“Horrores cotidianos” de David Roas
David Roas*. Horrores cotidianos. Lima: Borrador Editores- CCE., 2009. 134 pp.
Acaba de publicarse en edición peruana (no pirata) el libro Horrores cotidianos, de David Roas (Barcelona, 1965), editado inicialmente en España el año 2007, por Menoscuarto. Se trata, simplemente, de un magistral libro de cuentos y de microrrelatos. En la contraportada, Fernando Iwasaki, compara al autor con la figura de Stephen King, Álvaro Cunqueiro, H. P. Lovecraft y Julio Cortázar, autores adscritos a lo fantástico. Y es que se trata de un libro en donde lo fantástico se mezcla con el horror del mundo moderno más monótono y gris (“ribeyriano”, podríamos decir, aunque más adelante me detendré sobre ello), en donde el absurdo permite también conseguir el efecto fantástico a partir de la ruptura de las leyes de causalidad.
El libro, dedicado a su compañera Ana, contiene dos epígrafes clave. Del de Woody Allen (“Yo odio la realidad. Pero desgraciadamente es el único lugar donde consigues un buen filete para cenar”) se desprende la idea de la realidad como un espacio, como un lugar al cual se llega, nunca como algo ya dado a priori (habría que agregar que el autor es devoto del cine de Allen); y del de Homer Simpson (“La vida es una derrota tras otra, hasta que acabas deseando que muera Flanders”), la condición del “loser”, del absoluto perdedor, lo cual desmitifica la idea del éxito y nos vuelve más sensibles y vulnerables frente al brutal ataque de la realidad absoluta (que a veces viene en forma de “combi”). Lo cierto es que el libro está dividido en dos subconjuntos de microrrelatos: los “Rituales” y los “Sacrificios”.
En “Rituales”, encontramos relatos como “La agonía del salmón”, cuya estructura recuerda a un film español de los 90’: La ardilla roja, de Julio Medem, película excepcional, sin duda (una de mis favoritas), pero que plantea un contrapunto entre los personajes reales con las conductas de apareamiento de la especie denominada con el mismo nombre. En el texto de Roas, la situación es similar (incluso al iniciarse in medias res): una pareja de recién casados lleva una vida insoportable desde la llegada del tirano, del recién nacido (del “puto niño”, p. 14), que altera la “normalidad” de sus vidas. Una digresión: en otros relatos, el sentimiento hacía los críos (chibolos, chavales, chavos, etc) será de rechazo, pues tras su condición indefensa aparente, parece latir condiciones monstruosas, acaso vistas solo en las peores pesadillas de Lovecraft. O al menos esa es la percepción de sus distintos narradores. Evidentemente se trata también de insertar al niño-monstruo, dentro de la estética de un film clave del horror: Eraserhead del maestro David Lynch, que de seguro el otro David (Roas) ha visto hasta el terror (en “Autoridad espectral” se habla también de un niño, hijo de Blavatsky que realiza una rabieta insoportable llena de berrinches; en “La culpa fue de Jack London”, los niños que jalan al perruno amigo, son nombrados por el personaje como “dos monstruos”,p. 42; Es decir, esta imagen se repetirá en otros relatos).
Decíamos que la vinculación con el film de Medem se encuentra en el contrapunto que se establece también entre un programa de televisión sobre los salmones (y del proceso de apareamiento y aniquilamiento) con la situación, real, “cotidiana” del niño que solo parece saber “berrear” (13). El nacimiento del niño (La semilla del diablo de Polanski, queda relativamente corta para expresar el sentimiento de los espectadores), y produce desencuentros e incomunicaciones entre los amantes. El niño es así, el tirano de la casa (curiosamente se llama “Luisito”, p. 17; que remite a los “Luises” anteriores a la revolución francesa).
Lo curioso es que los personajes viajan de la “anormalidad” (tener treinta y picos años y no haber tenido hijos, vivir una vida de solteros sin responsabilidades, etc) a la normalidad (el tener al hijo, formar una familia), pero resulta que lo último es más aterrador, pues como Sartre, el infierno es la repetición.
El final abierto, pesimista, y las frases contundentes, recuerdan en el tono, a la resolución del clásico “Los gallinazos sin plumas” de Julio Ramón Ribeyro (aunque con otros personajes: el de los niños marginales y el abuelo abusivo, quien termina siendo devorado por el cerdo Pascual, mientras ellos salen a las afueras, aunque se trata de un falso consuelo de libertad de los hermanos frente al abuelo-tirano, pues su futuro es incierto). Veamos: en Roas (recordemos que la joven pareja está asqueada con el niño y son homologados con los últimos aleteos del salmón) se dice: “En el sofá, Mauricio y Rosa, también boqueaban indefensos. El niño volvía a berrear, todavía más fuerte” (22); En Ribeyro: “Cuando abrieron el portón de la calle se dieron cuenta que la hora celeste había terminado y que la ciudad despierta y viva, abría ante ellos su gigantesca mandíbula. Desde el chiquero se escuchaba el rumor de una batalla”. En ambos casos se trata de monstruos vivos y latentes.
Es decir, la fatalidad y la irrupción de lo monstruoso (el cuento de Ribeyro está escrito en un registro realista) surgen como para hacernos dudar ya sea, de los deseos ajenos (el tener un hijo) o el propio deseo de liberación (de la opresión del abuelo). Se trata de simples ilusiones, pues el happy end no existe.
Otra serie de textos, son los adscribibles a los bestiarios, como “El condicional”, con elementos paródicos de los textos bíblicos; “El hipocóndrio” (con el guiño borgeano de la cita, que le da mayor verosimilitud, pues se apela a una voz académica); o “La culpa la tiene Jack London” (aunque claro hay que considerar “El coloquio de perros” de Cervantes).
En “La gruta del placer” el personaje de Narciso fabrica pelusas en su ombligo. El absurdo radica en que no hay explicación posible para tal fin, incluso cuando nos dice el narrador que su esposa y, posteriormente, sus propios hijos, ingresan en la producción de pelusas. La única lectura posible sería leer esta producción de pelusas dentro del sistema capitalista, en donde producciones inútiles e inservibles pueden crear una cierta atmósfera enrarecida y alienante (¿Para qué diablos servirían las pelusas?).
Así como la imagen del niño berrinchudo (el monstruo será constante); otra imagen será la muerte que provoca risa, como ocurre en “Alabama”, en clave de homenaje a William Faulkner, en donde creencias religiosas y violencia no se contradicen; en “El espíritu manta”, la muerte del padre (ese gran otro) provoca también risa en su propia hija, por ello la venganza, bajo las formas del horror. También en “Epistemología radical” vemos como la muerte provoca risa, aunque parece insertarse en la estética de Irvine Welsh, el de la maldad gratuita.
“Los niños del Ferrol”, es un relato en clave de ciencia ficción, aunque sin dejar de ser política; pues se trata de producir monstruos (en este caso, líderes políticos –de cuyos nombres no quiero acordarme– semejantes engendros que no corren aún –lamentablemente– el peligro de la extinción). En el mismo registro de la cf se encuentra “Mecánica y psicoanálisis”.
Los guiños al maestro del horror, Lovecraft, no están ausentes, como en “Descensus ad inferos”, incluso desde la propia idea del descenso; como para decirnos que la realidad es siempre menos sorprendente.
“Que tu pie derecho nunca sepa lo que hace al derecho” solo me hace pensar, además de lo absurdo, y sus tintes políticos de “derecho” e “izquierdo”, y de las promesas incumplidas; en el dicho popular de: “Zapatero a tus zapatos”; aunque claro, siempre hay la posibilidad de confundirlo con el presidente, en plan camelo. “Talento natural”, cuestiona y se burla de la cultura del exhibicionismo.
“La realidad está ahí afuera” es un texto clave en los Horrores y cuya estructura rinde homenaje al clásico de Edgar A. Poe, “El gato negro”. Al igual que el narrador del cuento de Poe, el personaje se encuentra en la cárcel pagando su condena. Desde ahí realiza la narración; pero no solo eso, se homologa por la obsesión que tiene hacia el olor desagradable. La fatalidad empieza cuando sale de lo cotidiano: es un guardia de un museo de arte contemporáneo, pero decide pasear como un visitante más. Ciertos giros del otro David Cronenberg (las máquinas fotográficas de los japoneses son calmadas, pues parecen latir de tanto reposo). Aquello innombrable (en este caso, irreconocible en términos olfativos), y con ello nuevamente Lovecraft, será la condena del personaje, que lo llevan a cometer un asesinato accidental. Es evidente también el intento de racionalizar el hecho, al igual que en cuento de Poe.
Otra actitud reiterativa es el rechazo a lo religioso ya sea a través de parodias, como en “El condicional” o “¿El terror no tiene forma?”; además del humor de “Horrores cotidianos”, el cuento más breve del libro en clave monterrosina; o lo cruel, de “¡Córtame el nudo, gordiano”.
La segunda parte del libro, “Sacrificios”, contiene otro conjunto de textos como: “Y por fin despertar”, con otro guiño al texto de Lewis Carroll, además del poema “El cuervo” de Poe, y a Borges; incluso a un cuento magnífico de Mario Levrero titulado “La casa”.
“Menos que cero”, titulo robado (en el buen sentido) de un libro de Bret Easton Ellis, recuerda nuevamente a otro de Ribeyro: “La vida gris” (leedlos y haced la comparación vosotros mismos). En ambos funciona la idea del héroe perdedor (en el de Ribeyro, se trata de un registro realista); en el de Roas, es la hipérbole, la exageración, digna de un Barón de Münchhausen.
“La última aventura”, narra una historia de fantasmas, aunque se trata de un personaje de ficción, El Quijote, en el momento del umbral. “Blanca navidad”, parece decirnos que la anormalidad se esconde en lo cotidiano. “Vive la grandeur!” esconde un guiño a la idea de Bataille sobre el erotismo. La dicotomía entre cuerpo y mente aparecerá en “Un hombre de principios”. “La conmoción de la máquina”, la búsqueda del personaje de salir del spleen baudeleriano de su trabajo, terminará con una especie de rebelión de las máquinas. Robándole el título al cubano Gutiérrez Alea, diría que podría haberse titulado cuasi perfectamente “La muerte de un burócrata”. El rechazo a lo religioso queda expresado también en “Idiotez y religión”.
En “Necrológica”, la vida privada del intelectual ficticio se muestra en toda su miseria y parodia, como lo hace Borges. Otro elemento importante del libro es la cita cultural a través de la tradición filosófica como en “Filosofía y malestar” o la lingüística en “El legado de Chomsky”. Finalmente en “Palabras”, en donde nuevamente la muerte provoca risa, se mezclan planos de realidad, promoviendo la autoreferencialidad.
Si pudiéramos concluir con una sola idea o un solo elemento que cruza todo el libro, este sería el de la otredad, en cuentos como “¿Cuánto cuesta un kilo de carne?”, “Homo crisis”, “Tránsito” (de la sección “Rituales”), y en líneas generales de todo el libro. La otredad es el gran tema del libro en múltiples formas y registros.
Horrores cotidianos de David Roas, tan David como los films David Lynch, o los de David Cronenberg (aunque nunca artificial como David Bisbal, en fin); es simplemente, un libro magistral, no porque nos muestre el horror en su estado puro y visceral, sino porque nos demuestra que el horror siempre estará más cerca de lo que pensamos. Esperamos con ansias la nueva entrega titulada prematuramente Distorsiones, como para no perder el sentido de la realidad.
Elton Honores
Univeridad Nacional Mayor de San Marcos
Universidad San Ignacio de Loyola