José Güich Rodríguez. El general y la máquina. Lima: Maquinaciones, 2023. 126 p.
Desde el 2012 los dictadores amenazan con regresar y perturbar el cómodo sistema democrático-capitalista lleno de abundancia y estabilidad. El alemán Timur Vermes lo hizo con Adolf Hitler en Ha vuelto. En América Latina los líderes y agentes culturales de izquierda también regresaron de la muerte como César Vallejo se aburrió de seguir muerto en París (2007) de Luis Freire, o Allende, el retorno (2013) del chileno Omar Pérez Santiago. En Perú, otro fantasma recurrente en el espectro político es la figura de Juan Velasco Alvarado (1910-1977), presidente de facto entre 1968 y 1975. De este miedo colectivo (o simpatía) se vale José Güich acaso para escribir su nueva novela El general y la máquina (2023).
Hay dos elementos que destacan: la clave ucrónica de ciencia ficción y el trabajo de la memoria personal. Sobre lo primero Güich parece partir de diversos materiales: las leyendas urbanas acerca de portales dimensionales en la ciudad de Lima que permiten ingresar a otras dimensiones espacio temporales (hay varios testimonios sobre esto); y el clásico de H. G. Wells, La máquina del tiempo. Esto nos lleva a convenciones y códigos ya establecidos en el género -en este caso se trata de un auto en el que viaja el propio Velasco y cruza temporalidades junto al alter-ego de Güich -una digresión: mientras leía el texto pensé en la posibilidad de leer el clásico “Demetrio” en clave de ciencia ficción (es decir, la probabilidad de viajar en el tiempo gracias a una máquina del tiempo, que podría explicar los saltos temporales que se mencionan en el cuento ribeyriano, aunque este recurso tecnológico está ausente).
En cuanto al trabajo de memoria, acaso ¿no todo ejercicio de recordar no es también un viaje “en” el tiempo? El ser humano tiene la facultad de recordar, y recordar es también distorsionar de modo inevitable aquello vivido y experimentado. Si bien hay novelas escritas en la década del 70, estas carecían de la intención de situarse en el futuro como para poner énfasis en sus singularidades epocales o históricas de ese presente, en lo que es una “moda” referencial y que con el tiempo pudieran convertirse en un “documento” o “archivo”. Parecería que la paradoja es que solo se puede “viajar” al pasado. Y es aquí que Güich se propone recuperar una “Lima que se fue”, pero ambientada en los años 70 (los años de su infancia y primera juventud), que a diferencia de los años 80 (bastante sobreexplotada, por cierto, y vinculada al tema de la violencia casi siempre desde un registro exclusivamente realista) ha sido menos tratada -en otra línea puede citarse Un millón de soles, 2007 de Jorge Eduardo Benavides (1964) también sobre el velascato-. Por ello, el narrador se preocupa por una cultura de masas mediada sobre todo por la televisión y que tiene en el fútbol -una suerte de paraíso perdido- al espectáculo de masas por definición.
Es claro que el narrador tiene simpatía por Velasco (aunque al inicio se afirma que esta es una obra de ficción) con lo cual se libera de la posibilidad de establecerse categóricamente en uno u otro lado, de simpatía o desprecio frente al general. La novela representa un universo en el que Velasco sigue vivo y tiene un largo encuentro con el alter ego de Güich. Hay un juego borgiano metaficcional intencional que sirve para reflexionar sobre la condición del escritor y de la literatura, mientras Velasco le habla de ese Perú que nunca llegó a ser. De estructura dialogal, la novela de Güich -cuyo título recuerda a El maquinista de La General (1926) de Buster Keaton- es una novela atípica ya que no se corresponde con los cánones establecidos para la novela autobiográfica o autoficción al darle ese giro fantástico, o mejor dicho cienciaficcional. La memoria siempre inventa y distorsiona. Desconfiad pues de los escritores, y más aún de los que pretenden escribir la historia de un pasado que ni siquiera vivieron en carne propia (en el mejor de los casos solo analizarán datos o podrían estar inventándolo todo) o de los poetas: el poeta siempre miente. O mejor dicho, confiad en ellos, pero nunca dejen de dudar.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos