Francisco Ángeles. Austin, Texas, 1979. Lima: Animal de invierno, 2014. 141 pp.
Francisco Ángeles (Lima, 1977), plantea
en esta novela dos momentos en la existencia singular del hombre burgués:
aceptar las reglas morales que impone la sociedad o subvertirlas y
autodeterminarse por el puro individualismo. En ambos casos, la novela muestra
que el hombre fracasa. El padre del personaje respecto de la posibilidad de
romper su matrimonio para iniciar el romance con una de sus alumnas a quien desea (un amor “idealizado” y de la
que finalmente huye), confiesa a su propio hijo: “Fui correcto o fui sensato o
fui cobarde o todo al mismo tiempo, pero a larga, con los años, igual uno se
vuelve viejo, igual todo se va a la mierda” (123). En cuanto a la relación del
hijo –Pablo, personaje central- con Adriana, la hija del psiquiatra a quien acude tras
su ruptura matrimonial con Emilia (Adriana busca vengarse del padre sobre la
base del sexo son sus pacientes) aquel piensa que “No tenía por qué seguir
viendo a esa mujer con la que me había
sentido muy bien, pero que podía resultar definitivamente peligrosa […]”
(130, énfasis míos). Adriana es el fantasma que llena el vacío sexual del
personaje central, es la fantasía sexual masculina hecha real, el puro goce,
pero a la vez resulta una amenaza.
Podemos sostener que el personaje
atraviesa por una crisis emocional, de inmadurez e incluso sexual. El sexo está
allí, pero no es suficiente. La novela trata así de un drama en el que el
personaje con algunos rasgos del síndrome de Peter Pan, busca su lugar en el
mundo y sobre todo su felicidad. En este punto, la novela de Ángeles coincide
con una tendencia de la narrativa limeña contemporánea de refractar la crisis
de la familia como institución avalada por el Estado-nación, a la vez que
explora los mundos privados, y las crisis existenciales de los atormentados sujetos
de la burguesía limeña. Lo político está prácticamente diluido. No parece ser
una opción vigente.
Sin duda la novela está bien narrada y
bien construida, fenómeno frecuente dentro de las sociedades industrializadas. Quizás
lo mejor sea la metáfora del conejo, metáfora que se vincula tanto a la
potencia sexual (Aura de Carlos
Fuentes) como a la figura del hijo ausente no-nacido o presencia siniestra (Eraserhead
de David Lynch). En esta lectura, la vida del conejo corresponde a la vida
matrimonial con Emilia, que no provoca abundancia afectiva sino ruptura,
soledad, insatisfacción; a la vez, el matrimonio no logra concretarse
objetivamente con un hijo. Al dar muerte al conejo se acaba tanto con la
posibilidad de generar descendencia, a la vez corta con las pulsiones sexuales.
De alguna manera es una derrota –al igual que en la fantasía del padre-.
La novela también destaca en cuanto al
tratamiento de las escenas erótico-sexuales, pero a diferencia de lo que ocurre
en relatos como Crash de Cronenberg –basado
en la novela de Ballard- o en las novelas de Henry Miller, en donde sí tienen
justificación dentro de la trama; aquí asistimos a escenas visuales que están
hechas más para la fantasía masculina, digresiones que se desvían de la
narración principal de la novela (la crisis existencial, matrimonial, etc.).
Con todo, Austin, Texas 1979 de
Ángeles, reafirma una tendencia que no sabemos aún si será eventual o
permanente (la denominada “autoficción”), pero que presenta a uno de sus
cultivadores.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San
Marcos