miércoles, 13 de noviembre de 2013

Entrevista a José Güich. Por Audrey Louyer-Davo





Entrevista a José Güich. Por Audrey Louyer-Davo.


Lo fantástico en el Perú

Audrey Louyer-Davo: La visión nacional por un nativo: ¿Cómo explicar el entusiasmo nacional por lo fantástico en un país andino de tradición más bien verista? En los últimos años, aumentó el número de manifestaciones acerca de lo fantástico, con concursos y premios, coloquios, conferencias de la FIL… ¿Cuál es para ti el estatuto de la literatura fantástica peruana dentro del panorama nacional?

José Güich: Es un proceso complejo que no termina de aclararse del todo y se encuentra en manos de los jóvenes especialistas que actualmente ordenan el panorama. La narrativa peruana se perfiló, desde fines el siglo XIX, como un corpus de fuerte tendencia realista, continuador, en gran medida de esa mimesis anclada en algunas vertientes del romanticismo europeo, como la escuela iniciada por Balzac, Dickens y, más tarde, Flaubert. De manera intermitente, lo fantástico se practicó en una suerte de periferia, casi invisible y poco atendida por la institución literaria. Curiosa situación, puesto que la narrativa fantástica, tal como la conocemos, también es un producto de ese siglo, gracias a Hoffmann y Poe. En el Perú, los sectores hegemónicos de la política y la cultura, defensores a ultranza de lo occidental y afincados en la centralista Lima, optaron por privilegiar un objetivismo racionalista, quizá como contrapeso al país al que despreciaban y negaban: el mundo andino, con su caudal prodigioso de historias y leyendas surgidas de la imaginación y que expresaban y nutrían una complejísima visión del mundo. No obstante, desde comienzos del siglo XX, escritores como Clemente Palma y Abraham Valdelomar exploraron esas vertientes no realistas, como parte de su adscripción al Modernismo, que en otras latitudes de Hispanoamérica ya se había sumergido en lo fantástico como una alternativa válid. Los ejemplos más destacados son Darío y Lugones: ambos son deudores de esa modernidad iniciada por Poe y continuada por Baudelaire y Rimbaud, quienes impulsaron una nueva sensibilidad y llevaron al límite las indagaciones de los románticos en torno de lo sobrenatural, lo nocturno, el sueño o lo macabro. En cuanto al estatus actual, percibo que la narrativa fantástica, desde la década de 1980, está desplazándose lentamente a una posición más central y prestigiosa. El sistema literario ya no puede encajonarlo en el membrete de “prácticas laterales”. La violencia política de esos años también supuso un descentramiento, no evasivo, de las posibilidades del realismo para dar cuenta de una coyuntura lindante con la locura colectiva y el caos que colocaban al Perú al borde su inviabilidad como Estado. Yo creo que autores como Prochazka, Bellatin, Portals y Herrera, a partir de las claves propias de lo fantástico, “leyeron y procesaron” esa catástrofe, cifrándola en sus narraciones, y dentro de sus opciones personales, contribuyeron a reivindicar una corriente fantástica que desde la Generación del 50 (la de Loayza, Durand, Buendia, Mejía Valera o el mismo Ribeyro) o en los sesenta o setenta, con Adolph y Belevan, había experimentado una renovación pero que seguía oscurecida por lo que yo llamo “el síndrome Vargas Llosa”, exponente máximo de un realismo que en gran parte seguía las influencias de autores del XIX, como Tolstoi o Víctor Hugo, a pesar de los avances técnicos que suponen las obras de Joyce, Dos Passos o Faulkner, que  también influyeron no solo en Vargas Llosa sino en varios novelistas importantes de su tiempo. Precisamente el equipo de investigadores que integro en la Universidad de Lima, junto a Carlos López Degregori y Alejandro Susti se halla inmerso  en la elaboración de un panorama amplio de la narrativa fantástica, con un trabajo que ya se encuentra en las fases finales: hemos cubierto su desarrollo desde el Modernismo, pasando por la Vanguardia, la Generación del 50, y las décadas de 1960 y 1970, para culminar con los años ochenta en adelante. Aspiramos a que este trabajo también contribuya a explicar la dinámica de esta literatura y los motivos de su actual ascenso.

ALD: Hay un prejuicio francés y quizás europeo que consiste en considerar que la literatura fantástica latinoamericana la encarnan Borges y Cortázar y los países del Conosur, pero no tanto en el Perú. Una explicación que encontré es el reducido rescate de los autores peruanos de la tradición literaria (salvo por Belevan y Elton Honores); otra es la reputación cosmopolita y europea de Argentina y de Buenos Aires. ¿Se puede explicar de otra forma para ti?

JG: Creo que el hecho de que el Perú haya sido también un país periférico, alejado de los grandes centros culturales, es una de las causas principales. Ha habido, por décadas, una ausencia de diálogo o contacto pleno entre los agentes académicos o editoriales, salvo pequeñas excepciones. Y es probable que críticos o investigadores europeos o específicamente franceses solo hayan accedido a versiones bastante parcializadas o insuficientes de la narrativa peruana, en especial la del siglo XX. Y por supuesto, el síndrome que sacraliza al “realismo” como la única vía que un autor peruano podría recorrer, “comprometido” con un estado de cosas, sería otra de las causas. La imagen mediática de MVLL o de Bryce Echenique, hoy un autor en decadencia que solo vive de las glorias pasadas, consolidaron esa idea falsa de que en estos lares solo interesa el testimonio objetivo acerca de la realidad socio-política, en sus versiones críticas o problematizadoras o más irónicas.  Por otro lado, la construcción del canon dominante, por parte de académicos peruanos del pasado, ha sido primordial para este desconocimiento o prejuicio. Sin embargo, no creo que la explicación dependa solo de alguno de esos factores. Es una conjunción de situaciones la que ha propiciado que la literatura peruana se circunscriba a unos cuantos nombres o a cierta corriente en detrimento de otras posibilidades. Hoy, la superación de las fronteras, gracias a la tecnología de la información, ha permitido que los investigadores cuenten con información de primera mano que permite elaborar una visión más heterogénea de las prácticas literarias en el Perú. Esta abolición de las distancias ha sido muy positiva para modificar la perspectiva actual acerca de la narrativa peruana. Ello no se ha dado de la noche a la mañana, por cierto. No quiero pecar de optimista, pero me gustaría pensar que lo que ahora ocurre en el plano académico, gracias a David o Ana Casas en España, o a ti, en Francia, se irá extendiendo. Y como ha ocurrido en otros instantes, este interés por parte de los ejes de cultura más prestigiosos hacia la narrativa fantástica peruana, repercutirá en un medio tan difícil aún para los escritores locales. El cierrapuertas generalizado de las multinacionales como Alfaguara o Planeta, que solo apuestan por ciertos productos fue, en principio, otra de las posibles causas, pero en la actualidad la emergencia de los sellos alternativos muchos de los cuales están en un proceso de expansión interesante, como “Altazor”, han equilibrado la balanza, lo mismo que los blogs o las mismas redes sociales, donde autores noveles, cultores de lo fantástico y de la CF danb a conocer sus obras. El soporte digital o e-book también es una válvula de escape para aquellos que ya no encuentran en los modos de producción convencionales del libro físico un estímulo, sino todo lo contrario.

ALD:El estatuto de las leyendas urbanas: la casa matusita, Sarah Ellen, la virgen que llora, los mitos de la selva (el Tunche)… ¿son un material para la creación de textos fantásticos o un tópico/callejón sin salida que lleva a confundir la leyenda/creencia con la realidad cartesiana y borrar las fronteras real/imposible?

JG: Hay un excelente material o magma en los temas que mencionas y que está siendo utilizado con provecho por escritores que hoy cultivan con vigor lo fantástico en nuestro país. Varios autores, especialmente los más jóvenes, tratan de reelaborarlos de acuerdo con sus inquietudes o intereses. No creo que se hayan convertido en barreras; al contrario: se trata de puntos de partida para transformarlos, con la adición de otros elementos que bien pueden proceder de otras tradiciones o pertenecer al ángulo de visión más personal.Por ejemplo, Carlos Calderón Fajardo, uno de los referentes actuales más importantes, ha hecho suya la leyenda de Sarah Ellen y la ha reelaborado en un fresco literario de gran envergadura. Otro tanto ha hecho con la figura del vampiro José Donayre Hoefken. Pero frente a estas apropiaciones o reelaboraciones de una temática local, también se practican otras corrientes. En otras palabras, no existe una uniformidad en la escritura fantástica de hoy en el Perú. Y solo estamos mencionando el caso de narradores que viven y trabajan en Lima. En el interior, también bullen nuevos vientos. Ciudades como Huancayo, Chimbote, Ayacucho, Trujillo, Iquitos y Chiclayo están desarrollando sus propias experiencias en el dominio de lo fantástico, amalgamando elementos locales con marcas cosmopolitas o globalizadas, a veces de un modo más radical y atrevida que en la capital. Y los tratamientos también pasan por diversas modalidades expresivas. No creo que sea posible hablar de una sola narrativa: estamos ante un abanico de posibilidades estéticas que tienden a la asimilación de los tópicos clásicos para mezclarlos con la imaginería de otros medios o soportes, como los que proporcionan el cine, la televisión o el cómic. En tal sentido, la llamada “post-modernidad” ha echado raíces en estos predios. A ello tambien contribuye el hecho, ya mencionado, del acceso a la información, las revistas virtuales y la inmediatez del contacto entre los propios autores nacionales y de estos con escritores extranjeros.


Eje teórico

ALD: Sobre lo fantástico, las teorías fueron varias en Europa, pero en Francia, muchas dedican solo un pequeño capítulo a la literatura fantástica de América Latina, considerando a Borges y Cortázar (a veces a Rulfo) sin contemplar ni una tradición sobre el continente ni escritores de otros países. David Roas propuso con Tras los límites de lo real una renovación de la aproximación. En América latina, el rigor científico y metodológico de Belevan es reconocido así como el libro de Víctor Bravo, Los poderes de la ficción, con el principio de la reducción, y, claro, Ana María Barrenechea (no hablo de las aproximaciones a lo real maravilloso de Carpentier, el realismo mágico de Anderson Imbert o el realismo maravilloso de Teodosio Fernández). ¿Se puede mencionar otros?

JG: En cierta medida, este también es un espacio “en proceso de construcción”. Todas las contribuciones teóricas que has mencionado son sumamente valiosas y resultan fuentes de primer orden para los estudiosos del fenómeno en esta parte del mundo. Me da la impresión de que Hispanoamérica está a punto de generar su propia “teoría de lo fantástico”, adaptada a las especificidades de la narrativa que se escribe actualmente en nuestros países. Dicho modelo no podrá evadir, por cierto, las fuentes europeas que lo nutren, como Todorov y Caillois, o la que viene de Norteamérica, representada por Rosie Jackson y su enriquecedora veta sicoanalítica. Será una teoría articulada sobre la base de varias piezas. Hablo de un sistema dúctil, flexible, con capacidad de renovación permanente. Los “grandes relatos” teóricos ya han sido asimilados convenienentemente. Este sistema tendrá que nacer totalmente alejado de las coordenadas convencionales, pues a medida que lo fantástico, en las próximas décadas, se afiance, también se diversificará y hará más complejo. En ese proceso de construcción de un discurso teórico, habría que brindar más atención, por ejemplo, a los aporte de un especialista español lamentablente fallecido, Antonio Risco, preocupado por esa heterogeneidad que exigía una perspectiva más orientada a la identidad que esta literatura ya había desarrollado desde la emergencia renovadora de Borges, o antes, incluso, con ecritores como Lugones, C. Palma o el mismo Darío.

ALD: ¿Qué intuición tienes tú, como autor y como crítico, de la definición de lo que es lo fantástico? Lo fantástico como vacilación, transgresión, efecto evanescente, como seducción, como juego con el lenguaje, como conflicto entre lo real y lo imposible, como una visión de lo real incluida dentro de la misma realidad… : ¿qué rasgo de lo fantástico te parece más representativo de esta escritura?

JG: Es razonable realizar la separación, pues los caminos de la creación corren por vías separadas, aunque siempre he sostenido que todo ejercicio crítico no es solo re-creativo, sino creativo, pero es una pregunta a la que responderé integralmente. Como creador-crítico inserto en estas prácticas, considero que las definiciones que mencionas siempre se encuentran latentes en todas las narraciones. Evocando el modelo de Jakobson sobre las funciones del lenguaje, que nace de los factores de la comunicación verbal, y haciendo una analogía quizá algo rudimentaria aún, existen funciones predominantes o secundarias. En ciertos textos, lo más visible podría ser la vacilación, y en otros el juego del lenguaje…no existe una sola forma de manifestación de lo fantástico, ni siquiera en un mismo autor. En otros textos, quizá las “funciones” se encuentren tan imbricadas entre sí que resulta imposible deslindarlas. En este caso, probablemente estaríamos ante un texto reacio a los encasillamientos y que exigiría la ductilidad del modelo que yo sugería líneas arriba.

ALD: La relación entre lo fantástico y la historia del país. Dice Elton Honores (Mundos imposibles, p.65): “gran parte de los cuentos fantásticos peruanos dialogan con los procesos históricos y sociales”. ¿Compartes la idea?  ¿En qué medida lo fantástico puede definirse a través de la Historia del país, como mero marco de acción o como centro, núcleo del efecto fantástico? ¿Existe un fantástico comprometido en el Perú?

JG: En la observación de Elton Honores, sin duda el especialista en la narrativa fantástica peruana más importante de la actualidad, subyacen ideas muy estimulantes que podrían afirmar una identidad propia, especialmente para la escrita desde mediados del siglo XX. En ese período, la llamada Generación del 50 sentó las bases de una literatura que por fin se concebía a sí misma como “moderna”. Elton formula estas apreciaciones en el marco específico de una sociedad y de un tiempo en el cual las contradicciones propias de un país periférico -sometido a poderes externos coludidos con una oligarquía dominante, colonialista y patriarcal- propiciaban una disociación entre diversas culturas (la criolla y la andina, por ejemplo). El discurso hegemónico promovía la uniformidad, la “civilización urgente” de los habitantes originarios para insertarlos al país oficial y, por otro lado, rechazaba su presencia como migrantes en los grandes centros urbanos. Además, como ha sido una constante en el Perú, una nueva dictadura militar, la de Odría (1948-1956) creaba escisiones entre sectores acomodaticios y una juventud adversa al régimen. La literatura fantástica contemporánea se gesta en un contexto de grandes tensiones, en medio de un lento emerger de una nueva clase media. Escritores capitales como Loyza, Durand,  Zavaleta y Ribeyro, sumados a Mejía Valera, Buendía, Castellanos se foguean en un medio donde es peligroso y arriesgado mostrar una abierta oposición a la feroz dictadura. Y en ese instante, las búsquedas que se distanciaban de la mímesis realista “codifican” ese estado de cosas con los medios e imaginería propios de lo fantástico. Pero ese proceso de “claves secretas” que menciona EH ha continuado. Ya en plena década del sesenta, José B. Adolph, un clásico moderno y quizá el más importante narrador fantástico de nuestras letras, también exploró esas posibilidades, convirtiendo incluso la historia del Perú en materia de ficcionalización. En sus cinco primeros volúmenes de cuentos, aparecidos entre 1968 y 1975, hay buenas pruebas de ello. Y en tiempos recientes, escritores como Daniel Salvo, a través de la ciencia ficción, utilizan acontecimientos de la historia para proponer vías especulativas sobre nuestro devenir como colectividad. Asumo que esta tendencia se fortalecerá, pues muchos autores jóvenes también están interesados en esas exploraciones, que se desplazan entre la ucronía e incluso lo metaliterario. La palabra compromiso es absolutamente válida aquí, no en el sentido que le dio Sartre, sino en la posibilidad de que los autores acepten de una vez por todas que su propia experiencia colectiva contiene elementos que pueden servir de base a ficciones, sino tambien que lo fantástico, sin perder su dimensión literaria, se convierta en un instrumento de crítica a la “historia oficial”, dictada siempre a petición de parte por los grupos dominantes.