Miguel
Ángel Torres Vitolas. Algunas muertes. Lima: Campo letrado, 2017. 176 pp.
En una escena de El
retorno del Rey de Peter Jackson, basado en obra de Tolkien, uno de los
personajes, el mago Gandalf comenta algo así como: “La muerte no es el final,
es solo otro camino que todos debemos recorrer”. Esto puede servir como motivo
y pretetxo para iniciar el comentario al libro de Miguel Ángel Torres Vitolas
(Cuzco, 1977) titulado Algunas muertes.
¿Qué es la muerte?, ¿Qué representa? ¿Cuál es su sentido? Y sobre todo ¿Qué
hacer cuando los muertos retornan?
Torres Vitolas elige un registro realista para contar
esta historia de un crimen pasional. En la narrativa peruana contemporánea, la
muerte como tema ha sido tratada en el ciclo de la violencia política, desde lo
paródico-humorístico y desde lo mítico y trágico. Los referentes que están
presentes son Adiós, Ayacucho de
Julio Ortega, en el que el muerto transita desde la sierra hasta Lima en el
reclamo simbólico-alegórico de sus propios huesos, no sin antes ser reducido a
un objeto sin identidad, o Rosa Cuchillo
de Colchado con sus diferentes niveles alegóricos. En la novela latinoamericana
sobresale Pedro Páramo de Juan Rulfo,
una historia de fantasmas en el que Juan Preciado va hacia un pueblo fantasma
en busca de su padre. Aunque también debemos reconocer que en la tradición oral
andina es frecuente las historias de aparecidos y fantasmas.
El autor elige el registro realista y el tono trágico. No
hay humor en la novela (no podría haberlo pues se trata de la muerte). Si cabe
la comparación sería una especie de documental sin música, grave y serio. Esto envuelve
al lector progresivamente en una atmósfera particular y va construyendo un
verosímil (sobre eso volveremos al final) que en principio hace creíble el
retorno del muerto a la vida, porque el hecho se narra, sin música, con la
gravedad y la tragedia que implica, más aún si ha sido asesinado. ¿Los muertos
retornan? Si alguien hubiese imaginado en 1968 que Kuczynski sería presidente
del país, o en 1990 que García volvería ser reelegido, habría sido tomado por “loco”.
Los muertos-vivos entonces sí retornan, solo que nadie parece darse cuenta.
Se afirma que es muy doloroso cuando fallece alguien
querido, pero es más terrorífico que este retorne a la vida a seguir viviendo.
Lo primero es lo regular y normal; lo segundo es lo anormal y siniestro,
imposible y fantástico. Y sin embargo, ocurre. El muerto ha regresado a la
vida. Pero no se trata de un fantasma, que en imaginario popular sería una
especie de ser evanescente, invisible; ni tampoco de un zombi que quiere comer
tu cerebro; sino de un muerto que en el fondo piensa como un humano vivo, tiene
impulsos sexuales con su esposa y desea vengarse, cuando descubre el crimen de
su propia muerte. Es un ser corpóreo (no fantasmal), que razona. Esta presencia
trasgrede las convenciones del género en el que vivos y muertos no coexisten en
un mismo plano temporal, salvo que entremos en el terreno de lo maravilloso o
del realismo mágico, a lo que la novela no apunta. Porque a su modo, es también
una novela política.
Y esto se debe a que el personaje muere cuando un
desconocido Fujimori tienta la presidencia y retorna a la vida once años
después, cuando el mismo personaje intenta su re-reelección. Como para decir
que nada ha cambiado en este país, y las cosas siguen igual (corrupción el
caos, la informalidad, el abuso, la injusticia, la pobreza, la ineficacia de
los servicios médicos y una largo etcétera que obvio para no deprimirlos). La
idea de morir y retornar al mundo solo para leer los diarios y ver cómo está se
parece a la fantasía buñueliana que propone casi al final de Mi último suspiro. Qué no daría cada uno
de nosotros si hipotéticamente, después de morir pudiéramos regresar a la vida,
no morir, ser inmortales. Aunque claro, ya José B. Adolph ha demostrado lo
insoportable que sería llegar a ser inmortal.
Isidro, personaje central es un ser sin memoria, lo cual
funciona como un juego de espejos con esa realidad fujimorista que ha sido
“borrada” de él, ya que nunca la vivió. No recordar lo que fue el fujimorismo
es similar a ser un muerto viviente, para decirnos Torres Vitolas. También está
su constante rechazo –no diremos odio- hacia Lima, capital de la nación, centro
político, que aparece como violenta y presumida con todo aquello que está en
los extramuros o fuera de ella.
Volviendo a la noción de lo verosímil, Isidro es un
muerto que retorna a la vida, no sabe cómo, está bien, pero ¿el olor? No sé si
esto pudiera considerarse un error, pues la ficción no es la realidad, pero dado que parte de la realidad, o la imagina
para volver a esta, pensemos más bien en otra singularidad al género. Isidro es
un muerto (no llega a ser un zombi), pero es un muerto incómodo. Nadie acepta
con entusiasmo su retorno. Así que lo peor no es que cobre venganza sobre su
propio asesino, sino qué hacer después, cómo será castigado (si ya está muerto,
no lo pueden matar dos veces) y qué tipo de justicia le espera (incluso si su
venganza está justificada, porque dada su condición es un absurdo buscar
venganza). Ese es el gran dilema moral y existencial de la novela, hacia el
final: la vida humana no tiene sentido. Qué puede esperar un muerto si los
vivos no lo quieren, es más, tampoco puede desear morir, porque tampoco se
explica cómo, o qué medio hizo posible su regreso. Solo podemos concluir que
Isidro es un ser que sufre en su existencia, que es una existencia distinta,
otra, es la alteridad radical de cualquiera de nosotros. Y no nos alegramos de
su estado, sino que nos provoca pena, congoja, es un muero pobre, un muerto sin
olor. Quizás si sus deseos de éxito económico se hubiesen realizado sería un
“muerto feliz”, con buena posición y futuro prometedor, pero no. La novela
acaba en la incertidumbre de Isidro de no saber qué hacer, de no comprender
cuál es su lugar en esa nueva nación, que tampoco sabemos hacia dónde se
dirige. La sensación más justa sería la de un fantasma que alguna vez murió,
porque no son todas las muertes, sino solo algunas muertes –de esa totalidad de
muertes posibles- como señala el título del libro, porque hay muertes que son mucho
peores, más brutales, terribles, injustas y obscenas.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San
Marcos