México posrevolucionario tuvo en el “muralismo mexicano” su principal expresión. Lo mismo ocurrió con el sistema de propaganda del SINAMOS durante la época del velascato (1968-1975) y los afiches de Ruiz Durand. Pero estas son formas artísticas oficiales, promovidas desde el poder estatal, al servicio de una “idea”. Haciendo uso de la imaginación, ¿podrían haber sido Hojas de mi álbum (1903) de José Antonio Román o Cuentos malévolos (1904) de Clemente Palma, libros oficiales, promovidos por el gobierno de turno?,¿Eso hubiese sido bueno malo?,¿hubiera habido oposición, denuncias, protestas en contra (o marchas a favor de…)? Lo que intento decir es que el modernismo decadentista era lo que estaba más abajo de toda esa producción (no por ser peor, o mal escrita, sino por ser comprendida a cabalidad por muy pocos). Hay que agregar que la crítica literaria estaba en formación y carecía de una teoría para leer de manera adecuada esta producción. Si hubiera existido algún tipo de financiamiento estatal quizás tendríamos otras versiones de los libros de Palma o de Román, o simplemente no las tendríamos. Palma era profesor de estética en San Marcos, Román ejercía la abogacía, ambos tenían sus necesidades económicas resueltas; y su literatura era, en ese sentido, marginal, extravagancias, lo cual no implica un descuido como proyecto estético. Incluso diríamos que esa situación del escritor contemporáneo no ha cambiado mucho: nadie vive solo o exclusivamente de la escritura (salvo excepciones). La otra alternativa es que el Estado financie esos “proyectos de vida” con los impuestos de los contribuyentes.

      Volviendo al libro, la selección demuestra que el modernismo no fue uniforme ni en sus figuras o en sus formas de representación, es decir, ofrece una versión parcializada del modernismo que tiene en el cuerpo, a su principal eje discursivo. Se trata, sin duda, de un libro estimulante para comprender este periodo y seguir la ruta a nuevos autores.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

 

Referencia

Honores, E. (2023) “Literatura fantástica en el Perú (1821-1944)”. En: Roas, D. (dir.) Historia de lo fantástico en las narrativas latinoamericanas I (1830-1940). Madrid: Iberoamericana / Vervuert. Madrid, 309-335