José
Donayre. Superhéroes. Muestra de relatos épicos peruanos. Lima: Altazor,
2019. 364 p. Ilustración de portada: Martín Espinoza.
Además de ser un excelente escritor, José Donayre (Lima,
1966) es editor y promotor cultural. Acaso uno de los editores más serios del
ámbito limense. Desde el año 2014 empezó un proyecto antológico (o de muestras)
sobre diversos temas: Horrendos y
fascinantes (2014) dedicado a los monstruos, Ultraviolentos (2014) sobre la violencia en sus múltiples
dimensiones, Se vende marcianos
(2015), sobre la ciencia ficción, ¡Arriba
las manos! (2016), sobre el cuento policial, Sexo al cubo (2017) sobre la narrativa erótica escrita por mujeres
y Superhéroes (2019), conformando así
una septalogía de la narrativa peruana del siglo XXI. En su afán por descubrir
nuevas voces o poner en valor, algunas otras, Donayre utiliza diversos
criterios para organizar sus muestras, una de ellas es tratar de no repetir a
los mismos autores. Así que si sumamos el número de autores que componen su
ciclo, estaríamos hablando de más de cien autores nacionales, que están
alejados del catálogo de las dos grandes transnacionales, que conforman
proyectos narrativos singulares, y que también ameritan mayor atención de las
grandes editoriales, de los medios periodísticos y de la crítica académica.
Como buen antologador, Donayre plantea las reglas de
juego en su prólogo. Hay pues dos ámbitos principales acerca de la noción del
superhéroe, la mítica y la ficcional (en un tercer nivel estarían los héroes
históricos, en un registro más realista). En el caso de la muestra, el
superhéroe tiene dos claves principales, posee superpoderes extraordinarios y
tienen como misión hacer justicia, constituyéndose en modelos del Bien. Pero
hay también cierto espacio para la ambigüedad, o mejor dicho, cierto conflicto
interior en algunos personajes de la muestra (como el caso de Raúl Quiroz).
En líneas generales la muestra es equilibrada, y
homogénea. A nivel ideológico, los cuentos se alinean a las últimas tendencias
del movimiento queer y del feminismo, como el superhéroe gay del texto de Luis T. Moy (o el cuento de Daniel Collazos,
que comentaré luego), pero además cierto nivel de pesimismo respecto de la
propia sociedad limeño-peruana en el que las instituciones públicas funcionan
mal o son altamente corruptas - que las convierte
en el verosímil del género por excelencia. Es el caso de los malos militares de
Alfredo Dammert y la violencia que ejercen contra las mujeres (aunque aquí las
mujeres no se liberan por sí solas sino que necesitan del héroe), o también en
Poldark Mego, en el que una antigua divinidad destruye el Congreso de la
República (lo que me hizo recordar a The black scorpion, película de CF de 1957,
ambientada en México).
Hay cuentos que destacan y centraré mi comentario en ellos.
“Superman, mi hijo” de Fernando Aguirre posee el tono y la densidad filosófica
como para hacer creíble el dialogo entre Superman con el filósofo alemán Friedrich
Nietzsche, creador de la noción del superhombre. En esta se revela una antigua verdad:
Superman es el defensor del Estado (cfr. Superman
y sus amigos del alma de Dorfman y Jofré, 1974). Se puede decir que es más
un diálogo filosófico antes que una narración en sentido convencional.
“El
rostro oculto” de Daniel Collazos, es un homenaje a la tapada limeña, que ampliada,
bien podría dar pie a una novela gráfica o a una novela más larga, ya que el
personaje tiene bastante potencial. La tapada es una especie de ser informe, la
mujer de los sueños de hombres perversos, que acaba con los abusivos y
maltratadores de mujeres. La tapada se describe como un fardo y una masa
envuelta en túnica (89), pero cuyo rostro genera pavor: “Ante él apareció una
pálida mujer calva de rostro desfigurado por cicatrices irregulares. Sus párpados
estaban cubiertos de negro a causa de profundos moretones; parte de su pómulo
se encontraba desgarrado, exponiendo dentadura y encías; sus labios estaban
unidos por una tosca costura negra que le impedían abrirlos. Un corsé negro
cubría sus pechos y abdomen, dejando la piel viscosa y quemada de su cuello y
hombros. Una larga falda opaca ocultaba el resto de su cuerpo” (91-92). Es la
imagen de la muerte, pero también de la cosa innombrable y de lo real.
“Presión
y represión” de Ángela Luna trata acerca de un superhéroe de nombre el “Rebelde
Justiciero”, con un aspecto al Neo de Matrix,
quien entrega a la sociedad civil a sujetos corruptos, con las respectivas
pruebas de su delito. Sin embargo, el Poder Judicial termina siempre por
liberarlos. Una campaña de desprestigio en contra del justiciero hace que finalmente
desaparezca en el anonimato. Más allá de la alusión al Batman de Bob Kane, Luna se encarga de mostrarnos que la corrupta ciudad gótica
del caballero de la noche no está tan ajena a la realidad peruana, aún en época
del fiscal José Domingo Pérez.
“Hyperión”
[el que camina en las alturas] de Hans Rothgiesser muestra la burocracia kafkiana
por la que atraviesa nuestro personaje para obtener una licencia de superhéroe
y ejercer actividades en la corrupta Lima. Lo interesante es que imagina al
superhéroe como una marca que necesita de redes sociales, jefe de prensa y auspicios,
es decir, una persona de influencia en la sociedad (o “influencer”), pero que
fracasa por la propia legislación, pues como se afirma: “[…] más problema era
desobedecer el mandato de la agencia reguladora de vigilantes con sus multas y
sus trámites que dejar suelto a un criminal internacional homicida” (305). El
texto puede leerse sin las notas a pie de página que acentúan lo absurdo del
sistema legal.
“Empujones
cuánticos” es sin duda, el mejor relato de la muestra, escrito por Yelinna
Pulliti (de quien esperamos ya la publicación de su segundo libro de cuentos). Trata
sobre un personaje que trabaja como personal de mantenimiento de un acelerador
de partículas y que accidentalmente ingresa a una dimensión paralela que le
permite anticipar el futuro. Este poder le permite deshacerse de personajes
corruptos como mandatarios o altos mandos militares, mediante un “empujón”. Sin
embargo estos son reemplazados por otros peores. Tras el fracaso decide
concentrar su atención en ese “enorme conjunto de seres humanos cuyas vidas
pasan sin sentirse” (241). Es un texto que muestra la vileza de los
superpoderosos, pero también la lucha por salvar a los seres más anónimos, aún
cuando sabe la fecha en el que el universo desaparezca. Es un texto
esperanzador y altamente humanista.
Una
observación genérica sobre el libro: quizás hay un poco de exceso en las
escenas de luchas, no tanto por la representación de la violencia en sí misma,
sino por la capacidad de hacer verosímil estas mismas escenas. Es decir, la
temática de superhéroes está dominada por el cine norteamericano, así que no
solo se consumen estos modelos exclusivos sino también se imita la forma de
narrar las escenas de acción. Entonces la competencia está entre la
verosimilitud del cine versus la verosimilitud en el cuento. El cine, por su mayor
capacidad realista (además de efectos por computadora, alta producción, etc.)
viene ganando en este punto. Los textos que obvian o reducen este elemento
superan con creces el riesgo de caer en lo ya visto en imágenes, centrándose
más en la parte moral o en el conflicto humano.
En
suma, se trata de una buena antología de textos de ficción fantástica que abre
una línea poco explorada e inaugurada por este descubridor de temas llamado
José Donayre.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor
de San Marcos