martes, 11 de marzo de 2025

Fernando Villarán. El regreso del Huáscar. Lima: Melquíades, 2024. 282 p.

 


Fernando Villarán. El regreso del Huáscar. Lima: Melquíades, 2024. 282 p.

              Con estudios de ingeniería industrial y economía, Fernando Villarán (Lima, 1946) publica su primera novela inscrita en lo que podríamos denominar como novela de anticipación, o simplemente, ciencia ficción, ya que ubica las acciones en un hipotético 2,029 futuro en el que se produce una guerra entre Chile con el Perú. En este caso, el pretexto será una mina subterránea ubicada en territorio chileno, pero que es explotada por una empresa norteamericana ubicada en la frontera de Tacna, de modo clandestino. Cuando los funcionarios del gobierno chileno se informan del hecho deciden involucrar al gobierno peruano en su demanda internacional, además de la empresa norteamericana. Este núcleo narrativo es el que sostiene a la novela de Villarán, es decir, la trama política de conspiración, ambiciones golpistas del lado chileno, corrupción de empresarios extranjeros y altos funcionarios en el Perú, es decir, las decisiones políticas que se van tomando desde ambos bandos resulta lo más sólido de la novela, que incluso podría llevar al lector a leerla como “política-ficción”.

              A esta trama central se añaden dos subtramas, que si bien pueden estar justificadas, su desarrollo resulta discutible. La primera es la historia de Ramiro, un joven peruano que vive soñando con cierto espíritu revanchista, que pasa de aspirar a ser marino a historiador. Los estudios que sigue en Perú como en Estados Unidos (el primer mundo) no menguan para nada su “sed de venganza”; y más bien desde allí forma una suerte de célula nacionalista que tiene en el tema de la “Guerra con Chile” su principal motivación, así como recuperar el Huáscar. Esta funciona para introducir pasajes reales de la defensa de Lima durante la guerra real del siglo XIX.

              La segunda trama es la historia de Rocío, una joven de estrato popular que vive en San Juan de Lurigancho , descrito como un “barrio violento, árido y maloliente […]” (34), lleno de ambulantes (35), rodeada de “delincuentes y drogadictos” (36). Se trata de imágenes más que fallidas que solo grafican una visión clasista y racista del “narrador” (racismo en cuanto a que el padre de Rocío busca mejorar la raza y se casa con la más blanca de la ciudad, “de buena familia, católica y virgen”, p. 35; además de ser habitual cliente de las prostitutas; y que incluso será un padre que realiza “tocamientos” indebidos a su propia hija, lo que la obligará a huir ni bien ingresa a la universidad). Si bien estas ideas conservadoras, racistas y prejuiciosas pueden sobrevivir en parte en las élites limeñas, no representan verdades absolutas, sino que son parte de su imaginario, errado, por cierto, que atribuyen estas trasgresiones morales y delitos como exclusivas de los sectores populares. Más adelante se devela que Rocío es descendiente de Andrés Avelino Cáceres, con lo que el “narrador” quiere rodearla de un aura de heroína. Incluso, la novela desarrolla la relación de Rocío con un joven estudiante de nombre Federico, que resulta fallida por los traumas que la persiguen y que le impiden tener unión carnal con el joven, tras lo cual se separan.

              Sobre ambas tramas secundarias se reitera constantemente la represión existente entre padres e hijos sobre todo en la decisión de seguir una carrera universitaria. Los padres dominan a sus hijos, estos son su propiedad. Es claro que antaño las relaciones entre padres e hijos eran verticales, pero hoy, en el siglo XXI son tan horizontales que incluso diría que la situación se ha invertido, y que son los hijos quienes dominan y gobiernan a los padres. Así que estas relaciones son también del siglo pasado.

 Volviendo a la historia central, hay un momento “velasquista” cuando ante la inminente guerra, uno de los oficiales sostiene que “[…] salvo por el general Velasco, no hemos tenido gobernantes comprometidos con la seguridad nacional, que hayan fortalecido las Fuerzas Armadas” (163), es decir, un gobierno patriota es aquel que gasta gran parte de su presupuesto para una guerra futura.

En cuanto a las acciones bélicas por tierra, aire y mar, estas se narran de manera mecánica, como podría ser un enfrentamiento deportivo. Si bien solo los que han participado en una guerra pueden dar testimonio directo de cómo ocurren las acciones, se extraña que no se pronuncien lisuras, malas palabras frente a la violencia y posibilidad real de morir en el campo de batalla. La adrenalina es nula.

Tras los enfrentamientos, el resultado parece ser negativo para el Perú, con tres derrotas en los respectivos frentes, mientras que Chile ha invadido Tacna y Moquegua. Pero también se trata de una guerra de la información, dado que el resultado resulta más bien parejo y con una victoria para Perú en el frente marítimo (que los chilenos ocultan), gracias a una tecnología que ha sido desarrollada en EE.UU. por la empresa multimillonaria de Federico y que es dirigida en la guerra por Rocío (de allí la justificación de sus tramas previas). Esta tecnología consiste en drones indetectables que causan muerte, destrucción y considerables bajas estratégicas en Chile. Mientras en Chile se da un golpe de Estado a su presidenta (descendiente de Salvador Allende), con la intención de seguir la guerra; y en el Perú se persigue a los “patriotas” que han hecho caso omiso al cese al fuego, saboteando bases chilenas en Tacna y Moquegua, al final, el Perú (luego de pactar con un oficial de rango medio chileno) vence esta singular guerra, e incluso nos permite que retorne el Huáscar.

Es claro que el melodrama marcará varias acciones de los personajes, así como podemos afirmar que El retorno del Huáscar es una novela moral, por momentos es un relato histórico, y que su trama política es superior a la militar. La novela tiene su mérito sobre todo en la anticipación de una guerra futura hipotética y el entramado entre los agentes de poder (que el autor parecería conocer bien y proyectarlos de modo verosímil en un plano ficcional). Y aunque el aspecto tecnológico y futurista de estos drones de uso militar ya existen el día de hoy en países del primer mundo, quizás el hecho que también lo sean de un país tercermundista sea lo más cienciaficcional de la novela.

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

César Sánchez Torrealva. Atrapados en el bosque. Lima: Altazor, 2017. 158 p.

 


César Sánchez Torrealva. Atrapados en el bosque. Lima: Altazor, 2017. 158 p.

              César Sánchez Torrealva (Lima, 1981), publicó hace casi ocho años la novela Atrapados en el bosque. La calidad de la novela es innegable, se trata de un caso de buena literatura de masas, bien escrita, que se inserta dentro de una tradición de narraciones de terror gótico y fantástico en la línea de Poe o de Stephen King, de gran visualidad (que no dudo que de llevarse al cine podría ser un éxito), pero, que pasó desapercibida dentro de la crítica periodística (al menos no encontré ninguna referencia a la novela salvo la sinopsis de la contratapa), lo que nos lleva a pensar no solo en la ausencia de una crítica literaria, sino en la ausencia de una industria editorial real.

              En este blog se han posteado más de 1,000 entradas desde el año 2010 al 2025, en el que gran parte trata sobre comentario de libros. Sigo realizando este trabajo en la medida que el tiempo me lo permite, pero sé que es insuficiente (calculo que entre la lectura de un libro, el análisis y la redacción, se esfuman aproximadamente unas 8 horas; supongo que la IA podría hacer un buen resumen en un par de segundos, y de producir un comentario se alimentaría de los ya disponibles online). En 2017 dejé de hacer “recuentos” del año porque vi cómo crecía la escena al punto que era imposible leer todo lo publicado, porque exige disponer de tiempo, de recursos monetarios para conseguir los libros, y hasta logísticos, si se trata de autores de regiones. Actualmente, hay otro tipo de plataformas (en realidad creo que menos gente lee blogs, al menos los menores de 30 años, no), como los denominados “booktubers”, “youtubers”, e “instragrameros” que hacen difusión a su modo, para una nueva comunidad. Casos singulares son la multiplataforma Tenebris blog, y Contrafáctica.

              Pero, más problemático resulta la industria editorial local. En el mejor de los casos ofrecen un producto impreso de calidad a los estándares internacionales, con una cuidada edición. Y ahí termina el asunto. Porque creo que el tema de la promoción (incluso internacional), del “marketing” sigue resultando un tema muy espinoso para los puristas de la literatura, que ven aún una clara contradicción entre el noble ejercicio de escribir y la venta final del libro como un objeto, como un producto de consumo. La encrucijada es clara ¿Cómo encontrar ese equilibrio? La respuesta es más de los editores locales, pero que contempla la difusión del libro en medios de comunicación impresos o digitales, formales y alternos, etc. es decir, no basta con la posible calidad de un libro bien impreso y editado, sino con la adecuada promoción y difusión. Hay “algo” que las editoriales no están haciendo o están haciendo mal, porque el tema de promoción no le corresponde necesariamente al escritor (aunque en la práctica así sea). No sé si un “agente literario” (figura cuasi inexistente en el país) pueda resolver en algo en asunto. Siguiendo el decálogo del agente literario de Guillermo Schavelzon, este sostiene en uno de sus puntos que: “Todo escritor quiere éxito de crítica, prestigio intelectual, éxito de venta y reconocimiento internacional […]”. Hay que agregar que ningún autor consigue todo eso junto y a la vez: con frecuencia solo parte de eso y postmortem.

              Entrando a la novela de Sánchez Torrealva, esta trata sobre una extraña aventura que vive un grupo de jóvenes, entre la adolescencia y el inicio de la primera juventud, en una zona alejada de la ciudad denominada como “Bosque Esperanza”, en la que hay una vieja casona abandonada. De ambiente rural, el fin de esta etapa viene acompañada no solo con el temor hacia el futuro inmediato tras acabar la escuela, sino con la muerte cometida a uno de sus compañeros, el chico raro, cuya muerte ocurre en extrañas circunstancias y ambigüedades. A partir de aquí, el grupo no solo entra en un mayor conflicto, sino que el elemento de terror gótico y fantástico se va acentuando.

              En un momento uno de los personajes afirma cierta desilusión moral “[…] cuando [se] descubre que no existe ninguna moraleja ni propósitos nobles detrás de las normas que le han obligado a seguir, que incluso el mundo, tal vez, sería un mejor lugar sin ellas, pero aún así hay que obedecerlas” (86). Lo extraño es que si bien la muerte del chico raro estará envuelta en un aura de irrealidad, la culpa resulta mínima, es decir, hay un pragmatismo en los jóvenes que resulta más aterrador que el propio crimen, como ocurre en Paranoid Park (2007) de Gus Van Sant.

              Otro acierto es el cambio de paisaje, la transición de lo rural hacia uno más surreal, psicodélico y posapocalíptico, que les permite ingresar a otra dimensión y comprender el misterio y sobre todo, regresar al punto inicial. En esta última parte viven, en una sola noche, diversas aventuras en “el castillo del Mago, el bosque de ceniza, el monstruo del río y el terremoto que partió la tierra en dos” (151).

Cuando parece haber resuelto el asunto (es decir, dejado atrás el crimen), en el epílogo se narra de modo sumario los años que transcurren y el reencuentro de los amigos, solo para revelarnos que la pesadilla aún continúa, con el chico raro que sigue atormentándolos, con lo que se cierra la novela. Es decir, si en un momento la muerte del chico raro parecía más un ensueño de una entidad maligna, todo indica que efectivamente fue asesinado por ellos; y lo peor, que al igual que el tiempo congelado de algún relato de Borges, todo lo posterior al asesinato siga siendo parte del mismo ensueño, o mejor dicho, de la pesadilla perpetua.

Atrapados en el bosque merece mayor fortuna, quizás una reedición o relanzamiento sea necesario para los lectores del terror fantástico, y de la narrativa influenciada por King, en la que podemos incluir a Daniel Collazos o Poldark Mego. En todo caso sigue pendiente la lectura de Campamento amistad (2008), otra novela de Sánchez Torrealva (de la que solo hay disponible una entrevista de ese mismo año), en clave de thriller que tiene influencias del cine de serie B, y la figura del asesino en serie, poco tratada en el terror limeño, salvo los casos de Carlos Carrillo y Rodolfo Ybarra.

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

viernes, 7 de marzo de 2025

Miguel Ángel Vallejo Sameshima. Ángel de la guarda. Lima: Acuedi, 2024. 207 p.

 

Miguel Ángel Vallejo Sameshima. Ángel de la guarda. Lima: Acuedi, 2024. 207 p.

              Miguel Ángel Vallejo Sameshima (1983) parte del registro mimético realista para su novela criminal Ángel de la guarda. La premisa se aleja del policial lúdico de El círculo de los escritores asesinos (2012) de Diego Trelles (comentado en este blog) o La velocidad del pánico (2018) de Stuart Flores, que parten de la idea de un crítico literario asesinado por resentidos aspirantes a escritores; para acentuar la fotografía de estos tiempos marcados por el sicariato, el secuestro, la extorsión, la corrupción de funcionarios públicos o de la fuerza policial, en medio del ejercicio de la prostitución. Vallejo Sameshima se “alimenta” de los crímenes reales, de un estado de cosas permanente con la intención de ofrecer un “fresco” de la ciudad, en el que el lector llega a percibir ese “olor”, no solo la pólvora, sino la gastronomía local ampliamente admirada dentro y fuera del país.

La novela de Vallejo Sameshima se inscribe dentro de la novela criminal o novela negra, antes que del policial clásico, porque muestra la decadencia moral y crisis social en la que estamos sumergidos, antes que una investigación per se. Y puede enmarcarse dentro del denominado neopolicial latinoamericano, aunque sin la figura del periodista (como reemplazo “natural” de la figura del detective privado, inexistente en nuestra tradición; o del policía, a quien se le atribuye grandes dosis de corrupción, y por lo tanto, sería cuasi inverosímil como personaje), cuyo prestigio y credibilidad están venidas a menos luego del reciente escándalo del financiamiento del USAID.

              Como en muchos autores contemporáneos, el autor está marcado por el cine. Y no es casual que si bien la novela sea muy visual en sus escenas, también es claro que Vallejo Sameshima es heredero del cine de Tarantino, Scorsese (el de Taxi Driver), o Brian de Palma, por citar a los más obvios. En cuanto a la narrativa la novela es heredera de la violencia de Los Inocentes de Oswaldo Reynoso o el Matacabros de Sergio Galarza, pero adaptados, modernizados al presente milenio, mucho más agresivo. La novela incluye epígrafes que también dan pistas al lector: Lima es parecida al Infierno de Dante, los ecos del terrorismo de la Edad Oscura (1980-2000) se extienden al s. XXI. La novela es un intento “documental” de aludir a un tipo de violencia de época al modo vargasllosiano, y la imaginación del narrador compite con la violencia real, tal como ocurre en La conciencia del límite último, policial metaliterario atípico de Carlos Calderón Fajardo.

              La figura de este cuasi joven justiciero en bicicleta, que actúa solo, tiene conexiones con la figura de Batman. Pero a diferencia del personaje creado por Bob Kane, sus motivaciones no quedan del todo claras, es decir, no se sabe si hay algún nivel de resentimiento, si es alguien con la noción de superhombre nietzscheano, un justiciero moralista, o de si es tan inmoral como aquellos contra los que lucha y asesina. Esa ambigüedad no se resuelve del todo. Y es aquí en donde sirve la comparación: si en las novelas mencionadas anteriormente el personaje del aspirante a escritor se vuelve asesino porque no recibió una crítica favorable o mayor atención, acá hay una preocupación -digamos- mucho más social y real; ya que el justiciero moralista quiere acabar con la corrupción extendida en todos los niveles, y que heredamos desde la colonia (y que los “políticos” han sido incapaces de hacerlo). Podríamos agregar que este justiciero anónimo -en la línea del ciclo de películas de Charles Bronson- es más funcional para la novela, y que el verdadero protagonista es el ingeniero Vargas (apodado “doctor”) y la propia corrupción normalizada.

              Este ingeniero corrupto sigue permanente los asesinatos, ya que es claro que pronto el joven justiciero llegará hasta él. Sobre su biografía hay un punto de inflexión cuando deja el amor juvenil de Teresa (por presión de la familia de ella), la joven idealista que sueña con cambiar al país gracias al “socialismo”, alejándose, y uniéndose finalmente con Estela, con mayor ambición económica. Se desprende que esta unión es a la larga negativa ya que provocará cierta crisis familiar irreversible, a la vez que el nivel de corrupción irá in crescendo conforme se posicione laboralmente. Esta solución puede ser determinista, ya que el personaje de Vargas no tiene elección ni voluntad para decidir no ser corrupto, o en todo caso, que no hay forma de ascender socialmente sino es a través de la corrupción; o simplemente reafirma la sentencia popular: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.

              La novela incorpora también titulares reales con la intención de contrastar que lo que se narra en la ficción no está alejado de la realidad. En un momento el personaje se pregunta: “Y pensar que un diario tituló que había sido un crimen pasional, inventando basura impunemente. ¿Qué más es el periodismo sino ficción que los inocentes asumen como verdad?” (144, énfasis nuestro). Si las noticias (por más que parezcan exageraciones) son ficción, entonces ¿qué es la ficción? ¿la realidad? Las fronteras se han difuminado.

              Volviendo a las motivaciones del anónimo joven justiciero podemos decir que hay un impulso tanático de ver morir la corrupción real, que es una respuesta imaginaria a este caos y estado de cosas. Si bien se afirma que en momentos de crisis surgen los superhéroes, el justiciero sigue siendo más una figura imaginaria. La posibilidad que ocurra en la realidad es nula. Los superhéroes son válvulas de escape a la crisis social, compensaciones imaginarias.

              Otro aspecto destacado es el tratamiento literario del lenguaje popular, de la replana, de la jerga local, que es otro acierto de la novela. No encontraremos acá eufemismos como “desvivir” o “ultimar” para referirse al asesinato, o banda de ciudadanos “extranjeros” (pare evitar dar referencia a un país en concreto y evitar la xenofobia, y ser “políticamente correctos”), como suele ocurrir en la TV y medios digitales o redes. El lenguaje es más directo y verosímil. El desafío final que presenta Ángel de la guarda al lector es acerca de cómo debe leerse ¿cómo ficción o cómo realidad?

              De crímenes imaginados (Trelles, Flores) pasamos a crímenes con sustrato real, o que se aproximan a la cosa real (Vallejo Sameshima), que no deja de tener ciertas resonancias a la década de los años 90 (como también ocurre con Augusto Effio y la representación de la corrupción política). Ángel de la guarda se suma a una serie narrativa que tiene también otros matices, como el policial fantástico (José Güich; Ricardo Virhuez), el policial clásico con Lenin Solano o la narcoliteratura de Charlie Becerra. Se trata de una tradición popular en auge en el siglo XXI y que representan -en el plano ficcional- parte de la violencia ya “naturalizada” por los grandes medios de comunicación.

              Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos