“La amenaza del fantástico David Roas”*
Elton Honores Vásquez
Tener entre nosotros a David Roas (Barcelona, 1965), es de por si, un hecho insólito y extremadamente grato. Roas, goza de un merecido prestigio académico, y es conocido aquí en Lima, en el ámbito casi soterrado de los estudios sobre la narrativa fantástica, gracias a Teorías de lo fantástico (2001).
Esta noche, me toca comentar los dos últimos textos de ficción de David. Para mostrar la visión de mundo de nuestro autor, considero oportuno empezar por el último de ellos, Meditaciones de un arponero (2008), una serie de crónicas salvajes publicadas en la prestigiosa revista Quimera, entre el año 2001 y 2006, crónicas “satíricas de un mundo desquiciado” (Rosa María Costa) que se construyen a partir de la realidad (a la que podríamos llamar también “anormalidad” o “mundo freak”), para llegar a Horrores cotidianos (2007), libro anterior y de carácter ficcional (cuyas historias son estupendamente verosímiles).
Meditaciones de un arponero (e.d.a., Málaga, 2008)
Desde el título Meditaciones de un arponero, propone un juego que opone dos conceptos. El meditar, es un ejercicio propio de la razón, supone un distanciamiento del hecho referido, a su vez un gasto de energía físico-mental. El noble oficio de “arponero”, al modo del personaje de Melville, supone el corte, el traspase de la carne, es decir, el descuartizamiento de lo real, y de la materia.
¿Cuál es el objeto? ¿cuál es el blanco de este arponero? Simplemente “los disparates y barbaridades que animan [la] absurda realidad” (11), tal como señala el autor en el “prólogo-aviso”. Si bien los hechos alucinantes referidos en este libro -aclaro-, no lo ha inventado Roas, éstos parecen provenir de nuestro propio mundo o de un mundo, al parecer común; de un planeta, que provoca en el arponero, un cierto “malestar”.
Entonces, el narrador “arponea” (o critica) sistemáticamente sobre un único objeto: la institución (que toma diversas formas diabólicas) y sus efectos: La familia, como núcleo de la sociedad; el Servicio Militar (y los desastres de la guerra); la Iglesia y la fe (su santidad, el Papa), el poder monárquico o simplemente el poder y los malos gobiernos (Bush, Tony Blair, Aznar, Zapatero o la dictadura de Franco), y otros, de cuyos nombres -seguramente- no querrá David, acordarse; el arte, y la censura al arte; los malos escritores (Juan Manuel de Prada, capaz de provocar pesadillas y deseos de “arponear” entre la tripulación); la ciencia; la prensa. En suma, la estupidez como institución humana que se reinventa cada día, la estupidez como único legado para el futuro.
Para expresar este rechazo al mundo contemporáneo, el narrador utiliza el humor y la ironía, como formas transgresoras que establecen un diálogo con el absurdo del mundo, con los “disparates que animan la realidad” (Gradín: 3). El humor no es delicado ni amable, sino que se trata de un humor “ácido” -o “negro”- , lleno de “lucidez intelectual y crítica argumentada” (Busutil: 49). Como señala José María Merino, las noticias reales “estimulan su imaginación con abundantes dosis de ironía”.
Así, ante la alteración en la traducción de los títulos de obras de arte, para evitar la xenofobia, el arponero llega a la locura de proponer -para no herir susceptibilidades-, una muy verosímil traducción de El extranjero, cuyo reemplazo y sustitución sería: El hombre llegado de un lugar ajeno, a quien se respeta como individuo perteneciente a una cultura ni mejor ni peor sino únicamente diferente (27). Ironía simple y brutal.
Ante la inutilidad del avance científico o del mal uso de la ciencia, el arponero ataca de nuevo: cuatro millones dólares invertidos para descubrir la identidad de Jack el destripador, gracias a una “babita” (51), que evidentemente es una “contribución decisiva al bienestar de la humanidad” (51). O celebra que la humanidad haya logrado producir exitosamente “sandías sin pepitas” (164), pues es señal de que la humanidad progresa cada día, y mejor.
Además, muestra la crisis de la cultura occidental: excrementos de artistas y críticos, envasados en tubos con forma de vibrador, puestos en venta; vuelos aéreos para nudistas, ante lo cual señala: “No me parece serio que las vidas de un montón de personas estén en las manos de dos tipos en bolas” (es decir, ‘desnudos’), reflexiona agudamente el narrador (61).
Otras geniales referencias de nuestro arponero al mundo son: gracias a la ciencia, se pudo recuperar “El pene perdido de Tutankamón” (buen título para una novela policíaca)” (165), especula; “Schwarzenegger cambiando de sexo. El fin del mundo, o algo parecido” (185), razona; o que, en el marco de la celebración de El Quijote -que permita que este notable libro de la literatura universal llegue a las masas-, el autor propone: “El quijote en versión porno” (122).
Al parecer, hay una conciencia de que todo tiempo pasado fue mejor, pues el arponero añora con nostalgia, reiterativamente un pasado clásico: Bela Lugosi en vez del ahora Conde Drácula, que sonriente, se toma fotos con los niños, en Drácula Land; El doctor Jekyll, de Stevenson, en vez del ahora “santurrón” personaje, en la adaptación musical de la misma obra y con la horrísona voz del cantante Raphael.
Nuestro arponero señala que “Es la propia realidad cotidiana la que consigue borrar, o mejor dinamitar, (…) la frontera [entre la realidad y ficción]. Y todo, normalmente, gracias a la estupidez de algunos humanos” (129).
Evidentemente, el libro hace mención a referentes importantes para el narrador, como Melville, Woody Allen, Edgar Allan Poe, Lewis Carroll o Los Simpson. Y por su puesto, Cervantes. Presenta una sucesión de hechos insólitos y cuasi extraordinarios, que sorprenden, pues muestran la inutilidad de la cultura: la cultura actual es una seria amenaza.
El arponero se constituye así como la mala conciencia de su época, que a través de estas crónicas va “desfaciendo entuertos”, cual Quijote, luchando contra los absurdos molinos de la realidad.
Horrores cotidianos (Menoscuarto, Palencia, 2007)
En Horrores cotidianos, lo real y lo fantástico se entremezclan. La realidad no permite distinguir ambos estados. Cierto pesimismo envuelve a los personajes de estos relatos. Nuevamente el humor, será el arma del que se valga el narrador, para mostrar el absurdo de lo cotidiano, la insoportable cotidianeidad de la repetición, que se entrecruza con el horror.
Al igual que el título anterior, lo cotidiano, lo anodino, lo ordinario, dialoga con el sentimiento de parálisis -de inacción- que provoca la propia realidad, en los personajes. Como señala Ricardo Senabre, la carga paródica y humorística está presente en estos relatos, además de la mirada irónica sobre la realidad, es decir, en “ámbitos cotidianos, familiares” (Senabre). Surge así, inevitablemente, el malestar.
Veamos algunos relatos de la primera sección titulada “Rituales”.
En “La agonía del salmón” se muestra el horror que provoca el nacimiento de un hijo (acaso un guiño a Eraserhead de David Lynch, obra fílmica que el autor conoce muy bien). El hijo es un “tirano”, un otro radical, que abusa de su poder volviendo súbditos de éste, a sus padres. La antigua “normalidad” de la familia se verá alterada. El bebe es presentado como un “poseso” (es decir, un endemoniado). La pareja ve perdida su libertad anterior. La presión social ejerce una influencia atroz, pues auguraron sentimientos y experiencias únicas a la joven pareja. Pero el nuevo sentimiento nunca aparece, solo el tedio y la monotonía. La pareja irá perdiendo progresiva y simbólicamente su propia existencia, que debió haberse justificado con la llegada de este “hijo”. El narrador se vale de un contrapunto entre la vida del salmón transmitida por televisión y la vida humana. Realidad y ficción se parodian y dialogan mutuamente.
En “Los niños del ferrol (Del diario personal del Dr. Meninges)”, se hace alusión a la dictadura y al poder, a partir de la figura universal, siempre insoportable, del tirano, a quien unos científicos pretenden perpetuar, gracias a la clonación. El tirano, el “generalísimo”, tal como se le nombra en el texto, a puertas de la agonía, sirve de experimento científico, al ser estimulado manualmente por el narrador, para obtener el tan preciado líquido seminal, guardarlo y asegurar así, una generación de caudillos que dirijan el futuro de la nación. Sin embargo, el proyecto fracasa y el valioso líquido queda reducido a simple porquería. Humor, evidentemente grotesco.
En “Tránsito” el hecho fantástico de ver a un muerto en la vida cotidiana, se va presentando progresivamente como algo normal y natural. El fenómeno provoca en el personaje una racionalización, y poco a poco se va acostumbrando. Pero el transfondo -y aquí la genialidad del relato- radica en que el narrador se vale de la experiencia y contacto con un fantasma, para formalizar la soledad provocada en y desde el mundo, del propio personaje central. Además, como sabemos, los muertos y fantasmas regresan al mundo de los vivos -casi siempre- para decirnos algo.
En la segunda parte titulada “Sacrificios”, encontramos guiños a Alicia en el país de las maravillas, en el relato “Y por fin despertar”, cuya idea central es que a veces los sueños son mejores que la propia realidad. El final, evidentemente, parece haber sido enunciado por el maestro Borges.
En “Menos que cero” queda formalizado el anonimato de la sociedad contemporánea a partir de la vida del personaje de Jacobo, cuya vida resulta insípida y anodina. Es un sujeto marginal digno de los cuentos de Julio Ramón Ribeyro, pues expresa el fracaso, y el vacío de la existencia humana: Ningún compañero del colegio le recuerda, ni puede identificarle por fotos; sus propios padres se asustaban al ver entrar a aquel desconocido; sus hermanos pensaron siempre que era hijo del vecino y no su hermano; aunque estudió Ingeniería, no existe rastro de él en la universidad; ya adulto, recluido en su casa, sus vecinos pensaban que ésta siempre estuvo vacía. Señala el narrador que “Lo encontraron muerto frente a un espejo agarrando con ambas manos un cuadro (…) titulado “Autorretrato” pero Jacobo no aparecía en él”. Es decir, el anonimato total, el loser.
En “Necrológica”, el narrador propone una biografía apócrifa del escritor argentino Justino Mailer, autor de obras y títulos tan absurdos como Vida privada de una hernia, Meditaciones de una colilla, o ¿Por qué Donald no lleva pantalones? Género y otredad en la obra de Walt Disney; y cuyo aporte a la literatura estriba en el ful-criticism, en donde se recoge esta imprescindible nota del diario del apócrifo escritor argentino: “Dejé de tener erecciones el día en que leí que ese imbécil de Derrida había escrito acerca de la literatura” (125). La propia teoría literaria es atacada de manera ácida y corrosiva.
En otros textos aparecerán el tópico del doble (como en “El rival”, “La gruta del placer”), que remite al sujeto escindido; el bestiario (en “El condicional”, “El hipocondrio”, “La culpa la tiene Jack London”) como metáforas de una sociedad animalizada y bestializada; historias de fantasmas (en los relatos “Autoridad espectral”, y “El espíritu manta”); o simplemente la parodia, tal como sucede en el texto que da título al libro: “Horrores cotidianos (La primera versión que escribió Augusto Monterroso)”: “Cuando despertó, el cobrador de la luz todavía estaba allí” (71).
Los textos buscan construir un mundo verosímil. Para ello se vale el narrador (como el argentino Borges) de notas a pie de página. En algunos cuentos, el tono es hiperbólico. Como señala Tere Gradín, Roas “combina asuntos propios de lo fantástico con lo grotesco y lo absurdo, siempre en busca de una distorsión de lo real a medio camino entre lo inquietante y lo burlesco” (3).
El mundo de Roas carece del carácter épico. El mundo representado del libro, va filtrándose por entre las venas como algo venenoso. La cultura artificial, la política, los juegos de palabras, la parodia, resemantizaciones, o la pura crueldad, aparecen en estos textos, como en “¡Córtame el nudo, gordiano!”, en donde, un hombre cuelga del techo de su habitación y gime, y sin embargo, “Al otro lado de la puerta, sus padres escuchan en silencio, felices de que [su hijo], por fin, [haya] traído a casa a una amiguita” (72).
O el humor cruel de “Blanca navidad”, en donde se normaliza lo insólito. O la parodia de la sociedad industrial que produce bienes inservibles, en “La gruta del placer”. O la crítica al poder y la explotación en “La culpa la tiene Jack London”.
En vista de que en la realidad nunca sucede nada, el narrador parece sugerir que hay que inventarla, como el Quijote. Por ello, Roas se desplaza con facilidad entre la realidad y la ficción y nos envuelve en tramas que refieren la condición humana de la manera más brutal, pero filtrada por el humor, la ironía, lo grotesco y lo fantástico; pues al fin y al cabo, solo así, esta realidad absurda, puede ser comprendida, asimilada y leída.
El escritor peruano Luis Felipe Angell en El ángulo agudo (1974), sostenía que el humorismo era una suerte de “filosofía de la desintegración” (20), que implicaba una relectura del mundo, que es descompuesto y luego sintetizado; señalaba también que:
el humor desintegra lo que toca (…) porque el humorismo se realiza en la destrucción del mito establecido, en el mecanismo de un proceso iconoclasta y mutante, que rompe la verdad totémica de hoy, para recoger sus fragmentos y remodelar con ellos la mentira del mañana, que nos ayudará a vivir (19).
David Roas, actualiza los postulados de Luis Felipe, al inventar estos mundos ficcionales de Horrores cotidianos; y las crónicas salvajes de la cultura moderna, a la que critica de manera demoledora, en Meditaciones de un arponero, pero agrega algo más en ambos textos: un humor ácido, negro y corrosivo, que dignifica la condición humana, por ese ludismo intelectual, siempre necesario, ante lo trágico o ante la ausencia de felicidad real.
Lima, 25 de agosto de 2008
* Texto leído en la presentación de Horrores cotidianos (2007) y Meditaciones de un arponero (2008), de David Roas, realizada en en Lima, el día Lunes 25 de agosto de 2008, a las 8:00 pm., en el auditorio del Centro Cultural de España.
David Roas (Barcelona, 1965) es Doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona, además de ser especialista en literatura fantástica. En el ensayo, ha publicado: Teorías de lo fantástico (2001), Hoffmann en España (2002), De la maravilla al horror: los orígenes de lo fantástico en la cultura española (1750-1860) (2006), y la antología de cuentos fantásticos españoles del siglo XX: La realidad oculta (2008), realizada en colaboración con Ana Casas. En ficción, ha publicado, el libro de microrrelatos Los dichos de un necio (1996), la parodia de novela negra Celuloide sangriento (1996), el volumen de cuentos Horrores cotidianos (2007), y el libro de crónicas humorísticas Meditaciones de un arponero (2008). Algunas de sus narraciones han sido antologadas en Ciempiés. Los microrrelatos de Quimera (2005) y Mutantes. Narrativa española de última generación (2007).