Los mundos paralelos de José Güich Rodríguez*
Por Francisco Tumi
Afirmar que el género
fantástico no ha tenido un desarrollo sostenido en la narrativa peruana no
resulta ninguna novedad. Es verdad que no han sido pocos los autores locales
que han escrito cuentos fantásticos —la lista no se agota en Ribeyro, Loayza o,
más recientemente, José Adolph—, pero el corpus del género es limitado entre
nosotros en comparación con el que puede exhibir, por ejemplo, la literatura
rioplatense, incluso más allá de las joyas elaboradas por Jorge Luis Borges o
Julio Cortázar.
José Güich Rodríguez
(Lima, 1963) parece ser uno de los escritores peruanos dispuestos a revertir
esta situación. Profesor universitario y periodista, formado académicamente en
Buenos Aires, Güich Rodríguez clavó una primera bandera en el género en 2000,
con la publicación de una colección de cuentos titulada Año sabático, que
fue asimismo su primer libro. Pese a esa suerte de debut literario, el
conjunto resultó maduro, riguroso y sumamente personal, tanto por el lado de
las historias como por el lado de los recursos expresivos.
Seis años después,
este escritor reaparece con una nueva colección de relatos fantásticos, El
mascarón de proa, con la que confirma las expectativas que se habían puesto
en él y al mismo tiempo consolida tanto su especialización en el género como su
amplio dominio del cuento. Lo ponen de manifiesto la solidez de las ocho
historias reunidas en este nuevo volumen, la fuerza de la imaginación, la
homogeneidad del conjunto —lo que no impide reconocer picos como “El mascarón
de proa”, que le da nombre a toda la colección, “Los días verdes” o “El
veterano”—, la efectividad del lenguaje, la dosificación de la información y,
por supuesto, el ritmo y la fluidez de la prosa.
Convencido, como
Cortázar, de que lo fantástico nace de lo cotidiano, Güich Rodríguez rastrea el
lado invisible o desconocido de la realidad en las situaciones más normales o
convencionales. La forma de sus cuentos, la manera en que plantea las historias
para que el lector se sumerja en ellas, el tono directo y llano de la
narración, sea en primera, segunda o tercera persona, todo eso alimenta la
falsa impresión inicial de que se está frente a un relato realista. De pronto,
sin embargo, en un giro, una frase o un episodio, lo anómalo, lo imposible o lo
extraordinario asoman su cresta en la primera o la tercera página y la puerta
se abre para dar paso a un mundo paralelo tan coherente y complejo como el de
todos los días, solo que distinto.
El cuento que abre y
que le da título al conjunto, “El mascarón de proa”, narrado en primera
persona, plantea con un estilo muy sobrio, casi ribeyrano, una situación
conflictiva entre el narrador y alguien que es capaz de “obstruir la puerta del
departamento y secuestrarme más de veinte horas, bloqueando cualquier medio de
comunicaciones con el exterior e impidiendo el cumplimiento de mis obligaciones
laborales”. Más adelante, un par de palabras sugieren, como claves, una lectura
distinta de lo que hasta entonces se ha contado de la historia, hasta que, en
forma fluida y natural, se arriba a la explicación que pone en orden los
aparentes vacíos narratológicos: la “ella” de los primeros párrafos no es una
mujer de carne y hueso, sino una imagen de madera, de rasgos mediterráneos y
larga cabellera, labrada para ser el mascarón de proa de una embarcación de
fines del siglo XVI, y que el narrador ha recibido de regalo en el siglo XXI.
Ese es apenas el
comienzo de la historia. El resto ocurre en ese mundo paralelo en el que lo
extraordinario cobra vida y crece gracias exclusivamente a la capacidad verbal
de Güich Rodríguez para hacer que el contrato de lectura entre él y el lector
funcione sin vacilación hasta el desenlace y el punto final, y sin que lo
inventado se vuelva inverosímil a los ojos de este. Es decir, todo ello ocurre
gracias al dominio de las palabras, a la arquitectura de la historia y a la
música de la prosa, que logran hacer que el cuento funcione suscitando la
complicidad del lector.
En “Los días verdes”,
relato incluido también en la antología Estática doméstica. Tres
generaciones de cuentistas peruanos (1951-1981), editada por la Universidad
Nacional Autónoma de México el año pasado, para ser presentada en la Feria del
Libro de Guadalajara, lo extraordinario también emerge de lo cotidiano. Se
trata de una parra que crece desmesuradamente en el interior de una casa de un
barrio típico de Lima. La enredadera invade habitaciones, baños, sectores
completos de la vivienda, mientras que sus habitantes viven habituados y
acomodados a aquellas veleidades, como si se tratara de algo absolutamente
natural.
La historia se lee con
interés desde el comienzo. Los episodios están muy bien administrados, lo mismo
que los diálogos y las intervenciones de los personajes, y nuevamente el
desenlace se hace creíble gracias al control total de la historia por parte del
narrador, así como a la sobriedad y a la milimétrica dosificación del humor.
Sin embargo, el estilo
y la imaginación del Güich Rodríguez de El mascarón de proa, así como
sus recursos de escritor, alcanzan la cima en el relato “El veterano”, en el
cual se hace mucho más patente su madurez estilística y conceptual, así como su
laboriosidad e inteligencia para construir paso a paso cada frase y al mismo
tiempo cada tramo de la historia, con el fin de llevar de la mano al lector a
través de unos pasadizos de realidad y de no-realidad que se entrecruzan según
su voluntad y su estrategia narrativa, con el objetivo esencial, como ya se ha
dicho, de fabricar una historia convincente.
En este relato,
narrado en tercera persona y ambientado en 1930, un desganado periodista es
enviado a entrevistar a un sobreviviente de la batalla de Arica, ocurrida medio
siglo antes. La atmósfera del cuento está eficazmente construida y administrada
y los materiales narrativos se van superponiendo para generar suspenso y crear
las condiciones para el desvelamiento del sorprendente secreto, focalizado en
los laberintos del tiempo y en la existencia, en la dramática historia peruana,
de una vía conectora de pasado, presente y futuro.
Güich Rodríguez
explora en “El veterano” las posibilidades del tiempo como tema de historias
fantásticas. Si el logro es sobresaliente, la clave está, como ocurre también
en otros relatos del libro, en el despliegue de un arsenal de recursos
narrativos que el escritor ha ido acopiando a lo largo de años de trabajo y
experimentación. Ello se percibe en la limpieza y en la sobriedad de la prosa,
en el copamiento de casi todo el espacio del texto por parte del narrador, en
la audacia para abordar temas, situaciones y personajes y, asimismo, en la
persistencia en lo cotidiano.
Escritor del siglo XXI
pero al mismo tiempo muy arraigado en el cuento peruano y latinoamericano del
siglo XX, Güich Rodríguez abre con su persistencia en el género fantástico —de
la que todos los que leemos cuentos debemos felicitarnos— una nueva ventana
para la narrativa peruana, una ventana amplia y sólida por donde se siente el
aire de la renovación y de la diversidad. Una ventana por donde se puede
escapar momentáneamente de las temáticas habituales e la narrativa peruana,
normalmente apegadas al realismo, para acceder a esas otras lecturas de la
realidad que el género fantástico propone.
*Publicado
originalmente en la revista Punto de Equilibrio, Universidad del Pacífico,
2006.