POLÍTICAS
DE LO FANTÁSTICO
José
Güich Rodríguez
Buenas
tardes. Quiero agradecer al crítico e investigador Elton Honores la
convocatoria para integrar esta mesa, junto a destacados representantes de la
narrativa peruana contemporánea como lo son mis amigos Carlos, Pedro y Fernando.
Y también lo felicito por su persistencia, rigor académico y disciplina. Gracias
a Elton, sin duda este Congreso Nacional de Escritores de Narrativa
Fantástica y Ciencia Ficción ya se ha consolidado como una gran central
de intercambios fructíferos entre autores, especialistas, editores y público,
muy conocedor y exigente. Extiendo mi gratitud a la Casa de la Literatura,
entidad valiosa que cumple un papel de gran importancia en el estudio y difusión
de nuestras letras.
La atención que los medios le dispensan a esta
actividad anual es otra prueba fehaciente de que dichos logros se asientan
sobre un territorio firme y que la narrativa de orientación fantástica ya no
puede ser pasada por alto ni sujeta al silenciamiento o al ninguneo. Se trata
de una alentadora emergencia de corrientes que hasta hace unas décadas estaban
relegadas a ocupar casilleros membretados con vocablos como “curioso”,
“evasivo” o “periférico”.
He
leído al respecto las notas aparecidas en diarios de circulación nacional con
bastante satisfacción, pues los gestos de desaire casi se han extinguido,
suplidos por un interés creciente de parte de la prensa, a pesar de la reducción
al mínimo de las páginas culturales. Eso, con probabilidad, debe de haber sido
otro impulso para la aparición de soportes alternativos que alimentaron -y
continúan haciéndolo- la difusión de escritores y sus trabajos, muchos de los
cuales, incluso, han apostado por formatos más rentables y eficaces como el
libro electrónico o e-book, palabra que poco a poco se hace familiar y
protagónica, dándole la espalda a los circuitos convencionales o
relativizándolos.
¿Habrán entrado en ruta de colisión los modos
de producción clásicos? De vez en cuando circulan las voces apocalípticas sobre
la desaparición del libro como lo
conocemos. Puede que ocurra o no:
estamos en los albores de un nuevo tipo de sociedad o quizá ya estamos inmersos
en ella sin percatarnos claramente de aquel hecho. No creo que reemplazar
volúmenes “físicos” por “digitales” sea más traumático que la progresiva
sustitución, en el siglo IV de nuestra era, del antiguo “rollo” grecorromano
por el “códice”, es decir, folios cosidos a los que se les colocaba una
cubierta protectora.
Se
trata de un círculo virtuoso, indudablemente, que en los últimos quince años ha
permitido que lo fantástico emerja, luego de un extenso período de sombras y
desdenes por parte de la academia tradicional, y se haya transformado en una
corriente visible y abundante en producción.
Año a año, esta se incrementa gracias al aporte de todos estos agentes y
sobre todo, de los jóvenes, quienes también juegan un rol de primera magnitud a
través de sus propias obras, blogs, páginas web e, incluso, redes sociales.
El acercamiento a otros discursos artísticos
ha permitido la ampliación de los horizontes estéticos. Surgen por doquier
propuestas de diversa índole, que fusionan sin complejos géneros y diluyen con
toda naturalidad las fronteras entre la cultura de prestigio y la cultura de
masas o popular, términos tradicionales que poco a poco pierden, en el fragor
de la postmodernidad, sus sentidos
originales. Y eso solo en Lima: en provincias, el movimiento es notable y creo
yo, mucho más atrevido y heterogéneo en la tarea de acabar con las fronteras.
En
otros tiempos, a lo fantástico se le endilgaba el sambenito de eludir
responsabilidades y compromisos, es decir, las grandes urgencias de una
sociedad que pedía a gritos una transformación de estructuras (aspiración
legítima, por supuesto). Los críticos lanzaban estas observaciones con bastante
descuido y prejuicio, sin percatarse del error ingenuo que estaban cometiendo:
toda narrativa, per se, es el
resultado de una deliberada evasión o distanciamiento del mundo real para fundar,
mediante complejos pactos implícitos, un universo autónomo, que puede o no
parecerse al nuestro. Lo único que debe exigirse, a uno u otro, es la
versosimilitud y la autenticidad.
Si
un escritor opta por cultivar la mímesis realista o apartarse de ella
deliberadamente, guiándose por otra lógica, ninguna de estas elecciones supera
a la otra en aspiraciones o metas. Tanto el realismo como la literatura
fantástica son capaces de cuestionar, cada una desde su óptica y registros, el
mundo o el marco de relaciones que ha hecho posible la generación de una obra
literaria -indesligable de su contexto- que, como ya dijeron Barthes y Eco, es
“abierta”, pues solo será completada por el lector una vez que este,
proyectando los marcos de interpretación de su cultura y sus experiencias, le
atribuya un sentido.
Toda
ficción es “política” en el sentido de que siempre reflejará, de manera más o
menos velada, una determinada ideología, una escala de valores o la creencia en
algún modelo de organización del tejido social.
No
es monopolio del realismo esta inevitable impregnación. La única diferencia
ostensible y natural es que lo fantástico cifra o codifica las tensiones y
conflictos desde la ruptura con el racionalismo y las leyes de la causalidad. Algunos autores,
como Franz Kafka, supieron dar cuenta genialmente de esta crisis. Las
situaciones que viven sus personajes son alegorías de un estado de cosas: la
decadencia del Imperio Austro-Húngaro y su inminente colapso, que el propio
autor de El proceso presenció hace cien
años: la primera carnicería bélica que utilizó máquinas y químicos.
¿La metamorfosis no es mejor prueba de lo
afirmado acerca de que lo fantástico nace de un acto “político” en el sentido
más universal? ¿No nace del cuestionamiento de un orden establecido y del poder
que este ejerce sobre los sujetos, convirtiéndolos en simples engranajes de una
ignota máquina?
Lo
fantástico brota, entonces, en primera instancia, de un anhelo que cada autor
sabrá manejar en la medida de su formación estética y creencias personales:
quebrar el imperio de la razón, subvertirlo y transformarlo. Si utiliza o no
referencias concretas, más o menos históricas o todo lo contrario, es parte de
ejercer su libertad, que es, al mismo tiempo, otro acto político. Dependerá de
los estímulos y las imágenes que estos van forjando en el sujeto hasta que una
historia toma cuerpo.
Yo
recuerdo aún, si me permiten la alusión a mi trabajo, la profunda impresión que
me causó ver a una señora de la tercera edad, en la calle Prescott, cerca del
cruce con la avenida Salaverry, alimentando cientos de palomas, todas
congregadas alrededor de ella, y la expresión transfigurada del rostro de esta
buena mujer, rodeada de ese hervidero que parecía a punto de devorarla. Este
episodio, que vi fugazmente desde un taxi, sumado al inicio de la oleada constructora
en Lima, me sirvió de catalizador para escribir el cuento “La reina madre”,
incluido en el libro Los espectros
nacionales. ¿Es una ficción fantástico-política?
Depende
del ángulo de visión. En este caso, yo sí la asumo como tal, puesto que en este
relato se sugiere un cuestionamiento velado acerca de la prepotencia y poder de
ciertas compañías constructoras, quienes suelen cometer abusos y prácticas
dolosas en contra de personas no dispuestas abandonar sus viejos hogares. En
colusión con las municipalidades, sueltos en plaza, hacen lo que les viene en
gana a través del miedo y diversas formas de presión.
Parece
que ya me precipité en la impudicia de hablar de mis cuentos. Supongo que si se
me ha dado la posibilidad de ser impúdico, y si ustedes no se incomodan, me
referiré brevemente a Control terrestre,
al que considero un volumen muy preocupado por el hecho de que las ficciones
desarrollen un motivo guía, en este caso, la existencia de fuerzas contra las
cuales los individuos emprenden batallas de resistencia feroz. Espero haberlo
conseguido. Siempre me queda el margen para la duda.
Relatos
como el que otorga título al libro podrían acercarse más a esa aspiración: un
ingeniero desencantado y fracasado en su proyecto de colonizar la Luna, que, en
una Lima del futuro (año 2061) batalla silenciosamente contra la corrupción de quienes administran un
sector de esa ciudad y, en ese acto inútil, realiza un descubrimiento
accidental que cambia su existencia y recompone las piezas de su visión del
mundo.
En
otros relatos, como “El visitante”, la clave política está mucho más definida:
un mundo alternativo inspirado en la descomposición del fujimorato, atacado por
un personaje sobrenatural que precipita los acontecimientos sin ninguna
voluntad altruista: lo hace solo para satisfacer sus propias necesidades, igual
que el protagonista, Gándara, individualista, pero con una tenue conciencia
moral. Y en “El archivo de N”, que cierra el libro -modesto homenaje al maestro
Verne- Teruel, el detective de mis novelas, ahora cuarentón, redescubre una
etapa de su vida gracias a la epifanía de un ser de ficción que ha entablado su
lucha personal con las potencias imperiales y no ceja en tal empeño.
Aquí
concluyo mi intervención. Muchas gracias por su paciencia.