Muy buena ***
Buena**
Regular *
Tras el experimentalismo y el carácter
metafísico y onírico de El cuarto
enigmático y otras narraciones (2011), en el que el narrador rehuía de la
experiencia realista, John Cuéllar (Huánuco, 1979) en El hombre que falseaba su
historia y otras narraciones (2013), hace
un ajuste más ambicioso y riesgoso aún: volver a esa misma realidad sobre la
base de la estructura del relato hiperbreve. En este nuevo libro, Cuéllar
aborda mediante una serie de imágenes de pobreza, un mundo grotesco, de miseria
y horror, que aparece ante el lector como si mirara por el ojo de la cerradura,
ya que invita al lector a metamorfosearse en espectador de lo que no se quiere
ver, aquello vedado y periférico: el horror en una dimensión íntima y acaso en
un escenario costumbrista. En muchos relatos no hay una historia en sí misma,
son narraciones en donde los personajes son solo los sobrevivientes –en muchos
casos–, o pertenecen a los sectores bajos o emergentes. Quizás los grandes
referentes para la construcción de estos relatos sean los textos claves de
autores como Congrains o Ribeyro, en especial, “Los gallinazos sin plumas”.
En
El hombre
que falseaba su historia y otras narraciones,
el ser humano fracasa en sus proyectos; en otros, se impone el concepto:
“Poderoso caballero es don Dinero” de Quevedo, con el objeto de pervertir las
normas, al hacer que los culpables estén libres. Al trabajar con relatos
hiperbreves, se potencia el carácter alegórico y simbólico de los personajes,
que encarnan así valores o antivalores. Pese a la extensión, Cuéllar consigue
abordar la psicología de sus personajes mediante las propias acciones.
Un
grupo fuerte de relatos son los relacionados al universo de la pedagogía, en
los que parece irrumpir una nueva picaresca, con sus personajes aprovechados,
tramposos, libidinales, transgresores. Este elemento está ligado con otros
personajes del libro, ligados a la
política. El cinismo, la mentira de los políticos, el chisme, la ambición de
poder, la ludopatía, la locura, la hipocresía, el totalitarismo, la corrupción
política, el mundo criminal, la prostitución, son solo algunas de las series
temáticas. Son textos que se aproximan a lo real en la medida que muestran lo
que no funciona, o mejor dicho, que en ese mundo la corrupción moral solo
genera malestar; y la pobreza, incomodidad.
Si
bien la gran dominante será el realismo, Cuéllar no deja la fantasía en textos
como en “Caja China” o los de ciencia
ficción: “El hombre del tiempo” y “Fin del mundo”. En “El hombre del tiempo”,
el personaje es descentrado, escindido, al verse a sí mismo en ese
espacio-tiempo, lo que genera no solo un conflicto de identidad, sino que lo
obsesiona hacia la construcción de una máquina que le permita viajar en el
tiempo; en “Fin del mundo”, la exacerbación del Apocalipsis va generando un
descreimiento masivo al punto que inevitablemente irrumpe el Armagedón. Es
decir, si bien ambos anticipan el futuro lo hacen desde su lado negativo: el
futuro no traerá felicidad individual ni justicia social, sino caos. El hombre que falseaba su
historia y otras narraciones no deforma
la realidad ni construye una nueva, es más bien un catálogo de pequeñas
perversiones cotidianas inscritas en una paradoja denominada convencionalmente
como “realidad”.*
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos