viernes, 25 de noviembre de 2011

Yuri Vásquez. Cortometraje. Arequipa: Cascahuesos, 2010. 116 pp.



Yuri Vásquez. Cortometraje. Arequipa: Cascahuesos, 2010. 116 pp.

Cortometraje (2010) de Yuri Vásquez (Arequipa, 1963) es uno de los libros de cuentos más importantes publicado en el nuevo milenio. No es extraño que buenos narradores permanezcan aún en el desconocimiento público; no lo es, sin embargo, que el circuito de la crítica limeña les preste tan poca atención a casos como el de Yuri, salvo excepciones (Ricardo González Vigil, José Donayre) o en su defecto, sea incapaz de procesar la enorme y saludable producción tanto de provincias como incluso la de Lima que se aleja de los tópicos dominantes (que huelen ya a viejo) o que les preste más atención a escritores de dudosa calidad o aún en proceso de consolidar un proyecto narrativo sólido. El caso de Yuri Vásquez es modélico en ese sentido. Ganador del Premio Copé de cuento del año 1994, Vásquez corría el riesgo de convertirse en acaso uno de los varios ganadores de importantes concursos con un solo cuento, que tiempo después desaparecen de la escena. Con Cortometraje, Yuri Vásquez termina por saldar una deuda con los lectores de sus libros inéditos, anunciados ya desde hace más de 15 años.

Con ecos cortazarianos en “Pithecántropus Erectus (o La tribu de los Ichipawa)”, cuento con el que se abre el libro, el lector es consciente que se encuentra frente a un narrador que domina el oficio, con una prosa que fluye naturalmente como las improvisaciones propias del jazz, o mejor aún, con el hálito de vida que requiere la ficción para hacerse creíble, sorprendente, misteriosa, insólita, fantástica. El cuento es también clave porque propone una de las tensiones del libro: la civilización/ barbarie, con todas las implicancias posibles de concebir. Verbigracia: en este cuento asistimos a una violencia bárbara ritual enfrentada a la vida anodina y mediocre de la ciudad. La doble vida de los personajes que fuera del espacio familiar, de la casa, asumen otros roles (¿sobrevivencia? ¿perpetuación de hábitos y costumbres primigenias, innatas?¿refracción de la violencia política real?). Esta doble vida familiar de los padres se verá enfrentada a la inocencia de su único hijo, ignorante de las violentas prácticas de sus padres. En “Canto de lucha haitiana”, cuento con el que se cierra el libro, en un juego metatextual con el primer cuento, asistimos a las tensiones del propio hacedor de ficciones que se ve enfrentado en la representación de la pura violencia o en el imperativo moral de dar una solución moral al inocente personaje del hijo. Porque escribir es también asumir un compromiso, un matrimonio (como señalaba Reynoso en los 70). No estoy seguro si exclusivamente con la realidad (lo que derivó en cierta literatura usada como plataforma para resolver imaginariamente problemas reales del Perú), pero sí quizás con lo que entendemos por “humanidad” en sentido amplio y menos localista de la palabra, además del compromiso con su propio universo de ficción.

Me siento tentado a hacer una recensión más extensa del libro, pero prefiero que el propio lector descubra este magnífico libro. Agregare simplemente que una imagen recorre inconscientemente el libro: el matrimonio como apertura o instauración de otra realidad, es decir, varios de sus personajes se encuentran en ese nuevo estado o próximos a éste, que desestructura su vida anterior, más aún con la aparición del nuevo ser, o de amores extraños. De estilo cinematográfico, el libro juega con otras posibilidades como el relato policial, lo onírico, lo insólito y sobre todo lo fantástico. No dudo en decir que nos encontramos frente a un libro redondo, una absoluta obra maestra de la narrativa peruana contemporánea.

Elton Honores
Universidad San Ignacio de Loyola