Eliana Soza Martínez. Umbrales. Chiapas (México): Chicatana Ediciones, 2023. 57 p.
Eliana Soza (Potosí, Bolivia, 1979) estudió Comunicación Social en la Universidad Mayor Real y Pontificia de San Francisco Xavier. Ha publicado Seres sin sombra, Luz y tinta, Monstruos del abismo. Umbrales contiene 5 relatos en el que se mezcla el terror natural y la fantasía sobrenatural. En el primero, “Quien no se mueve no siente las cadenas”, parte de un mito de origen acerca de “Coco Mama” (o “Mama Coca”), ambientada en el mundo inca. El cuento tiene un epígrafe de Anaïs Nin: “Odio a los hombres que temen a la fuerza de las mujeres”. Desde el inicio hay pues una clave “feminista”, no solo en este cuento sino en todo el libro, muy actual, aunque sin llegar a lo woke. En este cuento, los hombres abusan de las mujeres, (en especial de la protagonista). Curiosamente su “estatus” subalterno solo puede cambiar tras la muerte física, en un espacio fantástico intermedio entre el Kay Pacha y el Hanan Pacha. A esta mujer se le ha concedido un don: ser una diosa. Si bien el dilema radica en aceptar o no este nuevo rol, al final se produce una “revolución” de las diosas en ese mundo intermedio extraterrenal. Ahora son las diosas mujeres las que tienen el poder. Así también se dejan de lado en la tierra los sacrificios humanos y son reemplazados por otros ritos. Pero, este cambio o giro coincide con la llegada de unas carabelas a estas tierras con lo que se cierra la narración. Entonces hay varias preguntas posibles: ¿no hay posibilidad de un nuevo orden o paraíso feminista terrenal porque llega una nueva fuerza desconocida patriarcal europea?, ¿la mujer solo puede ser libre en un mundo más allá del terrenal, luego de la muerte física? ¿la caída del imperio inca se debe a que se dejaron de lado los sacrificios humanos, y por lo tanto, es necesario volver a estos?
“Carne blanca” contiene un terror natural, realista acerca de una mujer joven que va a ser raptada por una mafia que las explota sexualmente, para luego caer en una red de tráfico de drogas, en la que debe de llevar material prohibido en su vientre. El abuso físico por un lado y la voz narrativa de la madre que busca a su hija desaparecida marcan este relato realista, truculento, en el que los hombres son la peor basura sobre la tierra.
“Temprana vocación” es mucho más sugerente. A partir del primer sangrado de la menstruación, una mujer descubrirá un singular placer: beber sangre humana. Pero ¿es una mujer vampiro o se trata de un tipo de anomalía o enfermedad mental? El relato es abierto, pero nos inclinamos hacia lo extraño y lo raro.
“Voyeristas” contiene 3 estampas breves de corte sexual sobre la mujer monstruo, en el que la experiencia sexual da pie al encuentro con la muerte física. La caída del hombre se da por la búsqueda del goce sexual prohibido, y también por la agencia de estas mujeres-monstruo.
Finalmente, en “Pesadilla andina” se narra el encuentro entre una mujer y una deidad demoníaca que engendra un hijo. Al final se cierra con esta frase: “¡El demonio anda suelto en el país! Sé que no viviré más, espero que este sea mi legado en esta tierra” (57). La ambigüedad de la frase llama la atención. Si bien la mujer es víctima de un encuentro forzado con una deidad demoníaca masculina, la frase acentúa algún tipo de valor positivo respecto a su legado (el hijo-demonio), que no niega ni rechaza. Quizás haya algo de Rosemary's Baby (1968) de Román Polansky, basado en la novela de Ira Levin.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos