Selección peruana
2000-2015. Lima:
Estruendomudo, 268 pp. Dirección técnica: Ricardo Sumalavia.
En una reseña anterior (vid. El fin de algo)
sosteníamos que “Toda antología responde a la sensibilidad del antologador que
escoge de entre una serie de libros o autores, los cuentos más significativos o
modélicos, no solo desde el punto de vista estético-ideológico sino que reafirmen
su hipótesis de trabajo”. A ello agregamos también que toda antología suele ser
en la práctica, una selección arbitraria basada en criterios personales. La
antología preparada por Ricardo Sumalavia no escapa a ambos principios. La
selección se restringe a 11 autores (al modo de un equipo de fútbol). Los
resultados son más bien discretos. Sumalavia parte del carácter lúdico de la
propuesta (7) que busca una armonía entre sí (7), en estos dos puntos estamos
de acuerdo: los autores elegidos conforman un todo casi compacto. Pone como
fecha arbitraria de nacimiento, el de 1975, en adelante, aunque reconoce la
valía de otros autores no incluidos y que bien podrían haber formado parte de
esta selección, pero no explica el porqué de su exclusión (11 en realidad es un
número muy exigente ante el gran número de autores de calidad que escriben en
la actualidad), objeción observada por José Carlos Yrigoyen y Jorge Valenzuela.
Sumalavia establece una relación contexto-texto para explicar
la producción de esta nueva generación (por criterios didácticos los denominaré
así): la recuperación de la clase media, el crecimiento editorial, diversas
propuestas temáticas, uso de redes sociales (9). Esto es solo la parte
superficial. Los temas que los autores seleccionados trabajan son el exilio,
metáforas de la violencia, las relaciones entre padres e hijos y la
“autoficción” (10-11). Añade que “éste no es un libro que pretenda ser
canónico” (11) y sobre los autores refiere que cada autor establece su propio
canon literario lo que es una muestra de diversidad (13). Hay un error en la
interpretación de la encuesta final, porque sí están nombrados tres de los
principales autores del “boom”: García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar; dentro
del espectro de influencias –en el mismo valor- aunque tienden más hacia la
dispersión. Como bien señala, hay una preferencia por autores extranjeros
anglosajones, pero son los latinoamericanos los que encabezan la lista (Bolaño,
Felisberto Hernández, García Márquez y Cortázar) en igualdad con otros. Este
punto es importante así como también la preferencia por los autores de su
propia generación, por ejemplo, Daniel Alarcón aparece con 3 menciones, frente
a una mención de Ciro Alegría. Entonces, se puede interpretar que hay una
emergencia de un nuevo canon, es decir, ¿realmente la encuesta sí nos dice algo
nuevo, al menos dentro del imaginario de los propios autores?, ¿o no se puede
llegar a esta conclusión radical, por la sencilla razón de que la parte (la
muestra en sí misma) no hace al todo? Al igual que en El fin de algo, hay una continuidad con la tradición urbano-limeña,
heredera de la narrativa de los años 50s.
Sobre la selección sí destacan algunos autores dentro del
grupo: Carlos Yushimito, Daniel Alarcón, Gabriela Wiener, Pedro Llosa Vélez y
Francisco Ángeles. Y en conjunto, los autores seleccionados muestran dos cosas:
un manejo de las estructuras y técnicas narrativas (por herencia del “boom”),
es decir, han asimilado la forma. De eso no hay dudas. De otro lado, en cuanto
al contenido, se trata de una narrativa moderna en cuanto a la mirada y
espíritu con que ha sido escrita, es decir, es una narrativa escrita desde el
siglo XXI, que ha asimilado tanto la tecnología de uso cotidiano, la cultura de
masas, así como los efectos de la posmodernidad (el mundo de lo privado ahora ficcionalizado).
Sin embargo no es suficiente. Y no lo es por la sencilla razón que esto da
cuenta de una crisis del realismo tradicional que deriva en una narrativa
sentimental (y de conflictos familiares, o de las responsabilidades del ser
adulto) pensada más para el entretenimiento de un sector social específico. Se
trata de escribir sobre las crisis de la clase media, en el que lo político ni
siquiera está diluido: simplemente no aparece, ha sido borrado. Y con ello gran
parte de nuestra historia reciente.
Sobre
la exploración de lo íntimo, del mundo familiar, de los afectos privados,
reiteramos lo señalado en la reseña sobre El
fin de algo y cito: “Un factor que aglutina a gran parte de los autores es
la temática ligada a la familia, al espacio de lo íntimo y en algunos casos la
autorreferencialidad. La reiteración a la exploración de los lazos familiares,
los afectos, o la disfuncionalidad de las relaciones humanas más que un nuevo
interés (un tema “nuevo”) suponen la refracción de su crisis en la sociedad
moderna. Es decir, si en el siglo XIX la imposibilidad de la unión matrimonial
entre los jóvenes amantes aludía a la dificultad de las recientes naciones para
configurarse como tal (como sostiene Doris Sommer en Ficciones fundacionales), en el siglo XXI asistimos a su crisis: la
nación ha sido “demócrata”, pero es una institución que no funciona, por ello
los ideales colectivos (la justicia social) han decaído para dar paso a los
deseos individuales y al hedonismo. La familia es metonimia de la nación y su
crisis “afectiva” solo devela la crisis por la que atraviesa el Estado-nación”.
La literatura es un artefacto altamente político, como
sostiene Jacques Rancière, por ello, a la luz del material publicado, no resulta
extraño que lo político esté hoy en la narrativa fantástica y la CF, mientras
que nuestra tradición realista sea ahora “evasiva” y ese factor político se
diluya o tienda a evaporarse. Ya Fredric Jameson, en Arqueologías del futuro, ha escrito sobre el carácter político de
toda CF –que se extiende a lo fantástico (cfr. Rosemary Jackson). Incluso –solo por
citar casos notables en el registro de lo fantástico y la CF de autores nacidos
hacia 1970- son los libros: Crónica de
amores furtivos (2008) de Sandro Bossio (1970), Cuatro páginas en blanco (2011) de Lucho Zúñiga (1978), Cacería de espejismos (2013) de Pedro
Novoa (1974), Todos los días son de
ceniza (2013) de Fernando Sarmiento (1974), Shogun inflamable (2015) de Salvador Luis (1978) o Siete paseos por la niebla (2015) de
Yeniva Fernández (1969) (o los que nacieron durante los años 60s como Prochazka,
Iwasaki, Herrera, Güich, Donayre –el propio Sumalavia- o Salvo), aunque algunos
no cumplan el criterio de selección, por haber nacido antes de 1975.
Nos
encontramos en un punto de inflexión: o el realismo dominante que se practicaba
ha cambiado a otra cosa y solo queda ver ese pasado con nostalgia (y aceptar el
cambio), o esta percepción se debe a que los autores elegidos responden a estos
criterios estético-ideológicos. En este punto, la antología de Sumalavia cumple
con mostrar al lector limeño qué es lo que hay (esta focalización también ha
sido observada por Javier Ágreda: se restringe a autores vinculados en su
mayoría a Lima frente a los de provincias). Sumalavia ha tenido el rol (él le
denomina “tarea gratamente difícil”, 8) de haber develado parte de lo “nuevo”
en los últimos quince años, en este punto la antología cumple en el sentido de mostrar, al
modo de los Tableaux vivant o cuadros
vivientes, una “escena”, un “momento”. Lo único cierto es que será el tiempo y
la distancia las que permitan una mejor comprensión de la narrativa peruana “penúltima”.
Elton
Honores
Universidad
Nacional Mayor de San Marcos