lunes, 27 de febrero de 2012

Carlos Saldívar. El Otro Engendro. Lima: Pohemia Lux, 2012. 32 pp.

Carlos Saldívar. El Otro Engendro. Lima: Pohemia Lux, 2012. 32 pp.


Como señala Carlos Morales Falcón en la contraportada, El otro Engendro de Carlos Saldívar (Lima, 1982) fabula sobra la base del intersticio en uno de los episodios de Frankenstein, novela de Mary Shelley: cómo adquiere el monstruo la noción del mal. Saldívar sorprende con un relato bien escrito, que no solo es un homenaje sino que sirve de pretexto para mostrar su noción del mal humano. El personaje de Peter Fedrich Dacois III, joven estudiante de medicina, es un ser cínico, descreído de la religión y hedonista. No busca comprometerse afectivamente con Agnes, la joven casada con un anciano, a quien tiene por amante secreta. Fedrich buscará solo la satisfacción del deseo, pues el amor parece extender sus tentáculos solo hacia las mujeres. La mujer es para Fedrich un ser pasivo que se deja hacer. Para Fedrich, tener descendencia es un acto monstruoso, un “nefasto designio” (10). Este elemento es clave para lo que vendrá después. Tras el encuentro amoroso con Agnes, Fedrich descubre que alguien que ha estado observándolos mientras se amaban. Sobre éste, Fedrich piensa que quizás se trate de un simple mirón un “(…) tipo de sujetos que abunda en la clase aristocrática. Yo soy uno de ellos, por ejemplo” (12). Aquí el narrador liga la perversión a una clase social específica en que se reconoce como parte integrante. Tras seguirle la pista al monstruo y encontrarse con él, Fedrich entra en diálogo con el monstruo que quiere conocer más sobre el acto observado, asunto que Fedrich le instruirá de algún modo. Sobre aquel piensa Fedrich que “En pocos años, tal vez meses, alcanzaría una sabiduría superior a la del promedio. Y con ello su maldad se acrecentaría” (22). Es decir, que hay una relación por la que la maldad estaría en relación con el mayor saber y conocimiento: un hombre culto y aristócrata es el ser más perverso y malvado de la tierra, parece sugerir Fedrich. Y es que incluso le da una serie de consejos: “Si alguien quiere golpearte aplasta su cabeza. Si alguien te inculta o se burla de ti destroza su cuello como se quiebra una rama delgada. Si una mujer te rechaza por tu fealdad, has de tomarla por la fuerza y enseñarle quién manda (…)”. El monstruo, entonces, adquiere el mal por instrucción del propio ser humano. Fedrich que había hurtado algunas páginas del diario del doctor Víctor Frankesntein –robados al monstruo– se dispone finalmente a repetir el experimento y erigirse como nuevo dios, evitando cometer los errores de su antecesor. Una pregunta queda inconclusa: “¿El padre de un monstruo es también un…?” (27). Hay una negación a procrear descendencia por medios naturales sino que se transgrede el hecho natural porque en el fondo, Fedrich reniega del amor de la novia y de la familia. El monstruo no sería entonces el otro sino uno mismo: la maldad que se extiende como virus en el universo humano de Fedrich que acaso sea también el nuestro.

Elton Honores
Universidad San Ignacio de Loyola