Mabel
Moraña. El monstruo como máquina de guerra. Madrid: Iberoamericana-Vervuert,
2017. 482 p.
El
monstruo como máquina de guerra (2017) de Mabel Moraña
es una notable reflexión teórica interdisciplinaria sobre la figura del monstruo en la cultura y
en el capitalismo, que se apoya en la filosofía y la teoría política, principalmente. El libro está dividido en 7 apartados que van desde el
monstruo en la historia, la crítica al capitalismo, su vinculación con la
filosofía y la biopolítica, o los monstruos al margen (o periféricos), más una
coda. Si bien es difícil reflexionar sobre el monstruo sin aludir a los
clásicos de la literatura como Frankenstein
de Mary Shelley, Drácula de Stoker –e incluso la figura del zombi de Romero para
el caso del monstruo contemporáneo-, a Moraña le interesa sobre todo descifrar
el lugar simbólico que ocupa el monstruo dentro del espacio político.
Podemos decir que el
monstruo forma parte de la imaginación humana y a la vez es parte de la
realidad social. Como sabemos la realidad es una construcción y el monstruo
también lo es, pero con la diferencia de que su existencia pone en tensión y en
crisis esa misma realidad racional y lógica, productiva y capitalista. Rompe el
orden natural. Por ejemplo, el vampiro, al ser inmortal, rompe una etapa
fundamental e inmanente de la vida humana: la muerte. Como en los cuentos de José
B. Adolph “Nosotros, no” y “Hasta que la muerte”, la muerte humaniza al ser
humano: es lo que le da un sentido a su existencia. Saber que se es finito y que
hay un final, permite establecer un plan, un programa, una meta; por ello la
posibilidad de una vida infinita –en sus cuentos- se torna una verdadera
pesadilla (por ejemplo, amarse toda la vida es atroz). Frankenstein encarna la
figura del científico loco que busca homologarse con Dios al crear vida de objetos inertes. El hijo-monstruo
Frankenstein es también producto de esos juegos-experimentos con la muerte.
Como héroe gótico, el doctor Frankenstein está condenado a fracasar. Su
soberbia es castigada por una autoridad superior: Dios. Y el zombi es también
un no-muerto, pero a diferencia del vampiro –de corte aristocrático o noble- el
zombi encarna a la masa, al pueblo enajenado, alienado por el consumo
capitalista. El monstruo es siempre una metáfora. Pero en todos estos, la
muerte rodea al ser humano. El monstruo está vinculado a la amenaza y a la
muerte; y la muerte, al terror y al horror. En ese sentido, el monstruo de
Moraña es sobre todo un agente sobrenatural negativo, destructor del orden
social hegemónico, un agente del mal.
En
esta lectura política, el monstruo rompe la secuencia del progreso, del status quo para abrir un cronotopo de
caos, catástrofe o crisis. Moraña recoge la idea de la figura del monstruo como
parte del espacio americano, durante el proceso de invasión/conquista europea
del siglo XVI. Como sabemos, esos invasores/conquistadores/colonizadores traían
una mentalidad medieval que hacía posible la presencia/existencia en el Nuevo
Mundo de figuras monstruosas y seres monstruosos. Estas figuras fueron
promovidas luego durante el periodo barroco.
En
el monstruo, es como sostienen Moraña, un “cuerpo extraordinario”, que a su vez
exige una mirada. Es lo no visto, lo nuevo, lo que se muestra, lo que aparece
ante nuestros ojos. Podemos agregar que tiene una naturaleza aglutinante ya que
está hecho/conformado/ construido de parte/fragmentos del mundo real. En ese
sentido, como he sostenido en otros trabajos, nada es ex nihilo, nada se crea de la nada, así el monstruo tiene un anclaje
en realidad social. Y por su carácter y naturaleza hibrida, inasible e indefinida,
el monstruo es un cuerpo vacío, una metáfora que es llenada con diversos significados.
Así, Moraña recoge -de lo que se ha denominado "marxismo gótico"- la lectura política del vampiro como figura del pragmatismo
capitalista que no desea desperdiciar la sangre sino consumirla (111). Si bien
el monstruo tiene un origen mítico-popular, también puede asociarse al miedo en
la modernidad como “la soledad, la alienación, el caos, […] los miedos de/a la
multitud, a la máquina […] a la automatización de la vida, al control
biopolítico” (116).
Dentro
de las teorías en la que se basa Moraña para articular su teoría del monstruo
destaca el marxismo, Foucault y el psicoanálisis, principalmente. Es por ello
que el retorno de lo reprimido (“la parte maldita”, el excedente o lo
improductivo según Bataille, lo “abyecto, según Kristeva) “regresa
monstrificado en vampiro, zombis, hombres-lobo, espectros y ejercicios de hechicería,
cuyas imágenes materializan un régimen biopolítico tan aterrador e inapresable
como una pesadilla” (139). Así mismo, establece vinculaciones entre el capitalismo
y el vampiro, cuya inmortalidad se sostiene sobre la base de regeneración de
energías (sangre/trabajo): “El capital crea y acumula más capital; el
vampirismo se transmite de uno en uno, en una mecánica atemporalizada” (153).
También
manifiesta un interés en la concepción del monstruo vinculado a la mujer (la
mujer como lo otro) sobre la base de ciertos códigos monstruosos como: “Los
flujos femeninos, la presencia de la sangre menstrual, la deformación del
cuerpo por el embarazo, la carga de un ser otro en el interior del cuerpo
propio y los horrores del parto […]” (231). Así mismo, destaca que lo
monstruoso aparece representado en “líneas de fuga”, vinculadas a los géneros literarios imaginados como “menores”,
como la ciencia ficción, el terror, el horror. Es decir, el monstruo aparecería
desde los márgenes de la alta cultura o cultura oficial.
Y
sin dejar de reconocer al monstruo como figura ambigua o polivalente –que puede
formar parte de la contracultura- sostiene Moraña que el monstruo es una
alternativa al Estado por su condición de sujeto/ente irreductible. Al ser un
ser inestable e inclasificable, las dimensiones del monstruo son tanto
políticas como religiosas y éticas. Es lo nuevo, lo diferente y lo otro, que no
puede ser contabilizado por el sistema. Aunque no toda representación del
monstruo es contracultural ni posee necesariamente valores políticos de la “izquierda” progresista.
Lo cierto es que el monstruo se encuentra en medio de dos ejes: la naturaleza y
la cultura (227). Como concluye Moraña, el monstruo es
finalmente “un dispositivo político, estético e ideológico [que] deconstruye
paradigmas de género, raza y clase; desafía las nociones tradicionales de
heroísmo, progreso, comunidad […]” (405).
El
monstruo como máquina de guerra de Mabel Moraña es un
libro que permiten establecer una serie de rutas de
lectura sobre el monstruo y que abren nuevas posibilidades hermenéuticas. Es
totalizante en su concepción, y está escrito con mucha agudeza. Considero
fundamental la temática que trata y la perspectiva, pero también reconozco su
importancia dentro de las reflexiones latinoamericanas de lo fantástico –en general-
que se consolidan en el siglo XXI con trabajos como los de Mabel. Si tuviera
que sintetizar el libro en dos palabras sería simplemente una “obra maestra” de
la teoría latinoamericana, pues propone la figura del monstruo para repensar una serie de procesos de "monstrificación" y de "otrificación": el monstruo es siempre el otro, pero también forma parte del sujeto, está en uno, pues su condición de monstruo depende siempre del lugar de enunciación.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos