Victoria
Vargas Peraltilla. El intérprete de la muerte. Arequipa: Cascahuesos. 136 p.
Con su primer libro, Coleccionista de almas (2016), Victoria Vargas (Arequipa, 1996)
daba cuenta del excelente momento por el que atraviesa la narrativa fantástica
contemporánea, que se sostiene en autores notables como Giulio Guzmán en Simulador de irrealidad (2018) o Andrea
Rivera en Estaciones (2017), por
mencionar los libros más recientes. En este segundo libro la autora ha salido del leit-motiv inicial que daba título a su opera prima, y se propone explorar otros espacios en el que la muerte física es el
eje. Podemos sintetizar el concepto del libro en lo siguiente: la muerte está
encarnada en cada uno de nosotros, por lo tanto, cada uno es un simulacro de la
muerte.
Así, en el cuento inicial que da título al libro, el personaje central
se descubre como una especie de “médium” de la muerte, que permite que esta se
materialice en el mundo de los vivos. Si la muerte es el eje temático, lo es
también la oscilación entre la realidad y el sueño, el desdoblamiento o
duplicación del sujeto (lo cual nos lleva a indagar sobre la identidad del
individuo). Es en este marco, en el que la realidad y el sueño, la vida y la
muerte (dos mundos que se tocan, se invaden, pero que ninguno absorbe al otro),
oposiciones binarias fundamentales, en el que irrumpe el motivo del primer
libro (la posibilidad de “robar” el alma de otro); en este caso puede ocurrir
desde la simple lectura (leer a otro es ya perder algo propio, algo de nuestra
propia alma). Si El retrato de Dorian Gray
de Wilde se ofrecía como intertexto central de su primer libro, acá lo es Alicia en el país de las maravillas de
Carroll.
En otros como “Mi yo muerto” o “Demonios y sus
letrillas” la alusión a Death Note de
Tsugumi Ōba es clara. “Tres días un mono” ofrece una imagen quizás sacada de Being John Malkovich (1999) de Spike Jonze. “Mundo de camisas”
ofrece ciertos guiños a un capítulo de The
Twilight Zone, titulado “Nick of time”. “Propuestas de gatos” alude al
clásico de Poe, mientras que “Rompe máscaras” hace lo propio con El hombre con rayos X en los ojos (1963)
de Corman y La zona muerta (1979) de
King. Estas referencias, conscientes o no, enriquecen y potencian los textos.
Si bien, el tema del destino, la fortuna se discuten
en los textos, el ordenamiento de estos lleva al lector a una especie de
resurrección temática, pues se parte de la muerte para regodearse de los
placeres que ofrece el estar vivo (esto ocurre en los últimos textos del
libro). Si al inicio la muerte parece ser el fin, en oposición, la vida es imparable también mientras
tengamos ojos para ver o podamos sentir aquello que finalmente nos hace seres humanos y no máquinas, o peor aún, demonios encubiertos con saco y corbata.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos