Entrevista a José Güich. Por Audrey Louyer-Davo.
Lo fantástico en el Perú
Audrey Louyer-Davo: La visión nacional
por un nativo: ¿Cómo explicar el entusiasmo nacional por lo fantástico en un
país andino de tradición más bien verista? En los últimos años, aumentó el
número de manifestaciones acerca de lo fantástico, con concursos y premios,
coloquios, conferencias de la FIL… ¿Cuál es para ti el estatuto de la
literatura fantástica peruana dentro del panorama nacional?
José Güich:
Es un proceso complejo que no termina de aclararse del todo y se encuentra
en manos de los jóvenes especialistas que actualmente ordenan el panorama. La
narrativa peruana se perfiló, desde fines el siglo XIX, como un corpus de
fuerte tendencia realista, continuador, en gran medida de esa mimesis anclada
en algunas vertientes del romanticismo europeo, como la escuela iniciada por
Balzac, Dickens y, más tarde, Flaubert. De manera intermitente, lo fantástico
se practicó en una suerte de periferia, casi invisible y poco atendida por la
institución literaria. Curiosa situación, puesto que la narrativa fantástica,
tal como la conocemos, también es un producto de ese siglo, gracias a Hoffmann
y Poe. En el Perú, los sectores hegemónicos de la política y la cultura,
defensores a ultranza de lo occidental y afincados en la centralista Lima,
optaron por privilegiar un objetivismo racionalista, quizá como contrapeso al
país al que despreciaban y negaban: el mundo andino, con su caudal prodigioso
de historias y leyendas surgidas de la imaginación y que expresaban y nutrían
una complejísima visión del mundo. No obstante, desde comienzos del siglo XX, escritores
como Clemente Palma y Abraham Valdelomar exploraron esas vertientes no
realistas, como parte de su adscripción al Modernismo, que en otras latitudes
de Hispanoamérica ya se había sumergido en lo fantástico como una alternativa
válid. Los ejemplos más destacados son Darío y Lugones: ambos son deudores de
esa modernidad iniciada por Poe y continuada por Baudelaire y Rimbaud, quienes
impulsaron una nueva sensibilidad y llevaron al límite las indagaciones de los
románticos en torno de lo sobrenatural, lo nocturno, el sueño o lo macabro. En
cuanto al estatus actual, percibo que la narrativa fantástica, desde la década
de 1980, está desplazándose lentamente a una posición más central y prestigiosa.
El sistema literario ya no puede encajonarlo en el membrete de “prácticas
laterales”. La violencia política de esos años también supuso un
descentramiento, no evasivo, de las posibilidades del realismo para dar cuenta
de una coyuntura lindante con la locura colectiva y el caos que colocaban al
Perú al borde su inviabilidad como Estado. Yo creo que autores como Prochazka,
Bellatin, Portals y Herrera, a partir de las claves propias de lo fantástico,
“leyeron y procesaron” esa catástrofe, cifrándola en sus narraciones, y dentro
de sus opciones personales, contribuyeron a reivindicar una corriente
fantástica que desde la Generación del 50 (la de Loayza, Durand, Buendia, Mejía
Valera o el mismo Ribeyro) o en los sesenta o setenta, con Adolph y Belevan,
había experimentado una renovación pero que seguía oscurecida por lo que yo
llamo “el síndrome Vargas Llosa”, exponente máximo de un realismo que en gran
parte seguía las influencias de autores del XIX, como Tolstoi o Víctor Hugo, a
pesar de los avances técnicos que suponen las obras de Joyce, Dos Passos o
Faulkner, que también influyeron no solo
en Vargas Llosa sino en varios novelistas importantes de su tiempo. Precisamente
el equipo de investigadores que integro en la Universidad de Lima, junto a
Carlos López Degregori y Alejandro Susti se halla inmerso en la elaboración de un panorama amplio de la
narrativa fantástica, con un trabajo que ya se encuentra en las fases finales:
hemos cubierto su desarrollo desde el Modernismo, pasando por la Vanguardia, la
Generación del 50, y las décadas de 1960 y 1970, para culminar con los años
ochenta en adelante. Aspiramos a que este trabajo también contribuya a explicar
la dinámica de esta literatura y los motivos de su actual ascenso.
ALD: Hay un prejuicio francés y quizás
europeo que consiste en considerar que la literatura fantástica latinoamericana
la encarnan Borges y Cortázar y los países del Conosur, pero no tanto en el
Perú. Una explicación que encontré es el reducido rescate de los autores
peruanos de la tradición literaria (salvo por Belevan y Elton Honores); otra es
la reputación cosmopolita y europea de Argentina y de Buenos Aires. ¿Se puede
explicar de otra forma para ti?
JG: Creo que el hecho de que el Perú
haya sido también un país periférico, alejado de los grandes centros culturales,
es una de las causas principales. Ha habido, por décadas, una ausencia de
diálogo o contacto pleno entre los agentes académicos o editoriales, salvo
pequeñas excepciones. Y es probable que críticos o investigadores europeos o
específicamente franceses solo hayan accedido a versiones bastante
parcializadas o insuficientes de la narrativa peruana, en especial la del siglo
XX. Y por supuesto, el síndrome que sacraliza al “realismo” como la única vía
que un autor peruano podría recorrer, “comprometido” con un estado de cosas,
sería otra de las causas. La imagen mediática de MVLL o de Bryce Echenique, hoy
un autor en decadencia que solo vive de las glorias pasadas, consolidaron esa
idea falsa de que en estos lares solo interesa el testimonio objetivo acerca de
la realidad socio-política, en sus versiones críticas o problematizadoras o más
irónicas. Por otro lado, la construcción
del canon dominante, por parte de académicos peruanos del pasado, ha sido
primordial para este desconocimiento o prejuicio. Sin embargo, no creo que la
explicación dependa solo de alguno de esos factores. Es una conjunción de situaciones
la que ha propiciado que la literatura peruana se circunscriba a unos cuantos
nombres o a cierta corriente en detrimento de otras posibilidades. Hoy, la
superación de las fronteras, gracias a la tecnología de la información, ha
permitido que los investigadores cuenten con información de primera mano que
permite elaborar una visión más heterogénea de las prácticas literarias en el
Perú. Esta abolición de las distancias ha sido muy positiva para modificar la
perspectiva actual acerca de la narrativa peruana. Ello no se ha dado de la
noche a la mañana, por cierto. No quiero pecar de optimista, pero me gustaría
pensar que lo que ahora ocurre en el plano académico, gracias a David o Ana
Casas en España, o a ti, en Francia, se irá extendiendo. Y como ha ocurrido en
otros instantes, este interés por parte de los ejes de cultura más prestigiosos
hacia la narrativa fantástica peruana, repercutirá en un medio tan difícil aún
para los escritores locales. El cierrapuertas generalizado de las
multinacionales como Alfaguara o Planeta, que solo apuestan por ciertos
productos fue, en principio, otra de las posibles causas, pero en la actualidad
la emergencia de los sellos alternativos muchos de los cuales están en un
proceso de expansión interesante, como “Altazor”, han equilibrado la balanza,
lo mismo que los blogs o las mismas redes sociales, donde autores noveles,
cultores de lo fantástico y de la CF danb a conocer sus obras. El soporte
digital o e-book también es una válvula de escape para aquellos que ya no
encuentran en los modos de producción convencionales del libro físico un
estímulo, sino todo lo contrario.
ALD:El estatuto de las leyendas urbanas:
la casa matusita, Sarah Ellen, la virgen que llora, los mitos de la selva (el
Tunche)… ¿son un material para la creación de textos fantásticos o un
tópico/callejón sin salida que lleva a confundir la leyenda/creencia con la
realidad cartesiana y borrar las fronteras real/imposible?
