domingo, 18 de septiembre de 2011

David Roas. Distorsiones. Madrid: Páginas de espuma, 2010. 172 pp.



David Roas. Distorsiones. Madrid: Páginas de espuma, 2010. 172 pp.

Leer a David Roas (Barcelona, 1965) es como viajar en un auto moderno y veloz, conducido por un chofer de combi limeño. Hay mucha “mala leche” y sobre todo una mirada perversa sobre las cosas de nuestro universo, que es única. Las imágenes que proyecta Roas son una mezcla de los cuadros de la nueva objetividad alemana (Otto Dix, Grosz) con los dibujos de Los Simpson y la cultura pop. Escuchar a Roas es como oír a Joey Ramone tocando algo de Mahler (si acaso eso fuera posible) o viceversa. Da igual. Roas es un anarquista que en Distorsiones desmitifica múltiples esferas de la vida moderna: lo político, lo religioso, el sexo, el mundo infantil, los sentimientos humanos, la familia, la reproducción…).

Los cuentos de Distorsiones son el resumen de la historia del fracaso individual, personal que termina generando cierto malestar en lectores acépticos, acostumbrados más a otro tipo de ficciones más amables, como las de autoayuda, tan “fantásticas” como las roasianas. Y es que la realidad, el concepto de realidad está en juego en todo ello. ¿Qué es la realidad? ¿Cuál nuestro concepto consensuado y social de lo real? ¿o incluso del “realismo”? Roas prefiere narrar desde el fracaso: el éxito (insulso, artificial) o es falso o no posee ningún valor estético. Como en la Comedia de Dante: el infierno y sus tormentos resultan siendo más impresionantes que el carácter etéreo del empíreo. Así Roas, siendo un descreído, nos muestra nuestro propio infierno que hacemos pasar por “realidad” cotidiana.

Muchos de sus personajes son expresiones del fracaso. Así como el primer personaje que abre el libro. En “Volver a casa”, Collins (el hombre que no pisó la luna) representa al ser humano que ve pasar el éxito frente a sus ojos (el alunizaje sobre la luna de Armstrong y Aldrin). Collins termina siendo el mediocre y el envidioso. Pero hay más, nosotros somos también “Collins”, vemos cómo son los otros quienes triunfan en todo sentido. Si pensamos esta idea desde el punto de vista del estatus social comprobaremos que Roas se dirige a lectores de las clases media y baja, quizás para generar una mayor empatía y cercanía con el lector promedio, que tiene que viajar en tranvía para ir de Barcelona a Lérida, o en combi para cualquier parte de Lima. Todos sus personajes tienen esa condición.

Por eso cuando en “Das Kapital” (que resiste también una lectura desde lo extraño o insólito ya que no hay otra voz que compruebe que el hecho imposible esté sucediendo dentro del avión) el personaje pasa de viajar en segunda clase a un asiento de primera, es simbólicamente entrar a otro mundo, un mundo que parece vedado, prohibido, raro e inalcanzable.

Pero no creais que Roas es un renegado político (a pesar de su crítica a muchos aspectos del mundo yanqui) sino, por el contrario, utiliza el humor como subversión, como arma para desenmascarar el horror de lo real o de lo que pasamos como realidad. En muchos de los cuentos del gran Julio Ramón Ribeyro el fracaso queda graficado del modo más brutal, envueltos en cierta melancolía por la pérdida (“sufre, peruano sufre” añadiría Tongo como colofón); en los de Roas el fracaso es grotesco, ridículo, termina dejándonos con una sonrisa perversa en los labios.

Para Roas, la vida del hombre se parece más al Ulises de Joyce que al Odiseo de Homero: la pérdida de la epicidad en el mundo moderno es inevitable (como sucede en “Elegido para la gloria”). Tan inevitable como comprobar que en el mundo no ocurre nada (que nunca ocurre nada) como en “La casa ciega” o mejor, en el relato que cierra el libro: “Demasiada literatura” (que a un tipo le den siempre la misma habitación -la 201- resulta un hecho insólito pero posible). “No hay banda, No hay orquesta” como en Mulholland Drive de David Lynch. Pero tampoco es puro artificio posmoderno. En ese mundo de Roas el sexo es igual a la felicidad (idea que se desliza levemente en “Sympathy for the devil” aunque el tema es otro) e incluso el diablo, los pactos demoníacos o los fantasmas existen, y el sujeto está escindido, por ello las duplicaciones son posibles (incluso las del serial killer de “Psicopatología de la vida cotidiana”). Y el horror está ahí en la realidad cotidiana, al abrir la puerta e intentar retornar al universo personal de la casa (que nos protege de las amenazas externas) y no poder, como ocurre en “Excepciones”.

Nuestras “distorsiones” de la realidad son puntos de vista. Constantemente distorsionamos nuestra realidad para sobrevivir (como en Lost Highway de Lynch), para organizar el caos de la realidad, pues la realidad es tan vana y monstruosa, que el horror está en aquella. Con Distorsiones, Roas demuestra una madurez narrativa en los laberintos del relato fantástico. Sin duda, Distorsiones es un libro imperdible.

Para Iwasaki Distorsiones es una “summa de la literatura fantástica y un cruce entre la Frikipedia y el Necronomicón”. Claro que sí, pero también la conjunción feliz entre Woody Allen y Groucho Marx juntos con Eraserhead de Lynch y todo Cronenberg, más Poe, Maupassant y Calvino con Borges y Cortázar. Distorsiones es un bombardeo a muchas de nuestras convenciones y creencias desde la ironía, el humor, la risa, pero también desde el terror o el horror que nos ataca diariamente. Leer Distorsiones no es solo entrar al mundo roasiano sino que hace que nuestro mundo real tenga (o aparente tener) algo más de sentido. Aunque el horror siga siendo el horror.

Elton Honores
Universidad San Ignacio de Loyola