domingo, 26 de febrero de 2012

William Guillén Padilla. Cuaderno de almanaquero. Cajamarca: Municipalidad Provincial de Cajamarca, 2011. 482 pp.



William Guillén Padilla. Cuaderno de almanaquero. Cajamarca: Municipalidad Provincial de Cajamarca, 2011. 482 pp.

William Guillén Padilla (Cajamarca, 1963), poeta y narrador ha publicado dos libros previos en microrrelato: Los escritos del oidor, Lo que yo barman oí. Algunos de estos textos seleccionados aparecieron en el libro compilatorio titulado Microcuentos (Sumeria editores/ Lluvia Editores, 2011), un magnífico conjunto de microrrelatos en el que se conjugaban el orden urbano con el andino. En él aparecían objetos que pensaban y cobraban vida; animales reflexivos–que en muchos casos, nos hacían pensar en el orden de lo maravilloso. Pero también, una ironía muy fina, juegos de palabras, la mezcla de lo erótico y lo religioso y la preferencia por narrar desde el otro lado. Guillén Padilla expresaba ya en esa antología un estilo nuevo y desconocido en este lado del espejo limeño. Cuaderno de Almanaquero es su nuevo libro de microrrelatos. El proyecto es ambicioso: narrar una historia breve por cada día del año. Así tenemos 365 microrrelatos que respetan los nombres fijados en el calendario y santoral (más unos añadidos). Si cada día tiene a su propio personaje, entonces cada lector puede transformarse en personaje de las narraciones de William, cuyo alter-ego es el propio “almanaquero”, a quien se dirigen sus personajes directamente en algunas narraciones.

La perspectiva que asume Guillén es insólita: puede narrar desde el más allá por medio de la voz de un muerto (¿Desde dónde narra un muerto? Solo William lo sabe), puede hacer que los animales hablen y piensen. Así tenemos toros enamorados, gallos que sirven de alimento, vacas que sentencian la muerte de los toros, gallos de pelea que rehúsan cumplir su rol, moscas vengativas cuyo objeto de venganza es un pastel de bodas, es decir, todo un catálogo de pasiones humanas porque William no inventa nada en el sentido de que todo está allí, así como el ejemplo que proponía en la mesa de ayer, sobre un elefante con cinco patas de gallo: es decir, es posible, porque todo tiene existencia real y fáctica (el elefante, las patas de gallo, en número de patas), no se puede inventar algo que no exista ni que esté filtrado previamente por el lenguaje, con lo cual entramos ya en el terreno de la fabuloso e incluso, cual demiurgo- William anima a las cosas inertes. Así tenemos aviones que piensan o balas que recuerdan. Hay entonces una cierta exageración en lo que narra que por momentos asume los códigos de lo maravilloso, un mundo que funciona con otras leyes distintas a las de nuestro mundo.

Pero también destaca su humor a través del juego de palabras, de la parodia o por medio de la intertextualidad, por ejemplo: el poeta más grande no es el más celebrado, el que cuente con una obra sostenida en calidad sino que el poeta más grande simplemente es el que mide más de dos metros (una digresión: la figura del poeta aparecerá constantemente en el libro para ser desmitificada y vuelta a mitificarse). O el hecho de que para un conferencista de temas amorosos, la mujer perfecta no sea de carne y hueso sino una sábana ¿por qué? Porque la puede doblar, meter en su maleta y llevarla a otra ciudad, desdoblarla en el hotel, colocarla sobre la cama y envolverse en ella y finalmente dormir y soñar. No se trata solo del deseo de posesión del objeto metafóricamente femenino y del control sino que para colmo es un conferencista que repite el mismo tema de ciudad en ciudad “La confianza en la pareja y su impacto en la fidelidad conyugal”. ¿Quién podría ser capaz de imaginar semejante situación de un conferencista exitoso exteriormente, pero profundamente solitario en el espacio más íntimo? Solo un escritor que posee una mirada atenta sobre lo que acontece en el mundo, alguien que mira con el corazón y percibe en cada situación anodina un rasgo de humanidad. Un narrador que busca siempre el equilibrio, el orden en el cosmos, que tiene plena conciencia de lo que es justo. Alguien que canta a la vida con toda su carga trágica, no exento de cierta religiosidad y de una mirada panteísta. Pero como la vida misma, no todo es alegría, carnaval e inversión de valores. Hay también aspectos sombríos como los microrrelatos referidos a la violencia política que no son pocos.

¿Cuál es la estrategia de William para generar en sus microrrelatos ese efecto de sorpresa en el lector, ese efecto fantástico? El autor implícito pasa de un narrador objetivo –al parecer distanciado de los hechos narrados– para concluir en un “nos” o un “mi” en primera persona. Es decir, el cambio de perspectiva en el punto de vista de quien narra es fundamental. Guillén demuestra con este recurso su calidad como narrador de historias, además de su capacidad para embromar al lector con un final insólito, inesperado y violento que sorprende al lector.

Hay también en su libro un catálogo de textos ligados a la ciencia ficción, con todo un repertorio de motivos: militares que entran en contacto con alienígenas y quedan atrapados eternamente; paseos turísticos en el sistema solar en el que solo es posible ver un anillo de chatarra en el lugar en donde debería estar el planeta tierra; invasores que piden nuestras armas para llevarlas a sus museos como reliquias de un pasado ya superado; un robot catador de líquidos; otro robot que se paraliza en una prueba atlética porque otra persona toco sus “piezas” (motivo similar al de Juan Rivera Saavedra en algún relato de Cuentos sociales de ciencia ficción); robots que pueden aniquilar solo con un dedo; viajeros planetarios que desconocen otras dimensiones; o una máquina invisible de teletransportación. Destaco de este grupo el microrrelato “Lo no programado”: Raquel es una mujer–máquina–demiurgo que da vida a un hombre en tres dimensiones. Lo hace por diversión. Cuando ella “muere” el hombre creado no se siente ni triste ni la extraña. ¿Por qué? Simplemente porque su creadora no programó esas dos funciones. Entonces, ¿se pueden programar los afectos? ¿Puede un robot programar afectos sobre otro, tal como se insinúa? Evidentemente el narrador apela a una razón sencilla, lo que nos diferenciará de los robots son los afectos, ya que estos no se programan, pero ¿realmente amamos los seres humanos al otro, al prójimo? ¿Por qué a pesar de tener “programados” estos afectos los seres humanos no los utilizan? Incluso la idea de crear algo solo por diversión es también aterradora, porque desmitifica el fin último de los afectos y pasiones: al ser ludismo puro, puro juego, el amor no conduce a nada sólido. Cómo hacer que alguien te quiera, parece ser la pregunta clave, pregunta incluso para el mismo Dios, que según las creencias religiosas creó al hombre, pero vemos que los afectos son inasibles e incontrolables, en suma ¿el amor es instintivo o se puede enseñar a amar? Como en unos de mis films de culto, La ardilla roja de Julio Medem, el amor es una simulación y engaño permanente: el personaje principal a punto de suicidarse, desiste para salvar a una accidentada a quien no conoce. Cuando la lleva al hospital se hace pasar como su novio. En el hospital le informan que ella está amnésica, lo que aprovecha para seguir con su farsa. Logra sacarla de ahí y la lleva a un club de campo llamado justamente La ardilla roja. Allí él le “ayudará” a recobrar la memoria perdida, pero mejor aún, le irá diciendo cómo era ella antes del accidente en su trato con él, qué le gusta y disgusta (es decir, que él la va moldeando según sus deseos e imagen ideal de mujer). Ella, amnésica va aceptándolo todo. Luego descubriremos que su pérdida de memoria duró solo unos minutos, es decir: ha sido ella la que ha estado jugando todo el tiempo con él… en fin, la trama se vuelve cada vez mucho más compleja, onírica y fantástica… esta digresión me hace retornar nuevamente al texto de Guillén y la pregunta que plantea ¿pueden programarse los afectos?

William Guillén se ha influenciado más por el núcleo familiar (abuelas, tías, amigos), por su experiencia de vida o los relatos narrados de forma oral como los Cuentos del tío Lino y luego por la literatura escrita, en donde destaca la obra de Juan Rulfo. Si tuviera que filiarlo a algún modelo local me atrevería a decir que la magia de Guillén tiene conexiones con las narraciones de Edgardo Rivera Martínez, no solo por ese vuelo poético –condensado al máximo en estos textos– y la atmósfera por momentos fabulosa e irreal que crea, sino sobre todo porque entrelaza la tradición local, urbano- andina, con una mirada más universal sobre el arte y la literatura; además de poseer el humor inteligente, “limeño” –perdón por término horrísono– y negro del maestro Juan Rivera Saavedra.

Recomiendo fervorosamente la lectura de Cuaderno de Almanaquero, que sin duda es uno de los libros capitales del microrrelato peruano contemporáneo. Como lector solo que queda agradecer a William por haber escrito este maravilloso libro.

Elton Honores
Universidad San Ignacio de Loyola