JG: Hay un
excelente material o magma en los temas que mencionas y que está siendo
utilizado con provecho por escritores que hoy cultivan con vigor lo fantástico
en nuestro país. Varios autores, especialmente los más jóvenes, tratan de
reelaborarlos de acuerdo con sus inquietudes o intereses. No creo que se hayan
convertido en barreras; al contrario: se trata de puntos de partida para
transformarlos, con la adición de otros elementos que bien pueden proceder de
otras tradiciones o pertenecer al ángulo de visión más personal.Por ejemplo,
Carlos Calderón Fajardo, uno de los referentes actuales más importantes, ha
hecho suya la leyenda de Sarah Ellen y la ha reelaborado en un fresco literario
de gran envergadura. Otro tanto ha hecho con la figura del vampiro José Donayre
Hoefken. Pero frente a estas apropiaciones o reelaboraciones de una temática
local, también se practican otras corrientes. En otras palabras, no existe una
uniformidad en la escritura fantástica de hoy en el Perú. Y solo estamos
mencionando el caso de narradores que viven y trabajan en Lima. En el interior,
también bullen nuevos vientos. Ciudades como Huancayo, Chimbote, Ayacucho,
Trujillo, Iquitos y Chiclayo están desarrollando sus propias experiencias en el
dominio de lo fantástico, amalgamando elementos locales con marcas cosmopolitas
o globalizadas, a veces de un modo más radical y atrevida que en la capital. Y
los tratamientos también pasan por diversas modalidades expresivas. No creo que
sea posible hablar de una sola narrativa: estamos ante un abanico de
posibilidades estéticas que tienden a la asimilación de los tópicos clásicos
para mezclarlos con la imaginería de otros medios o soportes, como los que
proporcionan el cine, la televisión o el cómic. En tal sentido, la llamada
“post-modernidad” ha echado raíces en estos predios. A ello tambien contribuye
el hecho, ya mencionado, del acceso a la información, las revistas virtuales y
la inmediatez del contacto entre los propios autores nacionales y de estos con
escritores extranjeros.
Eje teórico
ALD: Sobre lo fantástico, las teorías
fueron varias en Europa, pero en Francia, muchas dedican solo un pequeño
capítulo a la literatura fantástica de América Latina, considerando a Borges y
Cortázar (a veces a Rulfo) sin contemplar ni una tradición sobre el continente
ni escritores de otros países. David Roas propuso con Tras los límites de lo real una renovación de la aproximación.
En América latina, el rigor científico y metodológico de Belevan es reconocido
así como el libro de Víctor Bravo, Los
poderes de la ficción, con el principio de la reducción, y, claro, Ana
María Barrenechea (no hablo de las aproximaciones a lo real maravilloso de
Carpentier, el realismo mágico de Anderson Imbert o el realismo maravilloso de
Teodosio Fernández). ¿Se puede mencionar otros?
JG: En cierta medida, este también
es un espacio “en proceso de construcción”. Todas las contribuciones teóricas
que has mencionado son sumamente valiosas y resultan fuentes de primer orden
para los estudiosos del fenómeno en esta parte del mundo. Me da la impresión de
que Hispanoamérica está a punto de generar su propia “teoría de lo fantástico”,
adaptada a las especificidades de la narrativa que se escribe actualmente en
nuestros países. Dicho modelo no podrá evadir, por cierto, las fuentes europeas
que lo nutren, como Todorov y Caillois, o la que viene de Norteamérica,
representada por Rosie Jackson y su enriquecedora veta sicoanalítica. Será una
teoría articulada sobre la base de varias piezas. Hablo de un sistema dúctil,
flexible, con capacidad de renovación permanente. Los “grandes relatos”
teóricos ya han sido asimilados convenienentemente. Este sistema tendrá que
nacer totalmente alejado de las coordenadas convencionales, pues a medida que
lo fantástico, en las próximas décadas, se afiance, también se diversificará y
hará más complejo. En ese proceso de construcción de un discurso teórico,
habría que brindar más atención, por ejemplo, a los aporte de un especialista
español lamentablente fallecido, Antonio Risco, preocupado por esa
heterogeneidad que exigía una perspectiva más orientada a la identidad que esta
literatura ya había desarrollado desde la emergencia renovadora de Borges, o
antes, incluso, con ecritores como Lugones, C. Palma o el mismo Darío.
ALD: ¿Qué intuición tienes tú, como autor
y como crítico, de la definición de lo que es lo fantástico? Lo fantástico como
vacilación, transgresión, efecto evanescente, como seducción, como juego con el
lenguaje, como conflicto entre lo real y lo imposible, como una visión de lo
real incluida dentro de la misma realidad… : ¿qué rasgo de lo fantástico te
parece más representativo de esta escritura?
JG: Es razonable realizar la
separación, pues los caminos de la creación corren por vías separadas, aunque
siempre he sostenido que todo ejercicio crítico no es solo re-creativo, sino
creativo, pero es una pregunta a la que responderé integralmente. Como creador-crítico
inserto en estas prácticas, considero que las definiciones que mencionas
siempre se encuentran latentes en todas las narraciones. Evocando el modelo de
Jakobson sobre las funciones del lenguaje, que nace de los factores de la
comunicación verbal, y haciendo una analogía quizá algo rudimentaria aún,
existen funciones predominantes o secundarias. En ciertos textos, lo más
visible podría ser la vacilación, y en otros el juego del lenguaje…no existe
una sola forma de manifestación de lo fantástico, ni siquiera en un mismo
autor. En otros textos, quizá las “funciones” se encuentren tan imbricadas
entre sí que resulta imposible deslindarlas. En este caso, probablemente
estaríamos ante un texto reacio a los encasillamientos y que exigiría la ductilidad
del modelo que yo sugería líneas arriba.
ALD: La relación entre lo fantástico y la historia del país. Dice Elton
Honores (Mundos imposibles, p.65): “gran parte de los cuentos fantásticos
peruanos dialogan con los procesos históricos y sociales”. ¿Compartes la
idea? ¿En qué medida lo fantástico puede definirse a través de la
Historia del país, como mero marco de acción o como centro, núcleo del efecto
fantástico? ¿Existe un fantástico comprometido en el Perú?
JG: En la observación de Elton Honores, sin duda el especialista en la
narrativa fantástica peruana más importante de la actualidad, subyacen ideas
muy estimulantes que podrían afirmar una identidad propia, especialmente para la
escrita desde mediados del siglo XX. En ese período, la llamada Generación del
50 sentó las bases de una literatura que por fin se concebía a sí misma como
“moderna”. Elton formula estas apreciaciones en el marco específico de una
sociedad y de un tiempo en el cual las contradicciones propias de un país periférico
-sometido a poderes externos coludidos con una oligarquía dominante,
colonialista y patriarcal- propiciaban una disociación entre diversas culturas
(la criolla y la andina, por ejemplo). El discurso hegemónico promovía la
uniformidad, la “civilización urgente” de los habitantes originarios para
insertarlos al país oficial y, por otro lado, rechazaba su presencia como
migrantes en los grandes centros urbanos. Además, como ha sido una constante en
el Perú, una nueva dictadura militar, la de Odría (1948-1956) creaba escisiones
entre sectores acomodaticios y una juventud adversa al régimen. La literatura
fantástica contemporánea se gesta en un contexto de grandes tensiones, en medio
de un lento emerger de una nueva clase media. Escritores capitales como Loyza,
Durand, Zavaleta y Ribeyro, sumados a
Mejía Valera, Buendía, Castellanos se foguean en un medio donde es peligroso y
arriesgado mostrar una abierta oposición a la feroz dictadura. Y en ese
instante, las búsquedas que se distanciaban de la mímesis realista “codifican” ese
estado de cosas con los medios e imaginería propios de lo fantástico. Pero ese
proceso de “claves secretas” que menciona EH ha continuado. Ya en plena década
del sesenta, José B. Adolph, un clásico moderno y quizá el más importante
narrador fantástico de nuestras letras, también exploró esas posibilidades,
convirtiendo incluso la historia del Perú en materia de ficcionalización. En
sus cinco primeros volúmenes de cuentos, aparecidos entre 1968 y 1975, hay
buenas pruebas de ello. Y en tiempos recientes, escritores como Daniel Salvo, a
través de la ciencia ficción, utilizan acontecimientos de la historia para
proponer vías especulativas sobre nuestro devenir como colectividad. Asumo que
esta tendencia se fortalecerá, pues muchos autores jóvenes también están
interesados en esas exploraciones, que se desplazan entre la ucronía e incluso
lo metaliterario. La palabra compromiso es absolutamente válida aquí, no en el
sentido que le dio Sartre, sino en la posibilidad de que los autores acepten de
una vez por todas que su propia experiencia colectiva contiene elementos que
pueden servir de base a ficciones, sino tambien que lo fantástico, sin perder
su dimensión literaria, se convierta en un instrumento de crítica a la
“historia oficial”, dictada siempre a petición de parte por los grupos
dominantes.