Raúl
Quiroz Andia. El sueño de las estirpes. Lima: Altazor, 2016. 189 pp.
En los últimos años es innegable el
auge de la literatura fantástica en Perú (esto se puede comprobar en las
diversas novelas de CF o libros de cuentos en el que predominan géneros como el
terror, lo extraño y lo fantástico, no solo en Lima sino en Arequipa o Piura,
por ejemplo). Si bien no es una industria ni cuenta con el aparato publicitario
de la literatura mainstream, hay un
público que crece y que sigue esta producción. De otro lado, no todo lo que se
publica es de calidad (ya sea por el descuido en las ediciones, en algunos
casos son ediciones de autor; o por la simplicidad de la trama o la precariedad
del lenguaje). La marginalidad del género –que es histórica- juega también en
contra, porque la considera menor, de segundo orden y en mejor de los casos,
como pulp o de serie B. Pese a este panorama poco alentador la colección
“Anatema” de Altazor es un referente obligado y quizás la de mayor interés. Si
bien se inició con la publicación de un autor extranjero (Juan Ramírez
Biedermann), en las siguientes entregas domina la presencia local: José
Donayre, Carlos Calderón Fajardo entre los clásicos contemporáneos y nuevas
figuras como Hans Rothgiesser, Charles Huamaní, Javi Velásquez, Miguel Ángel
Vallejo Sameshima y Raúl Quiroz; además de una edición imperdible: El castillo de los Bankheil de
Alejandro de la Jara, entre otros.
La historia de Quiroz transita entre
la lucha entre seres primordiales que viven en un mundo paralelo al terrestre, en
una lucha entre el Bien y el Mal. En la ficción esta premisa no es nueva, pero
el aporte de Quiroz a la tradición es asentar la trama en un contexto local,
nativo, más bien mestizo, pues en este otro mundo habitan tanto seres de la
tradición occidental como hombres-lobo, vampiros y seres locales como los
nakaqs, entre otros. A ello se suma que esta lucha se enmarca dentro de
procesos históricos. El enfrentamiento adquiere una dimensión cósmica pues las
estirpes son una larga lista de monstruos que apenas vislumbramos en la novela.
Como en los relatos de Lovecraft, estos suponen una amenaza al orden natural,
la irrupción del caos es permanente en la novela. Como ocurre en los narradores
“penúltimos” (término de Basadre) estos han sido influenciados más por la
cultura de masas. Así, muchos de los monstruos o seres provenientes de las
estirpes tienen poderes singulares como los de la serie X-Men; o apelan a una visualidad propia del cine y del comic, como Underworld (Len Wiseman, 2003) o Constantine (Francis Lawrence, 2005),
por ejemplo, en la escena en la que el personaje se sumerge en el denominado
“lubricán” o inframundo (cfr. 58-59). La mezcla de géneros de acción y terror se
mantienen a lo largo de esta novela gótica.
Leer la novela de Quiroz es como ver
un film. Las descripciones son notables, al igual que la construcción de la
mitología –que podría ampliarse en la segunda entrega, ya que la historia no se
cierra aquí. Queda pendiente, además, explotar más el componente histórico,
para que este no sea solo el escenario de las acciones sino un objeto en sí
mismo representado desde la ficción, un objeto que permita la revisión del pasado, para evitar así cualquier forma de olvido, pues tenemos una mitología propia tanto
política como religiosa. Finalmente, la potencia de este tipo de ficciones es que o
responden a un paradigma en el que el bien siempre triunfa o pueden cuestionar
nuestras propias tradiciones al proponer que a diferencia de la realidad, el
bien no siempre triunfa o que en su defecto es un triunfo relativo, doloroso y
sangriento, pero tampoco definitivo.
Elton
Honores
Universidad
Nacional Mayor de San Marcos