sábado, 11 de diciembre de 2010



Honores Vásquez, Elton. Mundos Imposibles. Lo fantástico en la narrativa peruana. Lima: Cuerpo de la Metáfora editores, 2010. 255 pp. *

La trayectoria de Honores como investigador y decidido impulsor de la nave fantástica en nuestro planeta ya había dado pruebas fehacientes de consistencia y rigor, a través de un arsenal de ensayos y artículos publicados en importantes medios. Por otro lado, ha conducido seminarios y cursos sobre la materia. Mundos imposibles. Lo fantástico en la narrativa peruana no hace sino confirmar a este crítico estudioso como uno de los conocedores más sólidos de tal narrativa en el Perú.

Sus premisas son eficaces y difíciles de rebatir. Además, me ha obligado a replantear muchos puntos de vista personales acerca de la existencia o no de una tradición auténtica en el país en torno de la materia.

Considero que uno de los grandes méritos de su trabajo es demostrar, con impecable manejo de fuentes, que es posible referirnos a una línea continua en el tiempo que va más allá de los lugares comunes. Por ejemplo, la fatigada idea de que la literatura fantástica se inicia en nuestros lares con Clemente Palma.

Honores sostiene otra postura distinta: la ficción fantástica se remonta al siglo XIX, incluso antes de que el Modernismo lanzara sus primeras señales. La otra idea guía es que esta tendencia se desarrolló sin lagunas a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Los testimonios han de ser rastreados en la producción de escritores y escritoras, varios de ellos lamentablemente olvidados, que animaron diversas publicaciones periódicas, como las revistas literarias y las secciones culturales de los diarios. Es durante la década de 1950 cuando la narrativa fantástica se consolida como una parcela -si bien no dominante-, muy dinámica y con autores sumamente representativos y de gran calidad, como Buendía, Angell, Castellanos, Rivera Martínez, Ribeyro, Mejía Valera, Durand, Loayza y Adolph, miembro por edad de esta generación, pero que dará a conocer sus obras a fines de la década de 1960.

Acierta Elton Honores al sostener que cierta crítica sesgada y conservadora prefirió silenciar la corriente y la aisló a las fronteras nebulosas del mero divertimento y de la evasión. Así, se estableció a la narrativa realista e indigenista como las únicas vías posibles para la creación en el Perú. Nada más injusto, pues una legión de autores se dedicó, sin aspavientos y con poca atención de los medios oficiales, a una sutil labor de resistencia frente a estas “verdades” entrecomilladas y carentes de una auténtica aproximación a la situación real.

Es imposible desligar el feliz advenimiento de esta escritura del proceso de modernización que transformará al país durante el período aludido. La configuración de los espacios ficcionales reelaborará, en gran medida, las coyunturas de la época, marcadas por la dictadura de Odría y la dependencia respecto a la potencia hemisférica.

En eso hay otro aporte: acabar con la monserga de que lo fantástico equivale a escapismo o a mero ocio de intelectuales. Nada más alejado de lo ocurrido en aquellos años de oscuridad y aplastamiento de las libertades ciudadanas. Lo fantástico implica una forma de transgresión silenciosa o sutil frente al triunfo del verticalismo y de las prácticas autoritarias. No es entonces el realismo la única vía posible para expresar la protesta ante un estado de cosas.

Como herederos de la Vanguardia, que ya había librado sus propias batallas en las décadas precedentes, estos narradores también son capaces de practicar una escritura artísticamente subversiva y, al mismo tiempo, ética respecto de una actitud ante ese mundo en el que habitan y producen.

Elton Honores cree en la existencia de una tradición fantástica peruana, al margen de todas las vicisitudes que debió atravesar antes de consolidarse y emerger lentamente desde la década de 1950 hasta nuestros días. Ya no diré más que tengo serias dudas de reconocerlo; por lo menos, estoy ahora convencido, gracias a este libro, de que nos hallamos ante una situación tan insólita como las planteadas en un cuento de Loayza o de Buendía: una suerte de tradición, no entendida como lo firmemente establecido por el sistema cultural, sino como una reiterada y planificada visita de autores a las parcelas de lo irracional y de lo desconocido. En suma, una especie de pasadizo secreto que corre invisible, al lado de los caminos hegemónicos de nuestra literatura.

Considero que podía darse el caso de “una tradición fantasma” que ahora, gracias al inmenso aporte de Mundos Imposibles, asume corporeidad y modifica los patrones canónicos. Es generosidad de su autor citar algunas de mis observaciones al respecto, cuyo cuestionamiento alturado me resulta gratísimo. Esa es la esencia del trabajo académico: el disenso respetuoso y el diálogo a partir de puntos de vista disimiles, que no hacen sino enriquecer los ámbitos de la libertad de pensamiento.

No dudo que a partir de hoy se multiplicarán las investigaciones, tesis y ensayos sobre la literatura fantástica peruana a la luz de Mundos imposibles. Era lo que necesitaba la corriente: un texto que fortaleciera, desde la perspectiva teórica, la profusión de obras y escritores que emergen con fuerza. Ello se suma a la aparición de antologías como La estirpe del ensueño, de Gonzalo Portals, que es, hasta ahora, el panorama más completo jamás publicado sobre esta narrativa peruana, con rescates oportunos de textos que habían permanecido ignorados por largo tiempo.

Mi invitación sincera a leer Mundos imposibles es casi imperiosa. Les aseguro que será una experiencia fructífera y estimulante.


José Güich Rodríguez
Universidad de Lima


* Publicado en Ínsula Barataria. Revista de Literatura y Cultura. Lima, Año 8, N° 10/11, Noviembre de 2010, pp. 385-388.