César Sánchez Torrealva. Atrapados en el bosque. Lima: Altazor, 2017. 158 p.
César Sánchez Torrealva (Lima, 1981), publicó hace casi ocho años la novela Atrapados en el bosque. La calidad de la novela es innegable, se trata de un caso de buena literatura de masas, bien escrita, que se inserta dentro de una tradición de narraciones de terror gótico y fantástico en la línea de Poe o de Stephen King, de gran visualidad (que no dudo que de llevarse al cine podría ser un éxito), pero, que pasó desapercibida dentro de la crítica periodística (al menos no encontré ninguna referencia a la novela salvo la sinopsis de la contratapa), lo que nos lleva a pensar no solo en la ausencia de una crítica literaria, sino en la ausencia de una industria editorial real.
En este blog se han posteado más de 1,000 entradas desde el año 2010 al 2025, en el que gran parte trata sobre comentario de libros. Sigo realizando este trabajo en la medida que el tiempo me lo permite, pero sé que es insuficiente (calculo que entre la lectura de un libro, el análisis y la redacción, se esfuman aproximadamente unas 8 horas; supongo que la IA podría hacer un buen resumen en un par de segundos, y de producir un comentario se alimentaría de los ya disponibles online). En 2017 dejé de hacer “recuentos” del año porque vi cómo crecía la escena al punto que era imposible leer todo lo publicado, porque exige disponer de tiempo, de recursos monetarios para conseguir los libros, y hasta logísticos, si se trata de autores de regiones. Actualmente, hay otro tipo de plataformas (en realidad creo que menos gente lee blogs, al menos los menores de 30 años, no), como los denominados “booktubers”, “youtubers”, e “instragrameros” que hacen difusión a su modo, para una nueva comunidad. Casos singulares son la multiplataforma Tenebris blog, y Contrafáctica.
Pero, más problemático resulta la industria editorial local. En el mejor de los casos ofrecen un producto impreso de calidad a los estándares internacionales, con una cuidada edición. Y ahí termina el asunto. Porque creo que el tema de la promoción (incluso internacional), del “marketing” sigue resultando un tema muy espinoso para los puristas de la literatura, que ven aún una clara contradicción entre el noble ejercicio de escribir y la venta final del libro como un objeto, como un producto de consumo. La encrucijada es clara ¿Cómo encontrar ese equilibrio? La respuesta es más de los editores locales, pero que contempla la difusión del libro en medios de comunicación impresos o digitales, formales y alternos, etc. es decir, no basta con la posible calidad de un libro bien impreso y editado, sino con la adecuada promoción y difusión. Hay “algo” que las editoriales no están haciendo o están haciendo mal, porque el tema de promoción no le corresponde necesariamente al escritor (aunque en la práctica así sea). No sé si un “agente literario” (figura cuasi inexistente en el país) pueda resolver en algo en asunto. Siguiendo el decálogo del agente literario de Guillermo Schavelzon, este sostiene en uno de sus puntos que: “Todo escritor quiere éxito de crítica, prestigio intelectual, éxito de venta y reconocimiento internacional […]”. Hay que agregar que ningún autor consigue todo eso junto y a la vez: con frecuencia solo parte de eso y postmortem.
Entrando a la novela de Sánchez Torrealva, esta trata sobre una extraña aventura que vive un grupo de jóvenes, entre la adolescencia y el inicio de la primera juventud, en una zona alejada de la ciudad denominada como “Bosque Esperanza”, en la que hay una vieja casona abandonada. De ambiente rural, el fin de esta etapa viene acompañada no solo con el temor hacia el futuro inmediato tras acabar la escuela, sino con la muerte cometida a uno de sus compañeros, el chico raro, cuya muerte ocurre en extrañas circunstancias y ambigüedades. A partir de aquí, el grupo no solo entra en un mayor conflicto, sino que el elemento de terror gótico y fantástico se va acentuando.
En un momento uno de los personajes afirma cierta desilusión moral “[…] cuando [se] descubre que no existe ninguna moraleja ni propósitos nobles detrás de las normas que le han obligado a seguir, que incluso el mundo, tal vez, sería un mejor lugar sin ellas, pero aún así hay que obedecerlas” (86). Lo extraño es que si bien la muerte del chico raro estará envuelta en un aura de irrealidad, la culpa resulta mínima, es decir, hay un pragmatismo en los jóvenes que resulta más aterrador que el propio crimen, como ocurre en Paranoid Park (2007) de Gus Van Sant.
Otro acierto es el cambio de paisaje, la transición de lo rural hacia uno más surreal, psicodélico y posapocalíptico, que les permite ingresar a otra dimensión y comprender el misterio y sobre todo, regresar al punto inicial. En esta última parte viven, en una sola noche, diversas aventuras en “el castillo del Mago, el bosque de ceniza, el monstruo del río y el terremoto que partió la tierra en dos” (151).
Cuando parece haber resuelto el asunto (es decir, dejado atrás el crimen), en el epílogo se narra de modo sumario los años que transcurren y el reencuentro de los amigos, solo para revelarnos que la pesadilla aún continúa, con el chico raro que sigue atormentándolos, con lo que se cierra la novela. Es decir, si en un momento la muerte del chico raro parecía más un ensueño de una entidad maligna, todo indica que efectivamente fue asesinado por ellos; y lo peor, que al igual que el tiempo congelado de algún relato de Borges, todo lo posterior al asesinato siga siendo parte del mismo ensueño, o mejor dicho, de la pesadilla perpetua.
Atrapados en el bosque merece mayor fortuna, quizás una reedición o relanzamiento sea necesario para los lectores del terror fantástico, y de la narrativa influenciada por King, en la que podemos incluir a Daniel Collazos o Poldark Mego. En todo caso sigue pendiente la lectura de Campamento amistad (2008), otra novela de Sánchez Torrealva (de la que solo hay disponible una entrevista de ese mismo año), en clave de thriller que tiene influencias del cine de serie B, y la figura del asesino en serie, poco tratada en el terror limeño, salvo los casos de Carlos Carrillo y Rodolfo Ybarra.
Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos