sábado, 22 de noviembre de 2025

Sarko Medina Hinojosa. Alasitas. Arequipa: Aletheya, 2024. 88 p.


Sarko Medina Hinojosa. Alasitas. Arequipa: Aletheya, 2024. 88 p.

 

Alasita alude a una feria de juguetes y objetos en miniatura que simbolizan deseos individuales. Sarko Medina (Arequipa, 1978) retoma este concepto y ofrece un estupendo libro de microrrelatos, cuyo formato físico es también singular, dado que es también un minilibro de bolsillo. Quedan claras la influencias, grosso modo, de dos autores: Gabriel García Márquez y Stephen King.

Tengo la impresión que el “boom” del microrrelato en Perú tuvo su mayor momento de producción antes de la pandemia. En la década del 2010 se lograron publicar varios libros en esa impronta. Ahora, medianamente asimilada por parte de la crítica, y a la vez cuasi residual (en número de libros publicados), ofrece libros mucho más potentes.

El libro de Medina tiene varios méritos: ampararse en la tradición local para ficcionalizar, tanto en términos, lenguaje, hábitos, o referentes locales, lo que le da un plus al libro, el trabajo de lo oral, la jerga de la calle, la ambigüedad del propio lenguaje juega muy a su favor, sobre todo cuando quiere sorprender al lector con ese contraste irónico entre el título y el contenido del texto. Pero no se queda solo en lo local, sino que tiende a contarnos historias que traspasan las fronteras y que son también globales. Muchos de los personajes buscan una venganza personal.

Uno de los rasgos más claros del tiempo contemporáneo es la violencia urbana y Medina trata esto no desde los códigos miméticos del realismo a rajatabla, sino a través de lo insólito, con guiños a lo fantástico. Es decir, no es un “reflejo”, al contrario, es metafórico, poético, artístico, y también contiene mucho humor negro: Medina es políticamente incorrecto.

También destacan sus personajes femeninos fantasmales. Son entes que regresan a la vida de los vivos para -desde sus afectos- seguir torturando a sus antiguos amantes. Es una visión terrorífica y hasta pesimista del amor, más aún porque el último cuento es tan breve y sobre este tema: el amor es un gran cuento. Si el amor es tan falso e irreal, sirve solo como ilusión, como compensación al horror de la vida cotidiana. En “Hasta que la muerte”, Adolph escribía que el amor eterno de personajes inmortales sería simplemente insoportable.

Otro aspecto que se destaca es el hambre, que no solo es físico y que remite a escenarios de pobreza extrema o de crisis, sino hay textos que dan un giro hacia lo distópico, sea porque se trata de un escenario zombi, o porque los humanos del futuro se han convertido en caníbales.

Temas como la IA, o la CF, se mezclan con desparpajo con el calentamiento global, con la venganza, o el racismo, con sicarios o zombis. Medina sale siempre triunfador en estos textos -no tanto sus personajes, que mueren, o están a punto de ser devorados por la “realidad”. Estamos condenados a eso.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

 

martes, 18 de noviembre de 2025

Salvador Luis. Tercer cofrecillo. Lima: Casatomada, 2025. 203 p.

 

Salvador Luis. Tercer cofrecillo. Lima: Casatomada, 2025. 203 p.

Con esta tercera entrega, Salvador Luis Raggio Miranda (Lima, 1978), cierra (esperemos que no) el ciclo de narraciones breves y raras, de notable factura titulada como “cofrecillos”, nombre de impronta arabesca que propone revisar los tesoros literarios más exquisitos de su pluma. Es, como se señala en la contra, una obra en prosa, lo que lleva al lector a cierta dimensión subjetiva y lírica de mirar la realidad a partir de personajes introspectivos, cuya forma narrativa está marcada por el fragmento posmoderno.

La primera parte titulada “Una absurda y obscura potencia” incluye una serie de formas asociadas al cuento en el que irrumpen cuerpos torturados por experimentos científicos, las fantasías de un serial-killer, la materialidad corporal, una casa que es a su vez una especie de videojuego mortal, personajes suicidas, o el policial paródico que rinde homenaje a El túnel de Sábato. Tanto en este último (“Algo acerca de un edificio de apartamentos”) como en la casa videojuego (“Inmortal Heroine 12”), la casa cobra una función especial, que nos remite sobre todo a “La casa” del genial Adolph, en el que un individuo se va disolviendo lentamente en la nada como en una pesadilla kafkiana. En los dos cuentos de Salvador, la casa es un agente mortal, sea tanto en su materialidad física como en su simulación de la vida. También es posible asociarlo con “La casa abandonada” de Levrero (que a su vez dialoga con el clásico “Casa tomada” de Cortázar), el otro gran raro latinoamericano junto a Adolph de la literatura de los años 60 y 70.

La segunda y tercera sección son dos nouvelles. “Roderick en la niebla” es una narración delirante acerca del multiverso, de un personaje de nombre poeiano, con múltiples intertextualidades al cine y a la cultura de masas. El narrador es también una suerte de demiurgo lyncheano.

En “A quien oiga esta voz” se habla de una guerra extraña y absurda cuyo escenario puede ser parte de The Twilight Zone como de 2001 de Kubrick. Demás está decir que este cuento tiene conexiones con “Los pilotos del templo de piedra” (Stone Temple Pilots, en inglés) del siempre genial José Güich, quizás porque parte de los mismos referentes culturales.

A estas alturas, decir que Salvador Luis es raro o “weird” creo que resulta insuficiente, busquemos un mejor adjetivo que dé cuenta de lo raro y lo espeluznante de sus narraciones, de sus personajes solitarios, de los juegos de palabras, y de esa mezcla tan singular entre Borges y Lynch.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos


viernes, 14 de noviembre de 2025

Jorge Casilla. El viajero onírico. Lima: Colmena, 2025. 151 p.

 


Jorge Casilla. El viajero onírico. Lima: Colmena, 2025. 151 p.

              Esta nueva entrega literaria de Jorge Casilla (Lima, 1982) es su libro más personal, en el que, a través de intertextualidades, rinde tributo explícito a sus héroes literarios, destacándose con claridad tres tradiciones: la hispana, la clásica occidental y la norteamericana. Si comparamos este libro con la actual producción del cuento fantástico veremos que se aleja de los tropos dominantes. Casilla parte de un concepto: la literatura es una suerte de “doppelgänger” de la realidad, por ello, en sus cuentos, los personajes de ficción se materializan y cobran vida propia. En ese punto es tanto borgiano como pirandelliano.  También se trata de cuentos metatextuales en el que se reflexiona sobre la creación, la crítica literaria y las amistades literarias.

Asimismo, hay también espacio para la impronta policial clásica, veta poco explorada por los cuentistas contemporáneos, y pone más atención a los diálogos que son los que finalmente permiten que la acción avance hacia la resolución. En otros parece haberse infiltrado ciertos pasajes de su experiencia como profesor de literatura que aparece en uno de los cuentos, un profesor “burócrata”, más interesado en interpretar y definir un verso oscuro que en la vida misma, que pasa y se desvanece frente a sus ojos y vida solitaria (“Soneto XXIII de Garcilaso”); o en estas amistades literarias que se trastocan en resentimiento y envidia, y que pesar de eso, no dejan de mantener cierta admiración hacia el otro, en una relación amical toxica de amor-odio, sobre la base de un autor que no es sino Miguel Gutiérrez ficcionalizado (“El furor de las horas”).

Por momentos los cuentos son glosas, variaciones o pasajes olvidados de sus héroes de ficción. Ficcionar en sí mismo sobre la literatura parece ser un mal negocio, dado que algunos cuentos del libro solo pueden ser disfrutados con mayor plenitud si el lector conoce los referentes, y algunos, más allá de su estatus de clásicos están bastante alejados del lector contemporáneo promedio (sobre todo los de referencia hispana), quien está más acostumbrado a la espectacularidad del cine blockbuster, al lenguaje de best seller o simplemente a historias personales de vida, y visión maniquea. Casilla sale de esa zona de confort e intenta unir los referentes de la cultura literaria clásica con la visión posmoderna.

“Historia de un vagabundo”, dedicado a otro maestro, José Güich, trata sobre el arte original y de los imitadores e impostores. Es una estupenda reflexión sobre lo que significa hacer arte el día de hoy.

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos


miércoles, 12 de noviembre de 2025

Antony Llanos. Avernia. Travesía por el mar de tormentas y tridentes. Lima: gato viejo, 2025. 163 p. ilustraciones de Gerardo Espinoza y Antony Llanos.

 


Antony Llanos. Avernia. Travesía por el mar de tormentas y tridentes. Lima: gato viejo, 2025. 163 p. ilustraciones de Gerardo Espinoza y Antony Llanos.

              Una de las líneas de la narrativa fantástica que está siendo explorada, cada vez con mayor énfasis, es lo que denomino como fantasía atemporal (cfr. Narrativas del caos, 2012). Es claro que en la cultura global contemporánea el renacer de este tipo de ficciones se explica por la notable adaptación de Peter Jackson de El señor de los anillos. Tolkien era más un autor de gueto -como podría ser H.P. Lovecraft-, pero con su estreno en 2001 hubo un renacer de lo maravilloso y de la fantasía heroica. Ese mismo año llegó a la gran pantalla otro fenómeno: Harry Potter y la piedra filosofal. Sobre la base de ambas creaciones se fue desarrollando a nivel global mucha literatura más cercana al fantasy anglosajón.

En el Perú del siglo XXI, Hans Rothgiesser, Iván Bolaños fueron los primeros en transitar por estos códigos. A ellos se sumó Avernia. Héroes y leyendas (2007; 2012) de Antony Llanos (1976), un producto narrativo emitido en 12 entregas, que contaba con las ilustraciones de Christian Rosado, y que tuvo buena acogida de los lectores. Esta línea de fantasía atemporal fue ampliándose a otros autores como Augusto Murillo, Carlos de la Torre Paredes, Jeremy Torres, Glauconar Yue, Julio Cevasco, Jorge Casilla, o Lorenzo Macchiavello. En 2023, Llanos publicó una versión íntegra de Avernia del 2012.  Avernia. Travesía por el mar de tormentas y tridentes (2025) es su continuación.

Lo que destaca de este libro es el tono trágico de sus personajes quienes se ven enfrentados por el reino de Avernia, pactando alianzas o amenazándose mutuamente. En ese punto, la búsqueda del poder es casi macbethiana, aunque sin la profundidad psicológica, dado que la novela plantea la eterna lucha entre el bien y el mal. Cada capítulo tiene acción y enfrentamiento constante. La novela se alimenta también de la estética del videojuego y los juegos de rol. A nivel escenográfico, su principal atractivo es el fondo marino, que nos recuerda al lejano Aquaman de DC Comics creado en los años 40. El mundo de Avernia está rodeado de magos, guerreros, dragones, amazonas, sirenas, tritones, elfos. Es un mundo exuberante y sobrepoblado de seres fantásticos que puede resultar excesivo desde los códigos realistas, más acostumbrados a celebrar lo que esté basado en hechos reales. Llanos quiere alejarse en lo posible de la realidad. En su intervención en el reciente XI Congreso Internacional de Narrativa Fantástica (2025), declaró que “El poder corrompe a cualquiera”. Quizás esto explique porqué en Avernia, esta lucha por el poder, permanente e infinita, tenga efectos negativos: si el poder corrompe, ya no hay ni buenos ni malos, porque todos terminarán por ser “malos”. Si reemplazamos a guerreros y bandos de Avernia por los actuales partidos políticos (más de nueve mil quinientos candidatos para las elecciones del 2026) veremos que puede resultar también una alegoría del presente.

El libro viene acompañado de ilustraciones, que en algunos casos grafican los pasajes narrados, o los amplifican, o los complementan; en otros casos, se trata de diseños de personajes, que podrían prescindirse dado que interrumpen la narración central de esta "odisea submarina".

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos


lunes, 10 de noviembre de 2025

Raúl Quiroz. Oniros. Lima: Maquinaciones, 2025. 189 p.

 


Raúl Quiroz. Oniros. Lima: Maquinaciones, 2025. 189 p.

 

Raúl Quiroz (Lima, 1973) confirma con este libro (su segundo de cuentos, además de dos novelas fantásticas de tema licántropo) no solo su talento como narrador, sino además el excelente momento que vive la narrativa fantástica criolla. Acá nos encontramos con diversas situaciones raras que rozan los límites de la realidad. Oniros es un conjunto de relatos en el que se conjuga el pasado, la memoria, y el recuerdo. Hay personajes que bordean los quince años, en punto de inflexión existencial hacia la adultez, que no encajan del todo en ese futuro natural y cotidiano por venir.

También hay cuentos que proponen una CF existencial apoyado no solo en el punto de vista subjetivo, sino en el propio lenguaje. Es decir, lo lírico, lo poético sirve no solo para “extrañar” ese mismo mundo representado. Quiroz es un lector de poesía, y esa es una gran ventaja a la hora de ficcionalizar, dado que grosso modo, adquiere mayor sustancia y polisemia, muy diferente a la escritura de best seller (con mucha acción, poca reflexión, y un lenguaje bastante plano, casi sin metáforas). Frente a este lenguaje mainstream, la escritura de Quiroz resulta por momentos, ir a la contra de ciertas convenciones.

Por momentos hay en los cuentos “amistades” evanescentes que parecen diluirse en el tiempo. Sus monstruos personales parecen haber salido de un sueño. Por ello, muchas escenas adquieren una dimensión de ensueño. Pero también hay cierta ambientación gótica a través de secretos ocultos y una escenografía abandonada, alejada de la racionalidad urbana.

“El último vuelo” es un ejemplo de la estructura cortazariana de “Axolotl” (o de muchos otros), con ese giro de tuerca, al modo de The Twilight Zone. En este caso, un soldado que participa en una guerra termina por ocupar otro tipo de condición animal, que también remite a “El caballero Carmelo” de Valdelomar.

“Más allá del barranco” es un cuento lovecraftniano de gran factura, con ciertos ecos religiosos. Quiroz estudió filosofía en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, y algunas sensaciones e ideas aparecen en este, y en algún pasaje de otros textos.

En cuanto a la historia del Perú contemporáneo hay alusiones tanto al conflicto con el Ecuador de 1995 (“El último vuelo”) como a la violencia terrorista de los años 80. Sobre este periodo, es lugar común la idea de víctimas exclusivamente por manos de militares (así ha sido representada en gran parte en el cine peruano y en su literatura). Quiroz recoge también esta idea, pero creo que se hace necesario hacer una revisión de esta media verdad. Salvo este microscópico pormenor, y como sostiene José Güich en la contratapa, Raúl Quiroz con Oniros “consolida su militancia en franjas nunca más paralelas o alternativas, sino absolutamente centrales en la literatura peruana de la actualidad”

 

Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos


sábado, 8 de noviembre de 2025

Alexis Iparraguirre (ed.). Nada Humano sobrevive aquí. Antología de cuentos peruanos bajo la sombra de H. P. Lovecraft. Lima: Academia antártica, 2025. 299 p.

 


Alexis Iparraguirre (ed.). Nada Humano sobrevive aquí. Antología de cuentos peruanos bajo la sombra de H. P. Lovecraft. Lima: Academia antártica, 2025. 299 p.

 

El escritor y crítico cultural Alexis Iparraguirre (Lima, 1974) ha tenido la iniciativa de diseñar una antología peruana contemporánea de impronta lovecraftniana, que ofrece una variedad de matices y sobre todo, de la apropiación del universo lovecraftniano en un marco peruano. Lovecraft (H.P.L.) fue durante mucho tiempo un autor marginal dentro del canon fantástico que fue creciendo tras su muerte, y hoy en el siglo XXI goza de una popularidad merecida. Iparraguirre escribe un excelente prólogo al conjunto de cuentos que merece detenernos.

Previamente debemos recordar que en la Lima de los años 80 y 90, la dificultad por conseguir material lovecraftniano impreso era una labor difícil. Muy pocos o  escasos ejemplares nuevos disponible en librerías – a altos precios- y muy eventuales en los de segunda mano. Leer a Lovecraft era una tarea casi imposible para los pocos interesados (internet en Lima empezó a masificarse hacia 1998, y era también un servicio caro, al igual que las fotocopias). A pesar de esta dificultad, hay autores locales quienes leyeron a Lovecraft en los lejanos años 70 como José B. Adolph, quien incluso escribe un texto en clave paródica y seria, imitando el estilo del maestro de Providence titulado “El Necronomicón y el Perú” (1977).  Durante los años 80 es innegable la influencia en algunos textos de Fernando Iwasaki, y sobre todo en dos autores que escriben sus textos entre fines de los 80 e inicios de los 90: Lucio Colonna-Preti y Carlos Carrillo. Todos estos antecedentes entran en diálogo con una idea que propone y reitera Iparraguirre en su prólogo: es la generación de autores de los 90 los que resignifican el legado de H.P.L.

En los años 90 se fijó la idea de una nueva narrativa ligada al realismo urbano con personajes jóvenes y marginales (con influencias desde Ray Loriga, Easton Ellis y Bukowski; y la obra de Oswaldo Reynoso), que desplazaba al “desencanto” de los años 80 y la violencia terrorista como tema central, además de la progresiva despolitización posmoderna. Si bien esto es parcialmente cierto, otros autores con vinculaciones con lo fantástico de autores de los 80 como Carlos Herrera, Enrique Prochazka, Leyla Bartet o Pilar Dughi vienen a contradecir esta verdad. En el fondo, el problema de la crítica literaria (cada vez más escasa en los “grandes” medios) ha sido atender exclusivamente al discurso realista (sea por comodidad, por tradición, por ser “canon”, o dificultad para aproximarse a otras realidades ficcionales y registros), y actualmente es la de enfatizar, sobre todo, la producción de las transnacionales.

En otro trabajo he nombrado a esta generación como “Los hijos del terror”, nacidos aproximadamente entre 1969 y 1981, quienes experimentaron la violencia de los 80 y 90 durante su infancia y adolescencia (cfr. Honores 2024). Y debemos de agregar que esta generación publica de modo cuasi tardío solo a inicios del siglo XXI. Añadimos que si comparamos grosso modo el rasgo de los narradores de los años 80 en clave fantástica (José Güich, Daniel Salvo, Carlos Carrillo, y por momentos el propio José Donayre) se insertan en un modo de narrar más clásico; mientras que la mayor experimentación (tanto en temas como en la forma y el estilo), se da en autores de los años 90 como en los casos del propio Iparraguirre, Lucho Zúñiga, Salvador Luis, Alejandro Neyra, y en generaciones posteriores, como Christian Briceño, Mariangela Ugarelli o Victoria Vargas Peraltilla. Ni la narración clásica es mejor que la experimental o viceversa, pero se trata de un fenómeno, de un giro que el día de hoy es mucho más visible en la narrativa peruana contemporánea del s. XXI.

Por el lado realista, el escritor Francisco León nominó en un breve post a la actual literatura mainstream como “realismo anémico” (6 de noviembre, vía facebook), un adjetivo bastante gráfico acerca de la baja calidad de sus producciones, no porque el realismo como discurso esté muerto en sí mismo (diría que el lector promedio conecta mucho mejor y más fácil con este registro), sino porque varios de sus herederos generacionales mediáticos no pudieron ofrecer nada realmente novedoso (o menos aún distanciarse significativamente de uno de los maestros como Vargas Llosa), salvo excepciones, como Martín Roldán y su excelente Generación cochebomba, quien por cierto, nace en 1970.

Volviendo al prólogo de Iparraguirre, el autor deja constancia que ya no se trata de imitar el estilo o aludir directamente a los dioses primordiales creados por H.P.L., sino el de la apropiación y el adaptarlo a la realidad latinoamericana, con otro tipo de problemas, por ello, esta narrativa se vuelve “espejo de fracturas muy reales: el caos urbano, la fragilidad estructural, la inestabilidad cotidiana” (10). Es decir, la originalidad de estos cuentos antologados no radica en el parecido a H.P.L., sino al contrario, en su alejamiento del modelo. Esto puede parecer una paradoja dado que el lector que espera un “homenaje” a H.P.L. verá frustrados sus deseos. Incluso, en algunos textos, la referencia o conexión con el universo lovecraftniano es casi mínima. Por ello, este horror cósmico, “ya no proviene de otras galaxias: se infiltra en el aire contaminado, de una ciudad fragmentada” (11). Asimismo, Iparraguirre pone como punto clave la emergencia de nuevas editoriales independientes -tales como Altazor, El Gato Descalzo, Grafos y Maquinaciones, Cthulhu, Aeternum, Pandemonium, Torre de papel o Speed Wagon Media Works- que han diversificado y visibilizado esta oferta, permitiendo así “su transformación estética y simbólica” (12).

En conjunto, la antología Nada humano sobrevive aquí es bastante pareja, aunque siempre hay cuentos y autores que destacan mucho más que otros. Curiosamente, si bien el universo de H.P.L. puede malearse y resignificar los nuevos debates y agendas sociales o políticas contemporáneas, hay varios relatos que presentan lo ominoso lovecraftiano en relación a la función de la maternidad (el proceso de embarazo, el cambio corporal, el nuevo hijo), lo que  acentúa la orientación feminista del conjunto, que ha disuelto la idea de familia tradicional, rechazando indirectamente sus valores, o generando cierta aversión a la idea de una nueva criatura dentro de un grupo social, justamente por las connotaciones “negativas” que supone hoy ser madre en estos tiempos: una monstruosidad. 50 años atrás el cine de terror de fines de los 60 y 70 con Rosemary´s baby (1968) de Roman Polansky, Its’ alive (1974) de Larry Cohen, Eraserhead (1977) de David Lynch o The brood (1979) de David Cronenberg, recogían otro tipo de miedos y ansiedades como, por ejemplo, hacia la píldora del día siguiente (y los posibles efectos de malformaciones en los fetos), o el problema de la sobrepoblación. Los tiempos han cambiado, y si bien los miedos parecen ser los mismos, las significaciones son otras.

Quisiera destacar los trabajos de Anibal Mayurí (Francisco Marro), quien con humor y fina ironía se burla de cierto imaginario actual “progre”, la narración con guiños homoeróticos de Sophia Gómez Cardeña; Christian Briceño y Yelinna Pulliti en relación a la maternidad lovecraftniana. También Claudia Salazar, Romina Paredes y Jorge Casilla, en relación a lo onírico y cierta clave del policial. O Bruno Cueva quien ofrece una mirada diferente, apoyado en la tecnología, sobre el ciclo H.P.L., y desde el humor.

Sin duda, Nada humano sobrevive aquí viene a confirmar, en conjunto, una verdad radical: el cambio de sensibilidad, y el giro que se ha producido desde la narrativa fantástica al abordaje de la realidad peruana local, siempre tan ominosa, primordial y tentacular.

El libro se completa con un estudio médico sobre H.P.L. a cargo de Carlos Vera Scamarone y diversas entradas sobre su influencia en la literatura y el cine que resulta un atractivo bonus para los nuevos y viejos lectores del maestro de Providence.

 

Referencias

León, Francisco (2025)

https://www.facebook.com/francisco.leon.811297/posts/pfbid02mwXM3X7gnQ4R4m7YVRzLEzQj1PMJsJoCG6SyjSchXie44VS4XKCyVZCoHp85BQm7l

Honores, E. (2024). “Bicentenarios: entre celebraciones y crisis (1980-2021). En: Fantasías nacionales. Lima: Vida múltiple [en línea]

Honores, E. (2025). “Breve historia de la física”. https://eltonhonores.blogspot.com/2025/11/franco-salcedo-breve-historia-de-la.html

 

Elton Honores

Universidad Nacional mayor de San Marcos


lunes, 3 de noviembre de 2025

Un tributo a lo desconocido. Por José Güich Rodríguez

 


UN TRIBUTO A LO DESCONOCIDO

José Güich Rodríguez

Sobre Rod Serling me resulta difícil, extremadamente complejo, decir algo que no se haya dicho ya.  Lo hice en varias ocasiones, con la sensación de que siempre encuentro a alguien distinto, poliédrico, mutante. Y más aún, expresarme sobre él con la claridad de la que han hecho gala muchos estudiosos de su obra. Ha sido tan determinante para la cultura del siglo XX, que encontrar otro ángulo de visión para explicar su legado es una tarea destinada a colisionar con ciertos límites, imposibles de ser superados.

Hoy, a medio siglo de su partida a la dimensión que primero habitó en su mente y luego se convirtió en una experiencia colectiva -trascendental y gloriosa-, nada de lo que hoy se perpetra o involucra en los terrenos de la ficción fantástica o especulativa, o el terror y el suspenso, en diversas plataformas, escapan a su influencia.

Rod Serling se convirtió en una imagen icónica y enigmática. Digo esto por el misterio que envolvía esa grave elocuencia con que presentaba cada episodio de The Twilight Zone o Night Gallery y preparaba sabiamente al espectador con el fin de ingresar a otro mundo, a lo mejor no tan distinto del nuestro.

Estará asociado eternamente a la imaginación, a los deseos insatisfechos en medio de vidas desperdiciadas, tanto como a la posibilidad de redimirnos y disponer de una segunda oportunidad luego de una existencia infestada de errores y fracasos.

Porque el gran personaje de Serling es, en mayor o menor medida, el hombre o la mujer comunes, solitarios, perdidos en la trama de los grandes centros urbanos o pequeñas localidades donde no parece haber transcurrido el tiempo.

Supo explorar los mismos dilemas a través de otros géneros, como el western, la narración histórica e incluso, el policial negro. Sus historias giran en torno de los asuntos que lo obsesionaron desde joven: la intolerancia, el racismo, el control ciudadano, los excesos del poder. Lo hizo a través de poderosas alegorías, eludiendo con suma destreza los cercos impuestos por la censura macartista que durante la década de 1950 persiguió a disidentes, rebeldes, insatisfechos y críticos de un sistema implacable donde es más importante el costo-beneficio y no el pensamiento cuestionador que expanda horizontes y demuestre que otras formas de vivir y sentir son posibles.

Hoy, cuando eso parece volver una vez más, me pregunto que le habría propinado Serling a Trump y a esa extrema derecha ultraconservadora enfrascada en apoderarse del corazón de un país….Esa oleada nefasta que acusa de traidores y no patriotas a quienes no son verdaderos norteamericanos; es decir, a quienes no son acólitos de  Trump y sus ideas. Presumo que Serling se las habría ingeniado, si hubiese atravesado el umbral de retorno a este planeta, para continuar creando esas maravillosas parábolas sobre las falencias de una especie que nunca termina de aprender o, simplemente, no quiere hacerlo, y se precipita en los abismos de costumbre. En especial, el de la estupidez galopante.

Ver una y otra vez los episodios memorables de The Twilight Zone nos devuelve la esperanza sobre el poder de las ficciones fantásticas, de su inmenso caudal de advertencias y críticas a un orden al que nos quieren obligar sin protesta alguna y ante el cual quieren que bajemos, obsecuentes, la cabeza: pensamiento único de ovejas mansas, consumo voraz y necio, post-verdades, sacralización de la violencia y  taras que se replican en otros lugares por cerebros menos hábiles -o con menos neuronas-, pero igualmente letales respecto del sostenimiento de una  auténtica democracia.

Serling peleó, cual héroe de Hemingway, mil y un batallas contra los monstruos de las cadenas de televisión entre 1950 y 1970. Sabía muy bien de la ignorancia supina y el pragmatismo ciego de esos caballeros. Por eso también debe ser admirado: por sus principios y honestidad intelectual. Él los defendería hasta que decidió ocultarse en alguno de los inolvidables relatos que nos obsequió.

Quiero terminar este tributo con un atrevimiento que, espero, no los aburra o interpreten como alarde oportunista. Ya de eso tenemos mucho en el Perú, poco antes de unas elecciones que serán, por lo que veo, una mala comedia o una película de terror de las peores.

Hace casi 25 años escribí un cuento-tributo a Rodney Edward Serling, nacido en Siracusa, y luego trasladado a Binghamton, ciudades localizadas cerca de Nueva York. Creo que es el mejor homenaje que puede hacerle un escritor de estos rumbos a alguien como este coloso de la escritura que me marcó a fuego, igual que a toda mi generación.

Leeré solo un fragmento. Se titula “En busca de Serling”.  Pertenece a El mascarón de proa, el segundo libro que publique allá por 2006. Gracias por soportarlo. No me extenderé.


“Ligia ha insistido, siempre encantadora y luminosa: “Serling nos espera mañana en la localidad de Cayuga”. No obstante su serenidad y discreción, sondeo en ella una tenue marca de apremio, algo que nunca había ocurrido a lo largo de nuestro nebuloso trayecto. Desde la habitación del hotelito al que llegamos esta tarde, he observado, una vez más, la silenciosa vía central. Toda la población se ha consagrado, como en un rito atávico, a su invariable siesta de las tardes. El silencio es agobiante. El nombre de la ciudad es impronunciable, con resonancias de alguna vieja lengua aborigen.

            Después de escrutar lo que parece constituirse en única arteria de importancia, donde Ligia ha estacionado el convertible, giro hacia ella. Ha reiterado su advertencia, si así puede considerarse aquel leitmotiv, con un registro educadísimo, propio de un manual de etiqueta para chicas de familia acomodada. Fuma con tranquilidad  envidiable un cigarrillo, reclinada sobre su costado izquierdo.  Ocupa, en posición transversal, la enorme cama de dos plazas con barras de hierro forjado. Unas finas medias de nylon realzan la hermosura de sus piernas. Deseo amoldarme con naturalidad a cada uno de sus gestos y costumbres, porque considero que eso es lo habitual en ella. Mi memoria, lamentablemente, es incapaz de reconocer con propiedad los signos de la supuesta rutina compartida. No recuerdo, por ahora, cómo conocí a Ligia, cuántos días hemos viajado para encontrar a ese sujeto, Serling, o cuándo ocurrió el accidente que afectó mis recuerdos. Serling...el nombre no me dice nada. Me oriento por los datos que, respecto a él y a todo lo concerniente a este viaje, administra a cuentagotas la siempre radiante y  escultural Ligia.

            Según sus informaciones, hace dos días resbalé al abandonar presuroso las oficinas de un banco, y me golpeé la cabeza contra la acera.  Acudí a esa agencia para retirar algo del dinero que ese generoso caballero destinó a nuestros gastos de viaje. Recuerdo, eso sí, al médico y el consultorio, impregnado de un poderoso olor a desinfectante o anestésico. Antes de eso, el vacío absoluto. De la aparatosa caída no guardo siquiera una breve imagen, algo de lo cual pudiera asirme con el fin de aclarar tantas lagunas, tantas parcelas baldías de mi conciencia. El galeno tranquilizó a Ligia, sugiriendo que prosigamos nuestro viaje; yo no presentaba lesiones graves, salvo esa momentánea incapacidad para recordar los episodios anteriores al accidente.

            El médico no prescribió que yo permaneciera unos días en la ciudad para evaluar mi estado; el viaje podría continuar, pero  recomendaba que me abstuviera de conducir el vehículo. “La memoria de su esposo retornará poco a poco, Ligia. No lo fuerce ni lo someta a tensiones”. Así inferí que esa esbelta y bella mujer, vestida con un sobrio traje azul marino, era mi esposa, mi compañera de travesía hacia el hombre llamado Serling. El golpe debió ser más fuerte de lo que yo había imaginado, puesto que Ligia tuvo que instruirme, sin ejercer demasiada presión sicológica -consejo oportuno del especialista-, sobre mi identidad, mi actividad laboral y una serie de detalles tan domésticos como gustos alimenticios, aficiones deportivas, ideas políticas o mi preferencia por alguna marca de cigarrillos. Esta amnesia temporal no ha afectado mi percepción o mis conocimientos generales sobre el mundo. Me desenvuelvo con absoluta propiedad en todos los ambientes imaginables. Pero no hay rastros de una fuerte contusión; al tocar mi cabeza, no consigo palpar un punto doloroso.

            Pese a su aplomo, ella  ignora quién es aquel hombre o a quién deberemos encontrar en Cayuga -ese nombre tampoco despierta en mí alguna sensación particular, salvo que me recuerda a “cajoon”-. Eso lo he comprobado subrepticiamente. Mi intención es retrasar unas horas nuestro viaje, con la inútil esperanza de recordar algo más y disponer de mejores recursos cuando me encuentre en presencia del anfitrión. Sería incómodo llegar a nuestro destino sin las condiciones físicas adecuadas. Después de todo, se trata de una oferta de trabajo, de un contrato, para el cual yo debería hallarme en pleno uso de mis facultades. No es que desconfíe de Ligia; carezco de motivos fehacientes. Parece ser, dentro del universo social que ella ha descrito como marco de nuestra convivencia, la mujer perfecta, la que cualquier hombre sensato desearía para sí. Es decir, dentro de los parámetros y las aspiraciones del círculo de amistades al que, creo yo, estamos adscritos. Sin embargo, presiento que hay riesgos. Ligia podría ser víctima de alguna trampa, de algún engaño que atente contra la integridad de ambos. Su explicación es insatisfactoria, aunque no doy muestras de que lo percibo así y, por el contrario, asiento como si estuviera complacido de oírla, convencido de que todo marcha por el rumbo correcto. “Eres un guionista respetado; te reunirás con Serling porque quiere que participes en uno de sus proyectos. Está formando su equipo para un nuevo programa de televisión”.

            Le manifiesto, disimulando mi creciente inquietud, que el pueblo es precioso; que sería maravilloso quedarnos un par de días para conocer los alrededores y disfrutar de las bondades de una existencia rural y plácida. Si continuara alimentando mi suspicacia, diría que Ligia ha sido adiestrada para disuadirme de cualquier actitud que hiciese peligrar la cita. Siento unas ganas terribles de fumar. Extiendo mi mano hacia el paquete de cigarrillos con el que ella juguetea una y otra vez”.